Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CRÓNICA POLÍTICA

Es un hecho innegable que nuestros progresos y adelantos, en punto á costumbres politicas, son muy inferiores à los que en otros órdenes de la vida hemos realizado.

Si de la riqueza de la nacion se trata, salta á la vista que en los últimos años ha tenido un desarrollo considerable. Lo dicen el gran número de obras de utilidad pública construidas y en construccion; el crecimiento de nuestras líneas de ferro-carriles, cuyos ingresos, reflejando la mayor circulacion de viajeros y de mercancías, aumentan sin cesar; los estados que periódicamente revelan la situación de nuestras carreteras y demás vías de comunicacion; el número creciente de nuestros barcos, prueba segura del desenvolvimiento de nuestro tráfico; las estadisticas comerciales, que con la precision de los números demuestra lo mismo; la cifra de nuestro presupuesto, en una palabra, que es hoy muchísimo más considerable que hace pocos años, poniendo de relieve, la de los ingresos la mayor capacidad tributiva del país, y la de los gastos el crecimiento de las atenciones y necesidades del Estado, crecimiento que es síntoma no menos elocuente que el de los ingresos, de la mayor prosperidad y desahogo de la nacion.

Si de los intereses materiales volvemos la vista á otro órden de ideas, encontramos lo mismo.

La instruccion pública, no en el sentido estrecho y limitado que indican las cifras de alumnos en los Institutos y las Universidades, sobre lo cual habria mucho que hablar, sino en el ámplio y general de la cultura y de la difusion de los conocimientos útiles en el pais, ha alcanzado tambien progresos considerables. Se publican muchos más libros, hay cada dia más Academias y centros científicos y literarios, crece el número de periódicos y de publicaciones ilustradas, indicio claro de que se lee más. En suma, la inteligencia nacional adquiere incesante desarrollo y vive vida más robusta y vigorosa. Y así podríamos ir recorriendo más en detalle cada una de las fases de la vida social, hallando en todas el mismo lisongero aspecto é igual halagador resultado.

Pero llegamos á la política, y aquí varian las cosas.

No somos propensos al pesimismo, tratándose de colectividades; pero debemos reconocer que si bien trascienden à la politica los adelantos que en todo lo demás se nota, ejerciendo en ella su benéfico natural influjo, en la vida política propiamente dicha, el progreso es mucho menos perceptible.

Prueba de ello es el espectáculo que hoy presenciamos, que no puede ser más deplo

rable.

En vez de preocuparnos de cuestiones prácticas y de verdadera trascendencia para el país, estamos engolfados hace ya dias en una polémica, sobre si es necesario y suficiente que rija la letra de una Constitucion determinada para que seamos completamente feli ces, y nos trasportemos como por arte de mágia al mejor de los mundos posibles.

Muy lejos de nosotros el menospreciar la importancia de las leyes y la influencia que ejercen en las costumbres; pero de ninguna manera estamos conformes con esa manía de subordinar el fondo y la esencia de las cosas á lo que sólo es formal y accidental.

Estos son resabios de nuestra infancia política, en la que nos han acostumbrado, como á Francia, á gobernarnos con palabras y frases, de tanto más efecto, cuanto más redondas y sonoras son.

Una carta de Biarritz, publicada por El Imparcial, atribuyendo al señor duque de la Torre el propósito de levantar como bandera la Constitucion de 1869, es la que ha dado lugar á esta polémica sobre el tema de las Constituciones à que nos referimos.

No intentamos profundizar aquí los grados de exactitud que encierre la carta de El Imparcial. Sus grandes merecimientos elevaron al señor duque de la Torre á los más altos puestos del Estado, y le han colocado à tal altura, que es natural se pretenda suponerle en tal ó cual actitud, para aplicar la influencia de su nombre a los fines que se desean; y como su misma posicion le impide descender al terreno de la polémica para rectificar cada concepto dia en un sentido, y sin temor á incurrir en las mayores contrase le atribuye, su persona y sus opiniones no cesan de ser dicciones. Recursos son estos licitos y usados en politica; y como los inconvenientes que pueden producir son siempre remediables en el momento en que lo quieran los interesados, no hay por qué censurar su uso ni quejarse de su aplicacion. Muchas veces se acierta y aunque otras se yerra, como se puede deshacer el error, todo queda sub

traidas y llevadas, cada

sanado.

