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ofrece todavía una institucion apenas planteada en las na

ciones.

La opinion, por otra parte, ha sufrido en este punto notabilísimos cambios, y á la vista de los felices resultados obtenidos de la aplicacion de los principios económicos á las leyes y de los métodos estadísticos á la administracion, crece visiblemente la confianza puesta en ambos estudios y trabajos.

(Continuará.,

J. JIMENO AGIUS.

LA POLÍTICA REFORMISTA

Para nosotros, el momento que atraviesa ahora la política española, está caracterizado por una aspiracion innegable de reformas y de progresos. El último cambio gubernamental fué su punto de partida, y los hechos que lo provocaron y determinaron su justificacion. A partir de aquel cambio, ese anhelo ha sido cada dia más vivo é intenso; hoy lo domina é invade todo. Acaba de terminar la primera legislatura de las Córtes de 1881, y en ella la última palabra del Gobierno ha sido una promesa reformista, y la última palabra de la disidencia y de algunos de los grupos que combaten al Ministerio, ha sido un apercibimiento á su jefe para que cuanto ántes la cumpla. A título de reformador, vino al poder el bando constitucional. Llenos están los diarios de las sesiones de Córtes de los últimos seis años, desde 1875 á 1881, de afirmaciones que tienen aquel carácter y aquel sentido. Hoy, lo único que se debate, es si esas afirmaciones deben ó no mantenerse y en qué términos y de qué manera habrán de ser llevadas á la práctica. Sin necesidad de encarecimientos, que serían inútiles, podemos asegurar que nos encontramos dentro de un período en que esta sola palabra: Reforma, compendia todos los problemas y sirve de resúmen y de base á todas las cuestiones planteadas á nuestro alrededor y en nuestra presencia.

En tales circunstancias, no puede ser ociosa ni estéril la tarea de los que se consagren á analizar qué hay de fundado en semejante aspiracion, qué razones la apoyan y qué datos históricos la legitiman; ni ménos, todavía, cómo ha de cumplirse, con qué carácter habrá de desenvolverse esa política y qué actitud deberán mantener respecto

de ella los que han acariciado siempre ideales de progreso, llegando en ese punto á un radicalismo que no es ya incompatible con la realidad. Y no será, decimos, ocioso ni estéril este empeño, porque dentro de él se abarcan las fases más importantes de esa cuestion, ó algunas, por lo menos, de las que tienen mayor alcance y trascendencia más notoria, y porque de este exámen pueden surgir puntos de vista Ꭹ observaciones que convenga tener en cuenta para el desarrollo de la política reformista.

No con otro propósito se han escrito estas líneas y se han expuesto las ideas que van, á renglon seguido, á servirles de ampliacion y complemento.

I

La necesidad de las reformas nace, ante todo, de esa ley eterna de progreso á que está sujeto cuando vive, so pena de muerte ó de ruina. Pero dentro de ese principio general, hay pueblos que sienten con mayor fuerza que otros aquella necesidad imperiosa, y puede afirmarse, desde luego, que se revela con más energía y vigor en los ménos adelantados, á quienes excita y estimula el afan de colocarse al nivel de esos otros que ocupan entre las naciones cultas el primer puesto. Cuando la organizacion del Estado, las funciones administrativas ó las obras de la actividad social de un país están léjos todavía de alcanzar el grado de perfeccion que obtienen entre sus vecinos, allí se desenvuelve de una manera más ardiente y entusiasta ese espíritu reformador, avivado por la emulacion y por las corrientes que establece el sentimiento de solidaridad y armonía que la cultura difunde y propaga entre los hombres. Los pueblos atrasados, en esta lucha por la existencia que rige la vida de los indivíduos y las colectividades, ó permanecen en el abatimiento, el quietismo y la decadencia para sucumbir, ó realizan sobrehumanos esfuerzos para avanzar, recobrando el terreno perdido. Numerosos ejemplos de ello nos suministra alguna de las naciones del extremo Oriente, que nos está, desde hace pocos años, ofreciendo el prodigioso espectáculo de un tránsito rápido y brillante de la vida bárbara á la vida de la civilizacion.

Dentro de un mismo pueblo hay que distinguir tambien entre las diferentes épocas que forman su historia. En muchas de ellas, la necesidad de progreso y de reforma parece más apremiante, se revela de una manera más ostensible que en otras. A un período innovador sigue otro de reposo y de quietismo, como á las turbulencias la paz y como á las agitaciones las dictaduras. Son fenómenos sociales que

todo el mundo puede comprobar, y que desde las más antiguas edades, de que hay memoria, se presentan siempre con los mismos caractéres. En Grecia, en Roma, en la Edad Media, en la época moderna y en nuestro tiempo, constantemente se observan esas oscilaciones y esos cambios que constuyen en definitiva una evolucion y que realizan, de un modo lento ó rápido, segun las circunstancias de lugar y de tiempo, aquella suprema ley.

