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y deslumbramiento se ha apoderado de mí..... ¡Aplaudian, y eran para mí aquellos aplausos!.... ¡Hablaban todos del mismo asunto, y en aquellas conversaciones se mezclaba mi nombre! Mi cuadro era discutido, ensalzado..... ¿Será esta la celebridad? ¿Será esta la gloria? ¡Oh, qué cosa tan bella! ¡Ser conocida de todos, ser algo más que un cero en la cifra humanidad! ¡Sí, esto es grande, es hermoso y yo lo conseguiré! ¡Trabajaré mucho, sin descanso, y cada nueva obra mia será una hoja con las que forme esa corona que dicen que es inmortal!

¡Oh, la vida es bella cuando tiene un objeto, y la mia lo tiene ya! ¡Soy pintora, soy artista!.... ¿Comprendes que esto me haga feliz? Hasta mi pobre Luisa, tan agena siempre á cuanto la rodea, que parece que vive sobre las nubes, se ha interesado, se ha conmovido con el éxito de mi obra.

Me habla con más respeto, con más ternura, y parece que me agradece la parte de gloria que ha de tocarla como hermana mia. ¡Qué felicidad! ¡Sólo me faltas tú para ser completamente feliz!-Eugenia.»

De tal modo simpatizamos con nuestra heroina, que hemos de disculparla áun despues de leer su carta. ¿Quién no ha sentido alguna vez en la vida una de esas embriagueces de los sentidos y del corazon que tan extraños efectos producen? ¿Qué jóven abogado no ha sentido el deseo de retratarse con la toga? ¿Qué diputado novel no ha ensayado en el comedor de su casa el efecto de su voz en un discurso? ¿Qué aprendiz de diplomático no se ha mirado orgulloso en el espejo, satisfecho de ver en su levita ese juguetito de los hombres sérios á que llaman condecoracion? ¿Qué gobernador no se ha probado la faja, y qué oficial de la Milicia no ha extendido con estudio el brazo el dia que le han adornado poniendo en la manga una estrella más? ¡Por fortuna, el hombre puede estudiar en sí mismo á la humanidad, y para ser indulgente con sus propias debilidades, necesita disculpar las agenas! CAPÍTULO VIII.

Sueños y realidades.

El deseo de seguir de cerca á nuestros personajes para darlos á conocer al lector, nos ha hecho descuidar la presentacion de algunos de ellos que han de influir poderosamente en el desarrollo de ese pequeño drama que está invisible a veces, en el fondo de todo acontecimiento, como se oculta en la sonrisa el llanto y la mariposa en la oruga.

Hoy le toca su vez á Ricardo, el valiente marino á quien Eugenia habia dirigido su carta, participándole su triunfo con algo de esa embriaguez que degenera en pedantería, cuando no la defiende del ridículo la nobleza de un sentimiento y la sencillez de un corazon.

La sociedad se forma de contrastes bien extraños, y no es culpa del que la estudia y la copia, bien en sus libros, bien en sus cuadros, que el pincel ó la pluma hayan de reproducir deformidades que asustan ó bellezas que encantan. En la vida real las vemos á cada paso, y es fuerza fijarse en ellas.

Sólo se libran del análisis del observador esas medianías incoloras que ningun rasgo notable presentan, ni en el bien ni en el mal. Incapaces de la iniciativa que lleva al primero y del valor que impulsa al segundo, pasan la vida como figuras inanimadas, encargadas por el Gran Artista de llenar los vacíos que resultan en todo cuadro detrás de los personajes principales. No pertenecia á éstas, seguramente, Ricardo Valenzuela. Jóven, gallardo, valiente, tenia un gran defecto para la vida práctica en cada una de esas cualidades, que eran un mérito moralmente consideradas. Su franqueza, algo brusca; su generosidad, acaso exagerada; su buena fé-y dejamos á esta hermosa frase todo el valor de las nobles acepciones á que se presta;-su confianza en todo; su tranquila seguridad en el porvenir, habrian hecho reir á cualquiera de nuestros gomosos escépticos que hacen gala de no creer y merito de no sentir.

La carta de Eugenia fué á buscarle á Barcelona, donde á bordo de la fragata X***, en la que era oficial, esperaba tranquilamente el momento de hacerse á la mar, soñando esperanzas que, allá á lo léjos, entre el horizonte abrillantado por el sol, tomaban la forma vaga de una silueta de mujer; y el bravo marino, el que no hubiera vacilado á una órden de sus jefes, en deshacer con sus cañones la hermosa ciudad que el mar envolvia en sus neblinas y besaba con sus olas, sentia humedecerse sus ojos con el llanto cuando le parecia ver la imágen de Eugenia destacándose sobre el azul de lo infinito, formada por los blancos celajes de la tarde, como una aparicion fantástica que para alentarle surgia ante sus ojos.

