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por su situación meridional á las regiones ecuatoriales del Sudán, comienza el curso de un río que, por la anchura que se le concede, justifica la importancia de su caudal, y que por desembocar entre el punto en que se coloca la ciudad de Alejandría y las costas de Media, que por extensión deben definirse como las del Asia Menor, indica ser el Nilo.

La circunstancia de fijarse su nacimiento en un lugar que corresponde al SO. del de su desembocadura y en una línea que, mediante las racionales conjeturas que se forman al estudiar la imperfecta carta, puede considerarse que es el Ecuador, ¿no autoriza la suposición de que en el siglo x, por tradición al menos, se sabía con toda exactitud que las primeras aguas del Nilo surgían en la línea equinoccial, y circulaba como noticia admitida este dato geográfico, después perdido y vuelto á obtenerse en el siglo xix, como resultado de las exploraciones peligrosas del lago Victoria?

Cuestión es esta, como tantas otras de la historia de los descubrimientos, merecedora de estudio; siempre será curioso, más que útil, pero siempre interesante, el espectáculo de cómo las tierras habitadas por el hombre son sucesivamente objeto de su codicia; de su posesión; de su abandono, y, en último término, de su olvido, hasta que á nuevas y remotas generaciones las alientan nuevos estímulos para desearlas y posteriores desdenes para huir de ellas.

Volviendo á la obra del Sr. Blázquez, conviene mencionar sus descripciones de los mapas españoles ó trazados bajo la influencia española que se confeccionaron en otros países europeos y que en la actualidad se guardan en bibliotecas, y las cartas de marear compuestas muchas de ellas por navegantes mallorquines, justificantes de la pericia con que en los siglos XIII al xv conducían sus naves los pilotos baleares á través de mares que exploraban y procuraban conocer y dominar.

Estos mapas marítimos son la única manifestación de supremacía cartográfica de España, á contar desde el siglo XIV; de allí en adelante otros países adelantan más en las ciencias geográficas, pero tomando como base los trabajos españoles.

Paralelamente á los progresos de la ciencia de carácter cristiano, que así debe calificarse el estudio geográfico que tiene como base el auxilio de la propaganda religiosa, se encuentran los de carácter musulmán realizados por sabios árabes españoles, protegidos casi siempre por la munificencia de califas y gobernadores, atentos á fomentar el conocimiento de las condiciones y particularidades del país conquistado, y entre quienes descuella Cebrisi, verdadero clásico de

la Geografía, que lleva fama de ser el primer hombre de su ciencia durante la Edad Media.

Entre los mapas reproducidos en la obra del Sr. Blázquez encuéntrase uno, hispano-arábigo, del siglo XII, que conserva la biblioteca Ambrosiana de Milán, que constituye un documento notable: comparada la configuración de las tierras y mares de la Europa occidental que dibuja con la que afectan en otros mapas cristianos de igual época, se acusan perfecciones tan acabadas, percepción tan justa de extensión, de orientaciones y de distancias, que expuesto en sus líneas generales, únicas de que se sirvió su autor, y como mapa mudo al examen de cualquier principiante en los estudios geográficos en nuestros días, marcaría con soltura y encontrando en casi todo momento el lugar apropiado, situaciones de lugares y accidentes de terrenos. Con parecida exactitud confeccionaron los globos terráqueos y con mayor aún los celestes, tomando como punto de partida los trabajos de Tolomeo; escasos los ejemplares que de éstos se conservan, y ninguno de ellos, por desgracia, en museos españoles.

El trabajo del Sr. Blázquez es digno de encomio, singularmente por el esmero expositivo y acertada crítica de los trabajos que describe; también lo es como demostración del adelanto que en España alcanzó un ramo del saber poco cultivado en la Edad Media.

Fuera de desear que en los días presentes el cultivo de la Geografía en nuestro país alcanzara mayor importancia del que tiene en realidad, y que sus aplicaciones á la expansión del comercio, al robustecimiento de la industria y al perfeccionamiento de la agricultura resultaran, en definitiva, más eficaces para el progreso humano que las ilustraciones prestadas por nuestros compatriotas del siglo x al santo comentarista del enigmático Libro de la Revelación. MANUEL COnrotte.

