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USOS Y ABUSOS DE LA ESTADÍSTICA

(Continuacion)

XIV

Refieren los historiadores griegos que Glauco, jóven ateniense, ambicionaba distinguirse como hombre de Estado y dirigir la política de su pátria. Era el primero en discutir en la plaza los asuntos públicos, y el último en cuidar de los propios. Encontróle un dia Sócrates, y hablaron de esta suerte:

Sócrates.-Me han asegurado, Glauco, que aspiras á ser nuestro arconte.

Glauco. No te han engañado.

Sócrates.-Pues si es cierto, te agradecería que me indicases las primeras medidas que piensas tomar para el engrandecimiento de la ciudad. ¿No procurarás hacerla más rica?

Glauco.-Ese es mi más ardiente deseo.

Sócrates.-Ya sabrás, pues, cuáles son sus rentas, de dónde proceden y á cuánto ascienden, para procurar que no decaigan, aumentarlas, si esto es posible, y suplirlas, caso de que alguna desapareciese.

Glauco. No habia fijado mi atencion en ello.

Sócrates.-Por lo menos sabrás á cuánto ascienden los gastos de la ciudad, y procurarás suprimir los supérfluos. Glauco. Tampoco he procurado averiguar esto.

Sócrates.—¿Cómo, pues, podrás enriquecer la República, si no conoces ni sus ingresos ni sus gastos?

Glauco.-Recurriré á los bienes de los enemigos.

Sócrates.-Me parece muy bien, si es que nuestra República es más fuerte que ellos.

Glauco. La observacion es justa.

Sócrates.-Será, por consiguiente, necesario conocer las fuerzas de la ciudad y las de los contrarios, á fin de aconsejar la guerra ó evitarla, segun que nosotros seamos ó no los más fuertes. Dime, pues, primero, las fuerzas de mar y tierra de la República, y luego, las de los enemigos.

Glauco.-En verdad que no puedo contestarte.

Sócrates. No insisto, pues. Pero al ménos habrás investigado cuánto trigo producen nuestros campos y cuánto necesita la ciudad durante el año, á fin de ver si podrá carecer de lo necesario, y en tal caso, proveerla con tiempo, para librarla del hambre.

Glauco.-¿Tambien de esto tengo que cuidarme?

Sócrates.-De esto y de otras muchas más cosas, amigo Glauco. No se puede administrar bien, ni áun la propia casa, si se ignora todo aquello de que se carece y no se le suple. Si deseas renombre y admiracion en la República, procura, ante todo, conocer su situacion é intereses. Sólo siendo superior en todo esto á tus conciudadanos, no me sorprenderá que dirijas bien los negocios de la República y salgas bien de tu empeño. Tales son las frases que los historiadores griegos atribuyen á Sócrates. Ahora bien, aunque el nombre aún no se conocia, lo que este filósofo queria que Glauco supiese, no era otra cosa que la estadística de su pátria, prueba evidente de que los hombres pensadores de todos los tiempos han opinado del mismo modo respecto á la necesidad que la Administracion tiene de las noticias y enseñanzas que encierran las cifras.

Y no sólo los hombres reflexivos. Ese mismo vulgo que tan hostil suele mostrarse contra las investigaciones de esta clase, hace mucho tiempo que, sin darse cuenta de ello, viene reconociendo los beneficios de la Estadística en el órden administrativo. ¿Qué significaba, si no, dice á este propósito Moreau de Jonnés, aquella frase: ¡Si el rey lo supiese! en que solia pror

rumpir el pueblo en tiempos de las monarquías absolutas, victima de toda clase de abusos y atropellos? Aunque muy lejos de pensar que al expresarse de este modo no sólo justificaba, sino que ponia toda su confianza en esas pesquisas estadísticas que tan odiosas le son, parte porque no comprenden todavía su verdadero objeto, parte tambien por no haberse utilizado cual se debia en favor de las clases menesterosas, el vulgo positivamente llamaba en su auxilio á la Estadística y hacía su mayor apología, porque sólo las cifras dicen á los gobernantes la verdad, sin declamaciones y sin sofismas, con lenguaje rudo, pero sincero.

Mucho se ha repetido el ejemplo con que el ilustre Quetelet procuraba demostrar en sus cartas al Duque de Sajonia Coburgo Gotha los títulos de la Estadística al reconocimiento de los pueblos y á la proteccion de los gobiernos. «En la prision de Vilverde, decia aquel sábio belga, la mortalidad era tal por los años 1802, 1803 y 1804, que jamás las poblaciones en las epidemias más horribles, ni los soldados en las guerras más desastrosas, habian sufrido perdidas semejantes. De cuatro prisioneros, morian al cabo del año ¡tres! Tal calamidad, producto de una administracion viciosa, empezó á decrecer en 1805, merced á útiles reformas, y dos años despues, la mortalidad de aquel establecimiento quedó reducida á proporciones casi normales.>> Callaran las cifras, y nadie seguramente hubiese pensado en poner remedio á un mal que se desconocia. Por su parte, y con igual objeto, decia Moreau de Jonnés en sus Elementos de Estadistica: «Hace quince años, la mortalidad de los niños expósitos ascendia, en algunos hospicios, al 25 por 100. La Estadística denunció el hecho, y las defunciones han quedado reducidas á ménos de la mitad. Sin sus avisos, hubiérase seguido ignorando que, por espacio quizá de cien años, la muerte arrebataba la cuarta parte de aquellas desventuradas criaturas confiadas á tan monstruosa caridad.>>

