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análogos al que nos sirve de tipo (y relativamente en los demás), en costear lo que constituye el complemento de la organizacion del personal; á saber:

1. Retribucion del Secretario-inspector que se ocupe en recorrer un grupo de diez ó doce Ayuntamientos, guiando con sus conocimientos teóricos y prácticos al personal de los mismos.

2. Indemnización á dicho funcionario por los viajes que hiciere á Madrid y á la capital de la provincia, y los que exigiesen las reuniones que deberia celebrar con los Secretarios-inspectores de los demás grupos de su provincia respectiva.

3.o Indemnizacion á los Secretarios por los viajes semestrales que hicieren para él estudio comparativo en Ayuntamientos dignos de esta distincion; y

4.

Adquisicion de periódicos y otras publicaciones referentes á las profesiones de Secretario, Vicesecretario, etc.

Queda expuesto todo lo que interesa dar á conocer ahora acerca de la organizacion que requiere el personal administrativo de los Ayun

tamientos.

Y no terminaremos este capítulo sin repetir lo que al principio y en otras secciones hemos indicado al tratar de los recursos que son necesarios para organizar la enseñanza popular y los demás servicios que corresponden á la administracion de nuestros Municipios. Los recursos existen, sin duda alguna, y en la medida necesaria, sin que haya necesidad de aplazar las reformas por su falta, ó de agobiar al país con nuevos impuestos, ni de obligar al personal á sufrir las privaciones que son consiguientes á las retribuciones mezquinas que disfruta. El problema ha de resolverse, pues, buscando con arte dichos recursos (esterilizados por el despilfarro actual), para aplicarlos con la inteligencia, el celo y la moralidad que son indispensables; lo que no se hace ahora á causa del notable atraso que se sufre en todo lo que tiene carácter público, reflejado más vivamente en la vida local y, por consiguiente, en la económica; mal gravísimo que requiere un pronto y eficaz remedio.

No se espere, pues, éste, ni la reforma de nuestro estado político y administrativo, á fuerza de dinero, mediante los sacrificios que impone su exaccion en forma de impuestos, ó en otras en que la accion

del Estado lo procura, y lo ansían, por desgracia, los espíritus reformistas, enfermos de utopia, el remedio ha de alcanzarse, tan sólo por el esfuerzo de los inmediatamente interesados en conseguirle, cuando se asocien con este fin y logren emanciparse del duro yugo de la ignorancia, que les incapacita ahora para toda reforma provechosa que requiera una accion inteligente, al par que libre y colectiva.

(Continuará.)

GERVASIO G. DE LINARES.

LAS APARIENCIAS

(Continuacion.)

CAPÍTULO VII

El primer lauro

Lectores: si habeis conseguido alguna vez, ó lo habeis soñado siquiera, uno de esos triunfos artísticos que viven siempre en nuestros recuerdos, que forman en derredor de nuestro pensamiento como una atmósfera brillante que dora y embellece el mundo exterior, que flota como una esencia en el aliento que respiramos y nos embriaga con sus efluvios.de gloria, comprendereis sin duda lo que sentia Eugenia al adquirir la certeza de haber sido premiado su cuadro La Esperanza por el jurado de la Exposicion. Aquel premio era para ella la sancion de sus aspiraciones artísticas: era su título de pintora.

El genio benéfico que habia de realizar sus esperanzas, la llave que habia de abrir á su paso todas las puertas.

El primer lauro conseguido por su débil mano le producia esa embriaguez dulcísima de la ambicion de gloria, cuando moldeándose en la forma de una vaga esperanza lleva en sí cuantos sueños puede encerrar la fantasía, combinados caprichosamente por esas traidoras ilusiones que, como el iris, deslumbran con sus brillantes colores, y como el fulgor irisado se deshacen con la interposicion de la más pequeña sombra.

Eugenia, sencilla en sus gustos, sencilla en sus deseos, sencilla en los sentimientos de su corazon, sentia ante su primer triunfo algo parecido á una embriaguez: era el principio de esa sed que jamás se calma, con la que empieza ese martirio que el mundo suele compensar con una corona de laurel. Sus gustos modestos, su carácter dulce, habian sufrido una trasformacion leve, pero notable.

