Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Chicote filosofaba á su manera.

En aquellos momentos llevaba grandes planes en la cabeza.

IX

¿Creereis celosa á la mujer de Felipin despues de haber sorprendido á su esposo entregado á estas aventuras? Nada de eso; Matilde lloraba en silencio su amargura, como si los dislates cometidos por el jóven fueran los móviles principales de la expiacion de una culpa, cuyas consecuencias estuviese resignada de antemano.

á

Mientras tenian lugar los acontecimientos que acabamos de referir, la digna dama ocupábase en arreglar convenientemente su tocado, digno, por su sencilla elegancia, del respeto majestuoso que inspiraba toda su persona.

Sentada enfrente de un espejo, en el gabinete que servia de antecámara á su alcoba, arreglaba sus cabellos, y, entregada al abandono más completo, contemplaba sus brazos y hombros desnudos, con el descuido de la mujer que, abismada en graves y profundas meditaciones, suele ocuparse poco de sí misma.

Preparábase Matilde en aquellos instantes para ir á San Ginés, su iglesia favorita, con objeto de asistir á una solemne fiesta religiosa, á la cual habia sido invitada particularmente por varias congregaciones.

Aunque redunde en perjuicio de Matilde y del mismo Felipin, quien á estas horas se hallará léjos de su esposa, entregado á sus devaneos amorosos, nosotros penetramos en el nido sagrado de la hermosa dama, sin importarnos un ardite su desnudez y la situacion embarazosa en que se encuentra, puesto que si hemos de ser verídicos en nuestro relato, debemos presentar á nuestros personajes sin velos y sin trabas de ninguna especie y en el sitio y estado en que se presenten á nuestra vista.

Por otra parte, nosotros somos invisibles para ella, y no provocaremos su enojo con admirar (siempre con los ojos de artista, por supuesto) el busto desnudo de Matilde, cuya soberana perfeccion estaba en armonía con el resto de su persona.

La esposa de Felipin enjugaba sus carnes, que cubrió despues con blancas ropas perfumadas, como todos los objetos de tocador que se veian diseminados por la estancia. Aquella matrona hubiera cau

sado asombro entonces al hombre más frio de la tierra. Matilde, al cubrir su cuerpo, anduvo algunos pasos por la estancia, abriendo un armario y sacando de él algunas prendas de su vestido. Los desnudos piés de la dama resaltaban notablemente de los oscuros colores de la alfombra.

Matilde, que en otros tiempos hubiera sonreido con orgullo al contemplar su imágen, no tuvo una exclamacion siquiera al calzar sus preciosos botincillos altos, de tarso, que parecian parte integrante de la hermosa pierna que sólo Dios, ella y nosotros podíamos admirar entonces con el mayor detenimiento.

Matilde, vestida, al fin, de riguroso luto, cogió un pequeño devocionario con incrustaciones de nácar, y comenzó á pasearse impaciente á lo largo de la habitacion, esperando, sin duda, el momento en que habia de abandonarla.

Se hallaba la pobre señora tan nerviosa, su tristeza era tan desconsoladora, que no quiso llamar á ninguna de sus doncellas para que la ayudase á vestir.

Más de una vez la imágen de Martina habia cruzado por la mente de Matilde, y más de una vez lanzó una exclamacion de desprecio, encogiéndose de hombros con indiferencia, sobre todo al cruzar en uno de sus paseos por enfrente del espejo situado en el centro de la

estancia.

Era natural: al mirar su retrato, la desdichada esposa sentia por un momento algunos arranques de orgullo, por más que en seguida las lágrimas acudiesen á sus mejillas.

-Felipin, niño-exclamaba Matilde,-tú volverás á mí, yo haré por agradarte lo que hacen contigo otras mujeres.

Y diciendo esto, la desconsolada mujer llamó precipitadamente á una de sus doncellas.

Cuando ésta acudió, Matilde preguntó por su esposo.

Felipin habia salido temprano y tardaria en volver, segun habia dejado dicho á los criados antes de marcharse.

La doncella dió las anteriores explicaciones á su señora, entregándola á la vez una carta que acababa de recibir en aquellos instantes.

Matilde rompió apresuradamente el sobre y leyó lo siguiente:

«Señora: Su marido de Vd. es un perdido; aunque promete muchas cosas, no las cumple. Martina, esa profesora de piano, esa mu

de chacha cursi que nunca ha tenido nada que perder, es culpable todas mis desgracias. Usted tambien contribuye á despertar mi enojo. Yo me vengaré de las dos. Felipin, si es que ya no lo sabe, sabrá bien pronto el secreto de esa falsa tristeza con que Vd. disfraza ciertos devaneos de la juventud que hoy son su pesadilla. Soy egoista, señora: la casualidad nos ha colocado frente á frente.

