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religioso silencio que el saber y la elocuencia del jóven le inspiraban.

Doña Angustias se levantó asombrada de su asiento, llevándose las manos á la cabeza y desapareciendo de la estancia, no sin haber dirigido antes á su huésped las siguientes exclamaciones:

-Don Lorenzo, voy á avisar á la Casa de Socorro. Usted está malo de la cabeza. ¡Ay, Dios mio, Dios mio! ¡Qué lástima! Razon tenía doña Cándida. Este chico parará en Leganés andando el tiempo. ¡Malditos librotes!....

-Sí, tiene Vd. razon, Sr. D. Lorenzo-dijo el artesano:-estamos conformes; ya he dicho que no entiendo nada de esos discursos y palabrotas que Vd. suelta por esa boca á cada instante; pero creo que de todos estos males y de otros que explicaré á Vd. más tarde, tienen la culpa los curas. ¡Rayos! ¡Si corrieran por mi cuenta!.... ¡Cuerno! Ya me las pagarán todas juntas esos bribones.

-Pero, hombre, Vd. no comprende.....

-Nada, nada, D. Lorenzo, no puedo con esa gente hipócrita.
-Pero ¿qué le han hecho á Vd.?

-Tanto como eso, no, señor..... pero, en fin..... no sé por qué, pero.... no puedo verlos, vaya; ya lo he dicho: ¡me cargan!

-Hombre, hombre.....

-Sí, señor; doña Cándida, mi vecina del principal, ha querido arañarme muchas veces por estas cosas. Ya se vé, ¡es tan beata.!.... ¡Buena bruja está la maldita vieja! Ella tendrá la culpa de las desgracias que sucedan á su sobrina.

-Pues qué, Sr. Chicote, ha visto Vd. algo?

-Bastante; ¿pero á Vd. qué le importa? Esos discursos le tienen tan ocupado.....

-Sí, es verdad, amigo Rufino; de aquí, de este zaquizamí oscuro y olvidado, han de brotar las chispas.....

-¡Qué chispas ni qué niño muerto! Lo que hay de verdad, y que usted ignora, es que su novia Martina, esa muchacha á quien yo he visto nacer y he tenido sobre mis rodillas, está en peligro de perder... ¡quién sabe lo que puede perder la pobre por culpa de esa bruja! --Y á mí, ¿qué me importa, Sr. Chicote? ¿Tiene ya esa mujer algo conmigo?

-Sin embargo.....

-Sin embargo, lo que á mí me interesa es ver el medio de dar

solucion á este problema, que no me deja un momento de descanso: el socialismo.....

-Está visto, D. Lorenzo: con Vd. es imposible hacer carrera. Estoy acostumbrado desde hace diez y seis años á ver entrar y salir en mi casa á Martina, y no podré consentir que la suceda una desgracia. Quiero á la muchacha como si fuera hija mia.

-Pero, en fin, explíquese Vd., Sr. Chicote: ¿de qué peligro se halla amenazada Martina?

-Ahí es nada exclamó con acento misterioso el zapatero.-Hace pocos dias que un jóven de buen porte, guapo (porque eso sí, la muchacha tiene buen gusto), espera en el portal á Martina y á la vieja, acompañándolas despues por esas calles, como si fuera de la casa. Yo creia que Vd. no lo ignoraba. Está Vd. tan ocupado.....

-Es verdad; siga Vd., Sr. Chicote: ¿y á dónde las acompaña? ¿Salen de noche, ó de dia?

-A todas horas.

--Y doña Cándida, ¿qué dice?

-Dice que su sobrina se va á casar con un señor de muchas campanillas.

-¡Pobre Martina!.....

-Tiene Vd. razon; el orgullo de esa vieja la perderá para siempre.

-¡Es lástima!.....

—Ahora que empezaban á hablar de ella los papeles.......

-Ya se acordará de mí algun dia, Sr. Chicote

-Las mujeres son así.....

-Ingratas.

-Sin embargo, yo velaré por la chica; seré su propia sombra. Mañana es domingo, y Martina saldrá de paseo, como tiene de costumbre; así, pues, espero á Vd. en mi portería; no falte Vd., y sabremos á qué atenernos.

-No faltaré; siento curiosidad.

-¿Nada más?

-Nada más; mi amor era un juego. Martina es una niña consentida, mal educada, aunque buena en el fondo.

-Sin embargo, ahora.....

-Ahora, es verdad, siento más interés por ella que antes sentía. Mi amor propio se subleva.

-Es natural; ¡quiera Dios que no se enamore Vd. de veras! Yo soy viejo ya en estas cosas. Mándeme Vd., D. Lorenzo; por Vd. soy capaz de cometer mil disparates.

-Gracias, Chicote; yo no me enamoro fácilmente de Martina; si ella se casara conmigo, se cansaría pronto de mí, y..... ¿quién sabe? -Bueno, bueno, hasta mañana; Vd. se entiende.

Y diciendo estas palabras, Rufino Chicote abandonó al jóven, que reanudó su lectura, y con ella sus exclamaciones acostumbradas.

-Hé aquí el problema-murmuraba el pobre jóven;-la agitacion agraria en Irlanda presenta los mismos síntomas que los disturbios surgidos por semejante causa en el Mediodía de Italia; este socialismo es diferente al socialismo de Rochefort y Luisa Mitchel. El uno es grande y noble por todos los conceptos; el otro es vulgar y despreciable. Entre los dos existe el problema que es preciso descifrar.