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EL CUARTEL Y DE LA GUERRA, por M. Cijes Aparicio.

Libro más demoledor que éste nunca se ha escrito hasta el presente en España. Todavía ando asombrado de que no se haya secuestrado la edición. Para los rigores que en nuestra nación se gastan en asuntos de menos monta, el caso del libro Del cuartel y de la guerra escapando á las garras de una interdicción policíaca es un milagro estupendo.

Quizás á esta inadvertencia se deba el silencio que en torno del libro de Cijes Aparicio se ha hecho. No ha tenido, en verdad, la re

sonancia en el público que en justicia merece. En otro país cualquiera hubiese tenido un éxito extraordinario. Es de los pocos libros llamados á ello.

Pues en España, como acontece con todas las obras de más empuje, verdaderamente revolucionarias, con prepotente ímpetu de combate, casi ha pasado desapercibido Del cuartel y de la guerra. ¿Qué libro, de cincuenta años acá, se ha publicado con un espíritu tan demoledor? Yo, al menos, no lo conozco.

Lleva en el fondo, centelleante, un sentido anárquico. Quizás el propósito del autor no fuera por esos caminos. Y digo esto, porque no debemos entretenernos en inquirir intenciones. Ataca, sin velaturas, valientemente, la vida cuartelera. Tiene en su pro la cualidad de que no es el libro de un doctrinario, de un filosofante; que combate, por razón de convicciones, desde las alturas de las ideas, la institución militar. No es eso el libro de Cijes Aparicio. Es el relato de escenas vistas y vividas, descritas sin exageraciones, pero que llevan al ánimo una sensación de asombro y despiertan rebeldías indomables.

Precisamente por la verdad que entrañan y por la sincera espontaneidad con que se escriben estos libros son los más revolucionarios, los que más fuertemente impresionan á las muchedumbres. Se descubre, á través de las páginas, la noble entereza con que un alma, todavía dolorida al contacto de penosos recuerdos, va contando cuanto ha padecido, cuanto violentamente le sacudiera hasta la raíz de sus convicciones predilectas y de sus más exquisitos afectos.

Corre por el libro un aire de crueldad, un ambiente de sufrimientos y de castigos, que se siente un escalofrío de horror y un extremecimiento de repulsión instintiva é indomable.

Los dolores que se han vivido y las miserias que se han visto con los ojos y no imaginativamente, tienen la virtud de producir en todos los ánimos una impresión de espanto, difícilmente domeñable.

Cuando hemos leído Mis prisiones, de Silvio Pellico, hemos padecido un terror trágico, así como leyendo La casa de los muertos, de Dostonyeski, nos ha acometido un acceso de piedad entremezclada con ímpetus de indignación.

Y es que comprendemos que nada en esos libros se ha inventado, que las crueldades de la prisión descritas han sido largamente padecidas. Y la queja se ha proferido, y el grito de dolor que extremece convulsivamente las páginas ha arrancado de las propias entrañas de las víctimas.

Hay en esos libros un acento de sinceridad tan hondo, que á todos convence y conmueve.

Los ecos de un calabozo, de Lamenais, es libro de un reflexivo, hecho cerebralmente. En cambio, Mis prisiones está escrito con todo el corazón, reflejo de un temperamento sensitivo.

Del cuartel y de la guerra, como sus otros hermanos mayores, que tanta boga alcanzaron, sobre todo Del cautiverio, es un libro que traduce los tormentos de un hombre durante unos cuantos años de servicio militar, así en el cuartel en tiempo de paz, como en el campamento durante un período de guerra.

Cuanto narra Cijes Aparicio es verdad, está escrito á tenor de los recuerdos de su propia vida de soldado.

