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gar en absoluto la influencia de las fuerzas morales sobre las materiales ó vice-versa; negar, en fin, el arte, que es la creacion humana, ó la ciencia, que es el conocimiento positivo de los hechos, es renovar aquellas interminables cuestiones de la metafísica sobre el espiritualismo y el materialismo. El espíritu y la materia están indisolublemente unidos, y en toda batalla como en todo fenómeno de nuestro organismo encontraremos siempre inextricablemente mezclados un elemento psíquico y otro fisiológico, una idea y unos medios materiales. Una idea, influyendo decisivamente sobre los medios materiales y hasta trasformándolos y creándolos nuevos, y unos medios materiales suscitando ó provocando incesantemente inspiraciones creadoras.

Tal es el fondo íntimo de lo que pasa en un combate y en todo linaje de empresas humanas; y si hubiéramos de necesitar otra autoridad que oponer á las conclusiones del general Lewal, recurriríamos al general Brialmont, que en su Estudio sobre las formaciones del combate de la infantería, dice: «No creemos, sin embargo, que se pueda llegar en táctica á conclusiones absolutas y á fórmulas aplicables á todas las circunstancias y á todos los ejércitos. La naturaleza física de los hombres (espontaneidad fisiológica), su carácter propio (espontaneidad intelectual) y su grado de preparacion, deben necesariamente ejercer una influencia en la manera más conveniente de conducirlos al combate.>>

Es una manera delicada de rectificar el pensamiento filosófico de la Táctica positiva del general Lewal, que parece aspirar á constituir una ciencia total de la guerra, en que, prescindiéndose del carácter activo del hombre, todos los problemas militares se reducirian á saber disparar tiros.

La táctica positiva del general Lewal, muy digna de consideracion bajo otros aspectos, tendrá tal vez, bajo el filosófico, la misma suerte que la fortificacion positiva de Fourcroy en el siglo XVIII.

Porque, sin negar la necesidad de una gran instruccion práctica, como no la niegan Rustow ni Brialmont, parece indudable que la estrategia es un estudio tan positivo como la

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táctica, siempre que no se olvide que ésta es realmente la ciencia, el trabajo característico de la guerra.

En suma: lo que se llama Estrategia no es, á nuestro juicio, más que la aspiracion á constituir una ciencia teórica de la guerra: y tan aventurado es, en las presentes circunstancias, negar la posibilidad de un plan de exposicion deductiva en materias militares, como suponerle ya desde hoy realizable.

La guerra no es todavía más que una ciencia práctica, que admite con mucha dificultad y muy poca frecuencia el empleo de la deduccion.

Y esta observacion es la que ha debido influir en Lewal, cuando proclama la necesidad de no considerar esta ciencia más que bajo el punto de vista exclusivamente táctico, ó de eje

cucion.

Que este método, rigurosamente inductivo, es el que conviene hoy preferentemente en todos los ramos de la ciencia social, es indudable; pero esto no nos autoriza á negar en la guerra la posibilidad de su constitucion bajo un plan deductivo ó teórico.

Lewal, entendiendo resolver una cuestion de método, niega pues, no sólo la eficacia actual de un término, sino el término mismo: la Estrategia. Nosotros aceptamos una inversion de términos, pero sin excluir ninguno de ellos.

Así, considerando la Estrategia como la ciencia teórica de la guerra, creemos que no se llegará á ella sino por la táctica; pero creemos al mismo tiempo en la posibilidad de llegar por este camino á la realizacion de nuestras más lisonjeras aspiraciones teóricas.

A. ORDAX.

EL MAL Y EL MIEDO

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Arturo Schopenhauer era un pesimista de nacimiento, de aficiones y de estudios. Sabia tanto, que no le cupo bien todo el saber en el cerebro y vivió setenta años medio loco. Conocia toda la ciencia filosófica y supra-sensible, todas las literaturas, toda la jurisprudencia, la botánica, la física, la alquimia, la fisiología, la gimnasia, la solfa, todas las artes libres, todas las artes bellas y todos los artificios. Odiaba los duelos y era espadachin, gustaba poco de la música y tocaba la flauta maravillosamente, aborrecia á las mujeres y quiso ser tetrágamo; y como las inteligencias sutiles penetran y conocen todos los aspectos de todas las cosas, la sensibilidad exquisita del gran desesperado sentia al mismo tiempo las dobles influencias de la vida-mal supremo-y de la muerte-suprema medicina.Esta fué la síntesis de todo su pensamiento, de toda su filosofía. Orcagna escribió sobre su Juicio final, en el cementerio de Pisa, la conocida lamentacion:

¡Oh morte medicina ds'ogni pena!

