Los comentarios, breves casi siempre, que pone al término de las escenas que narra, entrañan ideas anárquicas. Refiriéndose á las sumisiones que impone el rigor de la disciplina á los soldados dice: <<¿Somos hombres? ¿Somos bestias? ¿Se exalta en el cuartel la personalidad, ó se la degrada?» «Esto es renunciar á la virilidad, á la dignidad, á ser hombre.>> ¿Qué concepto le merece el cuartel? Bien claramente lo expresa: <<El cuartel es una ruda escuela donde se aprende al vivo toda injusticia.» «El cuartel es un presidio suelto. Desde el pan, hasta la ropa de la cama, todo se roba. El más santo se vuelve ladrón.» Juzga duramente el Código que castiga toda falta y toda indisciplina. «¡Pena de muerte!........... Las Ordenanzas—creo haber dicho en otra ocasión están escritas con la punta de una bayoneta mojada en sangre.>> No escribe de intento Cijes Aparicio las frases transcritas. Saltan de pronto á guisa de rápido comentario. Se le vienen á los puntos de la pluma como un desahogo mental, después de haber narrado escenas dramáticamente emocionantes. Son esas frases como síntesis, como corolarios, que la índole misma de los hechos obliga á consignar. ** Escribió Maeztu: «Aun aquellos que pasan por colegios de carácter tradicionalistas aprenden á obedecer á los ministros del Señor; pero, en cambio, juzgan ridícula la idea de que deban la misma obediencia á los ministros de la Corona. Los más de nuestros tradicionalistas son rebeldes vueltos de la derecha; nuestros ricos son rebeldes á la ley que les perjudique; los Cuerpos del Estado rebeldes á las decisiones del Parlamento. Desde que somos niños, la conciencia colectiva del país imbuye á nuestra conciencia individual el ideal de faltar á la escuela, de no obedecer á nuestros padres y de conculcar las Ordenanzas municipales. Todo el mundo es rebelde en España: la rebeldía es nuestro ideal, y como somos rebeldes, nos quejamos de frenos excesivos. >> Hay un fondo de razón en las palabras transcritas. Se advierte también en la labor literaria de los últimos años un sedimento de esa rebeldía que late en el alma española. Galdós se ha sublevado contra el ambiente religioso; Blasco Ibáñez ha infiltrado las páginas de sus novelas sociales de un espíritu revolucionario. A extremos más violentos ha llevado un sentido de rebeldía, de protesta, de profundísimos radicalismos ácratas Cijes Aparicio. Es sorda, pero viva, la rebeldía que ha trazado las páginas del libro Del cuartel y de la guerra. Es una rebeldía de razón y de pasión. No sólo piensa de un modo hostil á la institución militar, sino que, por añadidura, siente y hace sentir por ella un desafecto rencoroso, en que se mezcla un odio por los vejámenes que impone la vida cuartelera, y una piedad por las resignaciones humildísimas de los hombres que se ven forzados á sufrirlas. Es de un gran dinamismo esta rebeldía que así conquista las inteligencias como mueve intensamente á misericordia los corazones. Esta paridad es su mayor fuerza. ** No emite ningún juicio, y acaso si se permite algún breve comentario acerca de las dos últimas guerras que sostuvo España, tan desventajosamente para su nombre y para la suerte de sus destinos, en las postrimerías del siglo último. Fué el autor, no sólo testigo presencial, sino actor en nuestras guerreras campañas de Melilla y Cuba. Es irónico al describir la vida en el campamento de Horcas Coloradas, cuando nuestras tropas, con talante retador, pero con las armas en descanso, esperaban la acometida de la morisma. Despréndense de las páginas de Cijes Aparicio un aire burlón respecto á nuestra postrimera jornada bélica en Marruecos. Ya tuvo algo de aparatosa comedia la anterior campaña de Africa que, por azares de la suerte, mejor de lo que pudimos esperar nunca nos resultó. Si Alarcón la describió con imaginación de poeta, Galdós la ha narrado con serenidad de historiador. Desbrozado el lirismo patriotero, el hecho ha venido á quedar en sus