No podemos menos de apuntar, sin embargo, algunas consideraciones.

Todo el mundo sabe que en 1875 (fecha del documento declaracion del general Serrano, exhumado por la carta de El Imparcial) como bastante despues, hasta que se promulgó la Constitucion de 1876, el partido constitucional consideró vigente la de 1869, cuyo mantenimiento defendieron sus representantes en las Cortes con gran elocuencia. En aquella fecha, por consiguiente, era exacto lo que en la declaracion del general Serrano se consigna: «que de los tres grandes objetos de las Cortes de 1869, hacer un rey, una Constitucion y un presupuesto, solo quedaba la Constitucion.» Pero hoy es evidente que no puede sostenerse semejante cosa, ni podrian repetirse estas palabras con fecha de 1882, puesto que la Constitucion de 1869 no está vigente, y para que vuelva á estarlo, será preciso restabiecerla. ¿Se aspira hoy por alguien à este restablecimiento? Nadie que discuta de buena fé puede contestar afirmativamente. La personalidad más ilustre de la disidencia, el general Lopez Dominguez, ha explicado repetidas veces cómo el partido constitucional aceptó y por qué debió aceptar la Constitucion de 1876, sin perjuicio de llevar á las leyes orgánicas, no todos, sino aquellos preceptos de la del 69 que se consideren convenientes. El mismo Sr. Balaguer, en el número programa de su periódico La Reconquista, venia à decir lo mismo. El Sr. Moret ha declarado tambien explicitamente su aceptacion del Código de 1876.

¿Quién queda, pues, al lado de la Constitucion de 1869? Sólo el Sr. Montero Rios, que aún no ha aceptado tampoco la legalidad.

No podemos, pues, creer que un político tan experto y de las condiciones del señor duque de la Torre haya hecho las declaraciones que le atribuye la carta de El Imparcial.

Pero dejando á un lado este punto, veamos si tienen fundamento las razones que, cou ocasion de esta carta, se han expuesto en pró de la necesidad de restablecer de un golpe y por procedimientos inaceptables el Código de 1869. La Constitucion de 1876 es una ley como otra cualquiera, que por otra cualquiera puede ser reformada, sin las solemnidades y el aparato de Córtes extraordinarias, lo cual nosotros, lejos de considerarlo un defecto, lo juzgamos una gran ventaja.

Pues bien. ¿Por qué los que desean el restablecimiento de la Constitucion de 1869 no presentan á las Cortes, en forma de proposiciones de ley, todas las modificaciones que hagan falta para convertir la Constitucion vigente en la de 1869, sustituyendo los artículos de la una por los de la otra?

¿Es que se teme que no logren tener mayoría en las Câmaras esas modificaciones? Entonces lo que se pretende, sin duda, es que se traigan unas Cortes, con cuya mayoría, favorable à la Constitución de 1869, se cuente de antemano.

El procedimiento para obtener esa mayoría es lo que nadie se atreve á indicar. Citanse algunos artículos de la Constitucion de 1869, pretendiendo que son incompatibles con la de 1876; pero la simple lectura de esos artículos basta para comprender que no tienen razon los que tal dicen.

Sólo uno de ellos nos obliga reconocer nuestra buena fé, que es más amplio que su correspondiente en el Código de 1876. Nos referimos al art. 21 del de 1869, que establecia la libertad religiosa, mientras que el 11 del vigente establece la tolerancia. El credo democrático, sin embargo, exigiria la separacion de la Iglesia y del Estado, y de esto se hallan tan distantes uno como otro artículo.

En cuanto al art. 32 de la Constitucion de 1869, que dice que «la soberania reside esencialmente en la nacion, de la cual emanan todos los poderes, es un principio que ha proclamado siempre y que sigue proclamando el partido liberal. El no consignarlo la

Constitucion de 1876, en nada lo debilita ni menoscaba las libertades públicas. Tanto valdria echar de ménos la insercion del artículo prímero de la Constitucion de 1812, que mandaba á todos los españoles que fuesen huenos.»

El Jurado, en los límites con que lo conŝignaba la Constitucion de 1869, quedará establecido por una ley en la próxima legislatura.

