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AL CONGRESO

El ilustre Jovellanos, en una de esas importantes Memorias con que ha enriquecido la lengua castellana y nuestra historia literaria, sentó como tesis que la instrucción pública es el primer origen de la prosperidad social. Y aquel varón eximio, cuyo sereno y sobresaliente criterio y cuyo acrisolado patriotismo jamás pudieron poner en duda ni los aduladores del poder ni los cortesanos de las turbas que tanto le persiguieron, desarrollaba este tema con la lucidez y la conciencia, con la autoridad y justificada probanza que resplandecían en todos sus discursos, y que acababan siempre por imponerse al discernimiento y á la razón de los hombres instruídos y pensadores.

Ya también, tres siglos antes que Jovellanos, un modesto y obscuro conceller de Barcelona había dicho: «<Fundemos muchas escuelas, que el día que las escuelas sean grandes, las cárceles serán pequeñas”; pensamiento y frase notables ciertamente, y que bien merecían pasar á la posteridad con el nombre de su autor, por mala ventura ignorado, ya que las actas del Municipio en que se ha recogido esta noticia se redactaban con aquella sobriedad, discreción y laconismo que tanto distinguía á los antiguos catalanes, más cuidadosos de consignar ideas que de citar personas.

Sobre estas dos tesis, que se completan, la del desconocido conceller barcelonés del siglo xv y la

del insigne estadista que floreció á últimos del pasado y comienzos de éste, pudieran escribirse volú

menes.

No lo hará, empero, el Diputado que suscribe, pues que, dejando aún aparte su insuficiencia para el caso, nada nuevo puede decir que de antemano no sepan los esclarecidos miembros de esta Asamblea, nada que antes, y con gran lucimiento, no se haya dicho y expuesto desde lo alto de esta tribuna parlamentaria, en la cual se sucedieron hombres públicos de todos los partidos políticos para esclarecer y dilucidar con sus ideas y proyectos, su talento y su elocuencia, este problema que ha fijado, y ha de fijar más todavía, la atención de aquellos Gobiernos que son previsores y desean marchar con el siglo y su progreso.

Que la instrucción pública debe ser considerada como el primer origen de la prosperidad social, verdad inconcusa es hoy para todo el mundo, aun cuando en tiempo de Jovellanos, según su explícita y propia confesión, no estuviese todavía bien reconocida, ó, por lo menos, bien apreciada. También es verdad hoy para todo el mundo la tesis del conceller barcelonés respecto á que la estadistica criminal va disminuyendo en proporción que aumenta el progreso de la enseñanza y se difunde por todas las clases la luz espléndida de la instrucción.

Pero falta aún que sea verdad para todos otra cosa que solamente lo es todavía para un reducido número. La atención no se fija quizá lo bastante en este punto para comprender que se trata de un servicio del Estado, esencial y especialmente reproductivo, de tal manera que en él, aun cuando parezca paradoja, cuanto más se gasta más se cobra.

Los productos de la Hacienda, las rentas del Estado irán creciendo á medida que la instrucción se vaya desarrollando; á medida que las escuelas y las cátedras vayan formando esos grandes grupos y

esas grandes húestes de soldados del trabajo que han de constituir el ejército de la paz; á medida que se planteen, afirmen y desenvuelvan esas escuelas industriales de que hoy no tenemos más que efímeras muestras; à medida que las escuelas nos den aprendices, oficiales y maestros al propio tiempo que licenciados y doctores, desarrollando la inteligencia, espoleando la actividad, difundiendo la enseñanza, facilitando recursos, ensanchando horizontes, creando instituciones, abriendo caminos y derroteros nuevos á la comunidad social; en una palabra, realizando aquel milagro de la Biblia, puesto allí sin duda para simbolo y enseñanza de futuras generaciones, el milagro de herir la peña para que brote el manantial de vida que ha de dar con ella, aliento y fortaleza al pueblo que en brazos del progreso marcha á cumplir sus destinos.

España no puede rivalizar hoy en este punto, como debiera, con las naciones más civilizadas.

En los Estados-Unidos y en Suiza la asistencia á las escuelas es de 96 á 98 por 100. En los Estados alemanes es de 99. En España no puede saberse á ciencia cierta, pero todos los datos inducen á estimar que no pasa mucho de un 50 por 100.