términos verdaderos de insignificancia. Igual ha acontecido con nuestra campaña, de Melilla. Desvanecidas las mentirosas leyendas con que el chauvinisme de una prensa vocinglera de oficio adornó las jornadas sin gloria de aquellos días, la verdad se ha abierto camino, poniéndonos en autos de la realidad de los hechos. Sobrio, á veces casi festivo, llevado de una ironía más bien triste que punzante, Cijes Aparicio nos da la sensación de aquellas monótonas semanas de ocio en el campamento, de pasiva, fatigosa é inútil expectación, en que los soldados sufrían privaciones sin cuento, mientras que los corresponsales fantaseaban á su antojo con una inventiva salida de cauce y una calentura patriótica, como si, renovados los ciclos épicos, hubiesen retornado los héroes de gestas y romanceros. w Quizás más cruel es Cijes Aparicio al describir sus meses de campaña en Cuba, antes de que la mala suerte le llevase en prisiones al castillo de la Cabaña, concediéndole á la vez la ventura de no asistir á la hora trágica del vencimiento y de la repatriación. Leyendo las aventuras de las tropas españolas en los campos cubanos, tal y como las refiere Cijes Aparicio, se comprende la resistencia de éstas, sus abnegaciones y hasta pudiéramos decir su heroísmo, contrastado en las penalidades alegremente sufridas, en la sobriedad con que acepta escaseces y privaciones, y en la paciencia y buena voluntad con que acomete las más peligrosas y temerarias empresas de armas, afrontando, á veces casi indefensos y al descubierto, el fuego de los enemigos, cuyo número se desconoce, amparados en la sombra, que atacan por sorpresa. Ningún otro mayor elogio podía hacerse del soldado español. Más interés tienen y mejor impresión causan las escenas que narra sobriamente Cijes Aparicio de quintos casi sin instrucción militar, que padecen hambres; que duermen á ras de tierra, y que, sin embargo, llegada la hora solemne de avivar los corajes y dar prueba de arriesgado valor, se baten con bizarría y saben vencer gallardamente ó morir como héroes, que esas historias novelescas con que se sorprendió la imaginación de un público histérico contando legendarias hazañas, superiores á las de nuestros viejos tercios. Mejor idea da el libro de Cijes Aparicio reflejando las obscuras muertes de los soldados en los bohíos ó en las salas de los hospitales, sin proferir una queja, que cuantas pomposas frases se escribieron en los periódicos por aquella fecha, de tristísimo recuerdo. No sé qué será más de admirar, si esas silenciosas vidas de soldados que supieron resistir las hambres, ó esas otras glorificadas que, por realizar algún hecho de arrojo, gozaron la efímera nombradía. No sé quién inspirará más respeto, si el soldado que muere herido sobre el campo de batalla, ó ese quinto que agoniza, enfermo, en el mísero catre de un hospital ó bajo la piadosa sombra de un árbol compasivo, en la soledad de un bosque abandonado. Bajo estos aspectos, Del cuartel y de la guerra es, á más de curioso, altamente educador. No miente, no fantasea. Consigna escuetamente los hechos, á los que comunica cierto soplo de vida, y las imprime un aire sincero de verdad. La guerra por dentro en ese libro está trazada al vivo. Habrá quien se espante al conocerla; habrá también quien sienta enardecidos los ánimos ante tanto sacrificio heroicamente aceptado, ó sienta lastimada de compasión el alma ante el espectáculo descrito, continuado y siempre dilacerante, que en algunos puntos llega á extremo de provocar trágicas alucinaciones, de tantas miserias y dolores resignadamente, por disciplina y por patriotismo, sufridos. * * * No se advierte en las páginas del libro Del cuartel y de la guerra un odio intransigente. Repugna al escritor la vida cuartelera; traza con caracteres repulsivos algunas figuras militares, así de jefes como de clases y soldados. Pero también la pluma, respondiendo á estímulos de justicia, esboza algunos tipos simpáticos que dulcifican