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-¡Ay, Felipin, yo me voy á morir! ¡No podré acostumbrarme á una vida como la que me espera!

-Niña, niña, ¡calla!-exclamó el jóven, abrazando á Martina y besando sus lábios para consolarla;-á mi lado nada te faltará; ¡seré tu esclavo!.....

En aquellos momentos un hombre se presentó á los dos jóvenes que, ante tan brusca aparicion, se levantaron asustados y rojos de vergüenza.

Era Rufino Chicote que, como ya recordarán nuestros lectores, habia seguido la pista de los dos enamorados.

El buen zapatero lloraba como un niño, y amenazaba con los puños á Felipin, el cual no podia comprender el enojo de aquel hombre, á quien sólo conocia de vista.

-¡Qué es esto!-exclamó la jóven.-¿Usted por aquí?

-Sí, Martina-contestó el zapatero.-Acabo de oirlo todo; y como no quiero que sucedan á Vd. más desgracias, estoy resuelto á impedir que ese jóven abuse por más tiempo de su posicion ventajosa.

-Pero, Chicote..... ¡Dios mio!

—Nada, nada, aléjese Vd. de ese hombre, hija mia; mire usted que se lo aconseja este viejo, que quiere á Vd. más que á las niñas de sus ojos.

-Pero, ¿qué es esto?-preguntó entonces Felipin.

-No le hagas caso-contestó la jóven volviendo la espalda á.Chicote y obligando á su amante á hacer lo mismo;-¡pobre viejo!.... yo le quiero mucho; pero ¡venirse ahora con tales impertinencias!...

-¡Adios, Martina!—exclamó anegado en lágrimas el buen artesano;-cuando se encuentre Vd. desamparada en medio del arroyo, acuérdese Vd. de mí, acuda Vd. á mi casa, que de cualquier modo que se presente, será Vd. acogida con los brazos abiertos.

Las últimas palabras de Chicote no fueron oidas por la jóven, quien habia acudido al sitio donde le esperaba doña Cándida, abismada en sus profundas meditaciones.

Martina, aunque serena en la apariencia, se hallaba algun tanto. preocupada en el fondo por la escena que acababa de tener lugar. Nuestros personajes se pusieron en marcha, tan tristes y cabizbajos como habian entrado en los hermosos jardines de la Moncloa.

Cuando llegaron al barrio de Pozas, las tabernas estaban llenas. de gente y las calles respiraban animacion y vida.

El ruido de los coches, de los tranvías, de toda esa baraunda infernal que forma el estrepitoso desconcierto de las grandes capitales, resonaba en los oidos de Martina de una manera lúgubre y desconsoladora.

Parecía que en medio de tanta gente se encontraba más aislada que nunca.

Comenzaba á sentir el frio de la soledad y del abandono.

XI.

Matilde se encontraba inmóvil como una estátua de mármol, recostada en los almohadones de su lecho, conforme la dejamos antes de referir las escenas del anterior capítulo.

Las ropas descompuestas, el cabello suelto por la desnuda espalda, las lágrimas que por el blanco seno de Matilde corrian en abundancia, la expresion, en fin, triste y desconsoladora de su rostro, contribuian á dar cierto aspecto de interesante belleza á la matrona, suficiente para inspirar al hombre ménos artista de la tierra.

Matilde parecia no vivir para el mundo en aquellos instantes; así al ménos lo creyó Felipin cuando, al penetrar en la estancia, halló los vestidos de su mujer diseminados por la alfombra, hechos girones y en el más deplorable estado.

El jóven corrió hacia el lecho y levantó entre sus brazos el cuerpo frio de su esposa. Esta, sin articular una palabra, miraba á Felipin con ojos extraviados, teniendo entre sus manos crispadas el anónimo que ya conocemos.

El jóven, asustado, arrebató el escrito á Matilde, antes de que ésta pudiera volver de su asombro.

Felipin abandonó á su esposa, corrió á uno de los balcones en busca de luz, y desdoblando el papel febrilmente, leyó su contenido, dejando escapar á la vez algunas exclamaciones de sorpresa.

Lanzó un grito Matilde, comprendiendo al fin la gravedad de la situacion, y arrojándose de la cama, se abalanzó á Felipin, entablando con él una lucha desesperada por arrancar de sus manos el anónimo. -¡Matilde! ¿qué es esto?-gritaba colérico el jóven.

-¡No hagas caso, Felipe!-exclamó la desdichada mujer abrazándose fuertemente al cuello de su esposo;-¡mienten..... me calumnian... no dudes!... ¡ah!...

-¡Calla!..... ¡si al fin tenía que suceder!
-¡Oh! ¡basta, yo te explicaré!.....
-¡No, es inútil!

-¡Felipe, por Dios!.....
-¡Basta!

-¡Niño!.....
-¡Calla!

Aquella lucha duró poco tiempo. Felipin, en un momento de cólera, empujó brutalmente á su mujer, que rodó por el suelo sin sentido; despues salió de la habitacion como un loco, atravesando por medio de los criados que, mudos de asombro, acudian presurosos á

socorrer á su señora.