Poco tiempo hace que en Alemania, al encargarse cierto coronel del mando de un regimiento, halló que en un contingente de 800 reclutas había dos que no sabían leer, y parecióle tan raro y singular el caso, que mandó abrir información y expediente para averiguar las causas que habían motivado tan grave y punible falta.

Pues bien, ante estos y otros ejemplos de noble emulación que citar se pueden, es preciso que España, haciendo un esfuerzo, recobre el tiempo perdido en estériles luchas, y recordando que esta es la vía más ancha y principal por donde se camina. á la civilización, á la libertad y al progreso, ocupe el puesto que le corresponde y á que la llaman la

grandeza de sus miras, la necesidad de realizar sus destinos, la transcendencia de sus ideales, la aptitud de sus hijos, el porvenir de su causa, y, sobre todo, sus grandes y maravillosas tradiciones literarias, que pertenecen al más puro y patriarcal abolengo.

Porque es preciso decirlo y consignarlo, ya que desgraciadamente no se nos hace en este punto la justicia à que tenemos derecho. De la España militar y emprendedora se habla en todas partes, pero no en todas de la España intelectual, siendo así que en letras y en artes tiene glorias que rivalizan con las otras, cuando no las superen en mucho.

No es sólo por el resonar de nuestras armas y por el retemblar de la tierra al paso de nuestras legiones, con lo que hemos hecho estremecer al mundo en retumbante estruendo. Algo más resonaron en él, y con más duraderas repercusiones ciertamente, la voz de nuestros filósofos, la lira de nuestros poetas, la elocuencia de nuestros oradores, las ideas de nuestros inmortales, el rumor de nuestros talleres y la gloria de nuestros pintores, de aquellos pintores y de aquellos artistas á quienes bastaba aparecer para crear escuela.

No pocas de las naciones que hoy miran á España con desdén, estaban sumidas en la barbarie, ó poco menos, andando muy rezagadas en el camino de los progresos humanos, cuando ya España se elevaba entre nubes y aureolas de gloria formadas por el incienso y la luz de sus escuelas y de sus artes. Ahí están sus Reyes, que sólo abandonaban la espada del conquistador para escribir con la péñola del sabio las historias de sus tiempos, ó pulsar la lira de los vates con que acompañaba sus inmortales cantigas; ahí están los próceres como D. Enrique de Villena y el Marqués de Santillana, si ilustres por la cuna, más por las letras; príncipes de la sangre como el de Viana, y principes del ingenio como Cervantes, y Calderón, y Lope, y toda

aquella progenie insigne de literatos cuyos nombres han pronunciado todas las lenguas del mundo; ahí filósofos como Arnaldo de Vilanova y Ramón Lull, que heredaban, aquende los Pirineos, el espiritu de la revolución y de la reforma meridionales, que, allende, se llevaban el Dante y el Petrarca; ahí Universidades como la de Salamanca, Mater dilectissima, de donde salían los doctores, dueños de la ciencia aquí desde San Isidoro conservada, á contender con los sabios de Bolonia; como la de Lérida, que comenzó con el siglo xiv y que enviaba á sus estudiantes á sentarse en la Sede Pontificia; como la de Alcalá de Henares, la Complutense, la del gran Cisneros que acogía y amparaba á aquellos pobres artistas impresores á quienes la Sorbona, deseando abolir el arte de la imprenta, hacía condenar á muerte obligándoles à abandonar la Francia; ahí también talleres como los de Segovia, y de Córdoba, y de Barcelona, donde los oficios llegaban á tomar la importancia de bellas artes; ahí escuelas esplendorosas como las de Velázquez, el Cervantes de la pintura, y de Murillo, el poeta más inspirado del idealismo cristiano; ahí, finalmente, idiomas ya formados, cuando estaban los otros todavía en su infancia, como esa magistral y superior lengua castellana, en torno de la cual, lo que no sucede con otra alguna, se agrupan cinco otras lenguas y literaturas regionales é ibéricas, formándole una atmósfera de luz y un cerco de refulgentes nebulosas.

Ningún país tiene en su pasado una historia literaria y artística tan gloriosa como España, y esto que pocas naciones hubieron de abrirse su camino en medio de más desastradas luchas y contrariedades.

Uno de esos escritores ingeniosos, acostumbrados á modelar frases y á darles celebridad y resonancia, ha dicho que España era un claustro. Mejor le cuadrara, en todo caso, el nombre de palenque, ya que estuvo muchas veces destinada á serlo de razas,

TOMO XXXII

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