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El orden y la claridad histórica exigen que dejemos para otro capítulo el largo y glorioso reinado de don Jaime I. de Aragon, y que volvamos ahora á lo de Castilla.

Reprodujéronse bajo la menor edad de don Enrique I. de Castilla las propias turbaciones que habian agitado la de su padre, promovidas por la misma familia, la de los Laras. Los condes don Fernando, don Alvaro y don Gonzalo, hijos de don Nuño de Lara, herederos de la ambicion y de los ódios de sus mayores, comenzaron por difundir la especie de que no era conveniente ni propio que un rey, que habia de necesitar de nervio y vigor para regir el estado en la paz y en la guerra, estuviese confiado á las débiles manos de ura muger, y que estaria mucho mejor en poder de alguno de los grandes y señores del reino que en el de doña Berenguela. Más no atreviéndose todavía á arrostrar de frente y á las claras la oposicion que podria suscitar una pretension declarada á la regencia, valiéronse de la intriga y el artificio, ganando á un palaciego llamado García Lorenzo, natural de Palencia, que tenia gran lugar en la gracia de la hermana del rey. Hízolo tan bien el consejero áulico, y de tal modo supo influir en el ánimo de la regente, que intimidada y temerosa de los males que le representaba podrian sobrevenir, accedió al fin á ceder la regencia al conde don Alvaro Nuñez de Lara, si bien haciéndole jurar no solo que miraria por el reino y Томо v. 16

la

personą del rey, sino que conservaría á las iglesias, órdenes, prelados y señores todos sus honores, posesiones, tenencias y derechos; que no impondría nuevas gabclas y tributos, ni celebraria tratados de guerra ni de paz sin el consentimiento de doña Berenguela.

Pero no era ciertamente la virtud de los Laras el religioso cumplimiento de los juramentos. Y lo que hizo el conde don Alyaro tan pronto como se vió dueño del poder fué satisfacer aus particulares resentimientos y rencores, mortificando de mil maneras á todos los barones que no eran de su parcialidad, atropellando los más sagrados derechos, incluso el de la propiedad con descarada insolencia y no disfrazada ambicion. Con pretesto de las necesidades públicas y de asegurar las fronteras contra los mores echỏ mano tambien á los bienes y diezmos de las iglesias, con que acabó de despechar á los prelados y al clero, tanto que el dean de Toledo lo excomulgó por lo que tocaba á los de su iglesia, y no le absolbió hasta hacerle jurar que restituiria lo usurpado y respetaría en adelante los privilegios y bienes eclesiásticos. Para dar alguna satisfaccion á estas y otras quejas y á las instancias que por otra parte le hacian los grandes, vióse el regente en la necesidad de convocar cortes en Valladolid á nombre del rey. Pensaba don Alvaro hacer valer en ellas el derecho que alegaba á los patronazgos legos de las iglesias, mas lo

que aconteció fué que muchos de los grandes y ricoshombres, entre ellos principalmente don Lope Diaz de Haro, señor de Vizcaya, don Gonzalo Ruiz Giron y sus hermanos, don Alvar Diaz señor de los Cameros, y don Alfonso Tellez de Meneses, con otros nobles del reino, suplicasen á doña Berenguela con repetidas instancias que volviese á tomar la tutela del rey y sacase al rey y al reino del cautiverio en que los tenia el de Lara. Una carta que parece escribió con este motivo doña Berenguela á don Alvaro recordándole su juramento y excitándole á que le cumpliera para la tranquilidad de la monarquía, acabó de enojar al soberbio tutor, que no contento con tratar mal de palabra á la ilustre princesa se atrevió á mandarla salir desterrada del reino. Refugióse entonces doña Berenguela con su hermana doña Leonor á la fortaleza de Autillo, en tierra de Palencia, que era del señorío de don Gonzalo Ruiz Giron, adonde la siguieron algunos nobles de los que le eran más leales: con lo que quedó deshecha aquella asamblea, y como dice un cronista, acabó en bandos lo que empezó en gobierno..

No desconocia don Enrique, en medio de su corta edad, ni las demasías de su tutor, ni el desacato con que trataba á su hermana, ni los clamores que levantaban en el pueblo las injusticias é insolencias de don Alvaro. Bien mostraba en su tristeza y disgusto que de buena gana se volvería á poner bajo la tutela

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de su hermana, pero el astuto regente cuidó de distraerle y divertirle hablándole de bodas, que en los pocos años, dice un cronista, es lo que mas ruido hace para divertir pensamientos tristes. Oyó gustoso el jóven rey la proposicion, y don Alvaro se apresuró á negociar su enlace con la infanta doña Mafalda, hija del rey don Sancho de Portugal. Obtenido su consentimiento, dióse prisa don Alvaro á traer la princesa á Castilla, no imaginando hallar obstáculo á su combinado enlace. Pero engañóse en esto el de Lara, que ya el papa Inocencio III., advertido por doña Berenguela y sus leales castellanos del parentesco que entre les dos príncipes mediaba, habia encargado á los obispos de Burgos y de Palencia que declarasen la nulidad del matrimonio. Tan osado anduvo el de Lara, que en vista de este impedimento se atrevió á pedir para sí la mano de la que venia á desposarse con rey de Castilar La pudorosa princesa rechazó noble y altivamente tan audaz proposicion, y volvióse á Portugal, donde consagró sus dias á Dios profesando de religiosa en un monasterio (1),

el

Creció con esto y subió de punto la ira y el enojo de don Alvaro, y entregóse á nuevos y mayores desafueros, principalmente contra los nobles que favorecian á doña Berenguela, los cuales sufrieron todo género de persecuciones y de despojos. Anduvo con

(1) Roder. Tolet., 1. IX., c. 2.-Nuñez de Castro, Coron., cap. 7.

el rey por los pueblos de la ribera del Duero haciendo exacciones, so pretesto de la necesidad de que reconociese sus dominios. Detúvole algun tiempo en Maqueda, con pɔcɔ beneplácito de las poblaciones de la comarca, que esperimentaron de cerca las terribles vejaciones del desconsiderado regente (1). Las cosas fueron agriándose mas cada dia. Movida doña Berenguela del interés fraternal, envió secretamente un mensagero para que se informára del estado en que se hallaba el rey su hermano. Súpolo el conde regente, prendió al enviado, y mandóle ahorcar, só color de haberle hallado una carta de doña Berenguela en que incitaba á los de la córte á que diesen veneno al rey. Por más que don Alvaro procuró fingir la letra y sello de doña Berenguela, nadie creyó en la supuesta carta, que tenia aquella princesa harto acreditada la bondad de su corazon, y túvose todo por superchería del regente: tanto que excitó su inicuo proceder tal ira en el pueblo que tuvo que abandonarle y marcharse con su real cautivo á Huete. Desde alli mandó el rey un emisario á su hermana para informarle de su malhadada situacion; mas como niño, no lo hizo con tanta cautela que no le sorprendiesen los espías de don Alvaro, y costóle á Ruy Gonzalez, que

(1) Si algun cuaderno de las crónicas de los sigles (dice Nuñez de Castro con mucho fuego) hubiera dejado planas en blanco para escribir arrojos, desenfrenamien

tos, atrocidades de la ambicion, no llenáran con poca admiracion los blancos los sucesos del conde don Alvaro. Crónica de don Enrique el Primero, cap. 9.

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