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SEÑORES:

¡Espléndido día el de hoy para las letras catalanas! ¡Espléndida y gaya fiesta la de este año, con la que los Juegos Florales celebran sus bodas de plata!

Veinticinco años ha que inauguramos el Mayo de los poetas, restableciendo la fiesta de los Juegos Florales que por mala ventura cayera en decadencią, después de instituída por el Marqués de Villena, uno de cuyos descendientes debía instituir también más tarde la Academia Española en Madrid, como si fuese honrosa misión de aquella noble familia salida del tronco de los reyes de Aragón, la de unir la gloria de su nombre à la de las letras patrias; como si fuera sello de alianza, y destino. providencial de Cataluña y de Castilla, el deber á un prócer de la Casa de Aragón la primera y la más alta de sus instituciones literarias.

Veinticinco años pasaron ya. Hervia entonces la sangre en nuestras venas; chispeaban nuestros ojos, espejos del alma; enhiesta alzábamos la frente, en torno de la cual revoloteaban sueños de amor, de gloria, de poder y de fortuna; y era nuestro corazón el ara apoteósica donde ardia, viva siempre y siempre eterna, la llama de todos los grandes amores de la vida, el amor de la Patria y con él el de las libertades humanas, el amor de la Fe y con él el del trabajo y de la familia, y el Amor de los amores y con él el amor de la mujer, es decir el más

dulce y el más supremo de los amores; aquel que empieza con nuestra madre, la amada del corazón, para seguir con nuestra amiga, la amada de los ojos, y terminar con la compañera de nuestra vida, la amada del alma.

Pero ¡ay! las cosas cambiaron para nosotros. A las dulces atomilladas brisas del oloroso abril, suceden los nebulosos horizontes del otoño, cuando se marchan las golondrinas y llegan las melancólicas soledades del helado invierno, cuando las nieves se extienden por los campos y las tempestades por los aires. Por esto veis hoy ceñidas de cabellos blancos las frentes que se ornaron un día con los negros, y entristecidas las miradas que ardieron un dia al contacto de la chispa eléctrica que despedían los encendidos ojos de seductoras beldades. Todo cambió en nosotros, todo, menos el corazón. Y no es ciertamente que no lo hayan roido con sus dientes de fiera los dolores y las tristezas; y no es ciertamente que no hayan querido despedazarlo con sus garras de buitre los desengaños y las miserias; y no es ciertamente, tampoco, que no haya llegado á herirlo con su envenenado aguijón la ingratitud, que es la miseria más miserable de la vida; es que el corazón es la única cosa que se mantiene firme y virgen cuando todo decae en nosotros; es que el corazón, quizás por ser lo que más se acerca á Dios, es lo único que no muere en el hombre hasta que el hombre muere.

¡Qué pocos ¡ay! qué pocos son ya los que nos quedan de aquellos amigos cariñosos, hermanos de letras, que con nosotros restauraron el gayo Consistorio! Fueron muchos á esperarnos allí, alli de donde no se vuelve, allí donde van los sueños cuando nos despertamos, los amores cuando huyen, la luz cuando se apaga.

Partieron ya, y partieron para nunca más volver, aquél que con su seudónimo de árabe, y árabe él

mismo también en pasiones y en grandeza, hizo por largo tiempo las delicias de la sociedad barcelonesa en las páginas de nuestro secular Diario; aquel otro que, magistrado integérrimo, vino desde el banco azul de los ministros y desde las empeñadas luchas del Parlamento à presidir las más tranquilas y dulces de los poetas catalanes; aquel á quien, además de sus propias obras, han de hacer inmortal los versos que le dedicó el poeta de la musa indisciplinada, el villanovés Cabanyes, que le apellidaba Cintio y le dedicaba sus clásicas epistolas, confiándole con ellas los secretos de su alma; aquél, letrado insigne que fué espejo en las aulas, y defensor del derecho y de la justicia en los estrados; aquél también, excelso profesor y filósofo eminente á quien tantos discípulos beneméritos recuerdan con orgullo y con gloria; aquel artista, excelso asimismo, á quien llorarán siempre las artes catalanas, mezclando sus lágrimas con las de su hermano el sabio presidente de esta fiesta; y, por fin, toda aquella multitud, toda aquella cohorte de ilustres poetas y literatos, cuyas amadas é invisibles sombras acaso vagan en estos momentos por los anchos espacios de estas góticas arcadas, y de entre las cuales veo destacarse las esfumadas siluetas de algunos que vienen, que se acercan, que me miran, que me abrazan, que me hablan: el malogrado poeta de las islas que nos contaba lo que decía la golondrina; la tierna poetisa que hoy duerme su sueño eterno bajo los pinos del Vallés y que nos narraba los amores de Clemencia Isaura; el que en tristisimos cantos nos refería todos los desconsuelos y todas las soledades de su viudez; el ático periodista que escribia el castellano como maestro, legando á la prensa madrileña el recuerdo de sus crónicas parlamentarias, hoy aún en ella espejo y ejemplo; el otro querido periodista, sobre cuyas cenizas todavía calientes llora la prensa catalana; el autor de

obras clásicas, á las que hoy ponen prólogo los académicos de la Lengua de Castilla; el indómito escritor de forma pagana, de valiente originalidad, de cruda desnudez y de flagelante palabra; y aquellos otros dos, nacido el uno en las odoriferas florestas del Turia y el otro en las abrasadas llanuras del Urgel; aquellos dos, mis amigos del alma, mis hermanos del corazón, el concienzudo historiador de la sarracena Játiva, y el dulce cantor de la romana Ilerda.

Perdonadme, señores, y sobre todo, vosotras las seductoras damas que llenáis esta sala; perdonadme el recuerdo que acabo de consagrar á los que fueron. No quise con él entristeceros, no quise con él... pero, no, no; no nos entristece el recuerdo de los pasados, aun cuando sea en un día de fiesta y de gala como el de hoy. La memoria de los muertos queridos é ilustres, lejos de entristecernos debe sernos grata, que la sangre latina, la sangre romana corre por nuestras venas, y los viejos romanos tenían sus mejores paseos en las vias al borde de las cuales se alzaban los panteones y mausoleos de sus familias. Así era como los viejos latinos se entregaban á sus ocios, diversiones y deportes ante las tumbas de sus padres, para tener siempre presentes sus virtudes y su memoria.

Pero, ya os lo dije, hoy es día de amor y de gala. Salud, pues, gentiles y hermosas damas. Cada una de vosotras lleva consigo el lema de los Juegos Florales. ¿Por ventura no sois vosotras las que dais al artista la idea, la forma, la imagen? La Patria es la arrogante matrona de forma escultural y romano escorzo, que oprime con su pie las cadenas. de los esclavos y con su mano derecha, aferrada á las crines del león, refrena su bravura, mientras que con su izquierda, la mano del corazón, tremola al aire la bandera de las libertades nacionales y de la patria independencia. La Fe es esa virgen

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