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ilustre à quien las balas habían respetado en el combate, á quien la Providencia reservaba para el porvenir de España, en quien la patria esperaba con segura confianza, y cuya desastrosa muerte varió quizá por completo los destinos de la nación española.

Pero olvidemos esta tristisima página de nuestra historia contemporánea, como no sea para llorarla con sangre, no con llanto, y para tener en cuenta que puede servir en lo venidero de suprema lección y recordanza eterna.

Hoy es día de júbilo y de gala. Arden en fiesta las calles y en gozo las almas.

La patria que coronó á Prim en Madrid con los horores del Panteón, le corona hoy en Reus con los laureles del monumento. Grande enseñanza también para que todos aprendan á saber que quien en vida honró á su patria, honrado es por ella en muerte, dándole la vida eterna de la inmortalidad y de la gloria.

Quien tanto tuvo de soldado como de capitán, de guerrero como de político, de orador como de diplomático, de tribuno como de hombre de Estado, sobresaliendo en todo, es hoy encumbrado por su patria á las palmas del Capitolio; y allá le vemos, allá, vagar por los espacios, imagen querida y figura esplendente, que se ofrece á nuestros ojos, luminosa y fulgurante, como así aparecerá en las páginas de la historia, dentro de un nimbo de luz, con arreboles de gloria y con la sien ceñida por el laurel de España.

LAS GLORIAS DE ARAGÓN

DISCURSO

LEÍDO EN ZARAGOZA, COMO PRESIDENTE DE LOS PRIMEROS JUEGOS FLORALES QUE SE CELEBRARON EN DICHA CIUDAD, EL DÍA IO DE OCTUBRE DE 1894.

SEÑORES:

No me consideraria digno de ocupar esta sede, ni con autoridad para presidir este certamen, y creeria también faltar á uno de mis deberes más sagrados, si, antes de inaugurar esta fiesta literaria con mi pobre palabra, no enviase un saludo de amor, de cariño, de honor y de respeto, concentración, más que expresión del alma, á la ciudad de Zaragoza, la siempre noble y la siempre heroica Zaragoza, que no es como otras ciudades la capital. de una provincia, sino que es á un tiempo capital, cabeza, corazón y alma del pueblo aragonés.

Salud á Zaragoza la inmortal, la bien nacida, la nunca domada, la de opulenta historia, la que marchó siempre por el camino de la lealtad, del honor y del deber; la que tiene en ella sola tantas glorias como puede tener el reino más poderoso con todas sus ciudades y provincias; aquella que es augusta con los Césares, imperante con los Reyes, omnipotente con sus Cortes, grande con sus repúblicos, soberana con sus leyes, magna con sus Municipios, mártir con su Engracia, heroína con sus hijos, santa con su Virgen del Pilar; la que es crónica viva de enseñanzas, templo suntuoso de libertades, ara de virtudes, atalaya de glorias y archivo y monumento de cortesía y de honores.

¡Oh Zaragoza, aquella á quien el Ebro, después de dar nombre à España, viene á rendir el homenaje y el tributo de sus aguas, como si quisiera así

reconocerla por la ciudad más alta! Zaragoza de mis años juveniles y de mis azaradas mocedades, cuando yo venia aquí á buscar luz, calor y vida, y cuando hallaba aqui congregada aquella pléyade de claros ingenios y excelsos literatos, ya todos por malaventura desaparecidos, especie de hueste sagrada, falange aragonesa, respetable por sus alardes de combate, poderosa por la superioridad de su talento, irresistible por la fe que todos ellos tenían en los grandes ideales de amor, de progreso, de luz y de libertad para la patria.

Alli aparecía Manuel de Lasala, varón de convicciones profundas y firme voluntad, glorioso autor del Examen histórico-foral de la Constitución aragonesa, libro que pertenece al género de los que se leen con deleite y se estudian con provecho.

Alli Gil y Alcaide, el entusiasta, generoso hasta en sus derroches de ingenio, quien, al dirigir una carta en verso al duque de la Victoria, cuando éste se encontraba más combatido y maltratado, le decía con arrogante frase, que tuvo fortuna y metió ruido:

Venid, duque, á Zaragoza,
y seréis rey de Aragón.

Alli Sepúlveda, que ya daba entonces á conocer sus talentos administrativos; alli Angel Gallifa, cuyo recuerdo no deben olvidar los buenos patricios; allí Miguel Agustin Principe, á quien su primer drama abrió una carrera de triunfos; allí Huici, el inspirado poeta; alli Braulio Foz, el severo historiador y sabio catedrático, llamado por los catalanes, en el ocaso de su vida, à presidir los Juegos Florales de Barcelona, como en el ocaso de la mía he sido yo llamado por los aragoneses al alto honor de presidir los de Zaragoza.

Allí muchos otros, todos los que se agrupaban en torno de una revista literaria que, si mal no re

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