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cautivos. Así entraron en la catedral, donde los esperaba la emperatriz vestida de gala y rodeada de las damas de su corte, juntamente con el arzobispo y el clero, y cantóse el Te Deum con la mayor solemnidad. Despacháronse correos al emperador que se hallaba en Segovia, y cuando vino á Toledo salió á recibirle doña Berenguela con Nuño Alfonso, llevando los pen dones reales juntamente con las cabezas de los dos reyes moros, y todo el aparato de banderas, armas y cautivos con que Nuño habia hecho su primera entrada en la ciudad. Escusado es decir que Nuño Alfonso recobró completamente con este hecho la gracia del soberano, el cual mandó clavar las cabezas de los reyes musulmanes en lo más alto del alcázar. Mas á los pocos dias dispuso la emperatriz que se bajasen aquellos sangrientos trofeos, y que envueltos en ricas telas de seda fuesen enviados á las viudas de los dos desgraciados emires.

Bajo la impresion del horror referiremos el suceso que al año siguiente (1143) permitió la Providencia, como si quisiese significar de un modo ostensible que tales actos de ruda y bárbara crudeza, aun ejecutados con enemigos de la fé, no quedaban sin una terrible expiacion, como contrarios á las leyes del cristianismo y repugnantes á las de la humanidad. Habia mandado el emperador á Martin Fernandez y Nuño Alfonso que pasasen al castillo de Piedra-negra á impedir las fortificaciones del de Mora que estaba

enfrente. Salió contra ellos el alcaide de Calatrava nombrado Farax, á quien nuestras crónicas llaman el Adalid. Vinieron unos y otros á las manos; empeñóse un reñidísimo combate, en que Martin Fernandez salió herido, pudiendo al fin salvarse en la fortaleza: retiróse Nuño Alfonso à un collado nombrado Peña del Ciervo, y allí despues de defenderse heróicamente perdió la vida á saetazos con cuantos le rodeaban. Cogió Farax el cadáver de Nuño Alfonso, y no contento aquel bárbaro con cortarle la cabeza, le mutiló el brazo y pierna derecha cuyos miembros hizo colgar en la mas alta torre de Calatrava, y á los pocos dias enviólos á las viudas de Aben Azuel de Córdoba y de Aben Zeta de Sevilla, para que tuviesen el horrible placer de contemplar los sangrientos despojos de los matadores de sus maridos, y de allí fueron trasportados á Marruecos para presentarlos al emperador Tachfin. Repugnantes cuadros de que apartariamos de buena gana la vista, si como historiadores no tuviéramos el triste deber de dar á conocer las rudas costumbres que la guerra habia engendrado en aquellos todavía harto desdichados tiempos. Aquel desastre causó al emperador Alfonso, que se hallaba en Talavera, tan profunda impresion, que mandó suspender la guerra por aquel año, apercibiendo no obstante á los caudillos para que estuviesen prontos y aparejados al siguiente en Toledo con sus respectivos contingentes y banderas.

Como enviado para distraer aquella tristeza y pesadumbre del emperador, y como para aliviar nueзtro espíritu del peso y disgusto de las trágicas esce→ nas que nos vemos precisados á relatar, vino pronto un acontecimiento tan halagueño y próspero como lo habia sido infausto y terrible el que acabamos de referir. Por resultado de la concordia esentada á las márgenes del Ebro entre el monarca de Castilla y el rey de Navarra, habíase concertado tambien el matrimonio de don García, viudo ya de su primera esposa doña Margelina, con la hija bastarda del emperador, doña Urraca, aquella que dijimos en otro lugar habia tenido de una señora de Asturias nombrada doña Gontroda. Vino, pues, el monarca navarro á Castilla con todo el cortejo, aparato y ostentacion que el objeto y caso requerian. Celebráronse las bodas en Leon (julio de 1144) con la mayor solemnidad y regocijo, y con asistencia de la emperatriz, de la reina doña Sancha, hermana del emperador, y de todos los duques, condes y magnates de Leon y de Castilla. Hiciéronse públicos festejos: á la puerta del palacio real se levantó un magnífico tablado, ricamente decorado por la mano misma de doña Sancha: el emperador y el rey de Navarra se sentaron en lo alto, y alrededor del trono se colocaron los obispos, abades, próceres y ricos-hombres. Mancebos y doncellas de las más nobles familias rodeaban el tálamo: compañías de farsantes entretenian la brillante córte; coros de muge

res cantaban acompañados de órganos, cítaras y flautas, mientras los caballeros principales lucian su habilidad y destreza corriendo cañas, lidiando toros y ejercitándose en otros juegos de placer (1). Concluidas las ceremonias nupciales, y habiendo hecho el emperador á su hija y yerno ricos presentes y regalos de oro y plata y de caballos soberbiamente enjaezados, y hécholes no menos preciosos dones la infanta doña Sancha, partió el rey don García con su esposa y grande acompañamiento de caballeros leoneses para sus estados, de donde regresaron aquellos colmados á su vez de obsequios.

Una terrible revolucion comenzaba por este tiemFo á agitar y conmover la España musulmana. Los descendientes de los antiguos árabes, que siempre habian llevado de mal grado el yugo de los Almoravides, que veian á sus dominadores apropiarse, esplotar, chuparse todo el jugo y la sustancia del blo, usurpar las haciendas y tiranizar las familias; que por otra parte se veian acosados por las huestes cristianas que no les daban momento de reposo, ganándoles cada dia poblaciones y fortalezas, cautivando

(1) De las espresiones del cronista latino de Alfonso VII., se infiere que los juegos de cañas y las fiestas de toros constituian ya una parte de las costumbres españolas: juxta morem patriæ, dice el autor de la crónica. Habla además de otro juego que consistia en herir á un jabalí con los ojos venda

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dos, y dice que muchas veces por herir al animal se lastimaban unos á otros, lo cual producia grande hilaridad en los espectadores: et volontes porcum occidere, sese ad invicem sæpius læserunt, et in risum omnes circunstantes ire coegerunt. Chron. Adef. Imperat. n. 37.

sus guerreros y sacrificando sus mejores caudillos, sin que de Africa les viniesen los socorros que tantas veces y con tanto apremio solicitaban, determinaron alzarse contra la raza morabita, y sacudir sa dependencia, hasta lanzarla, si podian, de España. La insurrección, que comenzó por el Algarbe con la toma de Mértola, se propagó pronto á Mérida, y cundió brevemente á Andalucía. El general de los Almoravides Aben Gania, que gobernaba á Córdoba, salió á combatir á los insurrectos; mas como durante su ausencia estallase una sublevacion en la misma Códoba proclamando cmir al gefe de los sediciosos Abu Giafar Hamdain, fuéle forzoso á Aben Gania acudir á apagar aquel fuego. En el camino supo que se habia revolucionado tambien Valencia, y que Murcia, Almería y Málaga seguian su ejemplo. Los de Córdoba se cansaron pronto del mando de Hamdain, depusiéronle á los quince dias, y llamaron á Safad-Dola, aquel aliado de Alfonso VII. que habia sido el último emir de los Beni-Hud de Zaragoza. Tambien de este se cansaron pronto los inconstantes cordobeses, y proclamaron segunda vez á Hamdain: en cambio los de Valencia y Murcia convidaron á Safad-Dola con el emirato de sus provincias. Como Safad-Dola era vasallo del emperador Alfonso y sus tropas eran cristianas, las conquistas de Baeza, Ubeda y Jaen que con ellas hizo equivalian á otros tantos feudos que agregaba á que tenia del monarca de Castilla. Mas como al

los

TOMO V.

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