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EL CLASICISMO Y EL ROMANTICISMO

Dos grandes escuelas, en la esfera del arte literario, han desplegado sus profundos y valentisimos pensamientos: clásica la una y romántica la otra. La primera, brillante, majestuosa y llena de un entusiasmo reflexivo y poco engalanado de esos tan frecuentes y vivos ideales con que el romanticismo colma con exuberante profusion sus magníficas y atrevidas concepciones; y la última, áun más hermosa que la primera, pues no pudiendo someter y amoldar su pensamiento al pequeño círculo, pero siempre suntuoso y lleno de esplendor, que tiene la antigua escuela, inventa giros y locuciones, combina de mil variados matices los diferentes modismos de la lengua da, en suma, un carácter enteramente distinto al idioma, hasta el extremo de variarlo y enriquecerlo, aunque á costa de relegar al olvido la pureza y armonía que distingue al idioma de las dos Castillas, heredadas de su lengua madre.

Este es el defecto de la nueva escuela, y otro no ménos principal, como la exageracion que siempre resulta de esa preferencia que los románticos dan al fondo, mientras que la forma, ó sea el medio de expresion, no presenta ninguna belleza plástica, comparada con la que necesariamente debia producir si guardase una conexion estrecha y natural entre lo que expresa y el modo de expresarlo.

En una palabra: la poesía romántica busca el predominio del fondo sobre la forma, ó lo que es lo mismo, atiende más á

lo que dice que á la manera de decirlo; y la antigua ó clásica propende á fijarse en el modo de presentar sus ideas: en la forma. Esto tiene su natural y lógico fundamento: en las edades primitivas, los hombres eran naturalistas, y por ende, miraban tan sólo los fenómenos naturales, lo que se sometia á la experimentacion, al mundo de los sentidos, y por tanto, su poesía era más rica en el ornato y más plástica, reproduciéndonos imágenes tan vivas y fecundas en la forma como estériles en el fondo. Pero, sin embargo de incurrir en los defectos indicados anteriormente y de faltar esa condicion esencialísima que debe reinar entre el fondo y la forma, se nos revela grande, profunda, cantando y sabiendo hasta esos fenómenos naturales, hasta los más portentosos y terribles, como cuando se inspira en la naturaleza desencadenada por el desequilibrio entre los elementos planetarios, ó cuando, por el contrario, en otra más excelsa é infinita, como es la de Dios, ese Sér inmenso que, no teniendo origen, es el origen de todo.

Pero volvamos y fijémonos en lo que nos incumbe, y no nos detengamos en dilucidar esta cuestion bajo del aspecto puramente poético y fantástico, cuyo objeto, presentado de esa manera, compete más bien al concepto que forman esos poetas sumamente entronizados en esas misteriosas y falsas regiones, y nunca al de nuestro pobre y modesto, que se reduce únicamente á determinar los caractéres distintivos que existen y separan al clasicismo del romanticismo.

Con efecto, dos civilizaciones completamente distintas han dejado vivas é indelebles señales en la historia de nuestra literatura; pero difiriendo ambas en muchas notas fáciles de enumerar, tales como los matices que presentan en política, ideas, sentimientos, religion y demás hechos análogos á los expuestos.

Con estos antecedentes, podemos desde luego afirmar que los antiguos y modernos han vivido en dos mundos enteramente distintos y contrarios. Así es que, los grandes y portentosos hechos llevados á cabo por esas dos civilizaciones, tienen que ser, por tanto, muy diferentes y opuestos. Hay más todavía: como quiera que el espíritu del hombre está viviendo y luchando incesantemente con elementos exteriores, y como, por

otra parte, le es de todo punto imposible sustraerse al mundo de la realidad, tiene irremisiblemente que concebir y combinar de diversos modos esos tambien diferentes elementos para revelarnos, á manera de brillante panorama, no sólo sus robustas y gigantescas conmociones, sinó tambien sus más finos y delicados sentimientos. Hubo una época en que, por largo tiempo, la antigua escuela era casi olvidada y desterrada por aquellos poetas vivos y de lozana imaginacion, pero escasos en conocimientos; lo cual produjo un cambio y un rumbo tan completos, que la poesía romántica fué la encargada de echar sus hondos é imperecederos vestigios, y que más tarde, exhumadas las obras de la antigua escuela, empezaron aquellas á irradiar sus melancólicos y apagados rayos de luz, hasta que, á fuerza de tener fervientes partidarios y de la decidida lucha que éstos entablaron contra la poesía romántica, pudo trocar su ténue luz en otra más fulgurante y duradera. Ambos sistemas, como ya hemos dicho, han producido obras de bastante mérito y nombradía, y por tanto, las dos escuelas son igualmente apreciadas y distinguidas; mas hoy, en la edad moderna, y sobre todo, en la contemporánea, se puede decir y asegurar que, tanto la poesía clásica como la romántica, hay que compararlas y estudiarlas en la época de su mayor esplendor y lozanía, estudiando y contemplando el clasicismo en Homero y el romanticismo en Dante. Y de todos modos, ¿cómo es posible que admiremos las obras antiguas, dándoles, además, una preferencia tan infundada, teniendo en nuestra edad una literatura quizás más rica, y si no mucho mis perfecta que todas las creaciones de ambas escuelas, por que ha sabido conciliar los indispensables elementos de fondo y forma, sin los que ninguno de los sistemas podrá nunca acercarse á la perfeccion? Es claro, además, que ésta no tiene existencia real; y si alguna que otra vez logramos encontrarla, es tan sólo relativa; pero no es ménos claro que los séres, mientras mejor cumplan y armonicen todos los elementos de su naturaleza, tanto más podrán aproximarse á la bondad perfecta ó á la belleza absoluta. Pues bien; como quiera que la escuela armónica, más comunmente denominada moderna, reune y auna lo profundo del fondo con lo artístico de la forma, tiene por fuerza que ser mucho más

