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sus adeptos; Gil y Robles prosigue el suyo acerca de La tesis y la hipótesis regionalista: El Catalanismo, y P. J. Girona da cuenta de Dos acometidas sociales en Barcelona.

Labor Nueva (Barcelona) inserta: Cuestiones sociales, por Donato Luben; El Alcoholismo. Los heredo-alcohólicos. Higiene y profilaxis, por J. C. Barbier. La moral en el teatro (Divagaciones), por Andrés González Blanco, etc.

En la Revista de Extremadura (Cáceres) merecen mencionarse varios artículos y algunas poesías de Roso de Luna, Narciso Díaz de Escobar, Emilio Pastor, R. de Maguelone, etc.

HISPANO-AMERICANAS

Archivos de Psiquiatria, Criminología y ciencias afines (Buenos Aires).

Latinos y anglosajones, por V. Arreguine.-El autor de este artículo no cree, como otros muchos, que haya una raza latina y otra anglosajona, sino adaptaciones distintas de una misma raza, desenvolvimiento de cualidades en armonía con el medio ambiente y luego con los propósitos.

Uno de los argumentos con más ahinco formulados para probar la superioridad del anglosajón sobre el resto de la especie es el siguiente: el inglés se gana la vida en donde quiera que vaya. Será vaquero en Nueva Zelanda; en Australia, agricultor ó ganadero; capitalista, banquero, empresario de ferrocarriles, en la América del Sur. El italiano, el francés, el suizo, ¿no harán algo parecido fuera de sus países? La experiencia responde afirmativamente. Quien conozca la América sabrá

cómo sudan á miles esos extranjeros laboriosos sobre la Pampa, que va entregando su salvaje virginidad al arado; cómo se levantan florecientes colonias en Santa Fe y hay reyes del trigo que vinieron de Italia en tercera clase.

La tendencia á vivir de los empleos públicos ha sido con razón reprochada á las naciones latinas; pero es un fenómeno ascendente en el mundo entero, y tendrá que serio aún más á medida que las exigencias imperiales conduzcan á aumentar la ingerencia del Estado en la dirección de las energías individuales. Ya las pensiones de Estado en los pueblos anglosajones superan toda comparación y nada induce á creer en su merma. Para asegurarse el transitorio provecho de sus conquistas se verán obligados á aumentar sus medios de ataque y de defensa, y por ende la multitud de sus empleados fiscales. La posesión de mucho dinero y la permanente ganancia dan la clave, en cier

to modo, de lo que se ha dado en llamar por algunos alucinados superioridad anglosajona. Conviene aquí hacer una distinción: los yanquis son poderosos por su trabajo y por la riqueza natural de sus tierras; con el inglés no ocurre lo propio: su poder lo constituye la libra esterlina, y el día que le sea abonado á Inglaterra cuanto se la debe, bien porque alguna nación ocupe su puesto de prestamista, bien por el desahogo financiero de sus deudores, la nación inglesa, con un suelo que no sufraga sus necesidades, habrá iniciado su descenso. La posesión de mayor fuerza y más cuantioso caudal sólo en cierto sentido arguyen superioridad. ¿Podrá fundarse ésta en la educación? Jaime y Spencer formulan juicios poco favorables acerca de la educación inglesa. «Si no hubiera habido entre nosotros -dice Spencer-otra enseñanza que la dada en las escuelas públicas, Inglaterra sería hoy lo que era en los tiempos feudales. «¿No os parece, pues-pregunta el Sr. Arreguine-, que las costumbres y las iniciativas individuales son las fuentes á que el inglés recurre una vez abandonada la escuela»?

Los admiradores de la Gran Bretaña citan los Estados Unidos cuando pretenden desacreditar la colonización latina. El ejemplo es soberbio: los yanquis se van de carrera al imperio universal; pero no está bien elegido. Ved el enorme país, dicen, y anotad los vicios sudamericanos: tierras de promisión pobladas por gentes sucias, pendencieras, incapaces para el gobierno, explican, con error, el éxito del yanqui y el fracaso de los de Sud-América como cuestión de razas. Dejando á un lado

el hecho de que el desarrollo de los Estados Unidos es posterior á su separación de Inglaterra y operado con los más incongruentes elementos humanos, á extremos que, en gran parte, el tipo norteamericano no tiene más vínculo con el inglés que el idioma, examinemos de cerca la tesis. Los Estados Unidos tuvieron desde su origen incomparables ventajas sobre el resto de América: mayor proximidad á Europa; territorios regados por colosales ríos navegables; extensísimas costas, recortadas por golfos, puertos y bahías; tierras fértiles y sin demasiados bosques impenetrables; clima europeo, no hostil al trasplante del hombre; latitud europea. ¿Eran algo diverso de Europa, ó más bien una prolongación de Europa al través del mar? Desde que el europeo puso los pies en los Estados Unidos se encontró en su casa. Ni demasiadas fieras y serpientes, ni imperios mejicanos ó incae, ni airadas colmenas de tribus por donde quiera. ¿Dónde veis á Cortés, á Pizarro, á Valdivia, á Irala? Infinitos búfalos, eso sí, haciendo temblar las praderas. Los primeros colonos, no todos ingleses, fueron allí con sus familias y no tuvieron necesidad de encastar con el indio, lo cual les aseguraba también hogares al estilo europeo, al revés de lo que pasó con españoles y portugueses, quienes venían de aventura, al modo de Jason á la isla de Creta. Fueron allá á la tierra yanqui los en Inglaterra perseguidos por sus creencias religiosas y holandeses perseguidos por idénticas causas. La vasta región no ofrecía fáciles riquezas ni Eldorados, y había necesidad de trabajar la tierra para vivir. Y esto no era menor fianza de prós

