Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Duélenos tambien sobremanera que el brioso capitan, el batallador invicto, el campeador insigne, el que humilló é hizo tributarios tantos reyes mahometanos, el que venció á tantos poderosos príncipes, hiciera alianzas con los sarracenos contra los monarcas cristianos; que amigo y confederado del emir de Zaragoza, combatiera y aprisionára al conde barcelonés; que sirviendo á los Beni-Hud enrojeciera con sangre cristiana los campos de Aragon é hiciera á las madres catalanas llorar á sus hijos cautivos con mengua de la caballería y menoscabo de la cristiandad. Cuando hablábamos de Fernan Gonzalez dijimos: «Notamos con orgullo entre otras nobles cualidades del corde Fernan Gonzalez la de no haberse aliado nunca con los sarracenos ni transigido jamás con los enemigos de su patria y de su fé: cualidad que desearíamos sacar á salvo en más de un monarca cristiano y en más de un celebrado campeon español de los que en la galería histórica irán apareciendo (1). Cuando esto escribíamos, teníamos nuestro pensamiento en el Cid Campeador. Menester es no obstante confesar, por más que nos sea doloroso, que esas alianzas con los mahometanos que nuestra severidad histórica nos obliga á condenar, eran tan frecuentes en aquellos tiempos que debemos creer se miraban como sucesos or

un hombre y no debe morir de hambre como una bestia.» La medida del legislador prueba cuál seria la idea que el pueblo tendria

de sus deberes para con un musulman.

(1) Part. II., lib. I., cap. 17 de nuestra Historia.

dinarios, ó por lo menos no se consideraban como crímenes graves contra la patria, puesto que magnates, caudillos, príncipes los más ilustres y gloriosos, monarcas como los Sanchos, los Fernandos, los Alfonsos, se aliaban frecuentemente con los musulmanes contra otros cristianos, cuando la necesidad ó la conveniencia se lo aconsejaban: lamentable necesidad y triste conveniencia, pero que no por eso deja de constituir uno de los caractéros y una parte de las coзtumbres de aquellos calamitosos siglos.

Y si en el héroe de Vivar no encontramos al legislador prudente, al autor ó proseguidor de un sistema, de un gran pensamiento político; si las reliquias que de él se conservan, su bandera, su escudo, su silla de armas, sus dos espadas Colada y Tizona, son atributos todos del caballero de campaña, gloria de España será siempre haber producido al Campeador famoso, al paladin ilustre, al hombre hazañoso en las lides, al guerrero heróico, al capitan invencible, al súbdito leal á su rey, cuyo nombre y fama se ha difundido por todo el orbe y se transmitirá á todas las edades.

II. Parecia pesar sobre España una sentencia fatídica que la condenaba á alternar entre un reinado vigoroso y fuerte y otro débil y menguade; á que tras un príncipe grande, poderoso, temible, viniese un monarca ó apocado, ó imprudente, ó desaconsejado. Así era menester para que se prolongára indefinida

[ocr errors]

mente la lucha entre los dos pueblos: así krabia acontecido ya muchas veces, y así acaeció cuando al ro¬ busto y varonil reinado de Alfous VI. sucedió el borrascoso y flaco de su hija doña Urraca. Acontecimientos hay que si no son, parecen por lo menos enviados del cielo: tales son las calamidades que sobrevienen sin poderlas evitar los hombres, y tal fue la sucesion de doña Urraca al trono de Castilla: puesto que de seis esposas que habia tenido su padre Alfonso VI., de una solamente logró sucesion varonil, y el único hijo que el cielo le concedió fué para tenor el amargo desconsuelo de verle perecer à manos de los infieles en Uclés en la primavera de sus dias. No es fácil encontrar para esto esplicacion humana. Los demás males que affigieron á España en este periodo, resultado fueron ó de culpas ó de errores de los hombres, sin eximir al mismo Alfonso VI. como habremos de ver.

El matrimonio de doña Urraca con Alfonso de Aragon que hubiera podido anticipar en más de tres siglos la union de los dos reinos Aragon y Castilla, no fué sino fecundo manantial de turbuleneias, agitaciones, guerras y calamidades sin fin. Muchas causas contribuyeron á ello. Dominaba todavía demasiado el espíritu de localidad para que se pudiera conocer la conveniencia de la unidad española, y muchos castellanos miraban al de Aragon como un príncipe extrangero al cual les repugnaba so+ meterve. La viuda del conde Ramon de Borgoña

tampoco habia dado con la mejor voluntad su mano al aragonés. El parentesco que entre ellos mediaba hacia que una clase poderosíma del Estado, el clero, mirára con repugnancia este consorcio, y no era menor la del pontífice: que es admirable la escrupulosidad y la intolerancia de la Iglesia y de los papas de aquellos tiempos en esto de los impedimentos de consanguinidad para los matrimonios de los reyes, cuando tanta anchura ó tanto disimulo habia respecto á los mismos monarcas en otros puntos que debian afectar más á la moral y á las costumbres públicas; tal cra, por ejemplo, la frecuencia y facilidad con que se les veia repudiar una esposa legítima para enlazarse con otra; tal la multitud de hijos naturales ó bastardos que de público ostentaban los príncipes, y que hemos visto en los monarcas que precedieron á Alfonso VI.. en este soberano mismo, y que veremos en los que le habrán de suceder, sin que nos sea dado encontrar leyes ni eclesiásticas ni civiles para remedio y correccion de esta infraccion de los deberes morales.

Agregábase á estas causas y fué acaso la más poderosa de todas, los caractéres encontrados y los genios nada avenibles de los dos consortes. Alfonso belicoso y bravo, poseia todas las cualidades de un batallador; pero faltábanle las dotes de esposo. Valiente y duro cual convenia para el campo de batalla, pero adusto y áspero para la vida conyugal; más propio

para blandir la lanza que para las ternuras matrimo niales, condújose con la reina más con la rudeza de un soldado que con las consideraciones de esposo y de caballero, y se propasó á desmanes que reprobamos en los hombres de más humilde extraccion. La reina por su parte, si no tan caprichosa ni tan suelta en sus costumbres como la hacen algunos escritores, por lo menos no muy severa en lo de evitar que se murmurára su falta de recato, lejos de oponer una conducta que moderára los violentos ímpetus de su esposo, dábale ú ocasion ó motivos para que desplegára su natural brusco y nada tolerante, y contribuyó no poco á las borrascas y escándalos que luego perturbaron el reino. Por otra parte, el aragonés comenzó muy pronto á obrar más como rey de Castilla, que como marido de la reina. Y de esta manera un mairimonio que hubiera podido producir la union de los estados castellanos y aragoneses, vino á ser la causa de las perturbaciones que agitaron á Leon y Castilla durante el reinado de doña Urraca, y de las antipatías que entre aragoneses y castellanos duraron mucho tiempo despues.

Mas no era esto solo. Aun cuando don Alfonso y doña Urraca hubieran vivido en la mayor armonía y concordia como esposos y como reyes, sobraban á la muerte de Alfonso VI. elementos de disturbios que con las disidencias de los dos consortes no hicieron sino desarrollarse más. El conde y condesa de Portu

« AnteriorContinuar »