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la paz, y no tuvo escrúpulo, como no le habia tenido otras veces, en faltar á sus más solemnes com promisos. Contribuyó mucho á facilitar la negociacion el embajador francés en Constantinopla, Noại lles, obispo de Aix, por segunda vez encargado de representar los intereses de su monarca cerca del sultan. El 7 de marzo (1573) se ajustó la paz entre la Puerta y la república, con condiciones tan desven tajosas y humillantes para esta, que además de los 300,000 ducados que por espacio de tres años, se obligaba á pagar al Gran Señor, venia à dejarle y asegurarle sus conquistas. A juzgar por este tratado, se habria creido que los turcos habian ganado la batalla de Lepanto (1).

Felipe II. recibió la noticia con su acostumbrada é imperturbable serenidad, diciendo que si la república obraba así por su interés, él habia obrado en bien de la cristiandad y de la misma república. No lo creia don Juan de Austria cuando se lo anunciaron: su noble corazon se resistia á admitir como verosímil semejante proceder. Pero tuvo que creerio cuando se lo comunicaron por escrito los mismos venecianos. Entonces quitó de su galera real el estaudarte de la liga, y enarboló en su lugar el pabellon español.

(1) Relacion del bailio de la república Marco Antonio Bárbaro, Manuscritos de Rangoni, en la Bi

blioteca imperial y real, citada por Hammer en la Historia del Imperio otomanɔ.

«

Deshecha así la liga con tan poca honra para sus quebrantadores, ¿qué se hacia, y en qué se empleaba la escuadra española? Era natural que se pensára en destinarla á la expedicion de Berbería, proyectada ya un año antes. «Que sería poca autoridad, (decia don Juan de Austria al cardenal Granvela) á las cosas de S. M. haber juntado una armada tan gruesa ⚫con tantos gastos, y deshacerla sin sacar ningun «fruto dello, tanto mas habiéndome S. M. mandado escribir diversas veces y mostrado particular voluntad y deseo de que se haga la empresa de Tunez y Biserta. » Y así se determinó, despues de proveer lo necesario à la defensa de las costas de Sicilia y de Nápoles, que por entonces parecian aseguradas segun las noticias que se tenian de la armada turca. Si se difirió hasta setiembre la expedicion, faé sin duda porque nuestra escuadra se encontraba, como escribia don Juan, sin un solo real, y con muchos centenares de millares de ducados de deuda (1),» Al fiu, con los escasos recursos que pudieron haberse, quedando Juan Andrea Doria con cuarenta y ocho galeras en Sicilia, y tan pronto como el temporal lo permitió, dejó don Juan las costas de Italia (1. de octubre), y enderezó el rumbo a la Goleta con ciento cuatro galeras, bastante número de fragatas y naves,

(1) Carta de dɔn Juan de Austria al cardenal Granvela, en el Archivo de la casa de Villafranca,

y en el tomo III. de la Coleccion de documentos inéditos, p. 126.

y veinte mil hombres de guerra, sin contar los aventureros y entretenidos.

á

Luego que arribó à la Goleta, sacó de allí dos mil quinientos veteranos españoles, «que hacian temblar la tierra con sus mosquetes, dice un historiador, y poniendo en su lugar otros tantos bisoños, se encaminó á Tunez. No habia necesitado don Juan de tanto aparato, porque halló abiertas las puertas de la ciudad, y el alcaide de la Alcazaba, que dijo la tenia á nombre de Muley Hamet, le hizo entrega de ella. Hallo don Juan en Tunez cuarenta y cuatro buenas piezas de artillería, con gran cantidad de municiones y de vituallas. No permitió que se hiciera esclavos á los habitantes; por el contrario, ofreciendo seguro, no solo á los que habian quedado en la ciudad, sino á los que habian huido de ella, muchos volvieron á darle obediencia en nombre del rey de España. Determinó don Juan se construyera un tuerte capaz de contener ocho mil hombres junto al Estanque, que protegiera á la Goleta, cuya obra encomendó al entendido Gabrio Cervelloni, con titulo de gobernador y capitan general. Dejó de guarnicion los ocho mil hombres entre españoles é italianos, á cargo del maestre de campo Andrés de Salazar, y la isla al de don Pedro Zanoguera. Si es cierto que los secretarios Soto y Escobedo opinaban que don Juan podia y aun debia alzarse por rey de Tunez, lo es tambien que él se contentó con arrancarle à la tiranía de

Uluch Alí, poniendo en su lugar á Muley Hamet, á quien encargó gobernára los moros en paz y justicia.

Para asegurar más á Tunez, pasó á ocupar á Biserta, que se le entregó de su voluntad. Los turcos que la presidiaban fueron muertos por los mismos moros, y el general español puso por gobernador al mismo caudillo de estos, bien que con la precaucion de dejar en el castillo á don Francisco Dávila con trescientos soldados. Volvióse con esto á la Goleta (17 de octubre), donde cometió el error, estraño en el talento de don Juan (que de haber sido error veremos la prueba más adelante), de dejar en el gobierno de aquella importante fortaleza á don Pedro Portocarrero. Logrado tan rápidamente y en tan breves dias el objeto de su expedicion, reembarcóse el jóven príncipe para Italia (24 de octubre), ilegó á Palermo y de allí pasó a invernar á Nápoles, donde la gentileza de la tierra y de las damas, dice un historiador español, agradaba á su edad (1) ̧.

Tales fueron los resultados de la famosa Liga de 1570 contra el turco, solicitada por Venecia y rota por aquella república. Tales los de la memorable ba

(1) Cabrera, Hist. de Felipe II., jib. X., c. 11.-Relazione di Tunis e Biserte, MS. de Rangoni.

los servicios del emperador, negandose a satisfacer el tributo estipulado, vino ahora à implorar de Trajo consigo don Juan de Aus- don Juan su restablecimiento en la tria a Muley Hamid, el hijo de soberanía de Tunez, pero suз súaquel Muley Hazem, á quien Car- plicas fueron tan inútiles como melos V. habia restablecido en el tro-recian serlo. Don Juan dió el vireino de Tunez. El malvado Hamid, nato a su hermano Muley Hamet, y que habia hecho sacar los ojos á á él le trajo consigo à Italia, para su padre, y pagado con ingratitud que no perturbara á su hermano.

talla naval de Lepanto, tan gloriosa para los coligados, y señaladamente para don Juan de Austria. El fruto que de ella se recogió no fué ni el que se debió ni el que se pudo. Las causas ya las hemos manifestado. Sin embargo, estamos lejos de creer que hubieran podido los aliados ir derechos á Constantinopla, como entonces deseaba el pontifice y despues han creido algunos historiadores. Otro tanto distamos de los que afirman que la victoria fué enteramente infructuosa. Lo cierto es que el historiador del imperio otomano, algunas veces citado por nosotros, despues del capitulo que dedica á la guerra de Chipre, à la liga y á la batalla, comienza el siguiente con este epígrafe: Epoca de la decadencia del poder otomano. »

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