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Ahora bien: el que tiene buena salud, dice un médico-filósofo y poeta-cirujano, vive feliz, alegre, contento, se consuela con facilidad, tiene pasiones tranquilas, no se contraría por nada, es buen amante, buen marido, buen padre, benéfico y gene

roso.

La primera manifestacion moral del miedo es el fastidio, y la primera manifestacion orgánica es la inapetencia. El que come bien, piensa bien, tiene buen humor, buen corazon y buenas ocurrencias; es un valiente.

No pensar en que nos hemos de morir, es tener mucho adelantado para no morirse pronto. Despreciar la vida es conservar la vida entre los que cuentan con medios sobrados para satisfacer todas las necesidades. El hombre se haria muy viejo si reuniera á las comodidades del rico todo el valor y toda la resignacion del pobre.

Cuando se crea un medio de vida artificial, un régimen matemático, un órden sometido á reglas fijas, se pueden prevenir las enfermedades del cuerpo; pero es difícil resistir y prevenirs e de esta manera contra las enfermedades del alma. El ideal de los libros de higiene, es un ideal; hay que tomar algo de los libros, como hay que tomar algo de ia lotería; pero no hay que tomarlo todo, porque entonces la ruina sería inevitable.

La naturaleza nos ha proporcionado una envoltura sin rival para mantener en equilibrio permanente el ejercicio normal de todas las funciones vitales; esa envoltura es el medio, es la atmósfera que nos envuelve y que conserva la luz y el calor necesarios para nuestra existencia. Fuera de este medio, no resistiríamos el frio. á pesar de la luz y del calor del sol; porque la atmósfera, segun las últimas palabras de la ciencia médica, es un gran invernadero. El calor del hogar, la comunicacion de los afectos, las relaciones de la simpatía y del trato, el amor, la amistad, las curiosidades satisfechas de la inteligencia y del pensamiento, y la tranquilidad y el reposo de la conciencia honrada, son el invernadero que nos preserva contra el frio de la duda, contra las enfermedades del alma.

Es necesario conservar la buena reputacion adquirida en la vida anterior á la que ahora atravesamos, dice la filosofía de

las antiguas civilizaciones, y es necesario, por lo mismo, poseer buen apetito, buen alimento, fuerza varonil, hermosa mujer, corazon jóven y mucho dinero; que estas son las seguras señales de que un hombre ha merecido bien del cielo en su vida anterior. ¡Grandes preservativos contra el cólera, contra el miedo y contra todas las enfermedades!

A los que en absoluto carecen de esas ventajas conseguidas por los méritos de su vida anterior á su vida humana, el mismo desprecio de la vida les preserva contra las influencias del miedo.

A los que adivinan y conocen teóricamente todas las satisfacciones, y apenas llegan á poseer algunos de esos bienes que constituyen la suma de las felicidades materiales, nos queda un consuelo que ofrecerles, aquella máxima del optimismo más perezoso y más confiado:

<«<Dejarse ir por donde la suerte los llevare, que el hombre >>que se pregunta todas las mañanas si es feliz, acaba necesa>>riamente por morirse de tristeza.>>

¡Ah! El miedoso que todos los dias se toma el pulso, llega un dia en que no se lo encuentra.

¡Aquel dia se muere!

CONRADO SOLsona.

ESTUDIOS SOBRE LA REVOLUCION RELIGIOSA

I

Hay en la historia de la humanidad un misterioso enlace que encadena los siglos y las civilizaciones. El Oriente habia desarrollado el ideal simbólico de sus religiones panteistas. Grecia y Roma habian sido portadoras del fecundo gérmen de aquel antropomórfico naturalismo que, nacido en las playas helénicas entre las doradas algas del mar Egeo y las perfumadas brisas del Hibla y del Himeto, parecia llevar en su seno todas las armonías y todas las riquezas de la inspiracion sagrada de las divinidades del Olimpo. A la Edad Media estaba, pues, confiado el ideal espiritualista, que aportó consigo la religion cristiana cuando, en los últimos momentos de la agonía de Roma, ascendió de las Catacumbas al Capitolio y del oscuro seno de las prisiones al sólio de los Césares.

De la misma manera que todos los profetas que han llenado con sus hechos y con sus nombres los anales de la religion y de la filosofía, Jesucristo traia consigo una mision que cumplir y una doctrina que extender por todas partes. Venía á purificar el mundo de los errores y de los vicios de cien generaciones, y era preciso, para conseguir sus fines, que un nuevo ideal, potente y vigoroso, se elevase sobre las aras de los ya caducos ideales. A la voz del Reformador y de sus Apóstoles, repercutida por do quier en los ámbitos todos de la tierra, se derrocaba el ruinoso edificio del pasado, como se desvanecen las sombras de la noche ante los primeros fulgores de la aurora. Una

