Imágenes de páginas
PDF
EPUB

naba en las causas naturales de estos desastres, no se paraba á pensar en la inopinada y lamentable muerte del bravo y entendido general Ricardos, ni en el fallecimiento igualmente repentino y sensible de O'Reilly; ni en el refuerzo que los enemigos recibieron con la llegada de un ejército y un general victoriosos en Tolon; ni en la bravura con que pelearon nuestras tropas, muriendo en un mismo combate el general español conde de la Union y el general francés Dugommier; ni tomaba en cuenta que por la parte de Occidente arrojó sobre nosotros el gobierno de la república una nueva masa de 60.000 soldados; ni consideraba que precisamente en aquel período de la mas fébril exaltacion y de la mas prodigiosa energía revolucionaria, mientras el interior de la Francia se anegaba en sangre, y cuando todavía la bandera española tremolaba en suelo francés, los soldados de la Convencion arrollaban en todas partes los ejércitos de las naciones confederadas, triunfaban en Turcoing, en Fleurus, en Iprés, en Landrecy, en Quesnoy, en Utrech y en Amsterdam, pisaban con su planta de fuego la Bélgica, la Holanda y el Palatinado, y obligaban á Prusia y Austria á demandar la paz.

Nada consideraba y á nada atendia la generalidad del pueblo español sino al resultado desastroso de la guerra, á los peligros que amenazaban y á las calamidades que la podrian seguir: miraba como autor y causante de ella á Godoy, y predispuesto contra él el

espíritu público por el origen y la manera de su encumbramiento, no creia necesario buscar en otra parte alguna el manantial de todas las desventuras de la patria. Recordábase el destierro que sufria el de Aranda por haber abogado con teson por la paz, é imputábasele a Godoy como un crímen imperdonable.

paz

de

Parecia que los que asi opinaban deberian haber aceptado y recibido como un inmenso bien la Basilea. Y sin embargo muchos, entonces y después, y hasta los presentes tiempos, han calificado aquella paz de vergonzosa, de ignominiosa y de funesta. Confesamos no haberlo podido comprender nunca, á pesar de haberlo visto estampado asi por escritores de autoridad y de crédito. Reconocemos que habria podido ser mas ventajosa despues de los triunfos de la primera campaña. Tras los desastres de las dos siguientes, tras la paz de Prusia y de Holanda, con que quedaba rota la coalicion del Norte, parécenos que no podia ser mas beneficiosa la que ajustó España. Por la de Prusia quedaba la república francesa ocupando las provincias conquistadas á la orilla izquierda del Rhin, y el monarca prusiano se comprometía á ser mediador con el imperio germánico para la paz general. Por la de Holanda guardaba para sí la república toda la Flandes holandesa, completando su territorio por la parte del mar hasta las embocaduras de los rios, y se obligaban las Provincias-Unidas á poner á su disposicion doce navíos de línea, diez y ocho fragatas

y la mitad de su ejército de tierra, y á pagar en indemnizacion cien millones de florines. Por la de España nos restituia la república todas las plazas y paises conquistados en territorio español, hasta con los cañones y pertrechos de guerra que en aquellas existian, cediendo nosotros en cambio la parte española de la isla de Santo Domingo, que entonces mas que de provecho nos servia de carga. ¿Cabe paralelo entre la una y las otras?

Con alguna mas razon y justicia provocó la crítica y la animadversion pública el título de Príncipe de la Paz otorgado al ministro favorito en premio de aquel tratado: lo primero, por creerse insigne anomalía galardonar asi por un ajuste de paz al mismo por cuyo consejo se habia hecho la guerra, mientras el consejero de la paz seguia relegado en un duro destierro: lo segundo, por lo inusitado de la merced; que fué materia de escándalo ver engalanado un súbdito con un título que nadie en Castilla habia llevado nunca que no llevára tambien en sus venas sangre de regia estirpe. Asi iba creciendo el ódio popular contra el valído.

La paz dió en el interior sus benéficos frutos. ¡Ojalá no hubiera sido tan pasajera y efímera! O por mejor decir, ¡ojalá no se hubiera convertido tan pronto en indiscreta alianza ofensiva, que habia de comprometernos y empeñarnos en largas guerras, y traernos abundante cosecha de amarguras y desdichas! Indicado tenemos nuestro juicio de haber sido el yerro caTOMO XXVI.

9

pital del gobierno de Cárlos IV. el tratado de alianza de San Ildefonso entre el monarca español y la república francesa. Prescindiendo por un momento de los peligros políticos que se anidáran en el seno de tan monstruosa liga, y mirándola solamente por el lado de la dignidad y del decoro, ¡qué espectáculo el de un príncipe de la dinastía de Borbon unido en estrecha amistad con la nacion que habia llevado al cadalso al gefe de la estirpe Borbónica! ¡El de un rey y un ministro que habian hecho esfuerzos sobrehumanos y provocado una guerra por salvar la vida de Luis XVI. y de su infortunada familia, fraternizando con la república que habia decapitado á Luis XVI. y á su augusta esposa! El de la España católica y monárquica unida en íntimo consorcio á la Francia democrática y descreida! ¡El de la monarquía española convertida en auxiliar de la república revolucionaria para cuantas contiendas le ocurriesen, sin poder siquiera ni examinar la razon ni preguntar la causa de los sacrificios que se le exigieran!

No creemos pueda sostenerse que esta alianza fuese otro Pacto de Familia como el de Cárlos III., que tan caro y tan costoso fué á España. Mas tampoco puede desconocerse que habia entre los dos los suficiente puntos de analogía para recelar que produjese parecidas consecuencias. ¿Y á quién podrian ocultarse algunos de sus mas inmediatos peligros? No era menester ser hombre de Estado para calcular que habien

do visto la Inglaterra con disgusto nuestra paz con Francia, no habria de perdonarnos nuestra alianza con la república. ¡Inglaterra, que aun siendo amiga no habia respetado el pabellon español ni en las costas de la península ni en los mares de América, y que amenazaba con sus bageles y tenia fijos sus codiciosos ojos en nuestras posesiones del Nuevo Mundo!

En los agravios de ella recibidos, y que tal vez por otros medios hubieran podido ser reparados, fundó el nuevo príncipe de la Paz su declaracion de guerra á la Gran Bretaña: guerra que comenzó costándonos el descalabro naval del cabo de San Vicente, principio de los desastres y de la decadencia de nuestra marina, el bombardeo de Cádiz, la pérdida de la isla de la Trinidad, y los ataques de los ingleses á Puerto-Rico. y Tenerife. Verdad es que en estos últimos salieron ellos escarmentados, y triunfantes y con honra nuestras armas, llevando el célebre Nelson en su cuerpo y por toda su vida la señal de lo que le habia costado su malogrado arrojo: pero tambien lo es que muy al principio de la lucha nos arrebataron ya una de nuestras mas importantes posesiones trasatlánticas, y que no podiamos contar ni en Europa ni en la India con punto seguro de las acometidas de la poderosa marina inglesa.

¿Qué compensacion recibiamos entretanto de nuestra reciente amiga la Francia? En una sola cosa pusieron empeño y tomaron el mas vivo interés nues

« AnteriorContinuar »