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deza que le es peculiar, acaba de hacerme; pero yo espero de ese magnánimo corazon, cuya sensibilidad exquisita es proverbial en todo el barrio, que atienda á las sinceras razones que un pecador mortal expone en estos momentos á la ilustrada consideracion de usía (me equivoqué, creí que estaba redactando una minuta). Yo no tengo palacios ni riquezas que ofrecer á su sobrina; pero tengo un corazon de oro que, al ponerlo en manos de Martina, ésta lo pone en las de Vd. por vía de traspaso; yo, señora.....

-¡Basta, basta señor D. Lorenzo!-exclamó interrumpiendo al jóven doña Cándida.-Yo no entiendo una jota de esa palabrería; ruego á Vd. que se marche de esta casa.

-¡Pero, señora!.....

-Pero, tia.....

-¡Nada, no lo vuelvo á repetir!

-Pues bien, doña Cándida—exclamó el jóven con acento melodramático-me voy; mas caiga todo el peso de las consecuencias de esta entrevista sobre sus hombros. ¡Tenga Vd. presente las últimas palabras de un suicida!

Dicho esto, el jóven salió, riéndose á carcajadas, precedido de Martina, que acudió presurosa al balcon para verle abandonar la casa, haciéndole señas desde su atalaya á la calle, á pesar de los gritos de doña Cándida, que increpaba duramente á su sobrina.

Martina, entre tanto, se reia con toda la fuerza juvenil de sus veinte

años.

¡Veinte años! ¡Hermosa edad cuando se sabe aprovecharla!

¡Cuánto valen veinte años en un buen palmito!

¿Estarian bien empleados en la muchacha? ¿Era guapa Martina? Vamos á saberlo.

II

Figuraos una cabecita rubia, de ojos grandes, cuyas pupilas estaban siempre en un movimiento contínuo, lábios delgados, burlones, fuertemente carmíneos, sonrientes, llenos de gracia, que daban á su rostro cierto sello provocativo, de mala educacion, mezclada con cierta inocencia encantadora; añadid á esto unos hombros redondos, un cuerpecito delgado, inquieto, que muy á las claras denunciaba el carácter inconstante y veleidoso de su dueña, y unas manos blancas y gordezuelas, de dedos ágiles y afilados, y tendreis una idea del retrato de Martina.

Vestía con gusto, y algunas veces revelaba en sus ademanes cierta distincion natural, innata en su persona. Su boca, aunque demasiado grande, no estaba exenta de gracia, por más que ésta era más bien sensual, y sólo despertaba bruscos y groseros apetitos.

El rostro de Martina era el espejo fiel de un alma entregada á los placeres prosáicos de la vida práctica y real de nuestro siglo, exento de esa dulce melancolía que tanto atractivo presta á las mujeres. Su corazon habia perdido la virginidad, que es á veces el encanto más apetecido por el hombre.

La ligera expresion de inocencia que revelaba en su semblante, no era la inocencia de la mujer entregada aún á las tranquilas y risueñas ilusiones de la infancia, sino el sello característico que acompaña al rostro de una niña pervertida por el mimo y la complacencia de los séres que la rodean.

Martina era incapaz de causar daño á sabiendas al sér más pequeño y miserable de la tierra; pero hubiera labrado la desgracia, inconscientemente, del hombre que pusiera en sus manos su corazon y su fortuna.

En los momentos en que se presenta á nuestros ojos, consideraba el amor como un medio de diversion ó pasatiempo, como un juego necesario, digno de los muchos extravios de su inteligencia.

Desde su más tierna edad habia demostrado grande y especial predileccion por la música, logrando al fin conquistarse una sólida reputacion como profesora de piano. Favorecida por la suerte, halló bien pronto una posicion desahogada, abriéndose paso por entre la clase más elevada de nuestra aristocracia, quién aprovechaba, no sólo sus lecciones en el divino arte de Bellini, sino tambien la suspicacia de su claro ingenio, que la sirvió en muchas ocasiones para llevarse tras sí las simpatías de la gente noble y distinguida. Sus discípulas llegaron á considerarla como una amiga, y desde entónces Martina, no fué solamente la jóven profesora de piano, sino la maestra indispensable de las intrigas y secretos amorosos.

