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EL IMPERIO IBÉRICO

(Continuacion.)

XIX

Dice un proverbio inglés, vulgarizado por toda Europa, que el tiempo es oro, para indicar la importancia que debe dar el hombre á este elemento, indispensable á todo trabajo ó adelanto, de lo corto que es aquel de que dispone durante toda su vida, y que la hora ó el instante desperdiciado no vuelve á recuperarse.

El desenvolvimiento de esta idea y su aplicacion al desarrollo intelectual de las sociedades, ha dado lugar á pensadores de primer órden para fijarse en el que habian hecho perder durante muchos siglos á la parte hoy más adelantada de la humanidad las ideas dominantes durante la edad de fé, los à priori admitidos y las disputas teológicas, metafísicas y de puro juego de palabras que durante tantas centurias ocuparon espíritus de primera línea. Estas mismas reflexiones tienen su aplicacion á otras épocas y otros pueblos; y los árabes, como no podian ménos, pagaron su tributo á este género de preocupaciones é ilusiones, que parecen propias de todas las sociedades en su infancia. Así, por ejemplo, las ideas místicas y de ciencias ocultas, que habian tenido su origen en el Asia, y que los indujeron á seguir el camino de buscar con el ahinco que hemos visto la piedra filosofal, el elixir de la vida y otras quimeras por el estilo, les han hecho perder un tiempo precioso; pero con una diferencia notable entre ellos y los que

habian de sucederles en el camino del progreso que estaban en la edad de fé, cuando los árabes habian alcanzado la de ciencia. Ya porque la religion predicada por Mahoma fuera de mayor sencillez que su antecesora la nacida en el Gólgota, ya porque una buena parte de los pensadores árabes hubieran dado al Korán la interpretacion de que lo principal é importante era la unidad de Dios, dejando al estudio y á los adelantos que explicaran como tuvieran por conveniente de qué manera se habia formado el mundo ó las leyes naturales que lo rigen, á diferencia de lo que sostuvieron los que se creian autorizados para definir el dogma cristiano, declarando indiscutible una cosmogonia determinada, peligroso su exámen, anatematizando todo lo que se separase de lo que los libros del pueblo rey afirman, haciendo caso omiso. de que por muy respetables que sean aquellos libros, no es á ellos donde debe ir á buscarse la ciencia; es lo cierto, que se nota esta gran diferencia: mientras que en los segundos las ciencias exactas y fisico-naturales llegaron á abrirse paso muy tarde y despues de grandes sufrimientos y no escasos martirios, los médicos árabes, á la par que hacian esfuerzos tan grandes como estériles para alcanzar aquellas quimeras de que hemos hablado, llegaron á imprimir á la ciencia un sello experimental que no le abandonó nunca, confirmándole en el camino de la medicina práctica, y haciéndola notar este trascendental é indiscutible principio: los remedios para combatir las enfermedades del cuerpo humano, han de buscarse sólo por los medios puramente materiales; y, como consecuencia lógica, á medida que la ciencia experimental avanzaba, iba desprendiéndose del fetichismo y rompiendo los lazos que la ligaban á la teología, la cual quedaba aún unida á la filosofía y la jurisprudencia, bien que en lucha con ellas una gran parte de tiempo.

Pero, para romper la ciencia tan fuertes lazos, tuvo que vencer grandísimos obstáculos, hacer grandes esfuerzos y superar inmensas dificultades. No podia ser de otra manera, puesto que sostenia que la influencia de las diversas sustancias sobre el organismo humano es puramente física, y de ningun modo debido á la presencia de un espíritu especial, y que practicar encantamentos, decir palabras cabalísticas, etc., sobre los medicamentos, es perfectamente inútil, puesto que el mismo efecto han de producir de una que de otra manera; que los amuletos, los encantos, los talismanes, etc., no tienen virtud alguna; y, en cuanto á la reliquia de los santos, á las súplicas

ú oraciones hechas sobre las tumbas de éstos ó en otra parte, pueden ayudar, excitar la imaginacion del ignorante para mejor dominarle, pero que son indignas, no sólo de la atencion del sábio, sinò de la de todo hombre de sana inteligencia que se interese en el adelanto de sus semejantes. Por más razonables y justos que fueran tales ataques, y precisamente por ello, no habian de ser del agrado de los que otra cosa sostenian, tanto más, si se tiene en cuenta que las invocaciones á estos espíritus ocultos ó sobrenaturales, ni entonces ni en ningun tiempo se han hecho graciosamente.

De suerte que, si lo sostenido por médicos árabes y hebreos llegaba á divulgarse y formar la creencia general, no sólo los curanderos misteriosos tendrian el disgusto de ver desechadas las ideas por ellos apadrinadas, sino, lo que es más tangible y ménos provechoso, se verian privados de los recursos que, por pagarles sus servicios, por agradecimiento ó por hacerse propicios los espíritus, los ignorantes, que son siempre la gran masa, les suministraban; y entonces, como siempre, no dejaba de conducir á la riqueza el administrar los bienes de los pobres. Es decir, la medicina de árabes y hebreos, era toda material; la de los teólogos, sobrenatural; y los explotadores lógicos de esta última, eran el clero de las diferentes sectas, para quienes las reliquias, los huesos de los santos, las vestiduras de los mártires, las imágenes, etc., eran manantiales harto provechosos para que estuvieran dispuestos á dejárselo arrebatar. Y para su triunfo, ó estorbar, por lo menos, el de sus contrarios, contaban entonces, como más tarde, con el apoyo de los tontos, los hipócritas y los tímidos, que constituian y constituyen una inmensa falange.

