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de conducta de las que fueron vencidas en la crisis del 8 de Febrero, y de las que en ese mismo dia lograron una victoria decisiva. ¿Y las alejadas por igual de unos y de otros? ¿Y las que constituyen la izquierda de la opinion liberal de nuestro país? Hemos dicho, en una palabra, cuál debe ser la actitud de los conservadores y constitucionales ante los resultados de aquel suceso. Nos falta determinar cuál aconsejaremos, por más conveniente, para sus intereses y los del país, á los demócratas. Y no es, á nuestro juicio, esa tarea ímproba ni difícil. Aun cuando los demócratas españoles se encuentran profundamente divididos y han llegado en sus discordias hasta la confusion, la verdad es que, respecto á ese punto, van poniéndose de acuerdo, y casi podria afirmarse que lo están ya. Esto no es una paradoja, sino la verdad más evidente y clara que puede consignarse, y la prueba de ello no hay que buscarla en la apariencia, sino en la realidad de las cosas.

De los cinco ó seis grupos en que están concentradas las fuerzas democráticas, dos ó tres han manifestado, de una manera sólemne, que cooperarán á esa política reformista, ayudando á los que han de realizarla para que la desenvuelvan por completo, y ofreciéndoles su apoyo ó su aplauso, si lo logran. Los otros tres grupos no han hecho declaraciones análogas; pero, exceptuando el que ocupa la extrema izquierda, al que hasta sus propias teorías apartan de la vida nacional, los demás obran de la misma manera que si hubiesen aceptado y afirmado aquella actitud. Resulta de aquí un fenómeno curioso, que recomendamos á la meditacion de nuestros lectores, porque la merece sin duda. Hay en la actualidad algunos grupos democráticos, cuyos directores afirman la conveniencia de mantener una actitud irreconciliable frente á las ideas y á las soluciones que imperan en nuestra pátria; todos los dias se les oye encomiar la necesidad de una oposicion tenaz, enérgica, intransigente. En nombre de esa necesidad combaten, por inmorales y por corruptoras, toda especie de benevolencias, y critican y zahieren, sin conmiseracion, á los que entienden que no sería justo ni oportuno combatir la política reformista y liberal, como se combatió la política autoritaria. Aconsejan que, sin pérdida de momento, debe desplegarse al aire la bandera negra, so pena de merecer, los que no lo hagan, el dictado de traidores. Y, sin embargo, mientras esto dicen, los vemos obrar como aquellos á quienes tan sin piedad anatematizan.

Esos grupos tienen numerosa y escogida representacion en el Parlamento, que, ó da muestras de benevolencia cuando habla, ó vota las soluciones propuestas por el Gobierno, ó calla casi siempre, pres

tando, ya que no le dé otro, á la política de los vencedores del 8 de Febrero, el apoyo eflcacísimo de su silencio. En el seno de esos grupos hay individualidades influyentes que no ocultan sus simpatias hácia todo lo progresivo y reformista que aquí se realiza, y de entre sus órganos en la prensa salen voces que proclaman con energía la conveniencia de aplaudir y estimular los propósitos de reforma y adelanto que anuncia ó plantea la actual situacion. Nosotros advertimos esto; señalamos la contradiccion que existe entre la crítica y los actos de esas parcialidades, pero no las hemos de censurar por esto. Comprendemos que ese es el fruto de la trasformacion que en ellas se está verificando, y esperamos que al cabo todas convengan en lo que la razon y el patriotismo nos aconsejar, en lo que el buen sentido proclama: en que es imprescindible, desde el punto y hora en que se inicia un desenvolvimiento de ideas liberales, cooperar á la que debe tenerse por obra comun, puesto que va á realizar ideas de todos, y puesto que va á redundar en provecho de nuestros comunes intereses.

Así sucederá, al fin, si la política reformista prosigue-y creemos que ha de continuarlo-el camino emprendido. Este es uno de los estímulos más poderosos para que perseveren en ella los que contrajeron el compromiso de llevarla á término, y esta es una de las garantías más eficaces para impedir que esa política deje de desenvolverse y de realizarse. Porque no habrá quien ose suscitarle obstáculos, desde el momento en que se demuestre que cuenta con el concurso de la opinion y con el apoyo de los más vigorosos elementos del país. En tales condiciones, sería estéril é infecundo cuanto se hiciera contra ella, y sólo podria contribuir á que amenazasen la paz pública peligros que en la actualidad se consideran harto lejanos.

FRANCISCO DE Asís PACHECO.

RÉGIMEN PARLAMENTARIO DE ESPAÑA

EN EL SIGLO XIX

APUNTES Y DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA

(Continuacion.)

En la primera parte de estos apuntes nos ocupamos ya de esta materia, tan esencial é importante para la vida de los pueblos; es una verdadera lástima que cuando de ella se trató en las Córtes no se recogiesen aún por notas taquigráficas los discursos pronunciados, y tengamos el sentimiento de no poder ilustrarnos con los notables discursos que con aquel motivo se pronunciaron, y que tanto han elogiado los que por haberlos escuchado nos han hecho mencion de ellos.

