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dispuesto para ver y recoger cuantos elementos de arte puede encontrar en nuestra sociedad.

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Toda esta educación artística ha tenido sus funestas consecuencias en el aspecto ideal del arte. El aprendizaje se ha hecho con una orientación de virtuosismo en todo aquello que tiene el arte de más mecánico. No se ha atendido con un cuidado y perseverancia grande á estudiar las especiales cualidades de cada futuro artista, para ir desenvolviéndolas y depurándolas, con el trabajo metódico propio de la Escuela; se le han corregido las faltas de mecanismo, de virtuosismo; pero nada se le ha dicho, ni nada se ha hecho para despertar en él la clara conciencia de su temperamento. Lejos de especializar el trabajo de la Escuela en esta dirección, se ha establecido el trabajo uniforme para todos; todos han hecho las mismas copias, todos han desarrollado las mismas clases de composiciones, hayan sido ó no adecuadas á su temperamento individual. Nada ha habido en ese aprendizaje que fuese el sorprender la vida anímica del hombre; ¡ni aun la corporal! ¡Siempre el modelo, y nada más que el modelo, de carne ó de yeso, poco importa al cabo y al fin!

No ha oído hablar de ideal más que como cosa vaga, como ensueño de poeta; ni con palabras ni con hechos se le ha dado conciencia clara que eso del ideal es muy otra cosa que ensueños y fantasías, sino el sentimiento de cada artista, ante la Naturaleza y la vida del hombre; el modo que aquél tiene de ver física y espiritualmente, los espectáculos de la primera, y los hechos de la segunda. Como no se le ha educado en este sentido, jamás la constancia en seguir un ideal ha sido la nota característica de la casi totalidad de nuestros artistas. Como esa educación viciosa no ha tendido á hacerlos sinceros, á decir en su arte lo que sentían y veían, jamás la sinceridad ha sido la nota característica de sus obras. Y así, éstas han ido realizándose con vaguedades é inconstancias de ideal, con ficciones y engaños más ó menos burdos y con una técnica todo puro mecanismo.

Por lo tanto, no debe extrañarnos haber visto en la pasada Exposición, como nota dominante, el ser los asuntos, ó un pretexto para lucir el artista una habilidad-que unas veces posee y otras no--, ó un medio para atraer la atención del público, ó una rutina en hacer lo que otros pensaron y realizaron, ó una ñoñez insípida de un acto de la vida que no se ha visto con esa mirada profunda propia de todo ar

tista; mirada que llega hasta el fondo esencial de un hecho, que sabe ver bien sus caracteres con una potencia de visión tal que éstos se agrandan enormemente, y que, así, al convertir en obra de arte un hecho humano ó un aspecto de la Naturaleza, concentra en él una grandísima cantidad de vida.

* * *

Otro hecho de una importancia trascendental para el arte ha seguido revelándonos la pasada Exposición; me refiero á la sobra de pintores y escultores y á la falta de artistas industriales. Aquéllos, la crítica y el público, no se han percatado bien de la importancia que ésta tiene.

Por un lado se pierden un cúmulo de actividades y de juventudes en las artes puras, que tendrían una adecuada colocación en las artes aplicadas; decayendo éstas cada vez más y más en el mercantilismo, la fealdad y la cursilería; y por otro lado, se deja de crear un ambiente artístico grande, que sature todos los momentos de nuestra vida. Se piensa-muy desacertadamente-que la educación artística del público se realiza sólo con las artes puras; la contemplación de un cuadro ó de una estatua se tiene como fuente de educación estética mucho mayor que una tela estampada ó tejida, un mueble, una pieza forjada, un cacharro de loza ó una porcelana. El espíritu democrático ha establecido el derecho que todos tenemos de gozar emociones artísticas; es el arte un bien de la vida, y todos hemos de disfrutar ese don. «Ahí están los Museos de Bellas Artesse nos dice-; sus puertas para todos están abiertas; usad de vuestro derecho.» Y son nuestros Museos como un parque enclavado en una gran capital, de callejas y plazas pequeñas y sucias, con un aire enrarecido. Todos los ciudadanos no pueden ir á respirar el aire puro del