El sufragio universal cabe perfectamente dentro del Código de 1876; y para restablecerlo basta, sin modificar este en nada, reformar en ese sentido la ley electoral.

Respecto del Senado, nos basta recordar lo que antes hemos dicho sobre la manera de ser de la actual Constitucion, que (no nos cansaremos de repetirlo, porque parece que no se entiende) puede reformarse con la misma facilidad que cualquiera otra ley.

Una sola razon se apunta contra la eficacia de cualquier tentativa reformadora, y es el veto de la Corona. Pero es preciso recordar que este veto existe en casi todas las naciones, incluso en los Estados-Unidos, y que nunca su ejercicio, que tiene lugar por érgano del Consejo de ministros, puede ser ocasion de conflictos como los que parece se

temen.

No tienen, pues, razon los que dicen que son inconciliables ambas Constituciones, y como acabamos de demostrar, pueden restablecerse en la legislacion, por los medios normales y ordinarios, cuantos preceptos del Código de 1869 se crean convenientes.

La actitud de los diferentes partidos y grupos politicos en la discusion suscitada con motivo de la carta de El Imparcial, es digna de notarse.

El partido conservador, con su jefe el Sr. Cánovas á la cabeza, es el más decidido partidario de la conveniencia de que se forme un nuevo partido de la izquierda; el señor Mártos sigue mirando con la misma simpatia que hasta ahora la política liberal dei actual Gobierno, aunque declara que todavía sería mayor su simpatía á un ministerio aún más liberal que el presente; el Sr. Castelar, comprendiendo que toda la campaña sobre el tercer partido es una funcion à beneficio de los conservadores, cuyos frutos, estos y nadie más que estos habrian de recoger si produjera su único resultado posible, la division deł partido liberal, censura y lamenta todo lo que á esto pueda conducir.

Despues de citar estos nombres y de consignar sus respectivas opiniones, huelgan en realidad cuantas consideraciones pudieran hacerse.

¿Qué ha de hacer el Sr. Cánovas, dada la manera como se hace por todos los partidos la política en España, más que favorecer y fomentar todo aquello que tienda á dividir debilitar a sus adversarios? No hace falta, ciertamente, tener el talento que tiene el senor Cánovas para comprenderlo; y lo extraño sería que no se regocijara con el anuncio de un suceso que, si se verificase, reuniria aquellas condiciones del modo más á propósito para el logro de sus planes.

Las apreciaciones de los Sres. Castelar y Martos son decisivas. El primero es resueltamente contrario á todo lo que divida al partido liberal. El segundo, en el mero hecho de seguir mirando con simpatía la política del gabinete Sagasta, revela claramente que la merece; si bien su posicion como jefe de una agrupacion democrática le obliga á decir que aún mayor seria su simpatía á otro gobierno más liberal.

Sobre lo que piensan los hombres importantes del partido constitucional que al fin de la última legislatura se desviaron de la situacion, no sabemos nada, pues ninguno de ellos ha manifestado su opinion sobre el asunto.

Mientras no se abran las Cortes podrán continuar las confusiones sobre este estado de cosas; pero una vez abiertas, se precisarán inevitablemente las actitudes y se aclarará todo lo que hoy aparece envuelto en dudas y sombras.

La publicacion en la Gaceta de la ley orgánica provincial, votada en la anterior legislatura por las Cortes, y de una circular del ministerio de la Gobernacion, acerca de su cumplimiento, es otro de los acontecimientos notables de la última quincena.

Las próximas elecciones provinciales se verificarán, con arreglo á la nueva ley, en los primeros dias de Diciembre, y sobre la importancia de esta clase de contiendas, ha publicado la prensa, especialmente la democrática, artículos encaminados á excitar al pais á salir de su retraimiento y acudir á las urnas, como único medio eficaz de que la administracion de sus intereses vaya á parar á manos de los más dignos.

Ojalá que estas excitaciones produzcan en el cuerpo electoral el efecto que se desea, pues todo lo que tiende á guiar al país por el camino de la lucha legal y pacifica, debe ser aplaudido por cuantos se precien de liberales y quieran sinceramente el Gobierno del país por el país.

