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preponderancia láica más aún que de su prestigio espiritual. Era tambien una protesta viva contra los abusos de Roma y la ambicion del Papa. Hemos dicho que la Edad Media es la edad de las antinomias; la Iglesia se encarga de justificar nuestro aserto. Bajo su manto luchan los principios más encontrados y las tendencias más opuestas. Ella misma es quien contradice con sus hechos su doctrina; pero el espiritualismo habia arraigado profundamente en los ánimos, y enfrente de la Roma sensual de los Pontífices se elevaba el severo ascetismo de las órdenes religiosas, y surgia tambien, como una amenaza para el porvenir y una profecía para el presente, la voz de los heterodoxos, llena de indignacion y de anatemas contra la Ciudad Eterna y la Tiara. Pero los Papas no hicieron caso de esta profecía, y contestaron á las censuras con las persecuciones: la espada secular fué puesta nuevamente al servicio de los poderes religiosos; la cristiandad se agrupó bajo el pendon de la Cruzada para exterminar á los albigenses á los sectarios de Juan Huss, y extirpada á sangre y fuego la herejía, pudo continuar la Iglesia por la tenebrosa senda á que la habian impulsado sus pasiones.

Los tiempos cambiaron; á Gregorio VII é Inocencio III sucedieron Alejandro VI y Juan XXIII. El Renacimiento alboreaba ya en los horizontes de la Italia, y con el Renacimiento venian los filósofos y los pensadores de la antigüedad á acelerar la ruina del período que en aquellos momentos espiraba. La ruina de la Edad Media simbolizaba la ruina de la preponderancia del Papado, la destruccion de los privilegios de la Iglesia, el momento inicial del ocaso del cristianismo, al calor de cuyos ideales se habian desenvuelto aquellas sociedades; y como síntesis de este complejo movimiento, la Reforma, tal como se produjo, con los caractéres todos de una revolucion social y religiosa. Pero la Reforma no venia traida por Lutero, ni tampoco por el Renacimiento, que tal vez la aceleró sin producirla; venia traida por los mismos errores y las mismas concusiones que aquella Iglesia, cuyo seno destrozaba con el más terrible de los cismas que hasta entonces habian surgido. Los Cátharos y los Albigenses; Wiclef y Jerónimo de Praga; Juan Huss y Arnaldo de Brescia, eran sus precursores, porque la voz de la heregía ahogada por el momento, merced á los rigores de la persecucion, subsistia latente y escondida en lo profundo de las conciencias y en lo recóndito de algunos espíritus audaces. El cisma de Oriente habia sido una leccion que el Papado no

supo aprovechar, pero que no habia pasado desapercibida para los que, ardientes partidarios de la primitiva ortodoxia, detestaban la ortodoxia de Roma, mirando en ella el fiel reflejo de la Babilonia réproba del Apocalipsis. El cisma de Occidente era la voz de alarma que indicaba á la Cristiandad la profunda perversion y las desmedidas ambiciones del clero romano. Hubo, cuando el mundo ortodoxo obedecia á dos distintas Sedes, católicas ambas y no separadas por el dogma, un momento en que la Iglesia griega, amenazada por los triunfantes Osmanlíes, parecia propicia á olvidar los rencores y las pasadas anatemas, volviendo á la obediencia de la Tiara. Las negociaciones que al efecto se entablaron, son un refiejo exacto del orgullo que minaba á la gran familia sacerdotal de aquellos tiempos. No parecen, ciertamente, las deliberaciones del Concilio de Florencia inspiradas en la humildad cristiana que debia latir en la palabra de paz de los sucesores de aquellos Apóstoles escogidos entre los mansos de la tierra por el Redentor de los hombres. Parecen simular la lucha del orgullo del vencedor con la altivez no domeñada del vencido. Son una lucha más que una avenencia; y haciendo imposible todo acuerdo, sólo dieron el tristísimo resultado de impedir la reforma religiosa, cuya necesidad se encarecia en el Concilio de Constanza. La revolu- . cion estaba ya iniciada en no lejanos horizontes. Se adivinaban sus furores y se presentian sus anatemas; el Ante-Cristo, temido de los unos, era la Edad de Oro-trasunto de los primeros siglos-que los otros codiciaban. Sólo faltaba ya un pretesto, y no se hizo esperar. Surgió Lutero, y quedó consumada la escision inevitable que, como herencia de los vicios pasados y presentes, afligió á la Iglesia del siglo XVI.

