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y estudiamos nuestro asunto menos directamente que el médico, á mayor distancia de las verdaderas causas, y fijándonos en la naturaleza moral antes que en la física, creo más fácil llegar al conocimiento total de aquélla por el de ésta que dominar la moral sola, sin tener en cuenta para nada, ó para muy poco, el proceso fisiológico.>> Luego, más adelante, añade: «Por eso vivo en continua flirtation con la Medicina....., porque tengo la certidumbre de que si lográramos conquistarla y nos revelara el secreto de los temperamentos y de los desórdenes funcionales, no sería tan misterioso y enrevesado para nosotros el diagnóstico de las pasiones.>>

Punto más, punto menos, así escribió también Zola.

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Conveniente ha sido desarchivar de las páginas de una revista ya muerta el estudio sobre Don Ramón de la Cruz y su época para traerlo á mejor vida en Memoranda. Lastimoso ha sido que no corriera igual suerte otro estudio original, interesante y meritísimo de Galdós, que lleva de título Las generaciones artísticas de Toledo. Bien está, por lo pronto, á salvo el primero. Es una evocación maravillosa de la época, allá por las postrimerías del siglo xvi. Con acierto está puesto de manifiesto el ambiente literario de la época y el carácter ético de la sociedad española de entonces. Todo es mediocre, ñoño, estupendamente ridículo. Los poetas bucólicos de pan llevar y copleros de ocasión, dramaturgos sin ingenio, preceptistas retóricos á la violeta, padecían de un frivolismo y de una vulgaridad insuperables, hoy dignos del mayor desdén, á pesar de la inmensa boga de que gozaron en sus tiempos. El ambiente moral era de una perversidad de costumbres y de una relajación de todo sentido ético verdaderamente reprobables.

En tales momentos surge la musa regocijada del sainetero don Ramón de la Cruz. Galdós busca á través de la obra del popular escritor, poco estimado de sus coevos, desentrañando la psicología de la época, reflejada en las costumbres populares que pinta el sainetero, y estudiando la gente en la diversidad de tipos, extraídos de todas las clases sociales, á los que dió vida y gráfico relieve en la escena. La corrupción de la clase media se ve claramente en las damiselas, y petimetres, los usías y cortejos; la del clero, en los abates afeminados é insustanciales, y la de los bajos fondos sociales, jerarquía plebe una, asaz pintoresca, en sus majas y manolos, payos, busconas y casamenteras.

El estudio de Galdós sobre el teatro de D. Ramón de la Cruz es sobrio, de alto sentido crítico, y con hábil pluma de erudito y de narrador ha descrito el color en las costumbres y el carácter moral de la época.

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Galdós es un viajero infatigable. Anda anualmente, con escasos intervalos de trabajo y reposo, de jornada en jornada recorriendo regiones y lugares, estudiando en las costumbres el alma de nuestra raza. De las observaciones que hace lleva los materiales á sus novelas. Sin embargo, no ha querido consignar sus impresiones de viaje. Aun en tiempos en que los libros de esta clase estuvieron de moda, Galdós no se atrevió á afrontar la empresa, sin duda porque trabajos de más empeño requerían sus actividades, y porque los elementos de observación que los viajes le proporcionaban le eran más útiles como componentes de sus novelas, así históricas como contemporáneas.

No siguió la moda, ni aun con el ejemplo de Castelar, ni movido por los éxitos de Alarcón.

Artículos de viaje ha escrito muy pocos. Dos nada más conozco, y van insertos en Memoranda. Son éstos, La casa de Shakespeare y Cuarenta leguas por Cantabria.

Decía yo al principio que Memoranda era un índice de las predilecciones y afectos de Galdós. Así es. Consagra su devoción á los amigos, primero; después rinde pleitesía á su ídolo en la literatura, Shakespeare, y, por último, deja testimonio de sus admiraciones por la región que le es predilecta, la tierra cántabra.

