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condiciones de nuestro suelo y clima; pues cuando ambas Castillas, consideradas antes el granero de Europa y ahora las áridas avanzadas del Sahara, se gobiernen y cultiven (cosas inseparables) con la inteligencia que lo actualmente ahora algunas naciones extranjeras, sabrán utilizar, mucho mejor que ahora, aquellos extensos terrenos, aplicando en ellos, en vez del cultivo casi absoluto de cereales (al que, se dedican con escaso fruto), aquel que sea más adecuado á las condiciones de los mismos. Y al efecto, nada mejor que repoblar los montes que locamente han destruido en lo que va de siglo,, halagados por la desamortizacion y el aumento de precio de los cereales; extendiendo y mejorando el cultivo de la vid y el de otras plantas arbustivas, y hermanándole con el de cereales á la cria de ganados; utilizando tambien en la Agricultura las aguas que hoy desaprovechan, no por culpa de los agricultores, como se les echa en cara, sinó por la de los políticos gobernantes, que oficiosamente les imponen su desacertada direccion; y haciendo, finalmente (lo mismo que pueden hacerlo las provincias del litoral), todo aquello que es posible ya, mediante el grado superior de progreso que se alcanza.

Pero tales empresas requieren el concurso armónico de la política y de la agronomía, auxiliadas tambien de otras diversas ciencias, sin el cual son infructuosos los esfuerzos aislados é individuales del agricultor, por más que llegue, á pošeer y aún á dominar los conoci mientos técnicos de su profesion. Por este motivo no nos cansaremos de repetir que, tales adelantos no se realizan sin una inteligente direccion política que sustituya la anarquía municipal que ahora se sufre. En vez de llorar España sus males con un pesimismo ciego y frívolo, ó de ponderar sus exageradas ventajas con un optimismo cán dido ó nécio, debe proceder con acierto, rectificando 'sus graves errores políticos y administrativos, y á par de éstos y en forma orgánica los cometidos relativamente á la Agricultura en este siglo.

Tampoco el criterio nacional al juzgar las causas de nuestro atraso debe desviarse de lo razonable, atribuyendo la raiz de éstas al influjo de la raza y á su holgazanería constitucional; pues tan luego se sepa educar al país, el caudal de actividad que-con exceso-se malgasta ahora en vicios é intrigas, lo mismo que en públicos espectáculos y expansiones nacionales, se dirigirá entonces, con sumą facilidad, al trabajo útil y reproductivo y á favorecer la necesaria vida política: es decir, á realizar sin violencia todo aquello que nace y de

pende ineludiblemente de una civilizacion sana y bien dirigida, lo que es cuestion de educacion tan sólo. Dejen, pues, optimistas y pesimistas sus ciegas é infecundas declamaciones, y en vez de seguir alimentando su fantasía con exagerados conceptos sobre la mayor ó menor riqueza de nuestro suelo, despierten su razon y vean en nuestro notable atraso la necesidad de contribuir á remover los obstáculos que le mantienen, haciéndolo por los medios prácticos que están á su alcance y hemos dado á conocer: únicamente de este modo se logrará un verdadero fruto, que probará en su dia que España puede ser rica y próspera, como lo fué relativamente en otro tiempo, y lo son ahora las naciones que figuran á la cabeza del trabajo, de la civilizacion y del progreso.

GERVASIO G. DE LINARES.

(Continuará).

LAS ISLAS FILIPINAS

(Estudios históricos.)

(Continuacion.)

XLVIII

Desde el siglo xv, y por lo tanto, mucho antes de que Es paña conquistara el Archipiélago, la astuta é industriosa China llevaba allí sus champanes (buques), y á cambio de fruslerias acaparaba toda la riqueza del país. Posteriormente, á la llegada de los españoles, este pequeño comercio se engrandeció con la exportacion que se hacia al Perú, donde se obtenian muy lucrativos resultados en la venta de los ricos productos de la India, China y el Japon. Este comercio, que partiendo de mediados del siglo XVI, enriqueció bastante á las Islas, tomó otro rumbo á principios del xvII, limitándose á la carrera de Acapulco (Méjico), que, por su menor distancia y mayor seguridad, convino á nuestros intereses. La venta de los productos asiáticos dió desde el principio beneficios pingües; la novedad y baratura de los géneros ultramarinos buscada por los comerciantes españoles, produjo gran baja en los nacionales, y ancho campo á la importacion: las condiciones, pues, en que empezaba el comercio filipino no podian ser más favorables, y sin embargo, ellas precipitaron su ruina. En efecto, el carácter egoista, que siempre ha distinguido en nuestro país al comercio interior, empezó á levantar: primero murmullos, luego protestas, y finalmente, quejas; y aquel débil gobierno del que se llamó rey del mundo, accediendo á las intrigas del comercio

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andaluz, impuso trabas á la importacion filipina por los medios más originales que pueden concebirse. En primer término, ordenó que solo pudiera hacer la nao un viaje anual; y en segundo, limitó á la suma de 250.000 pesos el valor de las mercaderías; pero como los comerciantes filipinos eludieron esta condicion, tasando á muy bajo precio sus géneros, y el engaño se puso de manifiesto, cuando estos objetos producian un valor en venta triple del asignado, una segunda queja de los andaluces, y nueva órden, limitó á 500.000 pesos la suma que habia de llevar de retorno la nao.

