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que presumen llevar en su mano la antorcha de la crítica, no se contentan ya con disipar las nieblas y separar por medio de la luz lo que á la realidad pueda haber añadido ta fabula, sino que dejándose arJastrar muchas veces ellos mismos de la funesta ley de las reacciones, suelen caer en el opuesto estremo de negar todo lo que hallan establecido. A los cronistas excesivamente crédulos de los siglos medios sucedieron los críticos excesivamente escépticos de los modernos siglos. Aquellos nos legaron personages hazañosos hasta el prodigio y hasta la inverosimilitud; estos han desechado lo cierto y lo comprobado juntamente con lo supuesto y lo inverosímil, y han llegado hasta á negar la existencia de los héroes mas popularizados. Hé aquí la causa de los opuestos y encontrados juicios que se han hecho del Cid.

Mas ¿por qué el Cid ha sido el héroe predilecto de las canciones, de los romances, y de los dramas, con preferencia á otros personages gigantescos de aquella misma edad, á un Fernando el Magno, terror de los árabes, conquistador de Visco, de Lisboa y de Coimbra; á un Alfonso VI., el digno rival del gran emperador Yussuf, el que con la conquista de Toledo decidió virtualmente la restauracion de España; á un Alfonso el Batallador, que recobró á Zaragoza y paseó las banderas de Aragon desde las playas de Málaga hasta mas allá de las crestas del Pirineo; á un Altonso VII. de Castilla, coronado como rey de reyes en

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Leon, conquistador de Almería, grande, noble, glorioso como inonarca, intrépido, belicoso, invicto como guerrero?

Estos Fernandos y estos Alfonsos eran soberanos, que tenian á su disposicion todos los medios y todos los elementos que un reino podia dar de sí: la elevacion de su misma dignidad los colocaba á demasiada distancia del pueblo; eran además los que le imponian los pechos y gabelas: nobles y pueblos los amaban y respetaban por sus grandes hechos, los admiraban tambien, pero no se familiarizaban con ellos por medio de la poesía popular. Por el contrario, los castellanos estaban dispuestos à celebrar y ensalzar á todos aquellos génios guerreros, valerosos, independientes, que sin el auxilio del rey, centra la voluntad y aun á despecho del rey, arrostrando hasta las iras del rey, sabian hacerse respetar por sí mismos, por su valor y sus hazañas, hasta llegar á desafiar á su propio soberano. Los tres personages favoritos de los romanceros y del pueblo, Bernardo del Carpio, Fernan Gonzalez y el Cid, todos estuvieron en pugna con sus propios monarcas, y alguno se emancipó completamente de ellos. Propensos los castellanos de aquella edad á la independencia, orgullosos con sus recientes fueros, apreciadores de su valor individual, estaban dispuestos á celebrar ó á acoger con favor las poesías que ensalzaban aquellos héroes salidos de ellos mispesar del ódio y de la persecucion del mo

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narca sabian hacerse una fortuna ó un estado independiente, y más cuando tenian por injusto el ódio del rey como sucedia con el de Alfonso respecto del Cid.

¡Dios, qué buen vasallo, si oviese buen Señor!»

ponia el autor del poema en boca de todos los ciudadanos de Burgos cuando el Cid pasaba desterrado por el rey de Castilla. Si á esto agregamos la lealtad á aquel mismo rey cuyo enojo sufria, su maravillosa intrepidez, su actividad prodigiosa, sus triunfos sobre los moros, su arrogancia, y muchas veces su generosidad, cualidades de alto precio para los castellanos, no estrañaremos le hiciesen tema perpétuo de los romances populares.

Un ilustrado español de nuestros dias ha hecho el siguiente juicio del Cid. Cuando una region (dice) se halla dividida en estados pequeños, enemigos unos de otros, es frecuente ver levantarse en ellos caudillos que fundan su existencia en la guerra y su independencia en la fortuna. Si la victoria corona sus primeras empresas, al ruido de su nombre y de su gleria acuden guerreros de todas partes á sus banderas, y aumentando el número de sus soldados consolidan su poderío. Especie de reyes vagabundos, cuyo do minio es su campo, y que mandan toda la tierra en donde son los más fuertes, los régulos que los temen ó los necesitan compran su amistad ó su asistencia á fuerza de Irumillaciones y de presentes: los que resis

ten tienen que sufrir todo el estrago de su violencia, de sus correrías y de sus saqueos. Cuando ningun príncipe los paga, la máxima terrible de que la guerra ha de mantener la guerra es seguida en todo rigor, y los pueblos infelices, sin distincion de aliado y de enemigo, son vejados con sus extorsiones, ó inhumanamente robados y oprimidos. Héroes para los unos, foragidos para los otros, ya terminan miserablemente su carrera, cuando deshecho su ejército se deshace su poder; ya dándoles la mano la fortuna, se ven subir al trono y á la soberanía. Tales fueron algunos generales en Alemania cuando las guerras del siglo XVII., tales los capitanes llamados Condottieri per lus ital anos en los dos siglos anteriores, y tal probablemente fué el Cid en su tiempo, aunque con más gloria y quizá con más virtades (1).»

Sentimos no estar de todo punto cenformes con la idea que este nuestro distinguido compatriota ha formado del Campeador, si bien sus últimas palabras denotan ya suficientemente cuánto se distinguió de los condottieri de Italia el ilustre capitan español. Nosotros mismos que desaprobamos la conducta de Rodrigo Diaz con el monarca leonés en Carrion, que censuramos su arrogancia en Burgos y la humillacion que con su juramento hizo sufrir al rey, no podemos menos de admirar la fidelidad que guardó siempre á

(1) Quintana, Vidas de Españoles célebres: en la del Cid.

aquel mismo monarca á pesar de haber experimentado en tantas ocasiones ó su desvío, ó su enojo, ó su mal querer; la modestia y lealtad con que habiendo podido formar para sí un estado y señorío independiente, guardó y sometió sus importantes adquisiciones á su rey y señor. Digna de admiracion, sino de elogio, hallamos tambien la astucia y la política con que el Cid se manejó con tantos príncipes musulmanes y cristianos. La importante conquista de Valencia fué obra no menos de habilidad y de destreza que de perseverancia y de valor, y su éxito hubiera acreditado de grande á un poderoso soberano cuanto más á un simple caballero sin otros elementos que los que con su brazo y su espada y con la fama de su nombre supo adquirir. Si no se conservó Valencia para el cristianismo despues de su muerte, ya no pudo ser culpa suya: seríalo de las circunstancias, ó seríalo de Alfonso que la destruyó y abandonó. Hallámosle muchas veces generoso con los vencidos; vémosle ciertamente en otras duro y cruel en el castigar, y el suplicio de Ben Gehaf fué á todas luces horrible; ¿pero no le atenuará nada la rudeza de la época, y el modo como en su tiempo se trataba y consideraba á los musulmanes? (1)

(1) Sin disculpar, ni menos justificar aquella inhumana accion del Cid, citaren.os un comprobante de la manera como en aquellos tiempos se miraba à los sarracenos. Quiso Sancho Ramirez de Aragon eu los Fueros de Jaca aliviar la suerte de los musulmanes cautivos, y cre

yó haber dado un brillante testinomo y notable rasgo de clemencia y generosidad con la medida siguiente: «Si alguno ha tomado en prenda de su vecino un esclavo o esclava sarracena, enviele à mi palacio, y el dueño del esclavo ó esclava déle pan y agua: porque es

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