La jóven habia logrado hacerse necesaria á sus discípulas, puesto que éstas no tenian por fuerza otra ocupacion en sus ratos de ócio, que eran casi todas las horas del dia, que la murmuracion, las tramas bien urdidas de sus devaneos y aventuras galantes, de las cuales se hallaba bien enterada la jóven artista, quién siempre solia sacar el mejor partido posible de las imprudentes revelaciones ó confidencias de sus amigas.

Martina se hallaba en camino de un porvenir brillante y seguro; y como se ve, doña Cándida tenía razon para asegurar que su sobrina tenía todas las buenas condiciones, por su educacion y sus gustos, de una verdadera duquesa.

Los periódicos habian comenzado ya en varias ocasiones á dedicarla pomposas frases de galantería, con motivo de algunos ruidosos triunfos obtenidos por la jóven en diferentes conciertos, donde la gente pudo apreciar y conocer bien á su sabor las gracias de la mujer y las dotes de la artista, siendo más recompensada, justo es confesarlo, por las primeras que por las segundas.

Con tales condiciones, una mujer así es peligrosa. Martina no habia nacido seguramente para ser el consuelo del hogar, rodeada de su esposo y de sus hijos, sino para arrastrar una vida deslumbrante y pasajera, entregada á la corrupcion ó á la gloria.

Dos cosas aguardaban á la jóven en su porvenir indescifrable; ó los bajos y brutales placeres de la prostituta del gran mundo, ó el lauro y la fama de la artista de talento.

¿Podrían suceder ambas cosas?

No es imposible; allá veremos si salen infundadas nuestras conjeturas.

1

III

Sentada junto á un pequeño velador de pino barnizado, á la luz de un quinqué, que escasamente iluminaba la estancia, Martina hojeaba algunos libros maquinalmente, abstraida, sin duda, en profundas meditaciones, cosa extraña, en verdad, si se tiene en cuenta el carácter ligero de la jóven.

Empezaba á anochecer:-La profesora cubria sus hombros con una sencilla bata de blanquísima batista. Apoyaba uno de sus brazos sobre los almohadones de su lecho, y con el otro esparcia algunos papeles revueltos en confusion sobre el veladorcito que junto á sí tenía. La atmósfera de aquel pequeño cuartito estaba saturada de ese perfume delicado que forma, por decirlo así, uno de los mayores encantos de las mujeres de buen gusto. Desde luego se conocia, antes de penetrar en aquella habitacion, que allí se ocultaba el nido de una jóven hermosa, soltera, y artista por añadidura. Sólo por el olor podian hacerse conjeturas.

Muy pronto se dibujó una alegre sonrisa en los lábios de Martina; se dió una palmada en la frente, como si acabara de recuperar una idea que involuntariamente hubiese relegado al olvido, y buscando en uno de los bolsillos de su bata un papel doblado con pulcritud y esmero, leyó las siguientes líneas, como extrañada de los conceptos que en ellas traslucia:

«Esta noche vamos á divertirnos; hay una persona que desea escuchar tus habilidades en el piano; la marquesa te espera impaciente; te preparamos una sorpresa; un beso apretado de tu amiga,

Felisa.»

—¡Una sorpresa!—exclamó con voz balbuciente Martina—¿qué será esto? Y despues, haciendo una pausa, meditó algunos momentos.

¡Ah, ya comprendo!-volvió á exclamar, como si hubiera resuelto el problema: alguna nueva diablura de ese Felipin, que tantas desvergüenzas me dijo la otra noche. Tiene gracia..... ¡pobre Lorenzo!...

Y ella misma se reia inocentemente de las desgracias de su novio.
Despues corrió á la estancia de doña Cándida, exclamando:

-¡Tia, tia, vístase Vd., que vamos ahora mismo á la calle!

-Pero, chica, ¿estás loca?

-¡Nada, nada, á la calle!