las asperezas de una vida ruda y penosa, con todas sus crueldades y miserias descritas. Este tono de amable homenaje á los que, por natural bondadoso ó á causa de una ilustración que ha tornado humanas y piadosas las recias cualidades de los militares profesionales, presta al libro de Çijes Aparicio un espíritu de justicia que acrecienta sus méritos intrínsecos y abona la rectitud de las intenciones. Si en Del cuartel y de la guerra se trasluciera un odio sectario, la pasión intransigente en combatir el militarismo, tal vez la impresión que su lectura produce no fuese tan honda. Levantaría al instante prejuicios, al sospechar que el autor ha exagerado la pintura de cuadros de crueldad y horror, inventando hechos, ó por lo menos abusando de los colores fuertes y de las sensaciones tocando en el límite de lo trágico. No es así. Como he dicho antes, desde luego se advierte á lo largo de todas las páginas un aire de candorosa sinceridad, que no acierta á exagerar, pero que tampoco quiere amenguar, con perjuicio de la verdad, el alcance de las escenas que narra, todas vistas, mejor dicho, vividas. Por esa gran cualidad, Del cuartel y de la guerra es un libro peligroso, caso de llegar á manos de las muchedumbres. Su acción demoledora quizás produjese una revolución en los espíritus, un movimiento de rebeldía cuyos efectos no es difícil de sospechar. Hay diferencia, en punto á arte literario, de los libros anteriores de Cijes Aparicio al presente. En concisión, en interés, en savoir faire, me parece indudable que Del cuartel y de la guerra es un libro artístico, hermosamente literario. Es historia viva, y al propio tiempo entraña un singular encanto novelesco. Son hechos reales los que narra y, sin embargo, tan há bilmente expuestos están, que seducen mucho más que si fueran imaginados. Tienen un calor de vida, una simpatía humana, que ningún ánimo puede sustraerse á la sugestión de seguir curiosamente el curso del tormentoso relato. Quizás si los tipos y las escenas que se describen en Del cuartel y de la guerra fuesen de invención no interesaran tanto. Tipos hay en el libro muy originales. Aquel extraño aventurero, cuya historia sentimental se desconoce, digna de ser narrada, pero cuyos hechos pintorescos, estrafalarios, arrastran nuestra atención, es un tipo de un carácter singular y extraordinario. Quizás es un gran irónico, tal vez un exaltado romántico. Tiene todas las trazas de un aventurero clásico y á la vez transparenta en sus actos un espíritu refinado, con una complejidad psicológica á la moderna. Figuras hay también secundarias, trazadas con una sobriedad de líneas que mejor las destaca. A mi entender, amplificadas, perderían parte de su interés. Conservarlas en un prudente segundo término ha sido un acierto artístico del autor. Ha limpiado Cijes Aparicio el estilo. Su prosa en Del cuartel y de la guerra es gráfica, sencilla, y pudiera añadir que colorista. Ha contenido la abundancia léxica en justos límites; ha refrenado la largueza en punto á descripciones, relatando brevemente las escenas, por lo que ganan en intensidad, y ha encauzado con suma habilidad la acción que, rota por las incidencias de un vivir inquieto, no fatiga con un curso rectilíneo, no siempre artísticamente intere sante. Sobre todo, el mayor mérito Del cuartel y de la guerra está en su sentido, en su enorme espíritu..... ANGEL GUErra. M EMORANDA, por B. Pérez Galdós. Ya sé que no toda la efímera labor literaria de los escritores de nombradía enterrada en periódicos y revistas debe perpetuarse en libros. Generalmente estos trabajos, en muchas ocasiones de poca monta y sin interés alguno bibliográfico, no ya para los eruditos en la posteridad, ni aun siquiera para la crítica del momento en que se dan al público, son escritos al correr de la pluma, sin que el espíritu del escritor se haya reflejado en ellos intensamente y sin más propósito que cumplir un encargo ó dar una noticia de obras y |