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Basta, y sobra ya mucho, para mostrar el valor de las réplicas del folletista. Era nuestro ánimo, examinarlas todas, cuando ofrecimos la contestacion; pero aun no vá la cuarta parte del diálogo, ¡y es tan pesado este escrutinio! La necesidad de resumir lo que dijimos primero y de estractar las respuestillas del anónimo, para presentar á nuestros lectores el estado de la cuestion sin remitirlos á los originales que ninguno acaso consultará, hace tan larga esta discusion aunque nos esforcemos para abreviarla, que muy lejos de exijirnos el cumplimiento cabal de nuestra oferta, nos agradecerán ciertamente que no la llevemos al cabo á costa de su sufrimiento. ¿Qué importa que sean algunas docenas mas o menos los dislates de un papelejo que no han visto los mas, sobre el juicio de una obra que los mas sin duda desconocen? Persuádanse todos sobre nuestra palabra de honor, que hemos buscado con empeño una reflexion sola que fuese medio razonable, y no hemos podido hallarla en todo el diálogo, como deseáramos para dar á su autor un ejemplo de asentimiento y docilidad. Hemos adquirido derecho á que se nos crea, no habiendo escogido las objecciones para desvanecerlas mas fácilmente, sino seguídolas paso a paso y por el órden mismo que llevan en el folleto sin omitir una, hasta acabar con todas las que pertenecen al primer trozo de nuestra crítica. ¿Puede esperarse que quien desvaría sin intervalo desde el principio, hable con acierto en la continuacion? No se vuelve de repente instruido, el que empezó á escribir tan ignorante de su materia. -Queriendo conciliar sin embargo el desempeño de nuestra promesa con la tolerancia de los lectores, estamos prontos á disolver cualquiera de las contradicciones restantes, á la reclamacion de alguno que desee nuestra esplicacion. Solo trataremos en artículos sueltos, como ofrecimos, de lo que toca á la censura del lenguage; por ser fácil determinar el punto de disputa sin resumir antecedentes prolijos, y por ser asunto de mas utilidad, y no bien entendido de muchos, ya nazca del poco estudio que suele hacerse de él, ya

á

de la escasez de tratados filosóficos sobre nuestra lengua. Poco importa á los españoles que un historiador aleman se equivoque mas ó menos veces hablando de nuestra literatura; esta será despues de escrito su libro, lo que ya era antes de que le escribiese. Pero impórtales mucho conocer su idioma, y no dejarse alucinar por escritores que solo le aprendieron de sus madres, ó creyendo que nada mas hay que saber, pasaron, cuando mas, de corrida alguna gramática, forjada sobre los artes vulgares de latinidad.

Observaremos sin embargo, que muchas de las contestaciones restantes, se dirijen como algunas de las refutadas, contra la defensa que hicimos de nuestras antiguas obras y autores, tratados injustamente por Bouterwek. Tal es entre otras la vindicacion del título del poema del Cid, dado á aquella composicion y merecido en el siglo XII, no solo por estar en verso, sino porque en ella se pinta, y no se refiere sencillamente como en las crónicas de tiempos mas adelantados. Tal es la fijacion de una edad nueva y mas aventajada de la poesía, que desconoce, en el reinado de Juan II. Tal la justa apología de Juan de Mena, elogiado siempre y aun comentado de nuestros literatos, y despreciado por el buen aleman (1). Nosotros apoyamos sobre estos puntos la opinion de todos los sábios españoles, indicando sus fundamentos, puesto que no era dado esplanarlos en un artículo de periódico. El anónimo ha tenido por mas glorioso embrollar ó desentenderse de nuestras razones para negar á la literatura española el honor debido á su infancia, á trueque de sostener las equivocaciones del histo

(1) Despues de calificar de fria y ridicula la invencion de su obra, lejos de apreciar el intento que tuvo Mena de crear un lenguage poético, le acusa de varios solecismos, y cita torpemente por único ejemplo de ellos la palabra longevo, incurriendo á un tiempo en dos errores: 1.o el solecismo no consiste en una sola palabra, sino en la viciosa union de muchas; 2.° el epíteto longevo, usado por nuestros poetas, está recibido hasta en los diccionarios. Los españoles, y mucho mas los poetas, toman del latin las voces que les faltan, como los romanos las tomaban del griego.

riador estranjero. Estamos seguros de haber adoptado una causa mas justa y mas noble.