¡Schopenhauer escribió lo mismo....., pero no se quiso morir

jamás!

Debo explicar ahora, porque apropósito del mal y del miedo he apuntado aquellas referencias, al gran escritor violento, miedoso, monomaniaco y sombrio.-Habló del mal y del miedo

epidémicos, y Schopenhauer dió origen durante algunos años al schopenhauerismo, y el schopenhauerismo fué en Alemania lo que se llamaria entre nosotros el terror del cólera.

Decia cuando estaba loco:

-¡Soy tan desgraciado como Leopardi, el poeta de la infelicidad!

Y exclamaba cuando tenía miedo:

-¡Soy el primer colerófobo!

¡Extraña coincidencia! En 1831, el miedo al cólera hacía escapar de Nápoles á Leopardi y de Berlin á Schopenhauer, el mismo dia y á la misma hora.

Volviendo al asunto.

Mi propósito era hablar del cólera y del miedo al cólera; y como los poetas líricos se encomendaron siempre á las musas. madres de la poesia, no está fuera de lugar que por respetos cuasi clásicos recuerde al que cedió su apellido para bautizar el miedo á la epidemia asiática.

Estamos en unos dias de calma y de tranquila espectacion. La nota dominante en este concierto de voluntades sometidas á una prévia conformidad, la razon evidente de esta confianza que ha sucedido á las alarmas y á las exaltaciones que produjo la noticia del cólera filipino y de los casos de Borubay, no ha sido otra que la seguridad oficial trasmitida por todos los gobiernos á todas las naciones, de no haber ocurrido un solo caso de cólera en todo el continente europeo, á partir desde el primer dia de los arrebatos y de las inquietudes.

No hay peligro, no hay cólera. Unanimidad de satisfacciones y de complacencias.

Pero si el cólera se extendiese y nos sorprendiera, y si no el cólera otro mal epidémico de cualquier especie, ó gravedad ó riesgo, ¿no habria consuelo para nadie, no habria esperanzas en alguna posicion, actitud, remedio y prevision?

Los primeros higienistas de la Francia han convenido en que los preservativos contra el cólera son los mismos preservativos generales que se recomiendan contra todas las dolencias y enfermedades del cuerpo humano. No se ha inventado el específico ni la medicina de absoluto poder contra el huésped del Ganges.

Como epidemia, tiene el mismo carácter de todas las epedimias, una gran imparcialidad en su desarrollo, un gran sentido de justicia en el reparto del impuesto sobre la vida de todos, que se llama la muerte de algunos, y la comprobacion práctica del principio de igualdad, porque ataca sin considerar distinciones ni privilegios, categorías ni inmunidades.

El cólera nace de los detritus corrompidos en el calor, y se incuba y germina por las influencias de la lluvia y de la humedad, y se propaga por las corrientes de los rios, por las corrientes de los aires, por las venas del mineral, por la esponja del suelo poroso, por todos los momentos de contagio y por todos los medios imaginables. Y crece en las ciudades por la densidad de la poblacion, y renueva el veneno en la atmósfera por las mismas emanaciones de los coléricos, y mata como el rayo á los necesitados y á los hambrientos, y mata como el martirio á los ahitos y á los acomodados, y es mal de todo el año, y de todos los pueblos y de todas las condiciones.

El lecho de los detritus y el depósito de los miasmas, son las embocaduras de los rios. Si esto se niega, dice Michel Leví, ¿es una casualidad que la fiebre amarilla nazca en las bocas del Mississipi, y la peste en las bocas del Nilo y el cólera en las bocas del Ganges?

Y si esto se niega, podríamos repetir nosotros, habrá que aceptar la posibilidad de producirse las epidemias por otras razones más comunes, y por otros medios más fáciles y más corrientes; declarar espontánea la formacion de los mismas, y declarar inevitables el contagio y la propagacion.

Desgraciadamente, discurrimos sobre un hecho bien probado, bien temido y bien triste.

El cólera no sigue caminos conocidos, ni se prolonga durante períodos cerrados, ni se mantiene dias fijos, ni es semejante la duracion de todas las invasiones. Ni causa mayor estrago cuando son más los invadidos; pues la experiencia facultativa demuestra que en cierta relacion es menor la mortandad en el centro de la epidemia, y que los primeros y los últimos atacados, mueren todos ordinariamente. Es terrible en el estado ascendente, mata al ceder con más seguridad á los más resistentes y á los mejor defendidos; pero acaba con todos los

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