Cuenta en uno de esos artículos su peregrinación, con fervores artísticos, á la casa de Shakespeare, en Stratford, visitada por legiones de ingleses y de norteamericanos, rara vez por españoles. Cuenta en otro las jornadas hechas por los parajes, las villas y lugares más pintorescos de Cantabria. De su devoción por aquella comarca da idea, no sólo el entusiasmo con que describe las impresiones del viaje, realizado bastantes años ha, sino también la perseverancia y afecto con que anualmente la visita. Galdós es poco paisajista, y por esta razón sus devociones por los panoramas montañeses no los ha traducido en pictóricas descripciones á través de sus novelas. Ese empeño quedó reservado á Pereda. También es verdad que nadie hubiese superado al «solitario de Polanco».

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No quiero terminar sin recoger una nota simpática que hay en Memoranda. Es la profesión de fe en las energías de la raza española que hace Galdós. Movido por esa fe, apunta las dos fases del problema regenerativo de España. Una tiende á combatir el absenteísmo que despuebla los campos, dejándolos en el mayor abandono, mientras se nutre la holgazanería hampante de las ciudades. La otra se dirige á mostrar la conveniencia de robustecer el alma nacional, dando temple al carácter de la raza; intensidad al intelectualismo colectivo; haciendo, en fin, más que una patria de bambolla, nada más que de nombre, una patria activa, con vida, rebosando energías espirituales, pronta á la conquista de más altos destinos, saliendo así de esta crisis de la nacionalidad, de esta decadencia étnica á que por males de nuestros pecados, y en virtud de errores históricos fáciles de rectificación, hemos venido desgraciadamente á parar.

Es Galdós, á pesar del pesimismo ambiente, un sincero creyente en un resurgimiento vigoroso y no lejano de España. Con tenacidad á toda prueba, en cuantas ocasiones se le han venido á mano, ha proclamado su fe arraigadísima con ardores de convencido y de propagandista.

Así no es extraño, aunque á muchos sorprenderá, que algunos artículos de su pluma, hablando de esta materia, hayan aparecido en periódicos que no son literarios profesionalmente, como El Progreso Agrícola y Pecuario.

Bueno es hacer constar, tomando partida de estos últimos datos, que el gran novelista es también un gran español.

ANGEL GUERRA.

E

L PEDROSO Y EL TEMPLAO (Costumbres aragonesas), por José María Matheu. Publicado en la Revista de Aragón. Zaragoza, 1905.

Matheu es ante todo un antiprofesional. Si alguien desease hacer la apología del escritor independiente y fijarse en un tipo representativo para trazar una semblanza universalizante á la manera inglesa, lo encontraría de fijo en estos dos grandes novelistas de la última mitad del siglo pasado que se llaman Armando Palacio Valdés y José María Matheu. Schopenhauer vería en ellos su ideal; porque al filósofo libertino lo que sobre todo le encantaba eran estos personajes literarios desasidos de todo mercantilismo pseudo-artístico, de todas las petites saletés de la baja literatura, que más tarde habían de hacer rugir de indignación á nuestro buen y amado poeta Rubén

Darío. El formidable pensador de La Voluntad en la Naturaleza, tiene en una parte de sus Parerga und Paralipomena páginas candentes y vibrantes, escritas con el fuego de esa bilis (¿es lícito emplear imágenes tan disconformes como ésta con todas las reglas de la lógica y hasta de la estética?) que le caracterizó siempre. El profesionalismo le inspira biliosas y agresivas diatribas.