Pero nunca se encomiarán bastante los servicios que los números pueden prestar y prestan, efectivamente, bajo tales puntos de vista. Procurar el remedio de los males sociales es, sin duda, mucho; pero la Administracion más celosa é ilustrada es impotente para corregir males que desconoce, para satisfacer

necesidades que permanecen ocultas; y como estos males y estas necesidades muchas veces sólo la Estadística puede ponerlas de relieve, por haber multitud de hechos que, escapándose á las inteligencias más poderosas las descubre, sin embargo, con facilidad suma, un mediano observador, como proceda con constancia y se ajuste á buenos métodos, de aquí la necesidad que de las cifras tiene todo Gobierno que sinceramente desee destruir en su origen los males sociales. Por otra parte, los datos estadísticos han de ser, en la mayor parte de los casos, los que den á conocer los resultados obtenidos de las reformas adoptadas con aquel objeto, y los que indiquen, en su consecuencia, si debe perseverarse en los procedimientos aplicados, ó si, por el contrario, hay necesidad de buscar nuevas soluciones. Véase, pues, si tienen importancia las cifras, bajo el punto de vista de la prosperidad y bienestar de los pueblos. Y, sin embargo, aún no hemos dicho sobre este punto todo lo que decir debemos; porque cuanto más fijamos nuestro pensamiento en lo que à la causa del progreso importa la publicidad y á todos los intereses sociales el general sosiego, más nos persuadimos de que la Estadística es la llamada á establecer el lazo de union que, para bien de la libertad y del órden, debe existir entre los poderes públicos y los pueblos.

Cuando la Administracion oculta en el misterio el resultado de sus actos, ó lo dá á conocer de una manera incompleta; cuando el país, que paga sumas inmensas para que protejan y fomenten sus intereses, tanto morales como materiales, ignora su inversion ó desconoce las ventajas obtenidas en cambio de sus sacrificios, la armonía entre administradores y administrados es imposible. Los primeros carecen de medios de hacer ostensibles sus servicios y de mostrar sus títulos al reconocimiento de la nacion, y el vulgo, dejándose llevar de ese tradicional recelo que le inspiran los actos todos de los gobernantes, no tiene sino desconfianzas y ódios hácia una institucion en quien no supone otras miras que las de arrebatarle el producto de su trabajo y molestarle á cada instante con toda suerte de trabas y formalidades. La opinion pública y la prensa, que, por lo mucho que interesa el acierto en las resoluciones de la Administracion y por la luz que siempre surge en la lucha de las

doctrinas, deben ser en las naciones ilustradas el oráculo á donde acudan los Gobiernos en busca de consejo y el gran Jurado que pronuncie el merecido fallo sobre cuantos actos emanen del poder, privadas unas veces de los elementos necesarios para juzgar con acierto, presas otras de antiguas preocupaciones ó intereses absurdos, no pueden ser más que apasionados declamadores. tanto más funestos para la Administracion, cuanto que ésta, dejando de recoger y publicar el resultado de sus actos, se ha privado de la única clase de pruebas que podria utilizar en su defensa. Por último, la Administracion que no procure conocer un defecto, bien estudiando sus propias operaciones, bien investigando sus resultados, mal puede tratar de corregirlos; y como los vicios que no se cortan en su raíz aumentan progresivamente hasta convertirse en males incurables, concluyen por desacreditarse instituciones firmísimas destinadas á hacer el bienestar y prosperidad de los pueblos.

Pero nada más fácil á la Administracion que evitar tan fatales consecuencias. En vez de despreciar el estudio de su organizacion y de sus actos, procure llevar sus investigaciones á cuanto tenga relacion con su manera de obrar y de existir; en vez de eludir el planteamiento de las cuestiones, abordelas resueltamente, suministrando cuantos datos convenga tener en cuenta para resolverlas á la luz de los principios proclamados por la ciencia; en vez de conservar en el misterio el resultado de sus gestiones, erija en sistema su publicacion, y no le faltarán, seguramente, ni simpatías ni consejos: que los pueblos no niegan jamás su reconocimiento á los Gobiernos celosos é ilustrados, ni encuentra nunca el hombre de estudio más agradable su trabajo que cuando puede redundar en beneficio de su pátria. La Administracion hará palpables de este modo sus esfuerzos de todos los momentos para llenar la mision que en las naciones le está confiada, los beneficios que de su mano reciben las clases todas de la sociedad, los títulos, en fin, que le asisten para ser llamada, cuando sabe cumplir sus deberes, la Providencia terrenal de los pueblos, y la opinion pública, que no juzgará por impresiones, sino que dispondrá de elementos suficientes para formar juicio exacto sobre todas las cuestiones y podrá apreciar en todo su valor lo que á la Administracion

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