Al pasar la llama cerca de un mármol no lo carboniza, pero le imprime una veta oscura que denuncia la proximidad del fuego: así el orgullo de un momento no cambia el carácter, pero con su impulso puede influir, é influye seguramente en una determinacion decisiva.

Poco hemos dicho de Eugenia, y sin embargo, creemos que nuestros lectores la conocen.

De estos séres, el retrato es siempre exacto: sólo con copiar un rasgo, una línea, algo, en fin, de lo que les hace notables entre la generalidad, se les da á conocer.

Ya hemos dicho que no era hermosa, pero era bella, simpática y atractiva, como la gracia, como el talento, como la bondad, sólo que pertenecia

á esos seres que debieran vivir en un mundo de sueños, sin rozarse para nada con la realidad de las cosas, sin otra mision que encantar al mundo con sus fantasías, así como la planta acuática, que en su fresco mundo de cristales líquidos no tiene otra mision que encantarle con sus flores.

Porque estos pensamientos que empuja la idealidad como empuja el viento la vela de un navío; estos corazones que desbordan su ternura como desborda su espuma una botella de Champagne al saltar el tapon que la contiene; estas voluntades entusiastas, indecisas, móviles á la impresion más leve, de la mejor buena fe y sin pensarlo acaso, hacen en la vida práctica los mayores desaciertos, las tonterías más grandes, sin sospecharlo siquiera. Fernan Caballero tiene razon: las mujeres de más talento, esas que sienten hervir y revolverse las ideas en su cerebro, como mariposas brillantes que pugnasen por romper el fanal que las encierra, son las menos capaces de preparar la telita de araña de que pende muchas veces la dicha de la vida. Las medianías tienen una habilidad especial para saber lo que les conviene y llegar á donde quieren ir.

La mujer de genio, la mujer de corazon, sigue su impulso sin analizarlo ni defenderse de él.

Eugenia de Ochoa estaba dotada de todas esas condiciones, negativas. para la dicha real, pues la dicha de la vida viene á ser como una imposicion que nos hacemos a nosotros mismos de llamar así á una situacion que acaba por acostumbrarnos á su monótona igualdad, y que comparada con otra más inquieta, nos ofrece la ventaja de la calma del espíritu.

-La dicha es-oiamos decir hace poco á un escéptico amigo-una especie de ebullicion de los sentimientos, que suben en relacion al calor que desarrolla el entusiasmo, ni más ni menos que el agua de una cafetera con la proximidad de la mecha encendida; pero que como ésta, ó se agota ó se vierte, si el calor no se retira á tiempo, esto es, si el límite de la prudencia y el conocimiento de la realidad no contienen aspiraciones siempre peligrosas porque son siempre imposibles.

Suprimamos, lector, las filosofías, y volvamos á Eugenia.

Ya sabes, y perdona la confianza que nos tomamos contigo, pues segun ha dicho Manuel del Palacio:

Entre reyes y vates, no es vileza
Llamar a Dios de tú.....

Ya sabes que Eugenia, de brillante inteligencia y de gran corazon, tenia, á pesar de estas cualidades, y acaso á causa de ellas, la desgracia de no ver la realidad de las cosas tal como es en sí, sino tal como sus gustos artísticos y sus elevados sentimientos se las fingia, creyendo hallar lo bueno, lo bello y lo digno por todas partes como regla, en vez de buscarlo ¡ay! como excepcion.

Despues de saber esto, sigue adelante y no te extrañes de nada; que como buen español, es fuerza que recuerdes la obra de nuestro inmortal Cervantes, y ahora como entónces, la abnegacion, la generosidad, la bondad y la sencillez, salen de su peregrinacion á traves de la vida apedreadas por galeotes, pegadas por arrieros, corridas por yangüeses y ridiculizadas por necios, que ese es el Calvario que les está marcado de antemano.

Como prueba de imparcialidad debemos hacer constar que el talento debe consistir en resguardar esas altas cualidades de tan brutales acometidas, Y así sucede con esos talentos prácticos, digámoslo así, que calculan ventajas y miden conveniencias, pero no con esos otros que tienen por base la idealidad del génio, especie de velo interpuesto entre el deseo y la verdad, que presta á ésta los vivos matices con que aquel se engalana.