Matheu me da la impresión de un hombre que, por natural destreza, escribiera bien; es más, que no pudiera escribir mal; pero que no escribiera con miras literarias ni perspectivas de posteridad, como miserablemente escriben todos ó gran parte de los que andan atascados en estas juncosas lagunas de lo que con nuestro énfasis característico llamamos literatura, y que es algo tan vano, fútil y hueco como el aullido de los canes á la blanca luna. Tengo el valor de mi corazón; por eso hago estas confesiones. Digo lo que Juan Jacobo Rousseau, ¡ese loco sublime! al principio de sus Confesiones: <<Siento mi corazón y conozco á los hombres. No estoy hecho como ninguno de los que he visto; me atrevo á creer que no estoy hecho como ninguno de los que existen. Si no valgo más, al menos soy distinto.» Quien tiene el valor de hacer un matinal examen de conciencia y en la fragante hora del alba poner su corazón al desnudo, recibe más gracia y más carismas de afecto ante los ojos del Señor que todos los rimbombantes y huecos voceros de la opinión pública, que á todas horas hieren el tímpano bien templado con sus absurdos alaridos sobre miles y miles de cuestiones recentísimas, sin las cuales la peregrinante humanidad haría muy bien su camino por esta tierra llena de cardos y de ateneístas. Los que aún nos mantenemos á salvo de esta infección de podrida carroña de literatismo, nos palpamos y nos olemos bien, porque aún no exhalamos mefisis de miasmas; y al respirar el cargado ambiente axfisiante, nos entusiasmamos con la teoría de la transmigración, suscitada por Platón el divino, que aún no conocía las ventajas de la democracia igualitaria ni las estadísticas de mi amigo Zancada!.... Y pensamos: ¡Oh Dios omnipotente, traslada nuestra alma racional y sensitiva al planeta Marte, á Saturno, á Urano, á los asteroides, dondequiera que no haya editores ni tertulias primæ noctis!....

Vuelvo á Matheu, y digo que en él se advierten la jugosidad primitiva y las ingenuidades frescas del que no está á merced de críticos y de revistas. Posee, además, el novelista de La Ilustre Figuranta, tan estimado por todos los que en el recogimiento de su alma sazonan los frutos arrancados á los buenos y nobles autores; posee, digo, el secreto de esa sencillez eterna é inmarcesible que hace que hoy leamos con gusto, aun después de Nana y de La Faustin, aque

llos admirables coloquios interiores de la iluminada Teresa de Jesús y olvidemos en ocasiones los enrevesados fárragos y las pedantescas disertaciones del gran ingenio que se llamó D. Francisco de Quevedo. Son tan tónicas y vivificantes ciertas páginas de Matheu como un aroma de retama y de tomillo para un olfato fatigado de aspirar opoponax y pachulí..... Esta es la perturbadora impresión que todos los intelectuales refinados sienten al disfrutar de los encantadores libros de Matheu; algo como un mareo, un buen mareo de cosa dulce y nueva, para quien está bajo las abracadabrantes impresiones de las misas negras y del satanismo julesboissiano. Con razón el experto crítico aragonés, que ha adoptado el bello seudónimo de Riverita, hablaba así á propósito de Aprendizaje: «Matheu huye en sus obras de los grandes y sublimes caracteres y no quiere fijarse tampoco en los abominables engendros de la humanidad. Encuentra, como Jorge Eliot, una fuente de más inagotable interés en esas fieles representaciones de una monótona existencia doméstica, que ha sido el lote de la mayor parte de los hombres.>>

En la nueva obra de Matheu hay, es verdad, más drama y más tinte patético que en la plácida, aunque muy sentida y humana, fabulación de Aprendizaje. Pero el autor de Gentil caballero no podrá ser nunca un melodramaturgo. Cuando quiere recargar las tintas negras, asoma siempre la sonrisa del hombre bueno que, sintiéndose siempre un poco niño, no agriado por el vino de las orgías y el zumo de los labios perversos de las meretrices, sonríe á la vida feliz, como se sonríe al sol en una bella mañana de verano, sin causa, absurdamente, sublimemente, porque hay claro sol y cielo azul, y niñas bonitas y lindos claveles fragantes..... Esta impresión da la lectura de las obras de Matheu, aun de las que, como el Aprendizaje y El Pedroso y el Templao, sienten rozar sobre sí el ala de la tragedia: la impresión de algo confortador, purificativo y sedante.

P. GONZÁLEZ BLANCO.

E

'L ALMA CASTELLANA, por D. Pedro González García, Doctor en Letras. (Premiado en los Juegos florales celebrados en Salamanca en Septiembre de 1905.) Salamanca, 1906. Un folle to.

El autor de este folleto, «sumiso á una voz interior que le pedía trabajar por Salamanca», ha contribuído eficazmente á los escasísimos estudios de psicología regional con unas cuantas páginas hechas de prisa, sí, pero amasadas con espíritu y con juventud y matizadas

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