pero futuro. Otra circunstancia explica la diferencia de los dos tipos de colonización: los Estados Unidos empezaron á poblarse con inmigración espontánea, sin intervenciones fiscales, á la inversa de las colonias latinas. Para comparar, pues, exactamente la colonización inglesa con la española, por ejemplo, será preciso elegir tipos pares, esto es: de colonización oficial, y oponer al caso español de Venezuela ó Méjico la Guayana ó la India, el Canadá ó Australia, más o menos correspondiente á los tipos latinos. ¿A qué altura rayan la civilización y el poderío de todas estas colonias británicas? ¿Son comparables á los Estados Unidos ó tal cual república de la América del Sud? Siendo tan evidentes diferencias y semejanzas, ¿á qué insistir en ellas? Lo que no debe dejarse de decir es que en la India arraigaron todos los vicios de las colonizaciones oficiales, simbolizados por las compañías con sus ejércitos, sus funcionarios y su rapacidad, no teniendo nada que reprochar los ingleses á los españoles en materia de procedimientos. Si existe progreso en Australia, fijaos bien en qué progreso es el que existe: 7.626.275 kilómetros cuadrados, algo más de 3. 500.000 habitantes, 66.000.000 de carneros. Muy pocas cabezas hu

manas.

«El flamear del pabellón inglés en tantas tierras ha sido para el autor de un libro desprovisto de seriedad, y absolutamente sin ingenio,-prosigue el Sr. Arreguine, la prueba irrecusable de la superioridad de los anglosajones. El concepto de superioridad es confuso y unas veces envuelve la idea de civilización y otras de poderio. Marca á estas ho

ras Inglaterra y tal vez ya no, pues algunas de sus colonias sólo nominalmente son colonias inglesas-su índice de máxima elevación, para, en evolución inversa, pasar-mañana, ó dentro de un siglo, por el trance de otras civilizaciones que no acusaron superioridad, sino prosperidad.

>>Las conquistas británicas han diferido de las latinas en aventajarlas - en barbarie. En la del Indostán empleó Clive deslealtades, delaciones, traiciones, violencias y rapacidades rayanas en lo fabuloso; en la guerra del Transvaal, Lord Kitchener extremó la crueldad como nunca lo hizo un conquistador español. La hiena española hacía guerra sin cuartel en unas regiones donde se trataba al español sin cuartel. El chacal inglés no cuenta con esa atenuación. Aquélla defendía derechos históricos, éste no defendía derechos de ningún género.»

El Sr. Arreguine estudia á continuación el patriotismo de los anglosajones recordando la emancipación de los Estados Unidos y el separatismo irlandés, y demuestra que es falsa la idea de que los anglosajones son poco aficionados á la guerra, como lo prueban las múltiples expediciones militares antiguas y modernas y hasta el número de sus conflictos internacionales resueltos por el arbitraje.

Frente á los anglosajones se extiende inquieta, expansiva, numerosa, altruista, creadora, sensible, armónica, la raza solar, raza creadora de naciones, descubridora de verdades y de tierras, raza de amores y de teorías humanitarias, la han visto los siglos hundida en podredumbre, ensangrentada, presa de terrores religiosos, de déspotas, car

ne de patíbulo y también realizando las más altas y sublimes proezas. El latino inventa, el anglosajón aplica; el uno ve o presiente, el otro observa, halla el lado provechoso de las invenciones y aciertos. El descubrimiento de América y el de la India sirve al inglés para apropiarse dilatadas tierras y tender la telaraña de sus líneas de hierro, de sus sindicatos y obtener, si no la gloria, las utilidades. Su acción civilizadora es por eso mismo de proyecciones infinitas, y el progreso le debe toda su fuerza material; pero las ideas que han dado la vuelta al mundo han partido de lugares que no se llaman Inglaterra.

¿Y los yanquis? Suman los yanquis medio planeta; pero son incompletos. El dollar es su religión nacional; la locura latina de las ideas no les seduce ni les domina largo tiempo. Ideas, ¿para qué? Son hombres del momento. Todo en ellos se vuelve oportunidad, y no á la manera de Francia. Les agradan las aventuras, pero jamás atacarían un molino de viento. La aventura es para ellos un

derivativo de la caza ó de la pesca, un placer capaz de enardecerlos por breves instantes, jamás de turbar toda una vida.>>

OTRAS REVISTAS

En España (Buenos Aires) leemos: La Universidad de la Plata, por Salvador Barrada; El Atentado, por M. A. Barés; Cultura Popular Española, por Ignacio Ares de Parga; etcétera.