nueva era iba á empezar para los hombres. La religion pagana arrastraba consigo, al morir, todos sus atributos, y para sustituirlos, era necesario que la nueva creencia se desarrollase en todas las esferas y se extendiese á todos los espacios. A las sensuales Gracias y á las impúdicas bacantes, sustituyeron los coros místicos de vírgenes y arcángeles. Platon y el Stagirita descendieron de la cátedra del saber, desde la cual responden á los alejandrinos San Anselmo y el obispo Hipona. Homero abandonó la lira en manos del divino Dante, y los bárbaros esparcieron sus guerreras tríbus por todas las regiones sobre que aún flotaba el moribundo lábaro de Constantino. La revolucion se habia verificado. Aquella palingenesia prometida en las antiguas profecías se habia cumplido, y nuevas sociedades se desarrollaban al calor de los nuevos ideales, robustecidos por la lucha de las escuelas y por la ciencia de los apologistas. Se abre un nuevo período: es la Edad Media, la edad de las antinomias y de las contradicciones, en cuyas diez centurias combaten en lucha titánica, y constantemente renovada, el espiritualismo místico de los pueblos de Occidente y el materialismo de la antigüedad pagana, refugiada en el seno de la imperial Constantinopla. De esta lucha han surgido los cismas y las herejías. Ella misma es quien, propagándose en la Iglesia germánico-latina, enciende la contienda de los nominalistas y los realistas, de Roscelin y de Abelardo frente a Guillermo de Champeaux y á San Bernardo. Contienda terrible que llena todas las páginas de la Historia de la Escolástica y que llevaba en sí los gérmenes de futuras tempestades y de complicaciones no lejanas. En la esfera del arte, la revolucion habia sido completa; el génio cristiano habia creado una nueva forma al crear aquellas góticas catedrales, en que el cincel del espiritualismo habia dejado por do quier su sello; en los místicos rosetones, en la aguda ojiva, en los esbeltos cimbanillos, en los frisos, sembrados de figuras etéreas y de espantables mónstruos, en la cúpula, cuya torre parecia perderse entre las nubes; en todo, en fin, resplandecia una inspiracion fecunda, cuya sávia no manaba del Parthenon ni de la Acrópolis de Aténas. Se habian combinado las formas más aéreas y ménos materiales. En el conjunto se vislumbraba la mano de un artista que habia soñado en sus arrobaciones con la Jerusalem eterna de los cielos. En la bóveda, medio sumida en la penumbra, se desvanecian, desbordándose en un haz de relieves, de alicatados y molduras que simulaban las labores de una banda de encaje petrificada por la mano

de un génio misterioso, los acantos del ancho chapitel del pilar que se elevaba desde los lados de la nave: los vidrios de colores filtraban el rayo luminoso para que llegase trasfigurado al templo: todo allí propendia á alejar el alma de la tierra, elevándola á los espacios infinitos de la mansion de los bienaventurados. Y esta trasformacion, que idealizaba la más plástica de todas las artes, desplegando prodigios arquitectónicos en que se descubria la huella de un cincel supramundano, se dejaba sentir de igual manera en el campo de todas las restantes. La epopeya dantesca es la apoteosis de aquellas sociedades y la fuente en que bebieron inspiracion todos los vates, cuyas obras plagaron de místicas visiones y de fantásticas leyendas todos los lugares reales ó soñados en que creyeron descubrir la mano de la Divinidad ó el influjo de los espíritus malditos. En la esfera del sentimiento habia, pues, triunfado el espiritualismo cristiano, porque en el sentimiento existe una aspiracion innata hácia la idealidad de lo desconocido; pero en el limbo de la inteligencia no habia cesado ese combate eterno entre las afirmaciones de la fé y los datos de la realidad. El naturalismo resucitaba de nuevo á cada paso, y, para hacerle más temible, la corrupcion cundia por todas partes, pareciendo remedar la de los postreros dias de Roma. De aquí las contiendas y las herejías. En vano la Escolástica trataba de encerrar al pensamiento en el estrecho círculo de sus logomaquias y sus abstracciones: el pensamiento reivindicaba por do quier sus fueros. Aristóteles se imponia en las escuelas ortodoxas como precursor (1) de Jesucristo: la idea del progreso se encarnaba en Bácon y en Hugo de San Víctor, y en el fondo de las doctrinas heterodoxas se adivinaba la libertad de interpretacion que sancionaron, siglos despues, los defensores de la Reforma de Lutero. El exagerado misticismo de los dogmas contrastaba de un modo singular con la terrible corrupcion de las costumbres. Por un lado se alzaba la voz del monacato predicando el desprecio de los bienes de la tierra y el abandono de los mundanos intereses; por otro, el Vicario de Jesucristo luchaba ávidamente por sus franquicias temporales, y parecia preferir la corona de Monarca á la Tiara de Pontífice.

La austeridad de los primeros y sus arranques comunistas, eran la más severa de las censuras y la más patente de las anatemas que podia lanzarse contra aquellos barones eclesiásticos, ganosos de su

(1) Precursor Christi in rebus naturalibus.

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