XII

Las luces de gas comenzaban á reflejarse sobre las aceras, y las calles de Madrid tomaban ese tinte sombrío, precursor de una noche borrascosa de invierno. Los transeuntes se atropellaban al cruzar el arroyo, escapando de los coches que sin cesar rodaban de un lado para otro, formando espantoso desconcierto y haciendo vacilar en la oscuridad las pequeñas luces de sus farolillos, aumentando así la confusion y el desórden de la gente.

Felipin recorria á todo lo largo la calle de Hortaleza, mirando con los ojos coléricos y extraviados á su alrededor, como si hubiera querido confundir con ellos á los transeuntes que se oponian á su paso.

Llegó jadeante hasta la casa de Martina, deteniéndose en el zaguan como si esperase alguna cita con impaciencia.

Chicote se hallaba ausente de la portería, sin duda, cuando no asomaba el semblante por la ventanilla de su biombo.

Felipin se encontrábase entónces absorto en un mar de confusiones, atormentándose con el recuerdo de su esposa, á quien habia dejado, hacía ya algunas horas, tendida sobre la alfombra y abandonada á su desesperacion y delirio.

Muchas veces se clavaba el jóven las uñas en el pecho, dilatando horriblemente las narices, como el bruto ansioso de respirar el aire que necesita para lanzarse con ímpetu de nuevo á la carrera, ostigado por incansable ginete.

Entónces comprendió Felipin que aún amaba á su esposa; decidiéndose, por lo mismo, á sofocar el despecho que despertara en él la

lectura del anónimo, lanzándose desesperadamente á una vida de corrupcion y delirio, á la cual pensaba arrastrar á Martina, de cuyo insensato amor sabria aprovecharse.

No en balde se hallaba acostumbrado á escuchar todos los dias las frases cariñosas de Matilde; no en balde habia hallado en aquella mujer por espacio de tanto tiempo la tierna solicitud de la madre, juntamente con las caricias tranquilas de la esposa.

Luchando el jóven con estos ó parecidos pensamientos, no reparó en Martina, quien, bajando las escaleras de su casa, habíase aproximado al esposo de Matilde, asiéndose resueltamente á uno de sus brazos, y murmurando estas palabras:

-Ya estoy aquí..... ¿estabas impaciente?

Sólo entónces despertó Felipin de su arrobamiento, y mirando á la profesora, exclamó de este modo, dejando escapar á la vez un melancólico suspiro:

-Martina, ¡tú no sabes......... ni tampoco te importa!..... ¡vamos! -Pero, ¿qué te pasa? estás pálido; ¿te sucede alguna desgracia? -Nada, no; ¡pensaba en tantas cosas!.....

-Vamos, vamos, ¡te arrepientes de lo tratado!-exclamó Martina, haciendo con los lábios un gesto de impaciencia.—No bien recibí tu carta, cuando me dispuse á abandonar para siempre esta casa. Sé quo me conduces á la perdicion..... pero ¡qué importa! Yo te seguiré á donde quieras. Espero tranquilamente los sucesos del porvenir por más negro que éste sea. Vamos, Felipin, vamos; mi tia nada sabe, y si nos viera podria darnos un escándalo.

-Tienes razon..... esta noche verás cuánto nos divertimos.
Los dos jóvenes se pusieron en marcha.

-¡Dónde me llevas!-exclamó asustada Martina.

-¡Calla, tonta!-contestó riendo como un loco Felipin:-ya verás, ya verás..... es preciso que te vayas acostumbrando á estas cosas. -Pero ¡qué piensas hacer conmigo!-volvió á exclamar, temblando de terror la pobre jóven.

( Ya te he dicho que nos divertiremos mucho-repitió Felipin;no te asustes de nada........... voy á presentarte á unas señoras.

Y el jóven se llevó tras sí, casi arrastrando, á Martina, que muda y llena de miedo se sentia desfallecer por momentos.

JOSÉ ALCÁZAR HERNANDEZ.

af (Continuará.)

RÉGIMEN PARLAMENTARIO DE ESPAÑA

EN EL SIGLO XIX

APUNTES Y DOCUMENTOS PARA SU HISTORIA

(Continuacion.)

Todos estos asuntos se discutian, y estas dolorosas escenas tenian lugar al propio tiempo que las Córtes se ocupaban del proyecto constitucional que, despues de los muchos y duros cargos dirigidos á la Comision por su tardanza en presentarlo á la deliberacion de la Cámara, se empezó á leer ante un numeroso público, el 18 de Agosto de 1811. Antes de empezar su discusion el dia 25, pronunció D. Ramon Giraldo, Presidente de las Córtes, un breve y oportuno discurso, que fué escuchado con religiosa atencion y claras demostraciones de júbilo por el público que, lleno de alegría y satisfacion, preparó á los Diputados, á su salida del local, cuando hubo terminado la sesion, una espontánea y respetuosa ovacion.

El Semanario patriótico, ese periódico que jamás desmintió con sus actos el apelativo de su título, decia en un artículo referente al proyecto de Constitucion, publicado en su número 74 del 5 de Setiembre: «Esta Constitucion es el puerto á que nos dirigimos en este penoso viaje; es el premio de nuestras fatigas, si salimos vencedores; y si por desgracia sucumbimos, será el monumento eterno en que digamos á las generaciones futuras:

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