Aquella carta, con tanto afan esperada, habia llevado á su corazon algo parecido al soplo frio de un desengaño; y al acabar de leerla estaba pálido, y su mirada abstraida, parecia brillar con una expresion de enojo y dolor.

—¿Qué tienes?—le preguntaba su amigo y compañero Enrique Velasco, con tanta inquietud como sorpresa.

-Nada-contestaba Ricardo:-que me engañaba el creer que hay séres superiores sobre la tierra..... ¡todos son iguales! ¡Barro miserable, cuya quebradiza naturaleza no resiste al primer golpe!.....

¡Qué filosofías tan extrañas! ¿Qué diablos has soñado para que así nos pulverices á todos?

-¡He despertado de un sueño, y nada más!

—Mira, Ricardo: si no te explicas, pierdes el tiempo lastimosamente. Aquí donde me ves, no he podido en mi vida descifrar una charada, ni leer los malditos geroglíficos, ni comprender un enigma. Conque..... si deseas que te entienda, hazme el favor de hablar poniendo los puntos sobre las ies. -¡Qué quieres que te diga! ¿Acaso me crees injusto? ¿Sabes de quién es esta carta?-preguntó de repente, mostrándosela.

-¡Hombre! No se necesita mucho para adivinarlo. Será de Eugenia, de esa adorable mujer de quien te oigo hablar con frecuencia.

-Sí, es de Eugenia; pero esa mujer adorable, como dices muy bien, no me escribe hoy como ángel, sino como mujer.....

-Ricardo, ¡qué deliciosa afirmacion!..... ¡Já, já, já! Pues, ¿acaso los ángeles escriben? ¡Estarian bonitos, con sus manos regordetas manchadas de tinta, y sus mejillas mofletudas animadas por la inspiracion!

-Te burlas de todo, y es inútil hablar en sério contigo.

-¡Y qué quieres que haga! ¿No ha de inspirarme risa tu afirmacion de que tu novia es una mujer?.....

-No creo que merezca risa la tristeza mia-dijo Ricardo con acento sério. -Eso es otra cosa-contestó Enrique, pasando su brazo sobre el hombro de su amigo-si estás triste, soy capaz hasta de llorar si lo exiges; pero eso sería muy cándido. Cuéntame el motivo de tu tristeza.

-En realidad, no tiene motivo; es más bien un presentimiento.
-Sepámosle.

-Eugenia ha ganado un premio en la Exposicion de Bellas-Artes de M..... con un lienzo que ha pintado.

-¡Diablo! ¿Y eso te entristece? Pues mira, de fijo que no lo hubiera sospechado nunca.

-No me has dejado acabar. No puede entristecerme; ántes bien, me halaga mucho el que sea aplaudida; lo que me entristece es su carta.

-¿Por qué?

-Porque en ella leo el porvenir..... Porque Eugenia, triste ayer, dulce, modesta y cariñosa, ante los primeros aplausos demuestra orgullo, ambicion, indiferencia.....

-¡Tú sueñas!

-No; lee su carta y díme si ahí se encierra una sola frase de ternura ó de esperanza; díme si parece escrita por la misma mano que las otras. Enrique tomó la carta y la leyó sonriendo.

Esta escena tenia lugar en una de nuestras fragatas de guerra, sobre cubierta, una hermosa tarde de Abril. No hay nada más grande y majestuoso que el aspecto del mar en las últimas horas de luz; parece que el horizonte se enciende, que sus velos azules se desgarran y se descubre un gran vacío luminoso, sobre el cual flotan gasas de oro y tules de rosa.

Ricardo, muy acostumbrado á contemplarlo, como gran admirador que era de la naturaleza, esta tarde, abstraido en sus pensamientos, no parecia ocuparse de ello; en cuanto á Enrique, miraba cuanto le rodeaba con la misma ligereza con que se miraba á sí mismo.

¡Dichosos caractéres que parecen destinados á no ver nunca la realidad de las cosas y á recoger en la superficie de la vida los tesoros de la felicidad! En tanto que él leia, y Ricardo seguia con la vista una gaviota que mojaba sus alas en la espuma y levantaba el vuelo, digamos algo acerca de ellos á nuestros lectores. El retrato de un hombre suele hacerse con una línea, con una frase.

La minuciosidad en los detalles es una insoportable monotonía.