Leamos una página del corazon de Eugenia que representa su pasado, y vengamos despues á su presente.

Hacia algun tiempo, cuando vivia bajo el amparo de su anciana abuela,

que habia conocido á un marino llamado Ricardo Valenzuela, el cual le habia inspirado una viva simpatía. Leal, pundonoroso y valiente, aquel hombre realizaba la creencia que de los hombres tenia la sencilla jóven, y al tratarle y conocer la nobleza de sus sentimientos, no dió á éstos el valor que debe darse á lo que honra con excepcional grandeza á la sociedad en que se muestra, sino que los aceptó como una cualidad, apreciable, sí, però general y casi obligatoria en el hombre. La simpatía, rosada aurora de ese sol de las almas que se llama amor, unió bien pronto aquellos dos corazones, tan nobles, tan puros, tan dignos el uno del otro.

Ricardo amó desde luego á Eugenia, con ese amor tranquilo, pero grande, único, tan propio de esas naturalezas privilegiadas que se apegan á los sentimientos como la ostra á la roca, y viven con ellos y con su recuerdo mueren. Eugenia le amó tambien; pero su amor, si bien era puro y grande, seguia las oscilaciones de su carácter, que seguia á su vez el vuelo de su fan

tasía.

Ricardo era pobre, aunque de noble familia: hasta obtener un adelanto en su carrera no le era posible unirse á Eugenia, y como necesariamente habia de separarse de ella, sentia una inquietud vaga al pensar en lo que pudiera reservarle el porvenir.

Conocia perfectamente los nobles sentimientos de la jóven, su grandeza de alma, la elevacion de sus ideas; pero en el carácter de Eugenia, en el cual alternaban, como alternan dos colores en la movible luz de un faro, el desaliento y la esperanza, el entusiasmo y el cansancio, veia algo que no definia y que le asustaba sin saber por qué.

Cuando Eugenia le habló de su decision de pintar para vender sus cuadros, Ricardo tembló, y sus temores se hicieron más vivos, más sombrios: no tenian causa, y la tuvieron. El sabia lo que atrae ese magnetismo á que llamamos gloria, nombre más en armonía con las esperanzas que inspira que con las realidades que ofrece; él comprendia que el eco de los aplausos es una especie de canto de sirena, que extravia el pensamiento; él se figuraba lo que puede influir la vanidad en las decisiones de una mujer impresionable y entusiasta.

Pero le era imposible emplear el único medio que podia darle el derecho de disponer á su antojo de la suerte de Eugenia, y hubo de resignarse, haciendo solamente algunas observaciones, que es fuerza confesar no fueron muy del agrado de la novel artista.

Tal era la situacion de ambos amantes cuando los presentamos á nuestros lectores, sin que les demos más detalles, pues han de conocerlos mejor juzgándolos por sí mismos en el curso de esta historia.

Veamos ahora, volviendo á lo presente, cómo participaba Eugenia á Ricardo su triunfo:

«Ya sabrás, mi querido Ricardo, que mi cuadro La Esperanza ha sido premiado y adquirido por la Diputacion provincial. Yo, que me creia tan sola; yo, que me hallaba tan desgraciada, hoy recibo aplausos y felicitaciones, hoy se me desea en todas partes, estoy de moda, como suele decirse, y por donde quiera que voy vuelven la cabeza para conocerme, y me miran con extrañeza, más bien que con curiosidad. ¡Tan raro es el talento en la mujer? No; lo que es raro, en nuestra patria, es el valor de mostrar ese talento, porque dicen que él se atrae la enemistad de las mujeres, y en muchos casos las burlas de los hombres. ¿Por qué? No me lo explico: En la mujer se comprende algo de envidia, algo de oculta indignacion, contra la que elevándose, atrae las miradas y los homenajes; ¡pero en el hombre no es posible!

»Y despues de todo ¿qué importa ese desden, si al cabo han de rendir el tributo que les exige un triunfo adquirido en buena ley, sin otras armas que la inteligencia y el firme empeño de una voluntad?

¡Ah, Ricardo! Cuando he visto ante mí un público entusiasta que me aplaudia, que me miraba con afan, te lo confieso, una especie de fascinacion

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