Sin embargo, el jóven no pudo dedicarse con toda libertad aquella noche á sus estudios favoritos.

La imágen de Martina se presentaba ante sus ojos con atractivos que hasta entonces desconocía.

Los celos comenzaban á introducirse en su pecho.

Lorenzo estaba perdido: era débil y se habia enamorado; entonces empezaba á sufrir.

VIII

El estrecho biombo que servía de trastienda y habitacion á Rufino Chicote se hallaba en los momentos en que comienzan las escenas del presente capítulo silencioso y triste, como si el viejo huron que en él se ocultaba acabara de abandonarlo.

Así lo creyeron doña Cándida y su sobrina, cuando al bajar las escaleras de su casa se dispusieron á saludar, como tenian por costumbre, al zapatero.

Martina se hallaba cambiada desde la última vez que tuvimos el gusto de admirarla. Su rostro pálido, sus ojos pensativos, la contraccion dolorosa de sus lábios, sus ademanes bruscos, su cuerpo algun tanto desgarbado, daban á la jóven cierto aspecto de interesante belleza, extraña en la profesora, conocidas las condiciones de su carácter alegre é impresionable.

Doña Cándida, por su parte, habia adquirido cierta majestad en

sus maneras, cierto sello de orgullo insoportable, que contrastaba notablemente con lo menguado y grotesco de su persona.

Algo extraño se notaba en el cambio brusco y repentino de las dos mujeres; pero como en el mundo todo es mudable y movedizo, dejaremos que los hechos confirmen más adelante las apreciaciones que sobre tan delicado punto pudiéramos hacer en estos momentos.

En el zaguan de la casa esperaba á Martina un jóven conocido nuestro; era Felipin, el marido de Matilde.

Doña Cándida saludó al calavera, encorvando gravemente el cuerpo y echando hácia atrás el vuelo de su vestido. La artista sonrió melancólicamente, mirando á Felipin con cierta expresion de tristeza, fria y desconsoladora.

El jóven, por su parte, dejó escapar algunas exclamaciones alegres, hijas de su carácter ligero y atolondrado.

En aquellos momentos se escuchó una carcajada burlona, que llamó la atencion de las dos mujeres.

Volvieron la cabeza hácia el interior de la casa, y vieron, con asombro, el grotesco semblante de Lorenzo, quien asomado entonces á uno de los ventanillos del biombo, que servia de portería al señor Chicote, saludaba á Martina, dando fuertes gritos en tono de broma.

Felipin quiso castigar al jóven, mas fué detenido por la profesora, cuyo rostro se habia cubierto, con la aparicion de su novio, del rubor provocado por ciertas exclamaciones que aún no estaba acostumbrada á escuchar.

-¡Muy bien, Martina! ¿Cuándo te casas?-exclamaba Lorenzo á voz en cuello.

-Cuando á Vd. no le importa, señor perdido-contestó sulfurada de vergüenza doña Cándida.

-Señora bruja-volvió á insistir el despechado jóven-¿sale usted ganando mucho en el nuevo oficio?

-¡Retorno!.....

-¿Ha echado Vd. mejor pelo?
-¡Infame, ya me las pagarás!.....

-¿Dónde expone Vd. á la niña?
-¡Canalla!

-Já, já; ¡pobrecilla! ¡cuántos trabajos pasará!

-¡Qué lengua!

-¿Tiene Vd. tarifa?.....

-¡Qué indecencia!

-Já, já; lo esperaba..... tenía que suceder.....

Durante este diálogo, Martina se habia adelantado con Felipin, saliendo con él á la calle para que no oyera las imprecaciones de Lo

renzo.

Sólo doña Cándida se habia aguardado un poco, dispuesta, como una fiera, á lanzarse sobre su vecino, aunque hubiera tenido que hacer pedazos con las uñas la madriguera en que éste se encerraba.

Reconociendo al fin su impotencia, corrió á reunirse á Martina y Felipin, echando llamaradas por los ojos y perseguida siempre de los denuestos y carcajadas de Cerote.

Su sobrina se hallaba en aquellos momentos próxima á desmayarse; más de una vez tuvo que apoyarse en el brazo de su amigo, para no deslizarse bruscamente al suelo.

Mientras tanto, Lorenzo y su inseparable amigo Chicote salieron del biombo.

El primero estaba sombrío y pensativo; el segundo, fiero y temible, como siempre.

Chicote parecia que iba á morder al hacer una caricia.

Lorenzo ya no reia; ántes, por el contrario, abrazado al zapatero, prorumpia en dolorosas exclamaciones, llorando á la vez como un niño.

Rufino se desprendió de los brazos de su amigo, y exclamó con acento de despedida.

-Voy á seguir á los muchachos.

-No, Chicote, es inútil-exclamó Lorenzo;-la pobre Martina está ya perdida para siempre.

-Nada, nada, voy á seguirlos-insistió el zapatero;-quiero saber á dónde los lleva esa bruja.

Y salió de la casa, murmurando de mal humor entre dientes:

-¡Si lo dije! el chico se ha enamorado de veras. ¡Anda, anda, que pronuncie discursos ahora! Casi siempre se empieza así. Tanto como se ha reido de la muchacha, tantas lágrimas derramará en adelante. Yo sé lo que me digo.

Y el buen Chicote estiraba sus largas piernas pausadamente, metidas las manos en los bolsillos y abriéndose paso por entre los transeuntes, que se apartaban lijeros, huyendo del nauseabundo hedor de su pipa.

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