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de los mismos frailes Descalzos, canónicamente recibidos, sino aquellos que en particular fueren señalados de los Padres de la Provincia de San José en su Capítulo, o como de otra manera en el mismo Capítulo fuere ordenado; y que la dicha Custodia de San Gregorio sea sujeta e incorporada a la misma Provincia de San José, como Nos, por estas Letras, la sujetamos e incorporamos, hasta que, conforme a los Estatutos de la Orden, sea hecha Provincia; y que el Provincial de la dicha Provincia de San José pueda enviar los frailes de la misma Provincia a la dicha Custodia, y proveer Comisario para visitarla y tener en ella Capítulos, según el instituto de su Orden, en donde y cuando fuere necesario, y bien visto le fuere.»>

3. Recibido este Breve en Madrid, trató Fr. Antonio de llevar otra Misión a las islas Filipinas, para lo cual, después de haber contado con el Provincial de la de San José, pidió el competente permiso al Consejo de Indias y al Rey, quienes le facultaron para conducir doce religiosos, en la flota que, a su costa, llevaría a Filipinas D. Gonzalo Ronquillo de Peñalosa, toda vez que dicho señor se había comprometido, en 16 de Julio de 1578, a conducir a las islas Filipinas, por su cuenta y riesgo, 600 hombres armados, para poblar y sostener el dominio de España en aquellas apartadas regiones, y a doce religiosos, para que atendiesen a la conversión y administración espiritual de los indios (1).

Reunidos, pues, estos misioneros en Sanlúcar de Barrameda, y hechos a la vela en Febrero de 1579, no para Méjico, como quieren los cronistas franciscanos, sino para el istmo de Panamá, según consta en los conciertos hechos en 16 de Julio del año anterior entre Su Majestad el Rey y D. Gonzalo Ronquillo (2), al salir de la barra el último barco, en el que iban el gobernador Ronquillo y sus familiares, los doce franciscanos y buen número de soldados, por un descuido del piloto, varó en unos arrecifes. Estando en la maniobra de sacarlo a flote, les sobrevino una tempestad, que les impidió la operación. Co

(1) Colin-Pastells, lib. I, cap. XXII, pág. 164. (2 Ib., 1. c.

nociendo el piloto el peligro en que se encontraban de perecer ahogados, lo comunicó al Gobernador, quien, sin pérdida de tiempo, desembarcó con sus familiares. Los religiosos quedaron en el barco ocupados en confesar a sus compañeros de infortunio, que, al verse destituídos de todo socorro humano, sólo pensaban en lograr la salvación de sus almas. En este caritativo ejercicio estuvieron empleados hasta la media noche, en que, viendo que el vendaval no amainaba, se pusieron en oración para pedir al Dios de las misericordias se compadeciese de aquellos náufragos; cantaron la Letania de la Virgen, e hicieron algunas penitencias. Ocupados en estas buenas obras, les amaneció el día, y con él cesó la tormenta; por lo que empezaron a abrigar alguna esperanza de salvación. El Duque de Medina Sidonia les hizo la caridad de mandarles algunas lanchas, en las que salvaron sus vidas, tan a tiempo, que momentos después se sumergió el barco en las aguas.

Como las demás naves de la flota no sufrieron este percance, ni sus capitanes se apercibieron de él, continuaron el viaje; por lo que el gobernador Ronquillo, sin pérdida de tiempo, hizo las diligencias oportunas para hacerse con otro barco. Habiéndolo conseguido, se embarcó con la gente que pudo reunir y salió en seguimiento de la flota, a la que no pudo alcanzar hasta el puerto de Cartagena de las Indias, donde se detuvo cincuenta días.

Volviendo a reanudar el viaje, desembarcó en Porto belo, cruzando desde aquí las 17 ó 18 leguas que tiene el istmo hasta el puerto de Panamá. En esta ciudad se detuvieron cuatro meses, por no hallar aprestadas las naves que debían conducirlos a las islas Filipinas; y por fin, después de haber cumplido un año que saliera Ronquillo de Sanlúcar de Barrameda, y de haber gastado más de veinte mil ducados (1), pudo reanudar su viaje el 24 de Febrero de 1580, llegando a Filipinas el día 1 de Junio (2).

(1) Carta de D. Gonzalo Ronquillo a S. M. fechada en Panamá a 22 de Febrero de 1580, Arch. de Indias, E.-I.-C.-I.-L. 2/24. N. I. r. 52, según Colin-Pastells, 1. c.

(2) Carta del Dr. Sande a S. M., fechada en Manila a 10 de Junio de

Los religiosos, sea porque el nuevo barco de Ronquillo no pudiera admitir a toda su gente, sea porque no se apercibieran de las diligencias que el Gobernador hizo para volver a embarcar, lo cierto es que regresaron a sus conventos, en los que permanecieron hasta la cuaresma del año siguiente (1). Los cronistas Santa María (2) y Medina (3), después de referir el naufragio que estos misioneros padecieron en Sanlúcar de Barrameda, dicen que, volviendo a embarcarse, llegaron a Méjico, donde fundaron el convento de San Cosme. Pero en esto padecieron manifiesta equivocación, pues la expedición de Ronquillo, como acabamos de decir, no tocó en Méjico, sino que desde Portobelo cruzó el istmo hasta Panamá, y desde esta ciudad, pasando por Acapulco, se dirigió a las Filipinas, adonde no llegó entonces ningún franciscano; lo que no se comprende, de ser cierto que hubieran salido de España en la flota de Ronquillo, pues lo lógico era que hubieran llegado con él. No sucedió así, antes bien consta que los religiosos náufragos llegaron a Méjico incorporados en la Misión llamada del Pendón.

4.

