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gre. Si tan nobles aspiraciones fueron correspondidas con la furibunda gritería del bando sanguinario, si la Convencion se mostró sorda á toda mediacion humanitaria, si embotada su sensibilidad oyó con glacial indiferencia el ruego de la compasion, si estaba decretado aterrar la Europa con el sacrificio de una víctima ilustre, si se pronunció la terrible sentencia de muerte, y el verdugo enrojeció el cadalso con la sangre de un rey, ¿dejarian por esto de cumplir el monarca y el ministro español, el uno con sus deberes de príncipe, de pariente y de amigo, y el otro con sus deberes de consejero de la corona?

Consumado el sacrificio de Luis XVI., amagando á la reina igual suerte, aherrojada en una prision la regia familia, entronizado el partido del terror y de la sangre, llevados cada dia á centenares al patíbulo los hombres ilustres, no dándose vagar ni descanso la guillotina (¡pavoroso drama, en que el protagonista era el verdugo!), declarada la guerra á los tronos, proclamada la propaganda á los pueblos, inseguro en su solio Cárlos IV., rebosando de indignacion la España contra los crímenes de la nacion francesa, y amenazado de guerra nuestro gobierno, como todos, si no los daba su aprobacion categórica y esplícita, ¿era posible conservar todavía la neutralidad, como lo pretendía el anciano conde de Aranda, y como aun la aceptaba el joven duque de la Alcudia, con tal que la república renunciára al sacrificio de los augustos

presos y al sistema de propaganda y de subversion universal? La Convencion se anticipó á resolver el problenia; la declaracion de guerra partió de la Convencion, y la guerra fué aceptada por Cárlos IV. y por Godoy. Primer paso, hemos dicho en otra parte, en la carrera azarosa de los compromisos. Por eso, y por el estado nada lisonjero en que se hallaba nuestro ejército y nuestro tesoro, convenimos con los escritores que nos han precedido en considerarlo como una fatalidad. ¿Pero habrémos de hacer, como ellos, un terrible y severo cargo al ministro que aceptó el rompimiento?

Lejos de pensar así la España de entonces, con dificultad en ningnna nacion ni en tiempo alguno habrá sido mas popular una guerra, ni aclamádose con mas ardor y entusiasmo. Soldados, caballos, armamento, provisiones, dinero y recursos de toda especie, todo apareció en abundancia, y se improvisó como por encanto. Todos los hombres útiles se ofrecieron á empuñar las armas, todas las bolsas se abrierón, el altar de la patria no podia contener tantas ofrendas como en él se depositaban; las clases altas, las medianas y las humildes todas rivalizaban y competian en desprendimiento; noble porfia se entabló entre ricos y pobres sobre quién se habia de despojar primero de su pingüe fortuna ó de su escasísimo haber; asombróse la Inglaterra y se sorprendió la Francia al ver que la decantada generosidad nacional de aquella

en 1763 y el ponderado sacrificio patriótico de ésta en 1790, habian quedado muy atrás del prodigioso desprendimiento de los españoles en 1793. Todo abundó donde parecía que faltaba todo, y la guerra contra la república se emprendió con ardor y con tres ejércitos y por tres puntos de la frontera del Pirineo.

¿Fué imprudente y temeraria esta guerra, como lo han afirmado algunos escritores nuestros? Pocas campañas han sido tan honrosas para los españoles como la de 1793, y sentimos haber de decir que las plumas francesas nos han hecho en esto mas justicia que las de nuestros propios compatricios. La verdad es que mientras los ejércitos revolucionarios de la Francia batian á prusianos, austriacos y piamonteses, invadian la Holanda, y triunfaban en Wisenburgo, en Nerwinde y en Watignies, nuestro valiente y entendido general Ricardos franqueaba intrépidamente el Pirineo Oriental, se internaba en el Rosellon, ganaba plazas y conquistaba lauros en el Thech y en el Thuir, atemorizaba á Perpiñan, triunfaba en Truillas, frustraba los esfuerzos y gastaba sucesivamente el prestigio de cuatro acreditados generales que envió contra él la Convencion; y en tanto que en todas las demás fronteras de la Francia iban en voga las armas de la república, solo en la del Pirineo cedian al arrojo de las tropas españolas, inclusa la parte occidental, donde el valeroso general Caro ganaba y mantenía puestos en territorio francés mas allá

del Bidasoa. Si nuestra escuadra fué arrojada, como la inglesa, del puerto de Tolon, merced al talento y habilidad del jóven Bonaparte y á desaciertos y errores del almirante inglés, al menos los españoles acreditaron tal serenidad y fortaleza y dieron tal ejemplo de generosa piedad, que nuestros propios enemigos tributaron públicos elogios á su comportamiento y á sus virtudes.

el rey

En tal sazon, en la junta de generales que quiso celebrar á su presencia y en el consejo de Estado para acordar el plan de la siguiente campaña, sucede el lamentable y ruidoso altercado de que hemos dado cuenta entre Aranda y Godoy, insistiendo aquél, como ántes y con el mismo calor, en la conveniencia de la paz, abogando éste por la continuacion de la guerra. El viejo conde, el veterano general, el antiguo ministro y consejero, el honrado pero adusto patricio, el franco pero desabrido aragonés, no sufre verse contrariado por el jóven duque, por el improvisado general, por el novel ministro, por el engreido privado, y le apostrófa con aspereza, y hace ademan de pasar contra él á vías de hecho delante del monarca. El ultraje al favorito ofende al favorecedor; el apacible Cárlos IV. muestra su enojo al que á la faz del rey agravia al valído; y Aranda, como Floridablanca, es desterrado de la córte, recluido en una pri. sion, y sujeto á un proceso criminal. La cuestion de conveniencia de la guerra ó de la paz podia ser enton

el

ces problemática. El arranque de irritabilidad del viejo conde de Aranda contra el privado podria disculparse ó atenuarse: su irrespetuoso porte ante rey ni puede justificarse ni podia ser tolerado; pero la dureza en el castigo, la ruda inconsideracion con que se ejecutó la pena, dureza é inconsideracion que nadie atribuia sino á instigacion y consejo del jóven Godoy, excitó más contra él el ya harto prevenido espíritu popular, al ver como iban desapareciendo los astros que habian alumbrado la España y guiado su gobierno en el anterior reinado, al influjo del nuevo planeta que de improviso se habia levantado en el régio alcázar.

Y si esto sucedia habiéndonos sido próspera la campaña de 1793, ¿qué podia esperarse en vista de los reveses é infortunios que en la de 1794 la mala suerte nos deparó? El pueblo español que veia su ejército del Rosellon, ántes victorioso, repasar ahora der rotado el Pirineo Oriental, y al francés apoderado de nuestro castillo de Figueras; el pueblo español, que habia visto el año anterior su ejército del Pirineo Occidental mantenerse firme mas allá del Bidasoa, y ahora veia las armas de la república francesa enseñoreadas de San Marcial, de Fuenterrabía, de San Sebastian y de Tolosa; el pueblo que veia en 1795 de un lado ondear la bandera tricolor en Rosas, del otro hacerse el francés dueño de Bilbao, penetrar en Vitoria, y avanzar hasta Miranda; este pueblo no reflexio

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