Ricardo era alto, tenia unos magníficos ojos negros-los más hermosos del mundo, segun Eugenia;-una frente noble y despejada, y manos y piés de forma fina y aristocrática.

Enrique, de mediana estatura, rubio, blanco, con barba fina y rizada, tenia un airecito burlon que se unia bien á la mirada taimadita y vivaz de sus ojos azules.

¡Y bien!—dijo Enrique acabando de leer-no encuentro en esta carta nada que pueda disgustarte.

¡Que no! ¿Pues no ves su indiferencia, su desden, el aire de superioridad que adopta conmigo, y sobre todo, el que no se le ocurra pensar en lo que yo hubiera gozado participando de su triunfo?

-No veo á la verdad, nada de eso: veo una mujer que se enorgullece ante la idea de un porvenir de gloria, y esto es muy natural.

-¡Para quien ama, no hay más gloria que el amor!

—¿De dónde sales, mi querido Ricardo, con esas ideas anticuadas? La gloria admite perfectamente el plural, y se puede tener la gloria del amor sin dejar por eso de ambicionar la gloria del arte.

-No lo entiendo así; el amor, como dicen muy bien los franceses, es el egoismo de dos séres; fuera de ellos no existe nada; así creia yo encontrar el amor de Eugenia, y maldigo los pinceles.

—¡Já! ¡já! ¡já!—le interrumpió Enrique-estos egoistas del género sublime no se andan por las ramas! ¡Son unos exclusivistas semisalvajes lo más terrible del mundo! ¿Sabes que harias un marido endiablado?

-¿Por qué?

Porque es imposible esa vida que tú sueñas. Pero hablando en sério, no es Eugenia pobre, y gana con sus pinceles lo que necesita? -Sí-dijo Ricardo bajando tristemente la cabeza.

-¿Puedes tú hoy casarte con ella, ó sin casarte, puedes subvenir á sus necesidades?

-Desgraciadamente, no.

-Pues entonces, ¿qué quieres qué haga? ¿O es que para ser honrada una mujer, que por faltas agenas ha quedado pobre, necesita morirse de hambre? -¡No exageres!

-Es que no hay término medio: con el absurdo sistema de no educar á la mujer, de no darla una carrera decente y digna, segun su clase, de no hacer reproductivo su trabajo, se la deja abandonada en un desierto, en el cual no hay más que dos caminos, que necesariamente ha de elegir: ó se muere en la miseria, ó.....

-Me estás haciendo daño, Enrique. Yo no me opongo á que Eugenia pinte; pero no veo la necesidad de que firme sus cuadros; pertenece á una familia distinguida, y ya ves..... una artista.....

-¿Y qué? ¿Será ménos noble porque tiene talento?

-¡Imposible parece que tú repitas tan absurdas preocupaciones!

-Quiere decir que en vez de una aristocracia, tendrá dos, y seguramente que la que gana vale más que la que hereda.

-¡Oh! no niego que la inteligencia ocupa el primer lugar en el mundo; pero una mujer no puede sostener las luchas á que ella dá lugar, ni puedé alejar de sí los dardos de la envidia.

-Hombre ó mujer, ¿qué más dá? ¡Acaso tienen distintos sentimientos! Del mismo modo pueden luchar y vencer con idéntica defensa, y enorgullecerse con el mismo triunfo. Las flores tienen sexo diferente, y sin embargo, á la vista halagan y gustan sin diferencia alguna: flores de ese mundo ideal del arte son los pensamientos, que si parten de seres distintos, se igualan por su belleza.

-No entiendo tus elegantes metáforas.

-Pues yo entiendo perfectamente tus celos.

-¡Celos yo!.... ¡Tú estás loco!

-¡Puede que sí! Pero los locos y los niños ya sabes que dicen la verdad. -¡Celos!.... ¿de quién?

-Celos de todo, querido mio: de los aplausos á Eugenia, de tu ausencia..... ¡qué se yo!.... los celos no tienen razon de ser y no se explican.

-Te engañas: yo no los tengo; pero veo algo triste, algo sombrío en el porvenir, me he acostumbrado á mirar á Eugenia como mia, y te confieso que no podria vivir sin ella.

-No tienes motivo para temerlo.

-¡Qué quieres!.... Hay algo de emancipacion en la artista, y Eugenia

vá á serlo.