*

¿Qué cuenta en ella? La historia vulgar, corriente, de cuantos mozos van á servir á filas. No es el caso de Cijes Aparicio una excepción. Desconozco la vida cuartelera; pero como el autor del libro Del cuartel y de la guerra, al contar la historia de sus años de servicio militar, cuenta la de otros compañeros y da una impresión de los cuarteles por dentro, es de suponer, lógicamente, que la historia propia es la de muchos, y que lo acontecido un año bien puede acontecer en todo tiempo.

Comienza el libro desde el momento de la recluta en el pueblo. Salen los mozos, como en cuerda de presos, en conducción hacia la lejana ciudad adonde van destinados. Termina cuando el escritor es reducido á prisión para sufrir los tormentos trágicos que ha narrado en Del cautiverio.

La impresión de la primera noche, dormida en «la compañía», deja un sedimento de honda tristeza. Luego cuenta los hábitos cuarteleros. Asombran y espantan. Bajo la vara que golpea ó del sable que hiere se aprende la instrucción militar. No hay compañerismo. Los soldados se odian unos á otros, se golpean, se delatan para que el castigo de los superiores satisfaga innobles venganzas.

Añádase la miseria estrecha en que vive el soldado.Mal comido, con asco á engullir las piltrafas de un rancho acuoso; durmiendo sobre un jergón de paja tendido en un catre de tijeras, todos amontonados en un salón con aspecto de hospital; vistiendo toscas ropas que constituyen las prendas interiores y el uniforme, y calzando los pies, que sufren, con zapatones que desuellan la piel, va tirando de los días en ejercicios rudos y las noches en imaginarias penosas. Así cuenta Cijes Aparicio que transcurrieron sus años de soldado. Esto en tiempo de paz, que en el período de guerra las privaciones eran más crueles y los padeceres más intensos.

La vida del cuartel por dentro, como se narra en el libro de Cijes Aparicio, indica un sacrificio doloroso; pero apena, y eso sólo en la lectura, mucho más la noticia de esas fatigosas jornadas á lo largo de los caminos, en marchas de doce horas, bajo un sol que tuesta las carnes y con un polvo que llaga los pies y ensangrienta los ojos. Cuantos detalles se dan en Del cuartel y de la guerra revelan un fondo trágico, que implica sufrimientos ahogados en el silencio y crueldades que hallan una forzada resignación.

* * *

Arrecia la campaña antimilitarista. Por todos los medios se viene combatiendo la profesión de las armas. Giard la califica de «supervivencia de las edades bárbaras». Ninguno ha llegado á formular tan grave capítulo de cargos contra el militarismo como Hamon. En su Psicología del militar profesional analiza los caracteres que distinguen á éste cuando al ejercicio de las armas va con innata vocación y cuando se adapta cumplidamente á las condiciones que la profesión impone. Llega á conclusiones extremas, en las que quizás pone algo de prejuicio. Bien es verdad que lo que afirma lo comprueba con datos entresacados de las confesiones de los propios militares.

Toda esta campaña va formando un estado de opinión adversa al militarismo. Ya, ha tiempo, en Sur l'eau, escribió Guy de Maupasant: <<Los pueblos van comprendiendo que el engrandecimiento de una maldad no es su disminución; que si matar es crimen, matar mucho no puede ser la circunstancia atenuante; que si robar es una deshonra, invadir no puede ser una gloria. ¡Ah! Pregonemos estas verdades absolutas, deshonremos la guerra..... Los hombres de guerra son el azote del mundo. Entrar en un país, degollar al hombre que defiende su casa porque va vestido con una blusa y no lleva un kepis sobre la cabeza, quemar las habitaciones de miserables que no tienen pan, romper sus muebles, robar otros, beber vino que hay almacenado en las bodegas, violar las mujeres que se encuentra en las calles, quemar millones de pesetas en pólvora y dejar detrás de sí la miseria y el cólera.....>>

Todo esto se refiere á los horrores de la guerra. Pero del cuartel por, dentro, de la vida tormentosa del soldado mientras cumple los años reglamentarios de servicio militar en tiempo de paz, no he visto nada escrito. La primera obra referente al particular que ha caído en mis manos es el libro de Cijes Aparicio.

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