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Explotar los eriales y baldíos que están abandonados donde quizás se codicia el terreno, es, seguramente, un mal negocio.

Es poco frecuente, salvo terrenos pantanosos, hallar tierras incultas susceptibles de explotación remuneradora, y al revés, es muy frecuente que los terrenos cultivados estén mal culti vados en perjuicio del propietario mismo y de la sociedad.

Por eso yo creo necesaria la expropiación arriba indicada por interés privado y causa pública en razón al mejor cultivo, á la más perfecta explotación.

La técnica agrícola no recomienda cultivar mucho, sino cultivar bien. El cultivo extensivo desaparece ante el cultivo intensivo, como la rutina ante la ciencia, hoy ciencia ya experimental.

Cada día se van roturando y descuajando terrenos según las necesidades del mercado y el aumento de la población, siem. pre terrenos de fertilidad bastante á rendir tributo al trabajo y al capital; pero la roturación á toda costa y en terreno estéril, sólo es posible donde el clima y las aguas ofrecen un cultivo intensivo y exuberante.

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Es verdad que para la obra colonizadora se explota el afán del trabajador en cosa propia; mas debe empleársela en tierra capaz de producir, una vez cultivada, lo que el término medio de las del país, porque de otra suerte y alentándolo con una protección inicial, se le engaña, y, en definitiva, se pierden el trabajo y el capital.

Por eso yo creo, y sobre ello reincido, que el colono mismo es el que ha de buscarse la tierra que ha de fecundar de sus sudores, seguro de que acertará más que los Ingenieros del Estado.

Esto es lo que opina del proyecto de ley, cuyos motivos y finalidad honran y enaltecen, á los grandes estadistas Besada y Canalejas.

CARLOS L. DE HARO.
Registrador de la propiedad.

FLORENTINO AMEGHINO

y la genealogía del hombre en Sud-América.

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Florentino Ameghino ha muerto antes de que dejase de ser inédito en nuestro país. Fuéra del círculo tan estrecho jay! entre nosotros-de los profesionales de las ciencias naturales, su nombre nada dice aún en el público de nuestros intelectuales.

Pero él fué, al otro lado del Atlántico, frente a nuestra España, en la tierra argentina, una luminosa figura simpática que queremos ayudar à descubrir entre nosotros.

Reproduzcamos aquí, para esto, ante todo, su elogio, escrito por otro gran argentino, Ingegnieros:

<Dos veces la muerte y la gloria se dieron la mano sobre un cadáver contemporáneo. Fué la primera cuando Sarmiento se apagó en el horizonte de la vida nacional; fué la segunda al cegarse en Ameghino las fuentes más hondas de la ciencia americana. Pocas tumbas, como las suyas, han visto florecer y entrelazarse á un tiempo mismo el ciprés y el laurel, como si en el parpadeo crepuscular de sus organismos se hubieran en cendido lámparas votivas consagradas á la glorificación eterna de su genio..

Sarmiento y Ameghino cumplieron plenamente su función social, realizando su obra respectiva, sobremanera vital y fecunda. Nadie podrá pensar en la educación ni en la cultura de este continente, ein evocar el nombre de Sarmiento, que fué su

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apóstol y su sembrador: ni pudo mente alguna comparársele entre los que le sucedieron en el gobierno y en la enseñanza. En el desarrollo de las doctrinas evolucionistas marcan un hito definitivo las concepciones de Ameghino; serà imposible no advertir la buella de su paso y quien lo ignore renunciará á conocer los dominios de la ciencia explorados por él.»

«Si grande fué este genio de acción no lo fué menos Ameghino, genio especulativo en quien se fundían el sabio y el filó sofo. Y por una singular coincidencia ambos fueron maestros de escuela, autodidactas, sin título universitario, formados fuera de la gran urbe metropolitana, en contacto inmediato con la naturaleza, ajenos á todos los alambicamientos exteriores de la mentira mundana, con las manos libres; la cabeza li. bre, el corazón libre, las alas libres. Y Ameghino, lo mismo que Sarmiento, llega en su clima y á su hora; la realización de su vastísima obra, en nuestro país y en nuestra época, tiene caracteres de fenómeno natural.

¿Por qué un hombre, en Luján, da en juntar huesos de fósiles y los baraja entre sus dedos, eomo un naipe compuesto con millares de siglos, y acaba de arrancar á esos mudos testigos la historia de la tierra, de la vida, del hombre, como si obrara por predestinación ó por fatalidad?

