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no. ¡Inaudito principio de moral cristiana, hacer un crímen del cariño conyugal, y castigar con fuerte pena el santo amor del matrimonio!

¿Y con qué derecho dictaba Fernando tan cruel y despótica medida? Que la Regencia y las Córtes españolas hubieran sido rigurosas, como lo fueron, con los que habian tenido la desgracia de mostrarse partidarios del intruso, ó la debilidad de aceptar de su gobierno mercedes, empleos ú honores, entiéndese bien, y era muy propio del celo patrio y del espíritu hondamente español que las animaba. ¿Pero con qué título se ensañaba Fernando con los que no habian hecho sino seguir su mal ejemplo?

Mas terminemos yá, y no prosigamos en tan amargas reflexiones. Hemos apuntado, y era lo que nos proponiamos, las causas que de una y otra parte cooperaron á la súbita y violenta destruccion del edificio constitucional, con tanto patriotismo y abnegacion levantado por los legisladores de Cadiz, y las que hicieron que tuviera tan infelíz remate el mas heróico, el mas glorioso, el mas brillante período de nuestra historia moderna.

XIX.

Nos hemos detenido en el exámen crítico de esta época más de lo que pensábamos, y más tal vez de lo que era propio y exigian las proporcionales dimensiones de una historia general. Sírvanos de disculpa su inmensa importancia, la 'magnitud y calidad de los sucesos, y la consideracion de haber sido el período en que se inauguró y tuvo principio la verdadera regeneracion de España, la verdadera transicion de una á otra edad de la vida social española, la verdadera transformacion del estado político y civil de nuestra patria.

Que si al pronto, por la vituperable voluntad de un monarca ingrató, y por la fascinacion lamentable de un pueblo avezado á los hábitos envejecidos de una educacion oscura y de una viciosa organizacion, se desplomó la obra de los innovadores, y sobre sus ruinas se restableció la antigua monarquía, no con la tolerancia de los mas recientes reinados, sino con todo el aparato despótico de los mas rudos tiempos,

todavía la idea liberal, aun durante la férrea dominacion del mismo Fernando, renació mas de una vez de sus mismas ruinas, como tendremos ocasion de ver cuando tracemos la triste historia de este reinado. Todavía más de una vez, reproduciéndose como el fénix de sus propias cenizas, resucitó con bastante fuerza para arrojar la losa fúnebre del despotismo que sobre su cadáver pesaba, aunque para caer de nuevo exánime á los golpes de la máquina de mucrte que los satélites de la tiranía tenian siempre y sin cesar funcionando. Todo el reinado de Fernando fué una lucha perenne, ó con escasos períodos de tregua, entre el rancio sistema de oscurantismo y de terror de los anteriores siglos, y la doctrina de espansion y de luz que produjo las nuevas instituciones nacidas en la gloriosa época de la revolucion y de la independencia de España.

En la historia de ese reinado, que con la ayuda de Dios habrémos de hacer, y en esa lucha fatal, que pudo ser innecesaria, veremos con dolor muchos martirios, y nos mortificará el olor de la mucha sangre que se vertió en los campos y en los cadalsos. Mas como la sangre de los mártires fructifica siempre en vez de esterilizar, veremos reverdecer la misma planta que al calor exagerado y ardiente del fuego y del hierro se intentaba secar y consumir. Siempre que resucitaba y era proclamado de nuevo el sistema liberal, revivia bajo la forma y estructura que TOMO XXVI.

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se le habia dado en Cádiz, con las imperfecciones que hemos notado, y que eran hijas de las circunstancias y de la inesperiencia; pero no se conocia entonces otro símbolo de libertad que aquel código, y tomábase como el emblema que representaba el principio opuesto al gobierno tiránico que le habia reemplazado, y que tan duramente se hacia sentir. Aunque los hombres de mas ilustracion, aunque sus mismos autores reconocieran sus defectos, no hubo ni sosiego ni oportunidad para enmendarlos. Era menester para ello más suma de esperiencia, una época mas favorable, y mas propicia disposicion de parte del gefe del Estado. No era posible alcanzar esta feliz coyuntura mientras ocupára el sólio español un príncipe de los instintos liberticidas de Fernando VII. Pero la Providencia, que vela por la suerte de las naciones, habia decretado que lucieran para España dias mas claros y felices, cuando rigiera sus destinos el tierno vástago que estaba destinado á sucederle en aquel trono.

Confesamos que miraríamos como una desgracia, si tuviéramos la fatalidad de haber de terminar nuestra historia con la de un reinado infeliz, que no podria dejar al autor y al lector sino impresiones amargas y repugnantes sensaciones. Y pedimos á Dios, ya que cerca del término natural de la empresa que hemos. acometido se interpone un período tan funesto, y en cuya narracion no nos ha de ser posible emplear el lenguaje agradable de la alabanza y del aplauso, y sí

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con frecuencia el de la censura y el vituperio, nos conceda al menos los dias y la tranquilidad de ánimo que hemos menester para trasmitir tambien á la posteridad, en aliviò y compensacion de aquellas ingratas imlos rasgos presiones, siquiera los hechos principales y característicos de este reinado en que vivimos, tan grandioso como mísero fué aquél, tan brillante como aquél fué tenebroso y sombrío, tan fecundo en glorias como aquél fué abundante en indignas ruindades.

Que parece haberse propuesto la Providencia mostrar al mundo cuánto puede cambiar en una sola generacion, en un solo grado de sucesion, el carácter natural de un individuo y la condicion social de un pueblo. Quiso que á un príncipe vulgar y mezquino en sus ideas, miserable en sus aspiraciones, y falaz en sus promesas, sucediera en el trono de España una princesa magnánima y generosa en sus sentimientos, grande y noble en sus miras, elevada y digna en su proceder; que á un rey fanáticamente reaccionario, duro opresor de su pueblo, perseguidor sistemático de los hombres eminentes en civismo y en saber, sucedierauna reina protectora de la espansion del pensamiento y de la libertad razonable en la emision de las ideas, madre cariñosa de sus súbditos, y cuidadosa de ensalzar y de agrupar en derredor de su trono á los mas ilustres y esclarecidos ciudadanos; que á un padre desnaturalizado y desagradecido sucediera una hija bondadosa y benéfica; que á un monarca dado á los

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