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con la magnitud de los Estados? Esto es lo que nos irá enseñando la historia, y lo que vamos á comenzar á ver desde los primeros capítulos.

y

Dejamos á Felipe II. en Flandes (1) en el primer año de su reinado (1556), y al tiempo que su padre partía para el retiro de Yuste, sufriendo los efectos del ódio enconado é injustificable del papa Paulo IV. de su sobrino, el intrigante cardenal Caraffa, á Cárlos de Austria y á su hijo, empeñados aquellos en arrancar al rey de España el dominio y posesion del reino de Nápoles. La tregua de Vaucelles, que el pontífice se habia visto forzado á pedir al ver al enérgico y severo duque de Alba con el ejército español á las puertas de Roma, solo duró hasta que, envalentonado otra vez con los socorros de Francia, dió de nuevo suelta á su mal comprimido rencor contra Felipe, y creyó podia renovar con ventaja la guerra. Las sugestiones de los Caraffas al monarca francés no habian sido infructuosas, y movido aquel soberano de su antígua rivalidad á la casa de Austria y del aliciente de la particion concertada de su codiciado reino de Nápoles, envió à Italia en auxilio del pontifice al duque de Guisa con un ejército de veinte mil hombres de sus mejores tropas. Grande ánimo cobró el anciano Paulo IV. al saber que un general de la reputacion fama de el de Guisa marchaba sobre Turin, fran

y

(1) Recuérdese el cap. XXXII del libro I.

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queaba denodadamente los Alpes en la aspereza y ridel invierno (enero y febrero, 1557), se apoderaba de pasos y plazas mal guarnecidos por los españoles, y avanzaba confiadamente á Roma, mientras los españoles se concentraban para defender las fronteras de Napoles. Y cuando llegó á Roma hízole el pontifice un recibimiento triunfal, que hubiera cuadrado mejor á quien hubiera terminado felizmente una campa ña, que á quien iba á comenzarla y no podia responder de su buen éxito.

Y así fué que no tardaron en bajar de punto las magníficas ilusiones de los aliados contra el rey de España; porque ni el de Guisa halló el calor que esperaba en los duques de Ferrara y de Florencia, ni las fuerzas pontificias correspondian á lo pactado, ni menos á lo que Caraffa habia prometido, comenzando aquel á conocer lo poco que podia esperar de débiles aliados; ni el pontífice y los suyos vieron en las primeras operaciones del francés lo que la fama de su valor y la celebridad de su pericia los habia hecho aguardar. Llevó el de Guisa su ejército á Civitella del Tronto, ciudad de alguna consideracion en la frontera de Nápoles, y puso sitio á la plaza (24 de abril, 1557). Por esta vez no dió resultado ese primer impetu tan temido de los franceses. Defendiéronse los sitiados con vigor, y acudiendo luego del Abruzzo el duque de Alba con su gente, obligó al de Guisa á levantar el sitio al cabo de tres semanas, y á retirarse

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sin fruto y sin gloria (mayo, 1557). Siguióle en su retirada el general español, escaramuzando siempre y molestándole sus tropas. Al pasar el francés el rio Tronto, muchos capitanes napolitanos y españoles escitaban al de Aiba á que batiese en forma al enemigo: negóse á ello con mucha prudencia el español, y más prudente anduvo todavía, cuando el de Guisa, pasado el rio, y elegidas posiciones, le brindaba á batalla. Eludiéndola con mucha habilidad, y sin necesidad de arriesgar su gente, dejaba que las enfermedades fueran diez nando el ejército francés, que el de Guisa se quejara al pontífice y reconviniera al cardenal Caraffa por el papel indigno de su nombre que le obligaban á hacer con sus miserables recursos despues de tan pomposas ofertas, y entretanto los españoles no cesaban de hacer correrías al territorio pontificio, de tomar los lugares flacos ó descuidados, y de contínua alarma al gefe de la Iglesia.

poner en

El resultado de esta campaña, tan arrogantemente emprendida por los aliados, fué que el de Guisa, desengañado de las pomposas ofertas del pontífice y los Caraffas, exigia á estos que las cumplieran, so pena de abandonarlos, y pedia á su córte, ó le enviáque ra refuerzos ó que le mandára retirarse; y el papa, con todo su odio á Felipe II., al ver el ningun progreso del ejército auxiliar francés, hubiera de buena gana pedido la paz si los Caraffas sus sobrinos no hubieran impedido á los cardenales pro

ponerle los medios convenientes para alcanzarla (1). Mientras en Italia marchaba así la guerra con ninguna ventaja para el pontífice y con ningun crédito para el de Guiзa, el rey don Felipe en Flandes, tan pronto como vió el rompimiento de la guerra por parte de los franceses, habíase propuesto hacerla por la suya con todo vigor, y mostrar á los ojos de Europa que quien habia heredado los señoríos de su padre en vida sabria ser un digno sucesor de Carlos V. Al efecto, con la actividad de un jóven que desea acreditarse, envió sus capitanes á Hungría, Alemania y España, á levantar cuerpos de infantería y caballería, sin perjuicio del llamamiento general á las armas de sus súbditos flamencos. Despachó tambien á Ruy Gomez de Silva á España con plenos poderes para que sacase di-nero y recursos á toda costa; y no contento con esto, pasó él mismo en persona á Inglaterra con propósito de decidir á la reina María su esposa ayudarle en la guerra con Francia. Fué en esto tan mañoso y afortunado Felipe, y conservaba tanto ascendiente con la reina, que no obstante las prevenciones del pueblo inglés contra él, y el opuesto dictámen del consejo privado de la reina á comprometerse en una guerra con Francia, á los tres meses de su permanencia en aquel reino volvió á Bruselas (fin de junio, 1557) con la satifaccion de contar con un cuerpo de ocho mil

(1) Pallavic. Hist. lib. XIII.- bro III., cap. 1 á 13.-Leti, Vida Cabrera, Hist. de Felipe II., li- de Felipe II., Part. prim. lib. XII.

auxiliares ingleses, que mandado por el conde de Pembroke se habia de incorporar al suyo de los Paises

Bajos. A su regreso & Flandes activó con el mayor ¿ calor los preparativos de la guerra, y nombró general en gefe del ejército á Filiberto Manuel, duque de Saboya, que tan ventajosamente se habia distinguido por su inteligencia y valor en las últimas campañas del emperador su padre.

A propuesta y persuasion de dos capitanes españoles, y oido sobre ello el consejo, y muy especialmente el parecer del virey de Sicilia don Fernando de Gonzaga, cuya opinion, por su mucha esperiencia en las guerras con franceses, era siempre muy respetada y atendida, se determinó poner sitio à San Quintin, plaza muy fuerte y considerable, fronteriza de Francia y los Paises Bajos, la cual se hallaba un tanto desguarnecida por creérsela casi inespugnable, y de tanta importancia quo entre ella y París habia muy pocas ciudades fortificadas. Mas para encubrir este plan al enemigo y llamar su atencion hácia otra parte, se acordó abrir la campaña por el lado de Marienburg, ciudad de Flandes que poseian los franceses, y á la cual se dirigió el de Saboya con el ejército desde Bruselas (15 de julio, 1557). La maniobra surtió todo el buen efecto que con ella se proponia y buscaba el general de Felipe II. Toda Francia se movió á socorrer la plaza de Marienburg amenazada Ꭹ sitiada por los españoles. Figuraba el de Saboya no

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