>Tenía que ser un genio argentino, porque ningún otro punto de la superficie terrestre contiene una fauna fósil comparable á la nuestra; tenía que ser en nuestro siglo, porque antes le habría faltado el asidero de las doctrinas darwinistas que le sirven de fundamento; no podía ser antes de ahora, porque el clima intelectual del país no era propicio à tal obra, antes de que lo fecundara el apostolado de Sarmiento; y tenía que ser Ameghino, y ningún otro hombre de su tiempo por varias razones. ¿Qué otro argentino hemos conocido que reuniera en tan alto grado su aptitud para la observación y el análisis, su capacidad para la síntesis y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolongado durante tantos años, su desinterés

por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario, pero matan al pensador? Basta meditar un minuto sobre la biografía de Ameghino para comprender que la estructura moral del hombre de genio científico ó filosófico explica su rareza. Suele ser planta que florece mejor en las montañas solitarias, acariciada por las tormentas, que son su atmósfera natural; se agosta en los invernáculos oficiales, como si le faltaran el pleno aire y la plena luz que sólo da la naturaleza; á veces basta transportarla á un jardín cesáreo para que se torne raquítica y se marchite, como si le decretaran un invierno perpetuo. El genio no ha sido nunca una institución oficial.

>Ameghino sólo confió en su fin y en sus fuerzas, ignorando las artes del escalamiento y las industrias de la prosperidad material. En la ciencia buscó la verdad, tal como la concebía; ese afán le bastó para vivir. El genio no sabe acechar riquezas ni tiene alma de funcionario; Ameghino sobrellevó heroicamente su pobreza sin asaltar el presupuesto, sin vender sus libros á los gobiernos, sin vivir de comisiones oficiales, sin acechar jubilaciones prematuras, ignorando la técnica de esa pros peridad que simula el mérito à la sombra del estado. Fué y vi vió como era, buscando su Verdad y decidido á no torcer un mi. lésimo de ella; el que puede contemporizar con sus conviccio nes y rebajar sus doctrinas al nivel de sus conveniencias no es, no puede ser nunca, absolutamente, un hombre genial.>

En Ameghino faltan las violencias que necesitó Sarmiento, circunstancia explicable por ser el uno un genio especulativo y el otro un genio pragmático. Pero hay entre ambos un profundo parecido moral y de estilo, un punto de consonancia absoluto, que se revela en todos sus escritos y polémicas. Son absolutamer.te sinceros; lo son consigo mismos, para poder serlo con los demás. Llaman á las cosas por sus nombres: sa ben que á fuerza de empañar los nombres se pierde en los espíritus la noción de las cosas erróneas ó detestables. De allí que, a veces, ambos parecieran terriblemente ingenuos. Esa ingenuidad no es, sin embargo, ignorancia de la vida ó de los

hombres, ni es la desarmada inocencia infantil; es, más bien, la peligrosa espontaneidad del que ve claro y dice sinceramente las cosas como las ve: es la arista personal de su estilo, ese quid que lo pone al descubierto en cada palabra, haciendo de cada frase una sentencia que lleva su firma y no podría llevar ninguna otra. Todo hombre genial tiene una manera en la órbita de su genio; su lenguaje es siempre un estilo. Enseñando ó demoliendo, amenazando ó acariciando, profetizando ó razonando, en la invectiva y en la ironía, contra un hombre ó contra una época, glorificando ó conmoviendo, siempre pone algo de sí mismo y dirá su pensamiento como sabe decirlo. En cada. palabra se le reconoce.>

Si en Sarmiento, genio pragmático, vemos que la geniali. dad se traduce por una absoluta unidad y continuidad del esfuerzo, que es la antítesis de la locura, en Ameghino, genio especulativo, encontramos iguales caracteres predominando en todo el desarrollo de sus doctrinas.

>También Ameghino fué tratado como loco, sobre todo en su juventud. Es inolvidable la bonhomia risueña con que solía contar las burlas de sus vecinos y de los niños de su escuela, cuando le veían dirigirse con la azada al hombro hacia las márgenes del Luján; para esas mentes sencillas tenía que estar loco, y de remate, ese maestro de escuela que pasaba días enteros cavando la tierra y deseterrando huesos de animales extraños, como si algún delirio le hiciera creerse sepulturero de edades extinguidas. Cambiando de ambientes, sin asimilarse á ninguno, consiguió pasar más desapercibido y atenuar su re. putación de inadaptado.

>Basta leer su obra inmensa-, centenares de monografías y de volúmenes-, para comprender que este genio especulativo no presenta más desequilibrios que los inherentes á su exuberancia é inadaptación. Su exterioridad es original porque no le viene bien ninguno de los uniformes que la sociedad le ofrece. Sus descubrimientos, grandes y útiles, nunca fueron elabɔrados al acaso ni en la inconciencia, sino por una vasta prepara

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