Para buscar un ejemplo que compruebe esta verdad, no necesitamos salir de nuestro propio suelo ni remontarnos á un período lejano. En España, y en los últimos años, se nos ofrece, tan claro é incontrovertible como no sería fácil hallarlo fuera ó entre los sucesos de cualquier época remota. Basta con que recordemos los hechos que precedieron, acompañaron y han seguido á la revolucion de 1868. Despues de mucho tiempo de quietismo y retroceso, la aspiracion reformista llegó á dominarlo todo. Surgia fébril, amenazadora, inagotable. Su misma fuerza expansiva perjudicó á la fecundidad de sus propósitos y les impidió realizarlos. No hubo tiempo para que organizase una obra capaz de arraigar y de sostener, y se limitó á depositar, en el palenque agitado de nuestras luchas, un gran número de gérmenes de regeneracion y adelanto, que han menester todavía de esmerado cultivo para rendir al país frutos de bienestar, de prosperidad y de engrandecimiento. Sobre la mayor parte de las soluciones reformistas que entonces se plantearon, puede repetirse aquella frase memorable y sabida de que, por muchas priesas que ovo, fincó el pleito en tal estado. En resúmen, no puede decirse que hizo poco aquella gloriosa revolucion, que no es poco, á la verdad, fijar los jalones de un desenvolvimiento progresivo, y marcar á las futuras gentes el camino que han de recorrer, si quieren que su mision quede cumplida de una manera digna.

Pero á la vez, y por causas nacidas, ya de la misma índole del hecho revolucionario, ya de las condiciones en que se verificó, ya del influjo de causas perturbadoras inevitables, llegó á campear entre nosotros la discordia y la division, por tal manera, que muy luego la instabilidad de las situaciones y la enemiga de las parcialidades trajo el imperio de una anarquía mansa, más adelante convertida en brava y devastadorà, con todo su cortejo de inquietudes, azares y desdichas. El país llegó á tener hambre de paz y de sosiego, y la satisfizo como pudo. No creemos que la satisfizo bien; pero se equivocaria el que no viese, sobre todo en las luchas á que aludimos, ese afan de tranquilidad y de reposo que al cabo logró señorearse de nuestra agitada sociedad, y que contribuyeron á fortalecer, con su imprevision

y sus exageraciones, los que habian desencadenado el temporal sim tener fuerzas para contenerlo y reducirlo.

Sobrevino la calma. Los pueblos apenas querian otra cosa, y durante mucho tiempo eso bastó á sus aspiraciones y á sus necesidades. Podremos estar ó no de acuerdo con las circunstancias y calidades de esa paz; pero no nos es lícito negar lo que todo el mundo ha visto y ha apreciado por sus propios ojos, lo que sólo se obstinan en no ver, ni considerar aquellos que sólo se alimentan de la fé de sus espejismos y de sus menguadas ilusiones. Para estos que viven fuera de la realidad, no puede haber argumento que les venza ni razon que les satisfaga. ¿Cómo ha de haberlo, si la misma realidad no les impone y comete? El hecho de que sobrevino y se consolidó la paz, es indiscutible. Pero tambien lo es que los encargados de arraigarla y mantenerla, en vez de limitarse á esto, promovieron y acentuaron un movimiento de reaccion. Esa es la nota característica de los cambios sociales. En su fondo hay siempre algo justificado y legítimo, algo que no puede, sin temeridad, rechazarse. En su forma, en la manera de realizarlos y cumplirlos, abandonada como se encuentra á la voluntad del hombre, refleja la imperfeccion y los límites inherentes á nuestra naturaleza. Así los revolucionarios van más allá de lo que al país conviene, y violentando la ley de progreso, la hacen estéril, y así los pacificadores, en vez de calmar, restauran, y al restaurar producen una accion contraria á esa misma ley, que no puede jamás dejar de ser peligrosa y torpe.

Ese peligro estuvo tan próximo, tan inmediato, que poco faltó para que renovase las aventuras de otros dias. El país sintió de nuevo la necesidad progresiva que le alienta, y deseaba á todo trance satisfacerla. Entonces apareció otra vez la política reformista, llegando á imponerse á los mismos que con mayor hostilidad y recelo la contemplaron siempre. Entonces venció esa política, y la última crisis gubernamental fué el signo de su triunfo. De ahí deducimos nosotros, y de ahí deduce todo el mundo, que esa crísis ha sido un cambio trascendentalísimo y radical en la marcha de los asuntos públicos. Ese cambio, por su propio alcance, impone deberes supremos á los encargados de realizarle, y entraña una mudanza completa en nuestra manera de sér y en nuestra situacion actual. Cualquiera que sea el criterio con que se le considere, hay que afirmarlo así. Los vencidos: el 8 de Febrero de 1881, los vencedores de aquel dia y los que por igual vivíamos apartados de unos y de otros, sabemos convenir en esto, porque es verdad, y porque es imprescindible, de hoy para en adelante, fundar en esa verdad nuestras obras y nuestros juicios. Si

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