II

La Edad Media es individualista por naturaleza; es una reaccion potente contra el colectivismo de griegos y romanos. El Cristianismo tiene, por el contrario, tendencias avasalladoras hácia la unidad santificada por los hombres entre que habia surgido; se nota en él la influencia del mundo antiguo y el sello de sus dogmas, é intenta restaurar, bajo una nueva forma, el imperio universal de la Ciudad Eterna. Gregorio VII é Inocencio III, parecen más bien los descendientes de los Césares que los sucesores del Pescador de Galilea: su 17

TOMO LXXXVIII

báculo es un cetro, su Tiara una Corona, manejan los intereses de la tierra como dirigen las almas de los fieles, interpretando la Escritura para amoldarla á sus designios. Son el principio de unidad colocado frente por frente del gérmen individualista que aportaron los bárbaros del Norte; y como es una utopía la avenencia entre elementos tan opuestos, la lucha se produjo, trasfigurada, sí, y oculta bajo el velo de las contiendas con los poderes seculares y de las divisiones intestinas de la Iglesia; pero efectiva é innegable. Semejante al de las grandes teocracias del antiguo Oriente, era el influjo que ejercian los sucesores de San Pedro. Los hombres y los pueblos caian igualmente bajo la férula de la Iglesia. Ella ungia la frente de los Reyes, y decretaba la paz y la guerra. Bastaba una voz suya para que la Cristiandad se levantase en armas, obedeciendo á un mismo impulso, y ante sus anatemas se calmaban y se resolvian las luchas más encarnizadas. Sus armas eran fiel trasunto del rayo de las divinidades mitológicas; ni el tiempo ni el espacio eran bastantes á paliar el efecto de sus excomuniones; la misma muerte no detenia la maldicion terrible de la Iglesia, extendida por todas partes para aniquilar al objeto de sus furores. Y quien dice la Iglesia, dice el Papa; porque la Iglesia habia perdido su primitiva independencia, y la gran familia cristiana, sacerdotal y láica formaba un gigantesco Estado, cuyos destinos regía como Monarca absoluto y universal el Papa, colocando su jurisdiccion por cima de todas las jurisdicciones, y su autoridad por cima de todas las autoridades. De aquí el extraordinario poder que adquirió el Pontificado durante la Edad Media. Para sostener este poder sin ejemplo, hubiera sido preciso que todos los Papas fuesen semejantes á Hildebrando; pero aquella Corona universal agobiaba la frente de los más con su terrible peso; así que la hicrocracia de los Pontífices fué tan breve como todas las monarquías universales. Quedó, sin embargo, á la Tiara su prepotencia espiritual, suficiente para asegurarla una duradera primacía y una ilimitada influencia en los negocios temporales, y la quedó tambien el despotismo que ejercia sobre la Iglesia toda, instrumento ciego de sus mandatos. Pero la Iglesia tenía gloriosas tradiciones: tenía delante de sí toda la historia del período bárbaro-cristiano, que encerraba la epopeya de su independencia; y guardadora de los tesoros del saber, constituia una fuerza propia, que era, áun aletargada como estaba, una amenaza constante para la autoridad indiscutible y absoluta del Vicario de Jesucristo.

