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nuevos agravios, viéndose perseguidos y atropellados hombres que habian hecho grandes servicios. Pero observando los gefes de la rebelion las prevenciones de las autoridodes, avisaron para que se suspendiera el movimiento.

Pasó el Jueves Santo sin novedad; pero la noche de la víspera de Pascua, creyendo el centinela de la torre de la Alhambra que eran moriscos unos soldados que subian con hachas de viento al cerro del Albaicin, tocó la campana de rebato, y gritaba desde la torre: «Cristianos, alerta, que esta noche vais à ser degollados! Alborotóse con esto la ciudad; las mugeres corrian á los templos; los hombres salian armados y medio desnudos, sin saber dónde habian de acudir; hasta los frailes de San Francisco se presentaron armados en la plaza; el presidente de la audiencia y el corregidor hicieron tomar las boca-calles del Albaicin, y pasaron toda la noche rondando, hasta que se penetraron del motivo de la falsa alarma. Al dia siguiente (17 de abril) llegó á Granada de la córte el marqués de Mondejar, con cuya presencia se aquietaron un tanto los moriscos, puesto que les permitió representar de nuevo à S. M. sobre las injusticias, tiranias y agravios que con ellos se cometian. El encargado de esta comision fué el ilustre don Alonso de Granada Venegas, descendiente del célebre príncipe Cid Hiaya, de quien tanto tuvimos que decir en la historia de los Reyes Católicos. Pero la mision de Venegas no tuvo

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mas favorable éxito que la anterior de don Juan Enriquez. Ahora como antes, el presidente del consejo de Estado, Espinosa, lo remitió al de la audiencia de Granada, á quien estaba cometido aquel negocio.

Como se ve, no faltaban personages de cuenta que intercedieran y abogaran con interés por los moriscos; mas todos s'is buenos oficios se estrellaban en la dureza de «dos bonetes», como decia el marqués de Mondejar, aludiendo á los dos presidentes inquisidores, Espinosa y Deza. El mismo marqués, con ser el capitan general del reino de Granada, destinado á hacer ejecutar la pragmática ó á perseguir á los rebeldes, tendia mas à tranзigir con los moriscos que á hacerles guerra. Pero sucedió que yendo con su hijo el conde de Tendiila á visitar la costa, vinieron á parar á sus manos un libro arábigo y unos papeles sueltos que se le habian caido á un morisco del Albaicin, que con algunos otros, conducidos todos por Aben Daud, habian intentado embarcarse para Africa, llevando consigo algunas mugeres y tres cristiano cautivos, y por haber sido denunciados y descubiertos habian tenido que volver á refugiarse en la sierra. Los papeles sueltos eran una larga elegía en vetso, pintando los trabajos y la opresion en que vivian los moriscos andaluces, y una carta escrita por Daud á los moros de Berbería suplicándoles viniesen á ayudarles á sacudir el yugo y á salir de la angustiosa esclavitud en que gemian, y que los nuevos

bandos iban á hacer mas insoportable. Con esto ya no quedó duda al marqués de los designios de los moriscos, á pesar de la quietud y sosiego que aparen

taban.

Así fué, que congregados los del Albaicin en una casa no lejos del edificio mismo de la Inquisicion, acordaron la necesidad de un pronto y general alzamiento para la noche del dia de año nuevo, porque sus pronósticos aseguraban que Granada seria reconquistada por los musulmanes el mismo dia que se habia perdido. El plan era que la revolucion comenzara en el mismo Albaicin, no moviéndose los de las sierras y valles hasta que se les diera aviso y señal de la ciudad. Entretanto se enviaron oficiales de confianza para que empadronaran con el mayor disimulo posible hasta ocho mil hombres en los lugares de la Vega y valle de Lecrin, y otros dos mil en la sierra. A la señal que se les haria del pico de Santa Elena acudirian todos estos vestidos à la turca, para que pareciesen turcos que venian de socorro. El órden que los de la ciudad habian de seguir, era dividirse en tres trozos, mandados cada uno por un gefe; sc señalaron los colores de cada estandarte, los barrios y parroquias cuya gente habia de acaudillar cada uno, los puestos que cada cual habia de atacar, debiendo todos matar los cristianos que pudieran, soltar los presos de las cárceles de Chanciilería é Inquisicion, prender ó matar al presidente Deza y al arzobispo, y

reunirse todos en la plaza de Bibarrambla, donde habian de acudir los ocho mi! hombres de la Vega y valle de Lecrin, y de allí adonde conviniese para poner á fuego y sangre la ciudad.

Por mas que el plan de los conjurados no dejara de traslucirse, ni el presidente ni el marqués acababan de persuadirse de que pudiera hacerse un levantamiento general, y atribuíanlo todo á algunos perdidos, interesados en revolver el país; y aunque uno de ellos, acaso arrepentido, reveló como en confesion cuanto se trataba á un jesuita llamado el padre Albotodo (23 de diciembre, 1568), y éste dió cuenta de ello á las autoridades, contentáronse con reforzar las guardias y rondar aquella noche. Sucedió en esto que los monfis ó salteadores alpujarreños, movidos ya por Farax Aben Farax, no tuvieron calma para esperar, y arrojándose sobre varios eseribanos y alguaciles de la audiencia, que habian salido á la sierra á pasar, segun costumbre, las vacaciones de Pascua, y andaban. por los pueblos haciendo vejaciones á los moriscos, los ascsinaron y se apoderaron de cuanto llevaban. La noticia de este suceso, que llegó el primer dia de Pascua á las autoridades granadinas, no las alarmó tanto como era de esperar; creyeron que algunos moros berberiscos habrian desembarcado en la costa para ayudar á los monfis á tomar algun lugar, como otras veces lo habian hecho; y como aquel dia lo fuese de un temporal frio Ꭹ deshecho de agua y nieve, ni si

quiera se creyó hacer en la ciudad la ronda de costumbre.

Muy de otra marera obró el activo y resuelto Aben Farax, Sin reparar en lo terrible y crudo de la noche, con menos de doscientos salteadores de la sierra que pudo recoger, diciendo á los alpujarreños que los del Albaicin les darian ya pronto la señal de la insurreccion, y asegurando á los del Albaicin que los ocho mil hombres de Lécrin y de la Vega le seguian; haciendo á sus salteadores vestirse tocas y turbantes turquescos, á la media noche ilegó á la media noche ilegó a las puertas de Granada; con picos y otros instrumentos que llevaba agujereó el muro, entró audazmente en la ciudad, sorprendió un centinela y una guardia de soldados cristianos, recorrió con su gente dividida en dos cuadrillas varias calles, asaltó con ella algunas casas despertó á voces á los moriscos del Albaicin ilamándolos á las armas, porque era llegada la hora y toda la tierra de los moros se habia ya alzado. Mas como aquellos mirasen y viesen tan poca gente, Idos con Dios, hermanos, les dijeron, que sois pocor y venís sin tiempo. Con esta respuesta, y oyendo ya tocar á rebato las campanas de San Salvador, el atrevido Aben Farax, renegando de sus hermanos del Albaicin, é insultando groscramente su cobardía, volvió á salirse al rayar el alba por el portillo por donde habia entrado, la vuelta de Cénes, no habiendo acudido tampoco á auxiliarle los de la Alpujarra, por

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