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los que puede considerarse, todos pueden comprenderse bajo una sola definicion, diciendo, segun ya hemos indicado, que la Estadística no es más que un método encaminado al conocimiento de todos los hechos susceptibles de expresion numérica.

(Continuará.)

J. JIMENO AGIUS.

MARTINA

(ESTUDIO DEL NATURAL)

(Continuacion.)

VII

La libertad, los derechos individuales, la República, la Monarquía, la Constitucion del 12, la del 69, la clase obrera, las cadenas del esclavo, la Soberanía nacional, los comicios, el pueblo, toda esta baraja de frases huecas, de exclamaciones exaltadas, habia concluido por trastornar el cerebro de nuestro pobre Lorenzo, ó Cerote, como le llamaba doña Cándida, hasta el punto de hacerle decir constantemente un sinnúmero de disparates, concluyendo por envolver su razon en un caos, del cual solian brotar muchas veces algunas chispas de luz, que iban á perderse en seguida en el espacio, sumiendo al desgraciado jóven en la oscuridad más completa.

Sentado juntos á una mesa, sobre la cual podian verse, gracias á la pálida luz de una lamparilla, algunos libros, un tintero y multitud de periódicos de todos los tamaños y matices, hallábase el novio de Martina mordiendo con impaciencia un cigarrillo de papel, cuyo humo se perdia en caprichosos giros por los ángulos de la pequeña estancia en que el jóven acostumbraba á dedicarse á los estudios de su carrera, dejando escapar constantemente y por espacio de algunos

intervalos, fuertes exclamaciones, bien originadas por un arranque de entusiasmo, bien por la indignacion que en su pecho provocaba la lectura en que se hallaba abstraido.

La política habia vuelto rematadamente loco al jóven.

Añádase á esto las palabras algun tanto apasionadas que en representacion de la clase social á que pertenecia le habia dirigido en diferentes ocasiones su vecino el buen Rufino Chicote, zapatero de viejo, que a la vez desempeñaba el cargo de portero en la modesta. casa que habitaba Martina, y se comprenderá algun tanto el grado de exaltacion que en toda cuestion política dominaba á nuestro jóven.

Llano y francote, como buen demócrata, Lorenzo entablaba las más acaloradas discusiones con todo el mundo, sin fijarse que muchas veces no era comprendido por sus contrincantes.

Chicote era el más ferviente admirador de Lorenzo, á quien escuchaba siempre con el más religioso silencio.

El jóven, por su parte, apreciaba al buen artesano y solia pasarse con él las primeras horas de la noche en conversacion sosegada y tranquila.

-¡Esto no puede ser; no es cierto!-exclamaba Lorenzo, dando fuertes golpes con el puño sobre los libros y periódicos que ante sí tenia—estos hombres no saben lo que se dicen; todos los ciudadanos, en el uso de sus derechos civiles y políticos, tienen una esfera de acçion donde desenvolver sus facultades; las doctrinas de Malthus son egoistas é intransigentes; Stuart Mill es apasionado y violento; Prudhon y San Simon, son soñadores eminentes que nunca serán comprendidos por el vulgo. ¿No es cierto, señor Chicote?

¡Eh! amigo, usted, que pertenece á la raza más sufrida, usted, que representa el espíritu de ese pueblo noble que grabó en letras de oro las mejores páginas de la historia; que fué mártir en Sagunto y Numancia, en Madrid y Zaragoza; usted, que regó con su sangre las cadenas de la tiranía; usted, en fin..... pero ¡calla!..... ¡si estoy solo! ¡Señora Angustias, señora Angustias! diga Vd. al señor Chicote que suba..... Tengo que hablarle de un asunto importante..... que deje la taberna. Este centro de corrupcion será siempre causa de los muchos extravíos del obrero..... Pero, ¡quién sabe! De las tabernas brotó en Francia la Revolucion más grandiosa del mundo. El vino y la sangre inspiraron con sus vapores á Danton, Marat y Robespierre; en

esos sótanos inmundos se fraguaron los rayos que habian de destruir á Luis XVII. De esos centros ignorados y oscuros surgieron grandes ideas, si bien revestidas muchas veces con los súcios harapos de la demagogia..... ¡Señor Chicote! ¡Señor Chicote!.....