>Su afectísima, ***.>

Matilde estuvo próxima á desmayarse; por un momento se creyó presa de un horrible sueño.

La carta no estaba firmada; la letra parecia de mujer; el anónimo era insultante, mal redactado y grosero. En aquellas líneas se traslucia una persona de baja educacion y sin talento.

Matilde lo comprendió así; tuvo miedo, y corrió á ocultar las lágrimas, que pugnaban por brotar á sus ojos, entre los almohadones de su lecho. Despues volvió á desnudarse y tiró léjos de sí una á una todas las prendas de sus vestidos. En su desesperacion, parecia dispuesta á realizar una idea que acababa de acudir á su cerebro. Sin duda pensaba renunciar al mundo, arrojando de sí las galas que tanto contribuian á realzar su hermosura.

Matilde empezaba á volverse loca.

Clavaba las uñas en su pecho, como si hubiera querido arrancarse el corazon en pedazos. Algunas gotas de sangre, confundidas con las lágrimas, rodaban por su blanco seno, cuyo cútis trasparente mostraba las huellas de grandes arañazos.

Matilde, en su desnudez, parecia una Magdalena arrepentida. ¡Pobre mujer! En su resignacion desconsoladora, sólo esperaba al hombre que habia de arrojar sobre el la la primera piedra.

(Continuará.)

JOSÉ ALCÁZAR HERNANDEZ.

TOMO LXXXVIII

23

RÉGIMEN PARLAMENTARIO DE ESPAÑA

EN EL SIGLO XIX

wwwm

APUNTES Y DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA

(Continuacion.)

CAPÍTULO V

Instalacion de las Córtes en Cádiz. Presupuestos generales del Estado. Aniversario del Dos de Mayo, y honores concedidos à Daoiz, Velarde y Alvarez. Abolicion de los señorios. Reconocimiento de la Deuda. Aniversario de la instalacion del Congreso.

Habilitóse de la mejor manera posible la iglesia de San Felipe Neri para que en tan sagrado lugar celebrasen las Cortes sus sesiones en Cádiz; y aunque reunia muy buenas condiciones acústicas, tenía, sin embargo, el gravísimo inconveniente de que la voz del orador quedaba casi por completo apagada cuando tocaban las campanas del edificio, sin que se intentase siquiera corregir un defecto tan grande y que era causa de tantas reclamaciones del público y áun de los mismos Diputados.

'Al abrirse las sesiones en aquella poblacion el 24 de Febrero, y antes de la lectura del acta de la anterior, celebrada en la Isla el 20, el Presidente, D. Antonio Joaquin Perez, pro

nunció un discurso, en el que á grandes rasgos expuso lo injusto que sería cualquier acusacion que se hiciese á las Córtes y á los trabajos que habian llevado á cabo en los ciento cincuenta dias de su existencia, censurando á los escritores que, en su afan de criticar los actos del Congreso, no le perdonaban los más leves é involuntarios defectos. Despues manifestó que Cádiz era el único punto donde deberia residir la Asamblea nacional, porque tenía la evidencia de que toda la poblacion se apresuraria á aliviar y suavizar los trabajos del Congreso; y por último, hizo pública su esperanza de llegar á conseguir, como término de los afanes de la Cámara, la libertad del Rey y la felicidad de los españoles.

Leyóse despues el acta de la anterior, y continuaron sus tareas. Por varias razones tenemos que prescindir de seguir éstas paso a paso, y sin que sea nuestro ánimo analizar el presupuesto á presentado por Canga-Argüelles en 6 de aquel mes, ni ménos el estado de nuestra Hacienda en aquella época, vamos á hacer cuatro breves indicaciones sobre este particular. Que el presupuesto habria de ser defectuoso, y deplorable el estado de la Hacienda, fácilmente se concibe, despues del tiempo trascurrido en una guerra como la que España estaba sosteniendo; y ya se comprenderá que en tales circunstancias no entraria en el ánimo del Ministro presentar un plan completo de impuestos, recaudacion y distribucion, como pudiera hacerlo en época normal, sino tan sólo indicar los recursos de que podria echarse mano para continuar la lucha.

Reguló los gastos en 1.200 millones de reales, y los ingresos, contando con lo que podria venir de América, en 500, resultando, por consiguiente, un déficit de 700, que podria cubrirse, decia el Ministro, con recursos extraordinarios, porque los españoles que habian jurado ser libres y ofrecido su sangre y sus bienes para conseguirlo, estarian dispuestos a todo género de sacrificios.

Consideraba tan urgente la creacion de recursos extraordinarios, que proponia la supresion del impuesto de guerra decretado por la Junta Central en 12 de Enero de 1810, por las dificultades que habia ofrecido su cobranza desde que se estableció y lo tardío que resultaba el ingreso de las cantidades en las

« AnteriorContinuar »