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rez, cuyas orillas vieron correr la infancia de aquel Méndez Núñez que en nuestros tiempos, con su frase romana y su virtud cantábrica, resucitó la tradición de los héroes legendarios; cuna gloriosa de los audaces nautas Bartolomé de Nodal y su, hermano Gonzalo, que descubrieron el cabo de Hornos; de Payo Gómez de Charino el almirante, de Sarmiento el anticuario y del escultor Hernández; patria también de los Montenegro, á cuya casa dió origen la misma bellisima leyenda que en mi tierra catalana se cuenta de un conde de Barcelona y una emperatriz de Alemania: Pontevedra, tierra de promisión, como la llamó Romero Ortiz en su discurso de Juegos Florales, que descuella entre todas las poblaciones de la región galaica y que parece haber reunido en su seno todos los encantos y bellezas de la privilegiada Galicia: Pontevedra, ciudad que estoy destinado á añorar mientras viva, y lo digo con el verbo catalán que algún día aceptará la Academia, porque con ser tan rica la lengua castellana, no tiene verbo para sustituirlo; Pontevedra, de la cual me veo obligado á partir con dolor y de la que, á ser posible, quisiera alejarme andando hacia atrás para dar á mis ojos más tiempo de gozarla y á mi corazón más espacio de sentirla.

LA TIERRA ÇATALANA

DISCURSO

LEÍDO DESDE LA PRESIDENCIA DE LOS JUEGOS FLORALES DE REUS.

(MARZO DE 1893.)

SEÑORES:

Debido á mis canas, que no ciertamente á mis méritos, vine á ocupar este alto sitial y á presidir este noble jurado, compuesto de ilustres y dignos compañeros. Sólo esta circunstancia pudo ofrecerme la ocasión y la honra de dirigir hoy mi palabra á la selecta sociedad que llena este local y que viene a favorecernos con su asistencia, á premiar con sus aplausos la victoria de los que sobresalen en estas lides del talento y del ingenio y á conmemorar este día, que será para siempre célebre en lo venidero y en los anales de Reus, por ser aquel en que esta ciudad insigne levanta un monumento al caudillo de nuestras libertades, al general Prim, á quien pudiera llamarse el Africano como al caudillo de Roma, destinado por la grandeza de sus hechos á vivir en la historia, que es la patria de los muertos ilustres, y en la leyenda, que es la epopeya de los hombres extraordinarios.

Cada vez que, abandonando el vórtice de la corte y la fiebre de la política, vengo à respirar los aires de mi tierra natal, se ensancha mi corazón, mis pulmones se dilatan y la mente se encumbra con esos ambientes oxigenados de libertad y ante esos espacios refulgentes de nuestra esplenderosa Cataluña, noble y sagrada tierra española en que Dios me concedió la gloria de nacer y donde espero que me otorgue el consuelo de morir.

Aquí, ya otra vez lo dije en ocasión solemne y

ante literario concurso congregado á orillas del Lérez; aquí, en esta nuestra Cataluña, es donde existen aquellos hombres de honor y aquellas tierras de libertad que de seguro conservarán siempre la respetabilidad de su conciencia los unos y las otras la integridad de su gloria, mientras permanezca en pie un solo resto y sólo un vestigio de aquellos antiguos monumentos cuyo destino es el de hablar con la fonográfica voz del pasado á las presentes y futuras generaciones.

Todavia aquí, Adelantado de las tierras catalanas y frontero al Pirineo, alza su ennegrecida frente el castillo de Monzón, vigilando la villa que por espacio de siglos fué cátedra, y también catedral, de usanzas y libertades parlamentarias; desde cuyos muros se descolgaban un día, favorecidos por la noche y la fortuna, dos ilustres y gallardos mancebos, uno, el conde Berenguer, para ir á Provenza que le debió su libertad y su grandeza, otro, D. Jaime, llamado más tarde el Conquistador, para ir á sentarse en el trono de la Corona de Aragón, que con él y por él dió comienzo á la epopeya pasmosa de sus empresas y conquistas.

Aqui florecen, ricas en luz y en vida, doradas por el sol y favorecidas con el beso de las marinadas del Mediterráneo, las históricas comarcas que, obedeciendo á leyes de raza y de lengua, se extienden desde los Pirineos, donde es eterna la nieve, hasta los jardines de Valencia, constantemente embalsamados por el azahar, y hasta los africanos palmares de Elche y de Murcia. Aquí discurren por entre campos de flores y misteriosas umbrías, ya regando amorosamente valles amenos encerrados entre montes célebres, ya despeñándose en sonantes cascadas, ríos caudalosos de nombre latino, alguno de los cuales, como el Segre, tiene el triste privilegio de nacer en tierras donde aun existen las casas solariegas y las tumbas de nuestros padres,

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