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devorarla; limpiar las calles y los templos de los cadáveres y de los caballos muertos y de las inmundicias que infestaban su recinto; hacer un recuento ante su secretario Eraso de todos los franceses prisioneros para enviarlos á diferentes lugares fuertes; y dedicóse el resto de aquel mes y el siguiente à reparar las forá tificaciones de la ciudad que su mismo ejército habia destruido, para lo cual, entre otras medidas, mandó cortar todo el arbolado de su fértil campiña. Despachó algunos generales con sus divisiones para que se apoderáran de otras villas y fortalezas del país. El conde de Aremberg, flamenco, batió con treinta y cinco piezas y tomó el fuerte del Chatelet, y el duque de Saboya rindió y se hizo dueño de la ciudad y fortaleza de Ham, y de multitud de caballeros franceses que dentro de ella habia (setiembre, 1557). Felipe II. aun despues de conquistada y fortificada San Quintin, no creyó prudente internarse más en el corazon de la Francia, porque sabia las enérgicas y vigorosas medidas que para la defensa de su reino habia tomado el rey Enrique II. en el tiempo que el monarca español habia invertido en el ataque y rendicion de aque

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lla ciudad. Y así, dejando encomendada la guarda y defensa de San Quintin al aleman conde de Abresfem con cuatro mil hombres y con algunos capitanes y compañías españolas, dió la vuelta á Bruselas (12 de octubre), donde habia mandado juntar los estados de Flandes (1).

(1) En la Relacion citada, becha por un testigo de vista, se encuentra la siguiente curiosa nómina de los señores y caballeros, especialmente españoles, que sirvieron al rey Felipe II. en esta guerra.

El conde de Feria, del Consejo.
El duque de Siesa (Sessa).
El marqués de Aguilar.
D. Bernaldino de Mendoza, del
Consejo (este murió all el 9 de
setiembre).

D. Antonio de Toledo, del Con-
sejo.

D. Antonio de Aguilar, hermano del conde de Feria, de la Ca

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mano del duque de Nájera, del
Consejo.

El obispo de Arras, del Consejo.
D. Juan, y D. Pedro, y D. Alfonso
de Ulloa.

D. Pedro Maruel, de la Boca.
D. Alfonso de Córdoba.

D. Diego de Córdoba, teniente de
caballerizo mayor.

D. Juan de Mendoza, capitan gene-
ral de las galeras de España.
D. Luis Enriquez, hermano del
marqués de Alcañices, de la
Boca.

D. Francisco Manrique, hermano
dei conde de Paredes, de la
Boca.

D. Jaan de Quiñones, hermano del
Conde de Luna.

D. Bernaldino de Granada.
D. Juan Pimentel, hermano del
conde de Benavente, de la Cá-

mara.

D. Luis Merdez de Haro, de la
Boca, hermano del Señor del
Carpio.

D. Alvaro de Mendoza, castellano
de Castiluevo de Napoles.
D. Juan de Aba os, hermano del
marqués de Pescara, de la
Bora.

D. Felipe Maurique, tio del duque
de Najara.

El baron de la Laguna.

D. Luis de Ayala, hermano del conde de Fuensalida, de la Boca.

El conde del Castellar.

D. Gonzalo Chacon, de la Boca.
El vizconde de Ebola.

D. Manuel de Córdoba, hermano

Felipe sin duda no habia olvidado los arranques de energía del pueblo francés para la defensa de su territorio, de que habia dado tan señaladas pruebas en las diferentes ocasiones que le invadió el emperador su padre, y de cuanto esfuerzo era capaz para desenvolverse y mantener su integridad é independencia en los conflictos y casos más apurados. Por lo mismo, si inmediatamente despues de la derrota del ejército del condestable y en el momento crítico de hallarse la Francia sobrecogida de teinor y de espanto, creyó no deber provocar la exasperacion de un pueblo impetuoso, marchando hácia París como algunos le aconsejaban, habria sido mucho más inconveniente despues de la conquista de San Quintia, cuando Enrique II. habia tenido tiempo para tomar las siguientes vigorosas medidas de defensa. Habia excitado el espíritu de nacionalidad en la nobleza y en la juventud del reino, y ordenádola empuñar las armas bajo el mando del duque de Nevers en Picardía; habia llamado del Piamonte el ejército francés del vete

del conde de Bailen, de la Boca. D. Francisco de Alva. D. Juan Pacheco, hermano del mar

qués de Villena.