La voz cascada y sentenciosa del zapatero interrumpió al jóven, y vióse aparecer en la estancia á doña Angustias, precedida de un hombreton mal encarado, de ceño torbo, cabellera tosca, mirada fiera ý ademanes bruscos, dignos de su figura poco tranquilizadora.

Aquella fiera, así podria considerarse por las apariencias al zapatero, fué á sentarse gravemente junto á Lorenzo, quien, á su vez, lo recibió con marcadas muestras de contento.

-¡Hola, señor Chicote!-exclamó el jóven;-ya estaba echando de ménos su persona.

-Pues aquí estoy-contestó el artesano;-puede Vd. mandarme lo que guste.

-¡Ya lo creo que me servirá Vd., señor Chicote! esta noche necesito conocer su opinion sobre un asunto que tengo entre ceja y ceja desde hace tiempo.

Despues, volviéndose á su patrona, el jóven prosiguió de esta

manera:

-¡A ver, señora Angustias! siéntese Vd. en el sillon presidencial; usted ha de representar, en estos momentos, el poder regulador de la Cámara de diputados.

-¡Pero, señor D. Lorenzo!-exclamó asustada la buena señora.

-Nada, nada-continuó el jóven, levantándose del sillón que ocupaba y haciendo sentar en él á doña Angustias-Vd. merece, por su gravedad, el alto puesto que ocupa en estos instantes. El señor Chicote, por su parte, se situará enfrente de mí, dispuesto á contestarme cuando así lo considere conveniente. Doña Angustias, prepare usted la companilla..... á ver....... ¿Estamos?.....

tero.

-Pero, ¡D. Lorenzo de mi alma!.....

-Nada, nada, señor presidente.

-Este hombre está loco-exclamaba la patrona.

-Es un sábio D. Lorenzo- murmuraba entre dientes el zapa

-Empiezo, pues, mi discurso-exclamó el jóven con voz enfática y ademan enérgico.-No creo, señores diputados, que las razones presentadas por mi contrincante D. Fulano de Tal (¿se rie usted,

señor Chicote?) sean suficientes para echar por tierra, como si fuera un frágil castillo de naipes levantado por las trémulas manos de un niño, las proposiciones acertadas que hace pocos momentos acabo de presentaros. (Toque Vd. la campanilla, doña Angustias.) Es inútil, señor presidente; no callaré, no debo callar hasta que la Cámara conozca el nuevo plan de instruccion pública que mi digno compañero, el señor Chicote, acaba de combatir. (Nada, señor Chicote, no me interrumpa Vd. en lo mejor del discurso.) Creo que una libertad completa, ámplia, garantizada por el Gobierno, dentro de un buen sistema de instruccion popular que alcance á las clases trabajadoras, que las guie por una senda recta y segura hasta el perfeccionamiento ideal de sus derechos, así civiles como políticos, en vez de hacerles ambicionar el estudio de las carreras literarias, como creen los impugnadores de estas doctrinas, les hará abrazar con mayor entusiasmo una profesion mecánica, cuya importancia ha sido pocas veces reconocida en nuestra pátria. (Aplausos.) Tiene que convencerse por fuerza el señor Chicote; lo que acabo de exponer, aunque no es nuevo, no ha merecido la atencion de la Cámara, no ya en estos momentos, que una voz, tan poco autorizada como la mia, trata de hacerse oir entre vosotros, sinó en diferentes ocasiones en que otros hombres, de reconocida importancia y nombradía, trataron con más extension del mismo asunto. Convénzase el señor Chicote, téngalo presente mi respetable amigo el señor Chicote.....

Sí, señor-exclamó en el colmo de su entusiasmo el zapatero-estoy convencido de eso, por más que no lo entiendo. De todo tienen la culpa los curas.

Aquí permítanos el lector hacer algunas aclaraciones. Rufino Chicote era de esos hombres que parecen fieras por las apariencias, y que segun una frase vulgar, sancionada por el uso, tienen buen fondo.

El zapatero, como muchas personas de su clase, solia resolver cualquier cuestion política, achacando la culpa de todos los males á los curas.

Chicote era un pobre loco, extraviado por la lectura de publicaciones detestables, de esas que se suelen escribir, segun frases pomposas de sus mismos autores, para el pueblo y por el pueblo.

Entusiasmado por las palabras de Lorenzo, aludido por éste repetidas veces, no pudo contenerse por más tiempo, y rompió al fin el

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