En la Revista Nacional (Buenos Aires) se insertan, entre otros artículos, los siguientes: La Conjuración de San Luis, por David Peña; Mitre, por Flora Abasolo, y Estudios de literatura argentina, por Francisco F. Bayón.

La Revista de Letras y Ciencias Sociales (Tucumán) publica Alma antigua, por R. J. Freyre; El estudio y el libro, por J. B. Terán; etc.

El Progreso Latino (Mejico) inserta, entre otros artículos, La guerra en Centro América; La inmigración turca en Méjico; ¿Colonizar es difícil?; etc.

Hemos recibido también de Méjico la Revista Positiva y El Arte y la Ciencia; de Colombia, la Revista Nueva, y de Cuba, Derecho y Sociología y Letras.

FRANCESAS

La Revue (Ancienne Revue des Revues).

Ellen Key, por Simone Kleeberg. -En estos momentos en que la muerte de Ibsen despierta el profundo interés que inspira la literatura del Norte, preséntase una oportunidad para hablar de una escritora cuyo renombre, muy grande en Alemania y en su patria, no ha llegado todavía á los demás países, aun

que sus obras están llamadas á tener un porvenir espléndido, y no deben ser extrañas á los progresos y á las reformas de la educación, de la moral y de la sociología. Casi todo se ha dicho ya acerca de las cuestiones que preocupan á los espíritus de nuestros días, y, sin embargo, Ellen Key ha sabido aportar nuevos puntos de vista, tan originales como profundos y dignos de atraer la atención de los padres, de los pedagogo

S

y hasta de los legisladores. Aun siendo muy mujer por el corazón y la delicadeza de los sentimientos, su feminismo ha parecido y fué considerado como reaccionario por las exaltadas, por las que, no contentándose con reivindicar sus legítimos derechos, tienden á invadir dominios sin que no les pertenecen, y pierden, grandes ventajas, el encanto soberano de su sexo, que no excluye ningún género de independencia intelectual ó moral.

La familia de Ellen Key es de origen escocés, y se estableció en Suecia después de la guerra de Treinta años.

Emilio de Key, padre de nuestra escritora, era un caballero distinguido que se hizo notar por su airosa actitud política en el Parlamento de Stockholmo. El abuelo, poseedor de notable biblioteca, era ferviente adepto de Rousseau, en honor del cual dió el nombre de Emilio á su hijo. Ellen Key nació el 11 de Diciembre de 1849 en la finca de Sundsholm, en Smaland, y heredó el entusiasmo de su familia por Rousseau. Iniciáronla en su infancia en todos los sports, y nadaba, remaba y montaba á caballo lo mismo que un muchacho. Entre los doce y los diez y seis años se entristeció pensando en que no hay en el mundo armonía de la vida y en que Dios no existe. Tegner y Runeberg eran sus poetas favoritos, y Geijer, Almqvist y Björnson le sugirieron la idea de escribir acerca del pueblo, de los campesinos. La perspicacia de su madre impidió que se dedicase á esta clase de trabajos, y Ellen Key comprendió cuánta razón tenía aquélla al decirle que la vida, las condiciones y la evolución del alma debían ser para ella, como

después lo fueron, la cuestión capital.

Gustábanle extraordinariamente los libros, y leía sin permiso aquellos que le negaban. «Nada atrae tanto á un niño-dice ella mismacuando quiere leer, como las prohibiciones.>>

Su carácter fué acentuándose demasiado, según sus padres; demostraba el mayor desvío hacia los trabajos domésticos, pero al mismo tiempo daba pruebas de tan sereno juicio, que su madre le permitió educarse á su modo. Ellen Key no fué nunca á la escuela, pero aprendió el francés, el alemán y el sueco. A los diez y nueve años leyó las obras de Ibsen, que ejercieron gran influencia sobre ella; por entonces frecuentó los museos de Stockholmo, asistió á conferencias, trabó amistad con Sofía Adlersparre, directora de un periódico feminista y escribió y publicó sus primeros trabajos. Su padre, diputado á la sazón, consultaba con ella sus planes de reforma, y le dictaba sus artículos periodísticos. Ofreciéronle entonces el cargo de directora de una escuela primaria, pero no lo aceptó creyéndose demasiado joven y mal preparada para una misión de esa naturaleza. Björuson, que la conocía, se interesó mucho por sus trabajos. En los años siguientes viajó por Europa y completó su educación, hasta que en 1881 se dedicó á la enseñanza. Ellen Key, no sólo cumplía con su obligación, sino que iba más lejos, y daba á sus alumnas verdaderos cursos de ética y estética, presentes todavía en la memoria de quienes eran capaces de apreciarlos. En 1883 se encargó de la cátedra de Historia de la civilización sueca en la Universidad popular

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