No se amilanó Fr. Antonio ante el fracaso sufrido, sino que, tan luego como volvió a Madrid, empezó con nuevos bríos a hacer las diligencias necesarias para reorganizar la Misión; por más que sabía que no podrían emprender el viaje los misioneros hasta el año siguiente, en que saliera la flota, que, a costa del Real Erario, anualmente se mandaba a Méjico. Obtenida, pues, la autorización del Consejo de Indias para conducir a Filipinas los doce religiosos de la fracasada Misión, llegaron a España varias cartas y relaciones de los religiosos y autoridades de Manila, en las que se exponía la urgente necesidad de operarios evangélicos que había en Filipinas para poder aten

1580. Arch. cit. t. E.-67.-C. 6. - Copiada por Colin-Pastells, 1. c., pá gina 163.

(1) Santa Inés, lib. I, cap. XV. FJFA, part. I, lib. III, cap. V. (2) Lib. II, cap. XXIX.

(3) FR. BALTASAR DE MEDINA, Chronica de la Santa Provincia de San Diego de Mexico de Religiosos Descalcos de N. P. S. Francisco en la Nueva España, lib. I, cap. I, Mexico, 1682.

der a los innumerables indios que cada día se convertian, y para emprender la conversión de la China; para lo cual, el Gobernador de Manila manifestaba a S. M. el Rey la conveniencia de mandar a la China una embajada (1).

Recibidas por Felipe II estas cartas y relaciones, ordenó al Provincial de la de San José que preparase una Misión compuesta de cincuenta religiosos, y al propio tiempo, pasó un ruego y encargo al Nuncio de su Santidad, Mons. Sega, encareciéndole la necesidad de mandar a Filipinas y a la China los cincuenta franciscanos que había pedido al P. Provincial.

Puestos de acuerdo el Sr. Nuncio y el P. Provincial, comisionaron al P. Miguel de Talavera para que formase la Misión de cincuenta religiosos, aptos en ciencia y en virtud, de los que voluntariamente se ofreciesen para esta empresa apostólica.

Notificada esta orden de Su Majestad a los religiosos de la Provincia de San José, fué tal el entusiasmo que entre ellos se despertó, ansiosos de servir a Dios en las misiones, de conquistar almas y de conseguir la palma del martirio, que tan asequible les presentaba su fe y celo evangélico, que el P. Talavera contó con sobrado personal, para elegir los más fervorosos y abnegados; si bien no pudieron reunirse en el convento de San Bernardino de Madrid, para el que se hizo la convocatoria, sino treinta y cuatro de ellos, debido a la general epidemia que a la sazón reinaba en España (2).

Juntos, pues, todos los misioneros en el convento de San Bernardino, el Provincial nombró Comisarios Visitadores de la Custodia de San Gregorio a los PP. Fr. Pedro del Monte, Fr. Jerónimo de Burgos y Fr. Pedro Bautista, para que, a falta del primero, visitase la Custodia el segundo, y, a falta de estos dos, el tercero, encargándoles que, una vez terminada la visita de los religiosos de Filipinas y Macao, le informasen minuciosamente de los progresos de la Misión. El Sr. Nuncio, en

(1) GONZÁLEZ DE MENDOZA Hist. cit. cap. I, del Ytinerario del Padre Custodio Fray Martin Ignacio.

2) «Estos religiosos, dice Mendoza, l. c., abian de ser cinquenta, según el orden de Su Magestad, pero por hauer en España la peste del catarro uniuersal, no pudieron juntarse más de treynta y quatro.>>

virtud de la autoridad Apostólica que tenía, nombró Comisario de la Misión al dicho P. Miguel de Talavera, a quien entregó un estandarte o pendón bendito con la imagen de Jesús crucificado, y al dárselo dijo: Accipite vexillum sanctae Crucis, in quo possitis vincere inimicos fidei; y puestos los religiosos de rodillas, recibieron su bendición. De aquí tuvo origen el que a esta Misión se la llamase la Misión del Pendón; y si bien se considera, fué un presagio de lo que a aquellos fervorosos misioneros había de suceder, pues casi todos ellos levantaron el estandarte de la Cruz, no sólo en Filipinas, sino también en China, Japón, Cochinchina, Sian y otras regiones, como en el discurso de esta reseña se dirá, padeciendo por la exaltación de la Santa Cruz inmensos trabajos, y algunos muriendo en ella, como sucedió a San Pedro Bautista y San Francisco de San Miguel o de la Parrilla (1).

Salió esta Misión del convento de San Bernardino de Madrid, después de la fiesta de Resurrección del año 1580, y haciendo los misioneros el viaje a pie, se dirigieron a Sevilla. Pero los oficiales de la contractacion de Su Majestad, que estaban despachando la flota, no los quisieron dejar embarcar, a causa de no llevar consigo la Cédula, por haberles dicho en Madrid que se la enviarían sin falta, y como en esto hubiese descuido, viéronse afligidisimos, porque se partía ya la flota y comenzaba a salir de la barra de Sanlucar, dadas las velas, y que ni podían ir en ella por defecto de la licencia, ni volver a sus conventos, a causa de que se guardaban en Castilla, de donde ellos habian salido, de los que iban de Sevilla, donde había la peste. Estando ya fuera de la barra las naos, se levantó súbitamente una tormenta, y en ella se perdió una nao de las mejores de la flota, y a otra se la quebró la entena mayor. Viendo el General de la flota que aquel daño no se podía remediar en poco tiempo, se partió dentro de tres días, dejándose la nao, cuya entena se había quebrado, aderezando, con orden de que luego fuese en su seguimiento.

(1) Mendoza, 1. c.-Ribadeneira, lib. I, cap. X.- Santa María, lib. II, cap. XXIX

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