En tales condiciones, la lucha era inevitable; debia estallar, y estalló. Para bien de la humanidad y fortuna de la civilizacion, la ciencia árabe salió triunfante y fué elevada en el Oriente, en España y en Sicilia al grado de esplendor que hemos bosquejado y que á tal altura colocaron la España muslime, altura que no volvió á alcanzar este país, y que ningun otro, excepto Aténas, habia conseguido.

Así como las ideas caldeas, aquella especie de panteismo que atribuia á cada cuerpo un espíritu especial, y aquellas ilusiones sobre el elixir de la vida y la trasmutacion de los metales, cuyo vestigio llegó hasta nosotros, trasmitido por la ortodoxia romana bajo el aspecto punto ménos que dogmático de la transustanciacion, del mismo modo el Korán dió lugar, no sólo á varias sectas que entre sí se combatie

ron con grandísimo encarnecimiento, sino tambien á varias pléyades de teólogos, jurisconsultos y filósofos que, ni por su número ni por la profundidad de sus miras fueron inferiores á sus maestros, y únicamente se distinguieron de sus antecesores y de los que les han sucedido por una tendencia más práctica, consecuencia de aquel recto sentido siempre peculiar á la familia árabe.

Hacer una reseña, siquiera fuere lo más sucinta, y trazada sólo á grandes rasgos, de los árabes que adquirieron merecido renombre en los tres ramos de la Teología, la Jurisprudencia y la Filosofía, no podria ménos de ser excesivamente prolijo, y saldria del cuadro de estos estudios. Aparte de esta consideracion, y especialmente por lo que á la primera se refiere, tendrá su lugar á propósito al tratar del exámen comparativo de las religiones principales que durante tanto tiempo han chocado en la Península. Difícil sería, además, el separar los jurisconsultos de los teólogos y filósofos que, entónces, como más tarde en la Europa moderna, y áun pudiera decirse que en nuestros dias-prescindiendo de lo que exigen nuevas necesidades-el estudio de esa jurisprudencia, como se verá al tratar de la instruccion pública en la Península, el estudio de ese ramo del saber, ha tenido muchos puntos de contacto con la direccion teológica impuesta á las inteligencias por la organizacion de la teocracia ortodoxa.

Entre los árabes, como en los demás pueblos que les precedieron en el camino de la civilizacion, la filosofía se presenta grandemente inmediata á la teología, ayudándola en no pocas ocasiones, pero en la mayoría de los casos combatiéndola y aspirando á modificarla. Hoy mismo hemos conocido todos y conocemos una escuela filosófico-teológica que alcanzó renombre é importancia entre nosotros, grandemente enemiga de la idea católica, é importada aquí de Heindelberg por un antiguo teólogo que el Gobierno habia comisionado para estudiar y escogitar entre los sistemas filosóficos, con más ó ménos propiedad llamados alemanes, el más conveniente y más adoptable para España, dada la manera de ser, las creencias y la cultura de este país. Como suele acontecer, el resultado no debió ser completamente del gusto de los que habian comisionado á aquel teólogo filósofo. Cualquiera que sea la importancia del sistema filosófico que nos ocupa, que no es nuestro pensamiento hacer por ahora su crítica, no puede negarse á aquel activo pensador y honrado ciudadano y á los discípulos que siguieron sus doctrinas, el haber hecho al país el gran

servicio de implantar aquí un sistema filosófico que, en puridad hablando, desde que los árabes y judíos fueron arrojados de España, no habia tenido ninguno que mereciese tal nombre ó que formara cuerpo de doctrina; y sólo se encuentran pensamientos notables, puntos de vista más ó ménos profundos, así como exploraciones hácia otro campo más vasto, esparcidos en los escritos de literatos y poetas como Villena, Quevedo, Cabarrús, etc. Y si bajo la forma teológica empezaron á aparecer con fuerza, entre los heterodoxos del clero regular y secular y de hombres pertenecientes al estado seglar, nuevas interpretaciones de las ideas teológicas, que dieron su resultado en el Centro de Europa, en Lutero y Calvino, si, en rigor hablando, lo que se ha llamado protestantismo empezó á manifestarse con fuerza en nuestra pátria; el dominio absoluto de los representantes de la teocracia romana, los actos de cruel intolerancia del cardenal Cisneros, Fernando, y las dinastías austriaca y borbónica, y aquel famoso tribunal de que habremos de ocuparnos más tarde,, supieron dar buena cuenta de aquellos atrevidos y desgraciados exploradores que tuvieron la osadía de manifestar lo que su conciencia les dictaba, y de diferir de la opinion impuesta por los doctores y los que se decian representantes de Dios en la tierra; supieron dar breve cuenta, decimos, no precisamente por los medios de la discusion, del razonamiento, de la persuasion, en fin, que si más seguros y adecuados, son, en cambio, más lentos y ménos eficaces que los de la persecusion, el fuego y los tormentos; porque cualquiera que sea la coexistencia de la materia y el espíritu, la union ó separacion de éstos, ó la existencia de sólo uno de ellos, es lo cierto, es de todo punto evidente que, cuando se acaba con el cuerpo, el espíritu por sí solo á nadie causa molestias, ni ha emprendido ni emprenderá ninguna empresa. Esta es la lucha eterna entre la fuerza y la inteligencia. Y si es verdad que la segunda concluye siempre por vencer y poner á su disposicion la primera, y si lo es igualmente que las ideas no perecen nunca cuando una vez han aparecido en el mundo, no es ménos cierto, y nuestra historia, por desgracia, lo comprueba demasiado, que, si cuando la propagacion de una idea, que está en sus comienzos, es duramente perseguida, ó desaparece por completo del país en que esto se verifica, ó queda aplazada por largo período de tiempo, y hay que tomar más tarde de otros paises, como extraña industria, aquellas cuyas primeras materias habian salido del de que se trata.

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