Pero abandonando este debate, no dejaremos en olvido la falsificacion de algunos otros hechos, tan querida y frecuentada por el dialogista. Habiamos dicho nosotros que el Arte de hablar del Sr. Hermosilla y los Principios de retórica y poética, de D. Francisco Sanchez, son los únicos libros escritos en castellano «sobre la enseñanza para escribir en prosa y en verso.» ¡Jesus, que mentira tan horrorosa! esclama cortesmente el anónimo.... Decir eso es haber perdido la vergüenza. Ni con groserías ni con badajadas se nos cierra á nosotros la boca. Señale el apologista de Bouterwek otro libro español que abraze la enseñanza de las dos artes, porque á nosotros no nos ocurre, aunque probablemente hemos gastado mas tiempo que él en esta clase de lectura. El resultado de la prueba ha de ser por su naturaleza muy desigual. Si nos cita otra obra española que comprenda las dos enseñanzas, se acreditará que no recordábamos un libro, ó á lo mas, que no le conocíamos si no la cita, peor consecuencia debe sacarse de quien así desmiente, sin mas apoyo que su descaro.

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Otra imputacion falsa, y no mas, rebatiremos, que si bien no se dirije contra nosotros, exije nuestra vindicacion. Prescindiríamos de las criticas, justas ó injustas, que se hicieran contra la obra del Sr. Hermosilla, que no pensamos defender ni impugnar; mas no debemos permitir que se le calumnie, tomando ocasion para ello tle nuestro artículo. Dice de este autor el folletista, que « sacando á relucir los trapos de todos nuestros clásicos, no solamente no se digna de copiar ó citar alguno de los muchos rasgos de gran belleza que se hallan en sus obras, pero ni aun insinuar que no todo lo que compusieron es por el estilo de lo que citą. » Así han de ser las falsedades; de tomo y lomo que se dejen sentir.-El Sr. Hermosilla advierte en su prólogo que ha escogido indistintamente los ejemplos de las bellezas; pero solo de autores de primer órden ha tomado los

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de defectos, como lo hace tal vez de Ciceron y de Virgilio: máxima adoptada por los mejores preceptistas, por ser mas dificil de conocer y mas peligroso el mal ejemplo de los escritores célebres. Pero es tan frecuente en su obra la cita, el exámen y elogio de los modelos españoles, que ya desde la dedicatoria pudo decir que está destinada à vindicar la memoria de nuestros clásicos, injustamente desacreditados por la ignorancia presuntuosa. Del mismo Lope que ha sido el tropiezo del dialogista dice en el prólogo, ponderando sus talentos admirables y su instruccion, que si hubiere observado fielmente las reglas, seria el primer poeta del mundo. En la obra se copian muchos de sus versos con elogio, ora como profundos en la sentencia, ora como hermosos magnificos en la diccion, ora como felices en la armonía imitativa. De los que son menos defectuosos ¿quién podria enumerar las análisis y los encomios diseminados por toda la obra? Especialmente en el primer tomo donde abundan más los ejemplos, esceptuando tres ó cuatro lugares mas largos en que no se citan ó solo se trata de defectos, rara será la vez que se hallen cuatro ó seis hojas sin alabanza, y muchas las páginas seguidas en que se elogian nuestros escritores. Jorge Manrique, Garcilaso, el Br. de la Torre, Leon, frecuentísima y esmeradamente, Herrera, Figueroa, Cervantes á cada paso, los dos Argensolas, Alcázar, Rioja con repeticion y entusiasmo, Arguijo, Saavedra, Jáuregui y otros muchos, se citan, se copian, se analizan, se celebran. No puede darse mas completo elogio que el de Jorge Manrique, que no insertamos por estenderse á tres páginas (106, 107 y 108, tomo 1.o). De una descripcion tomada de Fr. Luis de Leon, se dice que es sublime, valentisima, modelo en su linea (id., pág. 41). Del inmortal Cervantes se trasladan y califican otras de perfectas, acabadas, bellisimas, como del hombre que en esta prenda y otras muchas no conoce igual entre nosotros (pág. 65, 68 y 69).' De la epístola moral de Rioja se transcriben muchos tercetos, y se afirma que en ella poseemos una composicion en

su género, la mas acabada y perfecta que haya en ningun Parnaso moderno, y comparable, si alguna vez no las escede, con las del mismo Horacio (tom. 2.o, pág. 162). ¿Se han menester mas testimonios para demostrar la impudencia con que el anónimo asegura de quién ha estampado esas cláusulas, que no se digna copiar ó citar alguno de los muchos rasgos de gran belleza de nuestros clásicos, pero ni aun insinuar que no todo lo que compusieron es malo? ¡Y tan palmaria impostura se dice de un libro que anda en manos de cuantos cursan las humanidades en España! Escribir así, aunque se hiciera con otra decencia, no es solo calumniará los escritores particulares; es insultar al público.

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