Los Padres griegos fueron los primeros en protestar contra el yugo del Pontífice; el cisma que separó á Constantinopla de la Ciudad Eterna fué el producto de las continuas luchas de aquel clero helenooriental, de donde habian partido todas las primitivas herejías con aquel otro clero germánico-latino que se agrupaba en torno de la Tiara, como el primero en torno de los Emperadores bizantinos. Tal era una de las fases de esa lucha entre el principio de unidad y el gérmen individualista, en cuyo fondo latía el embrion aún no desarrollado de las nacionalidades; lucha determinada por la misma organizacion de los poderes religiosos y de las instituciones seculares que se perpetúa en el Occidente, despues de dar lugar á la escision que separó la Sede romana de la Sede de Constantinopla. Lo que simboliza en un principio el Emperador de Bizancio, viene á simbolizarlo luego el de Alemania. Hay las mismas luchas y los mismos rencores, empero el uno se encuentra apoyado por una fraccion de la teocracia, y el otro carece de este apoyo. Pero no son sólo los Hohenstaufen quienes se atreven á desafiar á la Tiara. Los Capetos de Francia y los Soberanos de Inglaterra reivindican tambien sus derechos temporales, arrostrando las ex-comuniones. ¿Quién no conoce las contiendas de Felipe el Hermoso y Bonifacio VIII? El Papa, apoyado en la doctrina de los canonistas, que hace de él la fuente de todos los derechos, amonesta con acritud á aquel á quien considera como vasallo de la Iglesia, sometido á su jurisdiccion universal. El Monarca contesta con altivez á las intimaciones, se proclama único árbitro de los negocios temporales de su reino, y apoyado por el Parlamento y por la Iglesia galicana, no teme desafiar las iras de su contrincante. No son, pues, sólos los Reyes los que luchan: son los pueblos y las Iglesias nacionales inspiradas en el mismo espíritu de autonomía de los Patriarcas griegos. Por eso Roma condena siempre todo asomo de independencia: anatematiza las Cartas forales y los Municipios; anatematiza á los barones que tratan de restringir con sus privilegios las atribuciones del Monarca; anatematiza, en fin, todo lo que representase el principio de variedad con que luchaba. Pero semejante principio invade lentamente todas las esferas. No estará ya representado por los señores feudales ni por las ciudades libres; pero para reemplazar estos dos factores, sin que no pueda concebirse la historia de los tiempos medios, aparecen los Reyes absolutos y las Nacionalidades, manifestaciones y protestas áun más elocuentes contra aquella uni

dad que habia soñado para su dominio el poder papal, representante á la vez que tirano de la Iglesia. El espíritu individualista se impone, y para probarlo no tenemos más que recordar el cisma famoso de Occidente, en que, divididos los pueblos de la Europa en dos opuestos bandos, siguen á la Sede más afecta á sus sentimientos y sus tradiciones. Y áun despues de calmada esta desavenencia pasajera que dividió la ortodoxia, en el Concilio de Constanza votan por naciones los obispos que en él tomaron parte, como si trataran de contradecir con sus acciones la fraternidad que constantemente predicaba la Iglesia entre todos los pueblos de la tierra, fundidos por la doctrina salvadora del Hijo del Hombre.

III

La corrupcion del clero no era la única causa que atrajo la Reforma y motivó las herejías. La disciplina y el dogma tuvieron parte igual en el movimiento innovador que se nota desde el siglo x; porque de la misma manera que luchaba en el exterior por la unidad que se creia llamada á realizar, luchaba tambien la Iglesia en los Concilios y en el silencio de los cláustros para conseguir la unidad de que su dogma carecia. Los principios morales predicados por Jesucristo durante su marcha por la tierra, no eran bastantes para integrar una doctrina que resolviese todos los problemas y concertase todas las antinomias que pudiera proponer en su dia la voz de la incredulidad. Cuando los vicios y las iniquidades de una generacion derrocan los ideales que habia venido sustentando, el reformador que surge entre sus ruinas procura siempre aniquilar los, despojos del pasado, para poder elevar el edificio de la nueva creencia que deja vagamente bosquejada. Hé aquí lo que han hecho y lo que significan en la historia Budha, Moisés, Cristo y Mahoma. Y hé aquí por qué el dogma cristiano quedó velado entre sombras y misterios al consumarse el drama del Calvario. Los Apóstoles fueron los encargados de esclarecer sus conclusiones, dando forma á las máximas que por do quiera sembrara su Maestro. Tuvieron que acudir á los archivos del saber pagano para resolver muchas cuestiones que no podian dejarse sumidas en la duda. Siguieron la huella de Platon y de Aristóteles en sus especulaciones metafísicas; pero faltos de una norma comun que les marcase derrotero, adoptaron tendencias y direcciones diferentes.

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