Si disgustos habia tenido el comercio español, no los tuvo, ménos el filipino, pues la limitacion de valores de venta venía á lastimar sagrados intereses, y en su vista, el gobierno, siempre débil é ignorante de su verdadero deber, y supeditado por las exigencias particulares, resolvió el conflicto sin conceder un ápice más, del siguiente modo: consideró la nave, que tendria unas 1.500 toneladas, capaz de contener 1.500 fardos iguales, compuestos á su vez, cada uno, de cuatro paquetes, por valor total de 250 pesos, y dividió el permiso de embarcar géneros para Acapulco, en boletas, cada una de las cuales representaba un octavo, de tonelada. Estas boletas se distribuyeron entre las Órdenes religiosas, los militares y las viudas de españoles, y á los comerciantes se exigió la condicion de un capital de 8.000 pesos en la matricula. El resultado de esta disposicion fué tan vano como el de las anteriores. Las viudas y los militares, en su mayoría, encontrando mejor negocio en Manila que en los azares del mar, vendian á buenos precios sus permisos, y el comercio filipino, acaparando todas las boletas, realizaba aún mayores ganancias, pues los paquetes, que segun ley debian valer 62'50 pesos, alcanzaban un precio de 200 á 300, y la plata que á su vuelta traia la nao, era comunmente de ocho ó diez veces los 500.000 pesos marcados.

Si el comercio filipino realizaba negocios tan colosales, no eran menores las que correspondian al personal de la nave. El capitan tenía asignados, por viaje redondo, 40.000 pesos; el piloto 20.000, los contramaestres 10.000, y el maestre, ademas de la parte de cargamento que le correspondia, tenia el 9 por 100 de comision de venta, con lo que salia por unos 350.000 pesos.

Como la nave, ademas del situado en oro que venia de Méjico para el sostenimiento de la colonia, traia la correspondencia, el pasaje, los pertrechos de boca y guerra y el dinero de la venta de las mercaderías, y los viajes eran largos y pesados, porque el mucho valor y peso de los cargamentos exigia rumbos marcados, la entrada de retorno era un verdadero goce y constituia una fiesta para la colonia, que una vez cobrado el dinero y puesta á buen recaudo la ganancia, se disponía. para la compra del nuevo flete, entre las más bellas ilusiones y los proyectos más hermosos.

. Sin embargo, no dejaba el negocio de tener sus quiebras, La ambicion y la intriga, puestos los ojos en los buenos sueldos del buque, dieron lugar á que el personal marino no fuera el suficientemente perito, y por consecuencia, los buques, mal dirigidos y peor gobernados, dieron muchas veces fondo en los abismos, matando muchas risueñas esperanzas. Por otra parte, lo aislado del rumbo despertó la codicia, y algunos golpes de mano airada dieron al traste' con las más sesudas combinaciones. Tales fueron, entre muchos, en 1762, el apresamiento de la Trinidad, con 3.000.000 de pesos, por los ingleses, á la sazon en guerra con los filipinos; en 1843, el de la nao Nuestra Señora de Covadonga, con 3.313.843 pesos, y 35.682 onzas de plata fina, cochinilla, etc., por el Comodoro Auson; y el robado por Drake en 1587, que ascendió á 1.500.000 pesos. Si á esto se agrega que en 1766 el galeon San Carlos, con más de 1.000.000 de pesos en mercederías, fué decomisado en Méjico por contravenir las órdenes del gobierno, que durante mucho tiempo trató con mano fuerte al comercio ultramarino, y que en los años 1786, 87, 88 y 89 no tuvieron salida los cargamentos, por hallarse abastecida la plaza, se comprenderá cómo aquel comercio, que pudo ser el mayor del mundo por la buena posicion de nuestros dominios, atacado duramente por su base, acabó víctima de las trabas y vejaciones más estúpidas, despues de dejar las Islas, más que empobrecidas, desanimadas para las ulteriores empresas.

Las consecuencias que este desórden trajo al país fueron fatales, pues hallándose el comerció completamente desanimado, la campaña con Inglaterra, que pudo abrir nuevos hori

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