Enseñar á éste que ese camino es el único que le puede conducir á su progreso y bienestar, es tarea patriótica y á que ninguno tenemos el derecho de negar nuestro con

curso.

Desgraciadamente, todavía, por causas muy complejas y que sería largo enume→

rar, no tiene la opinion pública conciencia de su fuerza, creyéndose más débil de lo que realmente es, porque no palpa inmediatamente el resultado de cada una de las cosas que pretende en un momento dado conseguir.

El dia en que la accion, individual, completada en lo que sea preciso por el espíritu de asociacion, adquiera más confianza en sí misma, comprenderá cuán grande es su poder y lo que puede alcanzar su influencia.

Mientras tanto, bueno es hacer constar la uhanimidad con que se reconoce que las condiciones de la próxima lucha para todos los partidos no pueden ser más favorables, por la extension del derecho de sufragio, que hace éste casi universal, y por la amplitud con que se ejercen los derechos de imprenta, de reunion y todos los que garantizan la libertad del ciudadano.

Los sucesos de Egipto puede decirse que continúan como los dejamos en la anterior

Revista.

Sólo debemos acentuar lo que ya en ella indicamos; esto es, que la resistencia de los egipcios es mucho más enérgica de lo que se esperaba, habiendo conseguido paralizar el movimiento de avance del ejército inglés, que no se atreve á alejarse de la costa por temor, sin duda, á ver cortadas sus comunicaciones con la escuadra.

La opinion pública en Inglaterra está con esto hondamente preocupada, y en Europa se nota un movimiento de reaccion marcadamente favorable al pueblo egipcio.

Como de un momento á otro se espera una importante batalla en Tel-el-Kebir, que quizá cambie la faz de las cosas, preferimos no hacer hipótesis, que tal vez cuando esta Revista liegue à mano de nuestros lectores no tengan razon de ser.

El movimiento electoral en Italia es bastante vivo, preparándose á la lucha todos los partidos, excepto el ultramontano, que aún no se sabe si saldrá de su retraimiento. La politica exterior parece que jugará en las próximas elecciones papel más importante que de costumbre.

Existen en este punto tres corrientes: Una desea que Italia, reconcentrándose dentro de sí misma y manteniendo como base de su política la amistad con Alemania, abandone todo género de aventuras en el exterior, así en Tripoli como en el Tirol, y se consagre al desenvolvimiento de su riqueza nacional. Otra, creyendo ya estéril la alianza con Alemania y Austria-Hungria, quiere que se procure reanudar los antiguos vinculos de amistad con Inglaterra, cuyo apoyo considera valiosísimo para Italia, y podria contrarestar, si llegara el caso, la mala voluntad de Francia La tercera, por último, es la de los republicanos, que defienden la conveniencia de una alianza con la República francesa. Antes de las elecciones, que se verificarán el 22 de Octubre, el Gobierno nombrará treinta senadores.

Sabido es que en Italia todo el Senado es vitalicio y de nombramiento de la Corona.

EL IMPERIO IBÉRICO

(Continuacion.)

XVIII

Así como en la naturaleza las evoluciones se verifican por sucesivas y compenetradas transiciones, del mismo modo que las familias y las razas se producen á través de muchas generaciones por insensibles variaciones dentro de la misma especie, las evoluciones sociales, la marcha intelectual de las sociedades se verifican compenetrándose, subsistiendo mezcladas y áun al parecer confundidas las ideas que se contrarian y áun se excluyen, marchando aparentemente unidas las que luchan por sostenerse y las que lo hacen por acabar con su contrario. Tal vez un exámen profundo detenido pusiera de manifiesto que las ideas y sentimientos que despues de largas y terribles luchas se suceden en las sociedades, no son, en último término, más que modificaciones sucesivas de un mismo principio fundamental. Un ejemplo que pudiera, á simple vista al ménos, dar fuerza á esta hipótesis, lo presentaron las religiones principales que han tenido y áun tienen grandísima importancia en la marcha de las sociedades. De suerte que cualquiera puede observar que, áun la más perfeccionada de las monoteistas, conserva vestigios tales del fetichismo, que en muchos y abundantes detalles no discreparian en el fondo las creencias y esperanzas de un europeo del Occidente ó centro de ella 10

TOMO LXXXVIII

« AnteriorContinuar »