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erudicion Ꭹ de conocimientos que poseian. Los debates se resintieron de la falta de esperiencia parlamentaria.

Pero lo que no puede negarse á aquellos insignes patricios, lo que los caracterizó más, y constituye su mayor gloria, fué la sinceridad de sus buenos deseos, la reconocida pureza de sus intenciones, la buena fé que presidia á sus propósitos, la honradez y probidad que se traslucia en sus palabras y en sus actos, el fervor patriótico que los dominaba, y más que todo el desinterés y la abnegacion de que dejáron á la posteridad sublime ejemplo, que por desgracia no ha sido siempre tan imitado y seguido como fuera de apetecer - y desear.

XVI.

y

Ya no inquietaba á los españoles por este tiempo el cuidado de la guerra, porque veian cercano su fin, consideraban seguro el triunfo definitivo de sus esfuerzos. Que aunque nada hay tan instable ni tan sujeto á inopinadas vicisitudes como la suerte de las armas en luchas de larga duracion, y es temeridad entregarse fácilmente á la confianza, llega, no obstante, un período, en que de tál manera se vé la fortuna volver la espalda á uno de los contendientes, que no es aventurado dar por cierto é irremediable su vencimiento, á no sobrevenir uno de aquellos fenómenos providenciales que sorprenden y frustran todo cálculo, y que en lo humano no se pueden suponer. Tál era el estado de la guerra al finar el año 13, y en el que la dejamos en el número XIV. de nuestra reseña.

Por eso, aunque existian todavía tropas francesas en España, ocupando fortalezas, plazas y ciudades, señaladamente en Cataluña, ya no sorprendian, y oíanse, no dirémos sin interés, pero sin la ansiedad y

zozobra de ántes, las nuevas que de alli se recibian. Si las plazas de Mequinenza, Lérida y Monzon no se hubieran ganado por medio de la traza empleada por Van-Halen, era de esperar que no hubieran tardado en rendirse por los medios naturales de la guerra. No aprobamos el doble engaño de que fueron víctimas aquellas guarniciones. La guerra tiene sus estratagemas y sus ardides legítimos y de buena ley; pero los hay con los cuales no puede transigir la probidad, y rechaza la fé en los compromisos, y son á nuestros ojos dignos de vituperio, siquiera los empleen nuestros amigos y contra nuestros adversarios. Tampoco sor~ prendia ya la entrega de otros puntos fortificados, no ya por medios de más ó menos lícita y justificable astucia, sino por negociaciones y conciertos con el mariscal francés gobernador del Principado, aun siendo como era el que habia alcanzado mayor número de victorias en España. ¿Pero qué nuevas victorias se podian temer ya del duque de la Albufera,,si se sabia que Napoleon le mandaba negociar la evacuacion de las plazas, le pedia sus tropas, y le llamaba á él mismo, para que fuera á ayudarle en sus conflictos fuera de España?

Asi era que ni las prosperidades de Cataluña, ni las de Aragon y Valencia, casi únicos puntos en que habian quedado enemigos, producian ya sensacion en nuestro pueblo, como esperadas que eran, y de previsto desenlace. Por lo mismo preocupaban la atencion

las discordias políticas de dentro, y el interés de la guerra se habia trasladado del otro lado de los Pirineos. Alli eran dos guerras las que mantenian despierta la curiosidad; una la lucha general que aun sostenia Napoleon contra la Europa septentrional confederada, otra la que los restos de sus ejércitos de España sostenian trabajosamente en las cercanías de Bayona contra las tropas anglo-hispano-portuguesas, las primeras que habian pisado el territorio francés. No habia sido ya pequeña honra ésta; pero todavía faltaban á España satisfacciones que recoger por fruto y premio de sus grandes sacrificios. En tanto que Napoleon, loca y temerariamente desechadas las proposiciones de paz que le hicieron las potencias del Norte, puesto de nuevo en campaña, ganaba todavía triunfos portentosos, aunque pasageros, irresistible en sus postreras convulsiones como un gigante herido de muerte, su lugarteniente Soult, aquel á quien habia encomendado la reconquista de España, no se atrevia ya dentro de Francia á permanecer en frente de Wellington, y abandonaba la plaza de Bayona á sus propias fuerzas.

Admirable y prodigioso fué el paso del Adour por el ejército anglo-hispano; dificultades que parecian insuperables fueron vencidas á fuerza de destreza, de perseverancia y de arrojo. Por un momento se cree Soult seguro é invulnerable en Orthez, donde ha escogido posiciones, al abrigo de los rios, cuyos puen

tes ha hecho destruir: pero tambien de allí es desalojado por los nuestros, que ya no encuentran obstáculo que se les resista; y mientras el ya aturdido y desconcertado duque de Dalmacia, dejando en descubierto el camino de Burdeos, contra las instrucciones espresas de Napoleon, huye hácia Tarbes en busca del socorro que pueda darle el de la Albufera, nuestros aliados penetran en Burdeos, donde se proclama la restauracion de los Borbones, y donde son recibidos con plácemes y festejos los ingleses. Hace todavía Soult algunos amagos de resistencia, pero la verdad es que el temor le pone espuelas, y al paso de verdadero fugitivo avanza cuanto puede, desembarazándose de todo lo capturado, hasta ganar á Tolosa, donde se atrinchera y fortifica. En pos de él siguen los aliados; dificultades grandes les ofrece el paso del rio, mas no hay estorbos bastantes á impedir que crucen el Garona los que habian cruzado el Adour, ni hay atrincheramientos que intimiden á los aliados y los retraigan de dar el ataque.

La célebre batalla de Tolosa y el Ꭹ gran triunfo que en ella alcanzaron los aliados, fué tambien la última humillacion del mariscal Soult, de aquel orgulloso lugarteniente de Napoleon en España, del que en la jactanciosa proclama de San Juan de Pié-de-Puerto hacia unos meses habia ofrecido á su ejército celebrar el cumpleaños del emperador en Vitoria, y reconquistar en poco tiempo la península ibérica, cuya

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