acabada y perfecta que las de las antiguas y pretéritas civilizaciones. Pero esto tiene tanta evidencia, que bástanos mencionar á uno de los poetas del presente siglo para fundar con mucha solidez lo que venimos defendiendo y afirmando: Echegaray, ese artista grande de pensamiento, y más que grande el génio prototipo de nuestra España, que, mediante su vasto y extraordinario talento, ha creado una literatura dramática tan original y tan hermosa como la de nuestro siglo de oro. Y si no, ¿quién es el que niega y no está conforme con sus concepciones dramáticas: La esposa del vengador, En el puño de la espada, y sobre todo con el D. Lorenzo de O Locura ó Santidad, tan heróico y tan sublime como el Segismundo de La vida es

sueño?

Este paralelo tal vez será una exageracion, ó dislate, para muchos de los críticos; pero si atendemos y nos fijamos en la época en que el autor de O Locura ó Santidad se inspira y toma sus materiales, y en la que el inmortal Calderon vive y toma del mismo modo los elementos, lo que constantemente ve y contempla, ciertamente que podemos deducir y afirmar de nuestro principio que ambos han producido sus obras retratándonos siempre la sociedad en que vivian: Ahora bien: si á los dos poetas se les llama génios, ¿cuál es el obstáculo, cuál el inconveniente que se opone á que, colocando al vate de nuestros dias en los tiempos y condiciones en que se hallaba Calderon, es lógico y natural que el primero hubiera imaginado y concebido La vida es sueño, y el segundo, ó sea Calderon, un protagonista como el mencionado D. Lorenzo? Y ¿qué razon tenemos para comprobar lo que hemos afirmado? Que el poeta y el escritor se inspiran y escriben sus obras atendiendo siempre y conformándose en todo con las costumbres de su época. Vamos, por último, á citar, para concluir, sólo dos pensamientos: aquel tan bellísimo y alambicado símil que puesto en boca de Segismundo y dirigiéndose á su simpática é idolatrada Estrella le dice, ponderando su extraordinaria y encantadora hermosura: «¿Qué dejais hacer al sol si amaneceis con el dia?» Pues exactamente lo mismo puede decirse del profundísimo que hay en el diálogo de Fernando y Laura, y que para la mas perfecta semejanza reune la cualidad de ser tambien amoroso. Dice de

este modo el amante de Laura, dudando del cariño de su amada: «Si yo no hubiera existido, ¿le hubieras amado á él?

En fin, veáse cuánta infinidad hay, por lo que respeta à la grandeza de pensamiento, entre el símil de Calderon que, áun cuando se revela cierta tendencia al conceptismo, puede, no obstante, compararse con el del glorioso vate del siglo XVI, por la fuerza creadora que vivifica y engrandece á esas dos concepciones dramáticas.

Perdónennos nuestros benevolos lectores de que nos hayamos apartado del fin que nos proponíamos, y el cual indicamos con el título que encabeza las desaliñadas líneas de nuestro artículo. Sin embargo, como se ha tratado de los diferentes sistemas que se siguen en poesía, era necesario ocuparse, áun cuando muy á la ligera, en la importancia y supremacía de susodichas escuelas, y principalmente, por una preocupacion errónea y muy generalizada hoy, ó sea el opinar respecto á los antiguos que son los solos y únicos vates, y por consiguiente. todas sus poesías invocan esa frase tan conocida como oportuna: nihil norum sub sole.

Reiteramos, por último, lo dicho anteriormente: no dudamos que hayan existido génios en la época antigua; lo que negamos es la imposibilidad de que aparezcan en la nuestra, como afirma cierta crítica pesimista y escéptica.

ANTONIO RIVERO DE LA CUESTA.

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