parque y oxigenar bien sus pulmones. Pero ¿cuándo pueden hacer esto? ¿Cuántas veces al día? Para la inmensa mayoría de aquéllos ni una sola vez en veinticuatro horas, ni en una semana. La higiene se ha dado cuenta de que esos pulmones de las grandes capitales prestan escasos servicios para la higiene de sus habitantes; más que un parque de muchas áreas de extensión, vale el tener calles, plazas y casas anchas y bien ventiladas; es decir: que el ciudadano respire siempre aire lo más puro posible.

Eso debe hacerse con el arte. Haced que todas las cosas que nos rodean, por humildes que sean, hayan sido embellecidas por el arte;

nuestro ambiente estará saturado por él, y nuestro sentimiento esté. tico se desarrollará y afinará.

¿Cómo puede realizarse este milagro? Primeramente, llevando ese cúmulo de energías que se pierden en el campo de las artes puras, muchas veces sin fecundar una sola obra, al campo de las artes aplicadas; luego, educando á los artistas industriales en esa nueva orientación. Esta es obra también de la Escuela.

¿Y cómo cumple ésta hoy su misión en aquellos que van á pedirle enseñanzas? El pasado Certamen ha sido también muy elocuente para contestarnos á esta pregunta. Un número grande de sus expositores proviene de las Escuelas de Artes é Industrias: sus obras eran, pues, una manifestación del trabajo de éstas; otros proceden de las Escuelas de Bellas Artes: sus obras no se diferenciaban de las expuestas por los primeros. Todo esto es muy significativo. En primer término, estos hechos nos han revelado que para la producción de trabajos como los que hubo en la sección de Arte decorativo tanto importan las enseñanzas de unas Escuelas como las de otras. En las de Bellas Artes hemos visto en las páginas precedentes qué labor se hace, puramente académica, sin asomos de nada decorativo ni industrial; esto no es tampoco la misión de tales Centros docentes. Tenemos, pues, que la enseñanza de las Escuelas de Artes é Industrias son una mixtificación de las de Bellas Artes. Y como su índole ó naturaleza es muy distinta, á no tener más datos sobre la utilidad de las primeras, nos basta éste para convencernos de que no sirven para el fin que les es propio.

Claro es que esto nos revela de un modo muy evidente que, tanto los profesores como los alumnos, no se han percatado de la naturaleza propia de las artes aplicadas, ni en la técnica, ni en el ideal. Hacen labor decorativa industrial sin conocer la práctica de las industrias artísticas, y, así, son sus obras un absurdo. Alteran violentamente el equilibrio entre el elemento útil — representado por la labor industrial y el artístico, y en vez de ser éste un adjetivo de aquél, le elevan al rango de sustantivo, teniendo el trabajo industrial y la condición de utilidad de la obra, que quedar reducidos muchas veces á la expresión más mínima, que se traduce en hacer un chisme inútil para la vida ó un proyecto de trabajo de arte aplicado, irrealizable.

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Creen que la composición decorativa es, ó plagiar detalles de estilos pasados y hacer con ellos un cocimiento ó una mixtura, como decía el profesor Boito, ó coger elementos del natural y unos cuantos chirimbolos y agruparlos caprichosamente. Pasando una simple mirada sobre la sección de referencia, nos convencimos en seguida que,

salvo contadísimas obras las vidrieras de Maumejan, los carteles de Cidon y de Marco y los trabajos de cerámicaj de Zuloaga-, las demás, revelaban un completo desconocimiento de la técnica ornamental. Si se conocía algo la parte de metière, no se sabía nada dè la de artista decorador; frecuentemente, ni lo uno ni lo otro. Plagios de estilos pasados, el natural sin estilizar; las composiciones sin atender á los factores utilidad del objeto, material y procedimientos de ejecución de éste, eran las notas características de las obras expuestas.

