Imágenes de páginas
PDF
EPUB

manidad. ¿Mas dónde hallaremos ahora el signo de esa proteccion providencial? Estudiemos los acontecimientos, y le encontraremos en esos que el mundo suele llamar sucesos fortuitos, fácil espediente para no fatigarse en escudriñar á la luz de la filosofía la conexion y enlace de los hechos que presenciamos.

Allá en la Mauritania habia segado la guadaña de la muerte la garganta de un jóven musulman, de quien verosimilmente ningun cristiano español tenia noticia; y sin embargo, la muerte de este individuo fué la salvacion de la sociedad cristiano-hispana. Este musulman era el hijo predilecto de Yussuf: el padre recibe la triste nueva del fallecimiento de su hijo la noche misma que acababa de triunfar en Zalaca: la amargura de la pena embarga el corazon del africano: el atribulado padre olvida que es el vencedor feliz; el conquistador renuncia á proseguir la conquista, el triunfador renuncia los honores triunfales, el emir de los morabitas no atiende á que puede agregar una provincia más al imperio de Marruecos, piensa solo en ir á llorar sobre la tumba de su hijo, en hacerle un funeral suntuoso, y abandona precipitadamente el suelo español, y regresa á las playas africanas, y con él la mayor parte de sus formidables guerreros. Aquella muerte tar á la sazon ocurrida, aquel dolor de padre tan vivamente encendido, aquella tan súbita retirada del campo de la victoria al lugar del sepulcro, permiten á Alfonso de Castilla reponerse de su

terrible desastre, los musulmanes que quedan en España se desunen de nuevo y pelean aisladamente y de su cuenta, y cuando vuelve Yussuf á España encuentra á los cristianos rehechos y arrogantes, y el vencedor de Zalaca es humillado en Aledo. ¿Qué importa á los cristianos españoles que el formidable gefe de los lamtunas se ertretenga despues en destronar los emires de la España muslimica, que envíe á los walíes de Granada y Málaga encadenados á Agmat, que dé una muerte alevosa á los Ben Alaftas de Badajoz, que condene á perpétua servidumbre á Ebn Abed de Sevilla, que se apodere de Jaen, de Almería, de las Baleares, que pague con la esclavitud y la muerte á los que le invocaron como libertador, y que convierta la España musulmana en provincia del imperio africano? Mejor para los cristianos españoles, toda vez que mientras guerrean y se destrozan entre sí los musulmanes de raza árabe y de raza africana, Alfonso de Castilla recobra á Santaren, Cintra y Lisboa; Sancho y Pedro de Aragon se posesionan de Barbastro y Huesca; Berenguer de Barcelona devuelve la metrópoli de Tarragona al cristianismo, y el Cid se apodera de Valencia. Y aunque más adelante los africanos recuperea á Valencia, y triunfen en Uclés, son in.foricnios sensibles, pero parciales: los cristianos han recobrado como por milagro su superioridad, y la España de la restauracion, á punto de sucumbir en Zalaca, ha vuelto á seguir su marcha progresiva de reconquista,

todo por haber faltado allá en apartadas tierras un individuo ignorado: ¿cómo no hemos de reconocer y admirar la sábia combinacion que la Providencia sabe dar á los sucesos al parecer más incolierentes cuando quiere favorecer un pueblo y una causa?

Aun suponiendo que Alfonso VI. de Castilia y de Leon no hubiera hecho otro bien á España y á la cristian-lad que la conquista de Toledo (que fueron además muchos y grandes los títulos de gloria que supo ganar tan insigne principe), bastaria aquella importante adquisicion para que le consideráramos como uno de los monarcas más heróicos, más dignos, más grandes de la edad media española: puesto que una vez arrancado del poder de los sarracenos el baluarte del Tajo para no perderle jamás, aquella conquista fué la linea divisoria que señaló el primer período de la decadencia de la dominacion musulmana y de la preponderancia y superioridad de los cristianos. La cruz que se plantó en la cúpula de la basílica de Toledo fué el fanal que anunció á los españoles que la nave de su independencia habria de arribar un dia por entre borrascas y escollos á puerto de salvacion. ¡Ojala hubiera sido tambien permanente, como fue gloriosa, la conquista de Valencia por el Cid!

Al referir los hechos de este famoso personage del siglo XI. en el capítulo II. de este libro preguntábamos: ¿Como vino á ser el Cid Ruy Diaz el héroe de las leyendas y de los cantos populares en España?

¿El Cid de la historia es el mismo Cid de los romances y de los dramas? A la pregunta respondimos con la narracion de sus hechos sacados de las mejores fuentes históricas, y harto distinguimos allí las verdaderas de las supuestas hazañas del guerrero castellano para que podamos ya confundir al héroe de la historia con el caballero del romance. «Mas, ¿cómo vino á hacerse el Campeador, preguntábamos tambien, el tipo ideal de todas las virtudes caballerescas de la edad media?» Lo esplicaremos ahora, ya que entonces no lo hicimos por no embarazar el curso de la narracion.

Medio siglo despues de su muerte eran ya celebradas las hazañas del Cid en los ásperos y duros versos que en semi-bárbaro latin escribió el desconocido autor de la crónica del séptimo Alfonso de Castilla (1). A poco tiempo nació la poesía castellana, bastante formado ya y cultivado el idioma para prestarse á las bellezas rítmicas. Hombres de accion los castellanos, avezados por necesidad y por costumbre á la vida activa de las campañas, orgullosos con el progreso de sus triunfos, pagados de su valor y afectos á los héroes hazañosos, la poesía tomó el carácter de la situacion social del país, y lo que más entonces podia entretener y entusiasmar á los hombres era oir cantar con los atavíos poéticos las proezas de sus guerreros y campeadores.

(1) Ipse Rodericus, mio Cid semper vocatus,

Le quo cantatur, quod ab hostibus haud superatur,
Qui demuit Mauros, etc.

Chron. Adef. Imper. ap. Florez, Esp. Sagr., tom. XXI.

Recientes estaban todavía en su memoria las del Cid, y el hijo de Diego Lainez tuvo la fortuna de ser escogido por argumento y tema de ese primer destello de la poesía castellana, que con el nombre de Poema es todavía al través de sus imperfecciones objeto de estudio y admiracion para los sábios. Los romanceros y poetas de los tiempos sucesivos se creyeron precisados ó autorizados por lo menos para añadir en cada romance nuevas hazañas, agregar nuevas virtudes, y circundar de nueva aureola, sobre la que ya le rodeaba, al héroe afortunado, y aplicáronle todas las dotes de hidalguía, de caballerosidad, de nobleza y de galantería que formaban el gusto, constituian el génio y retrataban las aficiones y la fisonomía de la edad media. Los hechos maravillosos, las virtudes insignes y las aventuras estraordinarias revestidas de formas halagüeñas, se convierten fácilmente en tradiciones populares, y las tradiciones populares toman con igual facilidad el carácter de hechos históricos en siglos no muy alumbrados por la luz de la crítica, y pasando de generacion en generacion se trasmiten á la posteridad cada vez mas abultados y robustecidos, llegando los cronistas é historiadores mismos á participar de las creencias del pueblo, contribuyendo á fortalecerlas y arraigarlas. Así la fama de estos personages vires adquirit eundo.

Viene andando el tiempo una época de más esclarecimiento, de más criterio, de más escepticismo; y

« AnteriorContinuar »