La vieja obedeció, murmurando entre dientes:

-Cuando la muchacha lo quiere, sus razones tendrá para ello. ¡Por algo dicen en letras de molde que sabe tanto! Vamos, Martinilla, vamos. Muy pronto quedó la casa desierta.

Al pasar por delante de los balcones de Lorenzo, la muchacha hizo algunos gestos de burla al jóven. Este contestó con una carcajada.

Se amaban entrañablemente.

(Continuará.)

JOSÉ ALCÁZAR HERNANDEZ,

LA AGRICULTURA

Y LA ADMINISTRACION MUNICIPAL

(Continuacion.)

SEGUNDA PARTE

CRITERIO Á QUE DEBE OBEDECER EL MEJORAMIENTO AGRÍCOLA.

Concepto de la Agricultura

En la primera parte, si bien ligeramente, queda advertida la confusion lastimosa que, en general, se sufre, considerando del dominio de la Agricultura unas cuantas industrias de carácter esencialmente fabril. Sin embargo, á fin de facilitar el conocimiento de los principios que sirven de base á estos trabajos, y especialmente los que vamos á exponer ahora, precisa detenernos, más que en la primera parte, en la clara exposicion del concepto de la Agricultura, considerándola, en su sentido ámplio, como industria madre de las demás, y cuya esfera se circunscribe precisamente á la produccion de animales y plantas (fitotecnia y zootecnia), incluyéndose, por consiguiente, en esta produccion todo lo que se refiere al cultivo de plantas para el alimento de hombres y ganados, y para las necesidades de la industria, con exclusion del de las huertas, del mismo modo que el arbolado forestal, frutal y arbustivo, así como tambien lo referente á la produccion ganadera y al beneficio de la misma. Pero cuando dicha produccion toma distinto carácter, esto es, siempre que se con

sagra á la fabricacion de vino, aceite, azúcar, queso, manteca, etc., cae entónces bajo el dominio de la industria fabril; porque en vez de atender, como la Agricultura, á la produccion de las primeras materias, limita su accion tan sólo á trasformarlas, sin que para ello sean indispensables las condiciones de enlace con el derecho local, y de solidaridad para llevarlo á cabo entre la mayoría de los habitantes de cada comarca, en la vasta y necesaria medida que aquella lo requiere.

Por más que la industria trasforme los productos y aumente su valor, con el concurso del comercio que los trasporta y cambia segun las necesidades del consumo, depende de la Agricultura, á no dudarlo, la verdadera importancia de estas dos ramas de la produccion, como tambien depende de su produccion abundante y poco costosa el incremento de la riqueza, hasta permitir que el bienestar se extienda como debe á todas las clases sociales.

El hallarse confundidas con la Agricultura aquellas industrias que equivocadamente se suponen parte integrante de la misma, influye, á nuestro juicio, en los procedimientos funestos que se adoptan de ordinario para su mejoramiento, contribuyendo, en mucha parte, á la obra infecunda y perturbadora del legislador, reflejada en el personal forestal y agronómico, y en las instituciones de enseñanza agrícola, como de igual modo lo está en las estaciones agronómicas, exposiciones, conferencias, libros y revistas especiales de carácter oficial y privado. Merced al descrédito de toda la obra legislativa y al desaliento que sufre el personal científico, crea tambien dicha confusion el antagonismo consiguiente á todo lo absurdo, y el que no puede åbrirse camino entre los agricultores y ganaderos prácticos, que se separan cada vez más de los procedimientos del legislador y de las aspiraciones de los hombres teóricos.

Tan poderosas razones nos mueven á fijar, en esta parte, el criterio que debe guiar el mejoramiento agrícola y el procedimiento necesario para realizarle, mediante el acuerdo indispensable entre la ciencia y la práctica, divorciadas ahora por completo, y sin cuyo acuerdo no podrán responder á las necesidades que se sienten, tanto el ingeniero y el capataz, como la enseñanza agrícola y las demás instituciones indispensables para el fomento de la Agricultura, actualmente estériles unas, contraproducentes otras y escasísimas aquellas que, ó bien producen algun ligero beneficio, ó son inofensivas.

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