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Aguiana y otras que en El señor de Bembibre se leen; descripciones, en efecto, dignas de la loa que les consagra Humboldt, y que tienen todavía mayor mérito: el de estar escritas en excelsa prosa castellana que, cuando se maneja como en estos pasajes lo hace Enrique Gil, no tiene rival en ninguna otra del mundo.

Termina el primer volumen con la leyenda El lago de Carucedo, que se publicó el año 1840 en las páginas del Semanario Español. Es una leyenda romántica, con todas las bellezas y también con todos los defectos de aquella escuela, elegantemente escrita y en la que el autor halla la manera de referir, como de pasada, dos grandes acontecimientos que conmovieron el mundo: la conquista de Granada y el descubrimiento de América; hechos demasiado grandes para ser contados como detalle episódico de una leyenda, aun cuando no debe negarse que están introducidos en ella con naturalidad y con arte.

Componen el segundo volumen de las Obras de Enrique Gil todos los escritos varios en prosa que del autor se han podido recoger, artículos de crítica literaria, de costumbres y de viajes, magistralmente escritos algunos de ellos, y revelando todos la profundidad de conocimientos que poseía Enrique Gil, su espíritu crítico y observador, su severidad de razonamiento, la galanura y lozanía de su estilo, la brillantez de sus descripciones y el estudio imparcial y severo que sabía hacer de los hombres y de las cosas.

El señor de Bembibre y El lago de Carucedo son obras pasajeras y mortales al lado de los artículos que forman este segundo volumen. Sucede con Enrique Gil algo parecido á lo que con Larra. Las obras que con más afición y cuidado escribió están quizás destinadas á morir más pronto que aquellas nacidas sólo de la impresión del momento y escri

TOMO XXXII

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tas al volar de la pluma, para cubrir perentorios compromisos de la prensa periódica.

En resumen: la opinión del que suscribe, salva la ilustradisima y superior de la Academia, es que las Obras en prosa de Enrique Gil están comprendidas dentro del decreto de 12 de Marzo de 1875, mereciendo que el Gobierno tome el mayor número de ejemplares posible para aumentar con ellos el tesoro de las Bibliotecas públicas.

Madrid 31 de Enero de 1884.

DISCURSO DE CONTESTACIÓN

AL QUE LEYÓ EL EXCMO. SR. D. EDUARDO BENOT

EN LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, EL DÍA DE SU RECEPCIÓN

(14 DE ABRIL DE 1889)

SEÑORES ACADÉMICOS:

Acabáis de oir el discurso que el Sr. D. Eduardo Benot ha presentado para tomar posesión del puesto á que le elevasteis. Basta oir su lectura para que se comprenda, por vuestra parte, la justicia con que le elegisteis; por la suya, la indispensable autoridad con que se presenta.

Después de larga y laboriosa vida consagrada al estudio y á la divulgación de los progresos humanos, amparado por su brillante historia literaria, el señor Benot viene á recoger la medalla con que honraron su pecho y á ocupar el sillón en que sucesivamente fueron sentándose Pedro Escotti de Agoiz, Miguel Gutiérrez de Valdivia, Juan de Iriarte, Pedro de Silva, Francisco Antonio González, José de la Revilla, y últimamente Cándido Nocedal, á cuya buena memoria, haciéndose intérprete de los sentimientos de la Academia, rinde el señor Benot el tributo debido, en cumplimiento de la loable y piadosa costumbre que la Academia ha querido siempre conservar. Así sucede que estas grandes solemnidades académicas tienen doble objeto y alcanzan doble mérito. Así sucede que la gloria del recién llegado se une al recuerdo del que se ausentó para siempre, y el primer acto del nuevo académico es el de tributar un homenaje á su antecesor, prolongando de este modo el eco de sus glorias, de sus méritos y de sus virtudes.

Bien venido sea el nuevo académico. Inteligente,

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