Para suplir esa falta vamos á poner aquí los extractos de aquellos famosos debates, ya que en los Diarios de Córtes sólo se da una ligerísima idea de ellos. Estos extractos ó apuntes que se suponen revisados por el mismo Argüelles, que tanta y tan brillante parte tomó en aquella discusion, han sido en parte publicados por Toreno en su Historia del levantamiento, guerra, etcétera, y nosotros hoy los publicamos íntegros, porque consideramos útil su conocimiento para poder tenerle muy aproximado de la division política que germinaba en la Cámara, y que con motivo de esos debates se hizo pública.

«Sesion del lunes 15 de Octubre de 1810.

>>>Habiéndose leido el órden del dia para deliberar sobre la libertad de la imprenta, el marqués de Vigo (D. Joaquin Tenreyro Montenegro, diputado por la provincia de Santiago), se levantó, oponiéndose á la discusion. Dijo que no se habian dado los pasos preliminares que debieran; que las Cortes no habian manifestado de modo alguno su aprobacion sobre el objeto del debate, y por tanto, protestó contra él. Dijo que sacrificaria su vida y áun su reputacion en las Córtes, que estimaba en más que aquella, por su conducta en esta ocasion; pero que no queria sacrificar su conciencia, y que, de todos modos, queria que se diese tiempo á la llegada de los demás diputados. Los señores Argüelles (suplente por el Principado de Astúrias), Torrero (diputado por Extremadura), Gallego (suplente por la provincia de Zamora) y Mejía (suplente por el Vireinato de Santa Fé) probaron que las Cortes habian cumplido con todas las formalidades, y que se habia determinado la discusion para aquel dia. El Sr. Argüelles, en tono muy animado, replicó al diputado que se habia opuesto á ella. Dijo que la suerte de España, que la libertad del pueblo pendian de esta discusion, y que, por tanto, no le admiraba el que los mal intencionados se empeñasen en impedirla. El Sr. Mejía respondió á las últimas razones del discurso contrario, preguntando si para echar en 24 de Setiembre los hermosos cimientos de la libertad nacional habian sido necesarios los diputados que faltaban. ¿Podia haber algo de más importancia que la decision de aquel dia? ¿Qué razon podria hallarse para detenerse en la del presente?

>>En esto, muchos miembros quisieron hablar á un tiempo. Restablecióse el órden y se leyó el informe de la Comision. El Sr. Argüelles volvió á hablar, y entró en un profundo exámen de los efectos que la libertad de la imprenta habia producido en todos tiempos y naciones, de los grandes beneficios que por ella habian logrado, de los pocos ó ningunos males que habia causado y de lo absurdos que eran los temores de sus contrarios. Notó los esfuerzos de Inglaterra por mantener este sagra

TOMO LXXXVIII

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do derecho en aquel reiro, y la presentó como la única nacion que habia resistido igualmente á los tiranos interiores y á los ataques de afuera.

«Cuantas luces, dijo, se han extendido por la faz de la Eu»>ropa, han nacido de esta libertad, y las naciones se han ele>>vado á proporcion que ella ha sido más perfecta. Las otras, >>obscurecidas por la ignorancia y encadenadas por el despo>>tismo ó la supersticion, se han sumergido en la proporcion >>opuesta. España, siento decirlo, se halla entre estas últimas. >>Fijemos la vista en estos últimos veinte años; en este período, >>preñado de acontecimientos más extraordinarios que cuantos >>presentan los anteriores siglos, y en él podremos ver los por>>tentosos efectos de este arma, á cuyo poder siempre ha cedido »el de la espada. Por su influjo vimos caer de las manos de la >>nacion francesa las cadenas que la habian tenido esclava tan>>tos años. Una faccion sanguinaria vino á inutilizar este grande >>ácontecimiento, y el gobierno francés empezó á obrar di>>rectamente en contra de los principios que proclamaba. Des>>pues de haber declarado solemnemente y por aclamacion que >>la República francesa renunciaba á toda conquista, dió órden >>para que se le reuniese la Saboya. La conducta de la Repú>>blica siguió siempre en contradiccion con los principios de su >>Asamblea Nacional, tanto en su proceder respecto de los Es>>tados que ocupó como en el que tuvo con sus aliados.

»España desde entónces se vió en la imposibilidad de for>>mar ideas exactas del estado de la nacion vecina, y de conocer »>y dar el verdadero valor á los principios de su revolucion. >>Hubiera habido entre nosotros una arreglada libertad de im>>prenta, y la nacion española no hubiera ignorado cuál era la >>situacion política de la Francia al celebrarse la infame paz de >>Basilea. Nuestro Gobierno, dirigido por el favorito más cor>>rompido y estúpido, era incapaz de conocer los intereses de >>España. Abandonóse ciegamente y sin tino á cuantos gobier>>nos tuvo la Francia, y desde la Convencion hasta el Imperio >>seguimos todas las vicisitudes de su revolucion, siempre en la >>más estrecha alianza, hasta el momento desgraciado en que >>vimos tomadas nuestras plazas fuertes y el ejército del pér>>fido invasor en el corazon de España. Hasta aquel momento

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