D. Alfonso Osorio.
D. Diego de Guzman.

D. Francisco de Tovar, que fué ge- El marqués de Irache, italiano.

neral de la Goleta.

D. Luis Vique.

D. Geronimo de Cabanillas.
D. Francisco de Mendoza, hijo del
marqués de Mondejar, de la
Boca.

D. Pedro de Córdoba, mayor-
domo.

D. Juan Mansiño.

D. Juan y D. Diego de Cecario.

De todos estos caballeros, y otros machos, alemanes, flamencos, borgoñones é italianos, que acompañaban al rey muy costosamente vestidos, se formó un lucido escna roo, que se llamaba el escuadron de S. M.

rano Brissac; habia solicitado del turco le socorriese con su armada; habia provocado á los escoceses á invadir la Inglaterra para distraer á esta nacion y que no pudiera ayudar más á Felipe, y por último, habia enviadɔ repetidas y urgentísimas órdenes al duque de Guisa para que á la mayor brevedad acudicse con todo el ejército de Italia (1).

Esta última disposicion colocaba en la situacion más comprometida al pontífice Paulo IV., que sin el auxilio de los franceses quedaba imposibilitado de resistir al duque de Alba. Así el enconado enemigo de Carlos V. y de Felipe II., el que habia provocado la guerra para arrancar el reino de Nápoles del dominio de España, el que habia querido sentenciar en pleno consissorio á Felipe y lanzar el anatema de la Iglesia contra el padre y el hijo, despues de desahogarse en amargas quejas contra el de Guisa por el abandono en que le dejaba, se vió obligado á solicitar la paz

y

á buscar mediadores para obtenerla. Por for una suya, Felipe, que siempre habia sentido tener que hacer la guerra al papa, lejos de abusar de su ventajosa posicion, acogió sus proposiciones de paz, en cuya virtud se juntaron en Cavé pa a tratar de las condiciones de ella el duque de Alba, virey de Nápoles, por Felipe, y el cardenal Caraffa, sobrino y representante de Paulo IV. Los capítulos en que al fin se

(1) Rimier, Memoir. II.

convinieron distaban mucho de ser tan favorables al rey de España como podia esperarse de la necesidad en que se veia el pontifice. Renunciaba, sí, Su Santidad á la liga con el rey de Francia, y se comprometia á mantenerse estrictamente neutral entre los dos soberanos. Pero el duque de Alba, á nonbre del rey. Felipe, habia de impetrar perdon de su Beatitud por la ofensa de haber invadido los dominios eclesiásticos, con cuyo acto seria reconocido Felipe como hijo de la Iglesia y partícipe de sus gracias lo mismo que los otros príncipes cristianos. Que restituiria el rey Católico á Su Santidad las plazas que le hubiere tomado durante la guerra. Que de una parte y de otra se perdonarian los agravios, y se devolverian mútuamente los honores, gracias, dignidades ó jurisdicciones de que se hubiera privado á sus respectivos súbditos. Y á los capítulos públicos del tratado se añadieron otros secretos relativos à las pretensiones de Caraffa al ducado de Paliano y á los demás dominios de los Colonnas.

do

por

Con arreglo á las condiciones de este pacto, que parecia más bien impuesto por el débil que dictael poderoso, pasó el duque de Alba à Roma (19 de setiembre, 1557); recibió el pontífice con toda pompa y solemnidad al que tanto por escrito le habia ultrajado (1); besó el orgulloso general español humil

(1) Véase la durísima carta del duque de Alba al pontifice en nues

tro capítulo XXXII. del precedente libro.

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