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cion, enemistándose con la Europa monárquica, gastando su vitalidad, debilitándose dentro y enflaqueciéndose fuera, aun en los períodos en que quiso dar alguna señal de firmeza y de intentar sacudir su pos tracion. Esfuerzos impotentes, como los movimientos fugaces de vigor de un cuerpo por una larga y lenta fiebre consumido. Si desde el tratado de San Ildefonso hasta la paz de Campo-Formio no habia sacado España de su alianza con la república sino descalabros, desastres y humillaciones, humillaciones, desastres y descalabros le valió solamente desde la paz de CampoFormio hasta la de Amiens su malhadada amistad con la república francesa. Las consecuencias del tratado de San Ildefonso iban siendo para Cárlos IV. como las del Pacto de Familia para Cárlos III.

III.

La elevacion de Bonaparte á dictador de la Francia bajo el título de Cónsul perpétuo coincide con el segundo ministerio del príncipe de la Paz en España, restablecido, y mas que nunca arraigado en la privanza de los reyes. Idolo y gefe de una gran nacion entonces el uno, asombro de la Europa, á la cual habia logrado con sus grandes hechos tener en respeto y aun obligado á pedir reconciliacion; malquisto en su propio pais el otro, y al frente de una nacion empobrecida y de un gobierno débil y entre sí mismo desavenido, cualesquiera que fuesen las relaciones entre estos dos desiguales poderes, íntimas ó flojas, amistosas ú hostiles, de todos modos habria sido temeridad esperar que fuesen propicias á España. No eran en verdad cordiales las que á la sazon mediaban entre Napoleon y Godoy. Aquél no perdonaba á éste el tratado de Badajoz: los enlaces entre los príncipes y princesas españoles y napolitanos no habian sido del gusto de Bonaparte, en cuya cabeza habia bullido otro

muy diferente pensamiento, otro muy distinto proyecto personal: la incorporacion de la órden de Malta á la corona tampoco habia sido de su agrado; y el empeño de Bonaparte en introducir libremente las manufacturas francesas en España fué á su vez contrariado por Godoy. No erà Napoleon de los poderosos que disimulan los desaires de los débiles, y ¡ay de los débiles si entra la venganza en el propósito de los poderosos!

No se trataba de rompimiento, ni le convenia á Bonaparte. Pero propúsose primero mortificar al rey y al ministro español ó con desprecios ó con inmoderadas y degradantes exigencias, para humillarlos después y humillar á la naciou forzándolos á sucumbir á pactos bochornosos. Agregando á Francia el territorio de Parma, burlóse de las ofertas hechas á los reyes de España y á sus hijos los reyes de Etruria. Vendiendo la Luisiana á los Estados Unidos, faltó descaradamente á la palabra empeñada en un tratado con el gobierno español. Exigiendo de Cárlos IV. que aconsejase á sus parientes los Borbones de Francia la renuncia de sus derechos al trono de aquella nacion, pretendia hacerle faltar á los sentimientos del corazon, á los afectos de la sangre y á la dignidad de rey. Queriendo prohibir en los diarios españoles la insercion de los debates del parlamento inglés y de toda noticia desfavorable á Francia, intentaba ejercer una tiranía inusitada é intolerable, á que no era fácil imaginar se

atreviese nunca ningun poder estraño. Estableciendo un campamento en Bayona, amenazaba con próxima guerra á España si no accedia á todos sus deseos y antojos. Y escribiendo á Cárlos IV. una carta revelándole secretos deshonrosos á su trono y á su persona, y poniéndole en la forzosa alternativa, ó de retirar su confianza al favorito, ó de franquear el paso por su reino á un ejército francés destinado á invadir el Portugal, mostraba estar resuelto á llevar su encono hasta atropellar toda consideracion y hasta violar el sagrado de la honra y del interior de la familia. ¿Qué se podia esperar de esta disposicion de ánimo de Bonaparte?

á

Rota de nuevo, poco de la paz de Amiens, la guerra entre Francia y la Gran Bretaña, y cuando el gobierno español habia tomado una vez siquiera el partido prudente de permanecer neutral, Napoleon esplotando su inmenso poder y nuestra deplorable flaqueza, nos vende como un señalado favor la aceptacion de esta neutralidad; ¿pero con qué condiciones? Obligándose el rey de España á destituir de sus empleos á los gobernadores de los departamentos marítimos de quienes aquél decia haber recibido agravios, á franquear los puertos españoles á las flotas de la república y cuidar de su reparacion y armamento, y sobre todo á pagar á la Francia un subsidio de seis millones mensuales, con otras cláusulas no menos humillantes y vergonzosas (1803). Por escarnio parecia

haberse puesto el nombre de neutralidad á este singular convenio, que sobre comprometernos á aprontar caudales que no teníamos, nos dejaba espuestos á todos los rencores de la Inglaterra.

Más ó menos fundadas las quejas y reclamaciones de esta nacion, veíaselas venir, y nadie las podia estrañar. Lo que no podia esperar, ni aun imaginar nadie, fué el acto horrible de ruda venganza, el atentado del Cabo de Santa María contra las fragatas españolas que venian de América, inícua alevosía que levantó un grito de indignacion en Europa, escandalosa infraccion del derecho de gentes consentida por su gobierno, y ácremente anatematizada por la misma imprenta británica que no habia abdicado los sentimientos de justicia y de pudor. La guerra era ya inevitable, y la guerra fué declarada (1804). Consecuencia de este nuevo compromiso fué echarse de nuevo España en brazos de Napoleon, que á tál equivalía el humillante tratado de París (4 de enero, 1805), por el cual se comprometió España á tener armados y abastecidos por seis meses y á disposicion dél gefe de la Francia treinta navíos de linea en los puertos del Ferrol, Cádiz y Cartagena, con su correspondiente dotacion de infantería y artillería, prontos á obrar en combinacion con las escuadras francesas. ¿A dónde se los destinaba, y cuales iban á ser las operaciones? El gobierno español no lo sabia; el emperador se reservaba esplicarse en el término de un

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