-Mi querido Ricardo, discurres como nuestros quintos abuelos. ¿Cual es esa emancipacion? ¿El que Eugenia gane honradamente lo que necesita? Pero vuelvo á decirte: ¿qué ha de hacer, si esta no es la edad de oro, ni la de plata, ni la de cobre siquiera, y cada uno ha de pagar prosáicamente lo que come y las ropas con que se cubre? ¿Donde está esa Arcadia venturosa, en que corren arroyuelos de leche y se ocultan los panales de miel en las rocas, ó donde hace Dios caer el maná prodigioso que se recoge de balde? ¡Dínoslo, y habrás descubierto la piedra filosofal!

-Eres el mismo de siempre, y con tu informalidad es imposible entenderse.

-Pero ven acá, jesuita incorregible, que con tu risita solapada lo arreglas todo: me niegas los celos, y me niegas el egoismo; entónces, ¿qué diablos sientes de Eugenia?

-¿Qué siento? Su indiferencia, que la hace ser feliz por sí sola, sin pensar en que yo estoy lejos de su lado; su triunfo, que la aleja de mí, porque es imposible vivir para un hombre cuando se vive para la sociedad.

¡Género sublime, pero que ya no sirve! ¡Ser querido por una mujer célebre, debe ser una felicidad!

¡Sí; pero falta saber si la mujer célebre quiere!

Algunos dias despues del en que tenia lugar esta conversacion, Eugenia recibia una carta del gallardo oficial, en que le daba la enhorabuena con cariño, pero sin entusiasmo: «Ten cuidado-la decia;-has dado el primer paso en una senda que te aleja de mí: si quieres hallarme siempre á tu lado, no camines por ella demasiado aprisa.» Ỷ nuestra pintora, que todo lo veia á traves de sus sueños de gloria, casi se ofendió de lo que creia frialdad, y pensó con tristeza en la soledad que la rodeaba.

-A Luisa le es indiferente-murmuraba con pena;-á Ricardo parece molestarle..... pues bien, adelante. ¡Seguiré sola, y que se cumpla la voluntad de Dios!

(Continuará.)

TOMO LXXXVIII

PATROCINIO de Biedma.
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CRÓNICA POLÍTICA

Hace ya varias quincenas, desde que se anunció el célebre cisma en Biarritz, que todos los políticos se creen próximos á una gran solucion.

Todos se ven en las postrimerías de un período y buscando la solucion de un gran problema que no existe: el hacer un partido liberal diferente del que ya tenemos.

Lo que equivale á buscar un color diferente del que es idéntico.

Y no extrañen nuestros lectores estas paradojas, que á tanto nos obligan las inconsecuencias políticas.

Los conservadores, que no hace muchos años veían un peligro allí donde asomaba la afirmacion liberal más tibia, ahora rompen lanzas en favor de las más exaltadas doctrinas.

Diríase que, cansados de explotar el poder, como doctrinarios, quieren apurar el filon vestidos de liberales.

Todos sus órganos en la prensa apoyan resueltamente el restablecimiento de la Constitucion de 1869, Constitucion más científica que práctica, y que refleja más bien la explosion de un país largo tiempo sumido entre las sombras de un reaccionarismo espantoso, que las calculadas reformas de un estado sábio y previsor.

Los derechos individuales, que son la piedra fundamental de aquella Constitucion, no son, ni con mucho, una obra acabada.

Piensan, con razon, ilustres estadistas, que la seguridad individual que allí se establece hace imposible la persecucion de los delitos.

La misma inviolabilidad del domicilio imposibilita, no sólo la persecucion de los criminales, sino tambien hasta la misma aprehension de los culpables.

Es hermoso decir, con lord Chatam: Todos los poderes de la tierra se detienen ante los umbrales del más pobre de los ciudadanos; pero es cruel, muy cruel, garantir á un criminal que la noche ha de servirle de ancho manto para ocultar su mala accion.

En un país como Inglaterra, en que la policía ha llegado al más alto grado de perfeccion, la simple demora de una noche para perseguir un delito, nada hace; pero en España hay que convenir en que la inviolabilidad del domicilio, inútil para los hombres honrados, es tan sólo beneficio para los que tratan de eludir la accion de la justicia.

El mismo derecho de reunion, tan extensamente consignado, viene á ser un estorbo grandísimo en la vida ordinaria de las ciudades, y da lugar á hechos casi rayanos al salvajismo.

Pero no es esto solo; no hay que olvidar que en esta gran transaccion que ahora se pretende llevar á cabo entre los hombres de la Revolucion y la Monarquía (es la frase de los promovedores de la izquierda), los partidarios de la Constitucion de 1869 han olvidado un dato importantísimo, á saber: que el Código revolucionario no garantiza para nada á la Monarquía.

Por de pronto, segun él, el Rey no forma parte del Poder legislativo, y

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