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blico y de crítica filosófica, cuyàs materias, si ántes eran de algunos conocidas, estaban en estrechísimo círculo encerradas, y espuestos siempre sus autores ó cultivadores al enojo ó á las iras de un poder intolerante, ó de los que mas influencia cerca de él ejercian. Ahora, sobre correr sin inconveniente los escritos y doctrinas económico-políticas de Smith y de Turgot, las de derecho público y de gentes de Watel y de Domat, las político-filosóficas de Filangieri, de Rumford, de Pastoret y de Raynal, y hasta las producciones de Montesquieu, de Condorcet y de Rousseau, escribian ya en España ó se hacian notables por sus conocimientos de economía, de derecho y de política, hombres como Campomanes, Jovellanos, Asso, Manuel, Sempere, Salas, Mendoza, Cabarrús y otros cuyas obras y trabajos científicos hemos citado en nuestra historia, y ocupaban las sillas del poder ministerial hombres de ideas tan avanzadas como y UrRoda, Aranda, Jovellanos, Saavedra, Cabarrús quijo, con mas ó menos resabios de la escuela francesa, pero todos con otro espíritu y con miras mas elevadas y filosóficas que en los tiempos anteriores.

La misma diferencia de carácter que hemos notado en el ramo de las ciencias, habia, y es facil de observar en las buenas letras y en la bella y amena literatura, entre las dos épocas que estamos comparando. No hay asimilacion, por ejemplo, en el gusto y en el giro de las obras históricas del siglo XVI. y las de

fines del XVIII. y principios del XIX. Otra es la erudicion y otra la crítica que resalta en las de este último período, y otra tambien la espansion y la libertad con que movian la pluma los autores, si bien en algunas de ellas se conservan todavía los atavíos y maneras del gusto antiguo, y en otras, por el contrario, se llevan al estremo la independencia y la despreocupacion de la nueva escuela, como acontece en los períodos de transicion. Asi se ve en la Historia crítica de Masdeu llevado el escepticismo, no ya á expurgar de las fábulas con que en lo antiguo habian sido desfiguradas nuestras historias y anales, sino hasta negar las verdades y los hechos mas apoyados en datos y mas confirmados por documentos auténticos. Pero aparte de estos exagerados alardes de despreocupacion y de genio crítico, otro era el espíritu de investigacion, otro el exámen y otro el análisis que se advertia, ya en las Memorias de la Real Academia, ya en las producciones históricas de Capmany, de Asso, de Llorente, de Muñoz y otros, ya en los Memoriales y Semanarios eruditos y en los Viajes literarios que salian á luz y la daban á la historia.

No pretendemos, ni pretenderlo podriamos, cotejar el número de los buenos poetas que campearon en el reinado de Cárlos IV. con el inmensamente mayor de los que florecieron en el siglo XVI., ya por haber sido la poesía una de las formas literarias y una de las manifestaciones de la cultura intelectual que dieron

mas realce á aquel antiguo período y que contribuyeron más á que se le apellidára la edad dorada de las letras españolas, ya por que no podia producir un cuarto de siglo tantos ingenios como una centuria entera, y ya tambien porque entonces las trabas y estorbos que las inteligencias encontraban para consagrarse sin peligro á cierta clase de estudios y trabajos científicos, hacían que los talentos creadores se agrupáran en derredor del inocente y florido campo de la amena literatura, en tanto que ahora se espaciaban y estendian por mas ancho círculo, y los mismos que acreditaban aventajada aptitud para manejar el plectro le soltaban muchas veces para engolfarse en mas graves tareas, y en el estudio de otros mas áridos, aunque mas útiles ramos del saber.

Mas no por eso faltaron en este período quienes volviesen á la poesía su belleza y sus encantos, su gracia y su armonía, habiendo quien sobresaliera en la tierna anacreóntica y en el gracioso y delicado idilio, en la juguetona letrilla y el sencillo romance, en la dulce y melancólica elegía; quien manejára con agudeza y buen gusto la sátira punzante y festiva; quien cultivára con agradable naturalidad la fábula; quien diera al arte escénico moralidad, verosimilitud, decoro y cultura; quien diera al pensamiento y á la diccion grandeza y nervio, sublimidad y robustez, elevacion y brío. Si en algunos géneros la poesía de esta época guardaba semejanza de carácter y de estilo

con la del siglo de oro, sin mas diferencia que ser otro el atavío del lenguaje, en otros géneros, y es el objeto de nuestras actuales observaciones, se distinguía esencialmente por la novedad de los asuntos á que se consagraba, por el espíritu filosófico del siglo, por la idea política que preocupaba los ánimos, por el fuego patriótico que la inspiraba y enardecia..

Porque fuera en vano buscar en el siglo XVI. argumentos para escitar los arranques del patriotismo indignado, ó para inspirar la amarga censura del filósofo, ó para arrancar el panegírico entusiasta de una innovacion, como los que ahora servian de tema, y entonces habrian sido vedados, á genios é imaginaciones como las de Jovellanos, Cienfuegos, Gallego y Quintana; que ni se concebia en aquel siglo en España, ni en el supuesto de concebirse se tuviera ni por lícito ni por posible, que los vates se atrevieran, ni permitieran los gobiernos, como al principio del presente, á emitir pensamientos é ideas como las que se leen en las sublimes odas y vigorosos cantos al Panteon del Escorial, al Occéano, al Combate de Trafalgar, á la Invencion de la imprenta y al Alzamiento de la nacion.

VIII.

Una vez espuesta y reconocida esta diferencia esencial en índole y carácter entre la cultura intelectual y el movimiento científico y literario de unas y otras épocas; demostrada la gradacion progresiva en que se le ha visto marchar desde el siglo XVI. hasta el XIX., desde Felipe II. hasta Cárlos IV.; siendo, como es, la marcha de la civilizacion de las sociedades y el exámen de sus causas una de las enseñanzas mas útiles y de los estudios mas provechosos y mas dignos del que escribe y del que lee la historia, justo será que busquemos estas causas, además de las indicaciones que de ellas ligeramente y de paso dejamos apun

tadas.

No queremos imponer á otros nuestro juicio, ni nos consideramos con derecho á hacerlo. Vamos, por lo mismo, solamente á confrontar tiempos con tiempos y hechos con hechos, y después, asi los que convengan con nuestro modo de ver como los que de otra manera piensen, podrán juzgar hasta qué punto favore

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