El elemento ideal de éstas era también lo más pobre y absurdo que darse puede. La imaginación del artista decorador, ó era sustituída por ese plagio de los estilos históricos, ó por una seudofantasía caprichosa, hija de la ignorancia de la compenetración que debe haber entre el trabajo artístico y la técnica industrial. Así, toda aquella balumba de cosas que llenaban la sección citada, ni eran expresión fiel del carácter de vida contemporánea en sus usos (lo que podríamos llamar confort), ni en sus ideales; nada de lo que se llama la democratización del arte por las artes aplicadas.

Y como no revelaban nada de moderno, tampoco había sello, ni siquiera dato de orientación hacia lo nacional. Faltaba hasta un punto de partida en este sentido: ó era viejo ó extranjero el carácter de aquellas cosas; viejo nacido de la copia de un arte simplemente arqueológico, ó copia de cosas hechas modernamente en otros países; al cabo y al fin, siempre la expresión de tener que mal vivir de lo ajeno y nunca elaborar arte propio.

Yo hecho la culpa de esto, casi por completo, al espíritu pedagógico de nuestros profesores y á la reglamentación legal á que se subordina el trabajo de las Escuelas de Artes é Industrias.

¿Queréis convenceros de ello? En 1900 se hizo una gran reforma no por la calidad, sino la cantidad por de esos Centros docentes; en un Real Decreto y un Reglamento publicados en 4 de Enero de aquel año se consigna esa reforma hasta en los detalles más nimios; leed detenidamente uno y otro documento y veréis allí el espíritu académico, la rutina en copiar y plagiar lo ajeno, y el desprecio casi á las prácticas de la técnica de las industrias artísticas, informando todo esto hasta el detalle más insignificante de la reforma citada.

L

A LEYENDA DE SAGENFELD, POR MARK TWAIN (1).

I

El actual distrito de Sagenfeld era hace mil años un reino pequeñito, un reino de juguete. No turbaban su paz los odios, las envidias ni las guerras tan comunes y frecuentes en aquella remota y belicosa época, porque sus pobladores eran pacíficos é incapaces de hacer daño á nadie y gozaba siempre de un sosiego profundo, de un descanso ideal, porque el orgullo, la maldad, las desgracias y los crímenes no se daban en el interior de sus fronteras.

Al cabo de un largo y venturoso reinado murió el Monarca que regía aquel dichoso país y subió al trono su hijo Huberto, el cual era tan bueno, tan sencillo y tan noble, que el amor que las gentes le profesaban se convirtió en pasión, casi en idolatría. Los astrólogos leyeron en las estrellas su porvenir y descubrieron en aquel libro maravilloso la siguiente profecía:

«Cuando Huberto cumpla los catorce años ocurrirá un suceso importantísimo. El animal cuyo canto resuene con mayor dulzura en los oídos del Rey le salvará la vida, y mientras su casta sea honrada en el reino, la antigua dinastía no carecerá de herederos, ni las guerras, pestes y miserias se aposentarán en el país. ¡Evitad toda elección falsa!»>

(1) No es necesario hacer la presentación del célebre humorista americano Samuel Langhorne Clemens, conocido con el nombre de Mark Twain, porque su fama es universal. Nació en Florida, Missouri, en 1835. Las peripecias de su infancia las ha contado en el ingenioso libro titulado The Adventures of Tom Sawyer; las de su juventud en The Mississippi Sketches; las de su edad viril en multitud de cuentos y relatos entretenidísimos. Mark Twain es uno de los tipos literarios más originales de nuestra época; fué piloto en el Mississipí, secretario del Gobernador de Nebrasca, buscador de oro y redactor en Virginia City, en San Francisco y en las islas Sandwich.....

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