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Amante entusiasta de las letras y protector decidido de las ciencias fué D. Alfonso de Aragón, el V de su nombre, al cual la posteridad ha llama-. do el sabio y el magnánimo. Hijo fué de aquel don Fernando de Antequera, á quien el compromiso ó el Parlamento de Caspe sentara en el trono de la Corona de Aragón, y se había educado en la corte de Enrique III de Castilla y de la gobernadora de aquel reinado Doña Catalina.

Contaba sólo veintidós años cuando en 1416 entró á suceder á su padre D. Fernando, y desde el comienzo de su reinado puso todo su pensamiento en asegurar sus países de Sicilia y de Cerdeña, atendiendo principalmente á las cosas de Italia, como aparejadas para que de ellas se siguiesen grandes empresas. Efectivamente, D. Alfonso pasó gran parte de su vida en Italia, y, después de haber conquistado Nápoles, se estableció en aquel hermoso país, viendo deslizarse tranquilamente su vida bajo el puro cielo de la antigua Partenope, hasta que fué á sorprenderle la muerte en brazos de su gentil amiga Lucrecia de Alanyó, mientras su legitima esposa, la olvidada Doña María, hermana del rey de Castilla, permanecía en tierras de Aragón rigiendo con prudente acierto aquellos reinos, como de ellos lugarteniente y gobernadora.

Al establecerse en Nápoles D. Alfonso, con él se fijó asimismo en aquel bello país su corte famosa de sabios, de oradores y de poetas, con quienes el monarca aragonés departía alegremente, tomando

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parte en sus literarias y científicas contiendas y presidiendo los certámenes y academias que bajo su augusta protección se celebraban. Componían esta corte literatos catalanes, aragoneses, castellanos é italianos. Los primeros y segundos, que así manejaban la pluma como la espada, y que harto acostumbrados estaban á soltar á cada instante la una para empuñar la otra, habían ido á Nápoles siguiendo las gloriosas banderas de D. Alfonso y formando parte de aquel victorioso ejército catalánaragonés, cuya merecida fama de hazañoso se habia extendido por todo el mundo; habían acudido ȧ refugiarse en su corte los terceros, seguros de la protección del sabio monarca, huyendo de la tierra de Castilla, de donde se apartaban proscritos para no ser víctimas de la tirana dominación del favorito D. Álvaro de Luna; y formaban parte los últimos de aquella gallarda generación italiana que se había apresurado á admitir jubilosamente al rey don Alfonso, viendo levantarse con aquella nueva dinastia la aurora de sus renacientes destinos. Asi, en maridal consorcio, bajo los artesonados del palacio de D. Alfonso, los acentos de la todavía entonces imperfecta habla castellana se mezclaban á los dulces y armoniosos ecos escapados de las arpas lemosinas; y catalanes y castellanos interrumpían á intervalos sus decires y cantares para escuchar las melódicas inspiraciones de los hijos del Lacio, ó aplaudir las ciceronianas arengas que en la lengua de Tito Livio pronunciaba su ilustre protector, cada día más aprovechado en los estudios que emprendió bajo la dirección del Panormita.

Según dice el poeta aragonés Pedro de Santa Fe, en una de sus poesías escritas en loa del rey D. Alfonso, éste era:

Ardit, franco é donoso,
liberal et plazentero,
buen senyor et companyero,

et bravo et muy omildoso:
blanco et assaz orgulloso;
del gesto muy desatado;
firme, quedo et atestado,
manso et do cumple sanyoso.
Quito de toda malizia,
en grandezas perzebido,
en el consejo entendido,
igual en toda justicia;
excusador d' avarizia,
enemigo del avaro,

llano, manifiesto et claro.
non vasallo de cobdizia.

También el famoso marqués de Santillana se ocupa largamente de D. Alfonso en su Comedieta de Ponza, y después de decir de él que era un verdadero rey caballero y lucero de la guerra y de la milicia, añade:

Este desdel tiempo de su puëricia
amó las virtudes é amaron á él;
venció la pereza en esta cobdizia,
é vió los preceptos lel Dios Hemanuel.
Sintió las visiones de Esechiel
con toda la ley de sacra dottrina;
pues quien supo tanto de lengua latina,
ca dubdo si Maro se eguala con él.

Las sillabas cuenta é guarda el acento
producto é correpto; pues en geometría
Euclides non vo tan grand sentimiento,
nin fizo Athalante en astrología.
Oyó los secretos de filosofia,

é los fuertes passos de naturaleza:
obtuvo el intento de la su pureza,
é profundamente vió la poesía.

Estos versos del marqués de Santillana, escritos en 1435, demuestran el error en que cayeron algunos escritores que, por exagerar el efecto producido en el ánimo del rey D. Alfonso por el espectáculo de Italia, aseguran que hasta la edad de cincuenta y de sesenta años no emprendió el estudio de la gramática y de los clásicos.

TOMO XXXII

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El analista Zurita, á quien sin duda se ha interpretado mal, es quien ha contribuido á propagar este error, diciendo de D. Alfonso: «Tuvo en su ve»jez ordinaria lición de los autores más excelentes "que escribieron las memorias del principio y "aumento de la república romana; y era su palacio, "entre las otras grandezas que se representaban en »él, una escuela de los más señalados oradores que "hubo en su tiempo."

No quiere decir esto, en mi entender, que sólo cuando viejo comenzó para D. Alfonso la afición á los estudios, no. Desde joven, desdel tiempo de su puëricia, como dice el marqués de Santillana, se mostró D. Alfonso inclinado á las letras, sólo que la afición fué creciendo con los años, y en los últimos de su vida dedicóse á ellas más particularmente, libre de las empresas militares que antes le ocupaban y viéndosele entonces emprender con empeño el estudio de los autores clásicos, perfeccionándose en la lengua latina bajo la dirección del afamado Antonio Panormita, docto maestro en las letras clásicas.

Y no me fijo sólo en el dato que nos ofrece el marqués de Santillana para asegurar esto. Otro poseo, que no da lugar á dudas.

Tengo hallado, registrando archivos, que en 9 de marzo de 1416, es decir, un mes antes de subir al trono de Aragón por muerte de su padre, D. Alfonso, príncipe á la sazón todavía, autorizaba á los jurados de Gerona para fundar en aquella ciudad una universidad ó estudio general, en el que se enseñasen moral, ciencias naturales, cánones, leyes y cualesquiera otras facultades, con los mismos privilegios y exenciones que gozaban las demás universidades de los reinos de Aragón y Valencia y principado de Cataluña.

Este dato comprueba la afición de D. Alfonso á los estudios desdel tiempo de su puëricia.

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