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CAPITULO XVII.

CONCLUYE EL REINADO

DE DON PEDRO DE CASTILLA.

De 1366 á 1360,

Entrada de don Enrique de Trastamara en Castilla.-Quiénes componian su ejércitò: què eran las compañias blancas de Francia: quién era el terrible Bertrand Duguesclin.Aclaman rey á don Enrique en Calahorra.-Huye don Pedro de Burgos á Sevilla: castigos que ejecuta en esta ciudad.—Corónase don Enrique en Burgos.-Recibeule en Toledo.Don Pedro sale espulsado de Sevilla: desaire que le hace el rey de Portugal: se refugia en Galicia: se embarca para Bayona.-Entra don Enrique en Sevilla: va á Galicia: vuelve á Burgos.-Tratado de alianza en Bayona entre don Pedro de Castilla, el Principe Negro de Inglaterra y Cárlos el Malo de Navarra.-Quién era el Principe Negro.-Pacto de alianza en Soria entre don Enrique y Carlos el Malo.-Abominable conducta del rey de Navarra en estos tratos.-Entrada de don Pedro con el ejército auxiliar de Castilla.-Célebre batalla de Nájera: derrota del ejército de don Enrique, y fuga de éste á Francia.-Recobra don Pedro el reino de Castilla.-Desavenencias entre el rey y el príncipe de Gales.Don Pedro en Toledo, en Córdoba y en Sevilla: castigos terribles.-El principe Negro deja á Castilla y se vuelve á sus estados de Guiena.-Segunda entrada de don Enrique en Castilla, protegido por el rey de Francia.-Situacion en que se halló el reino.-Ataque de Córdoba por las tropas de don Pedro y del rey moro de Granada.-Cerco de Toledo por don Enrique.-Búscanse los dos hermanos.-Combaten en Montiel.-Muerte de don Pedro de Castilla.

Comenzó este largo drama á tomar vivo interés en los primeros meses de 1366. Una hueste aterradora, que parecia ser rudo instrumento de una mision providencial, invadió la Castilla por la frontera de Aragon. Compo→ nian esta especie de legion vengadora el conde don Enrique de Trasta

mara; sus hermanos don Tello y don Sancho con todos los castellanos que habian militado bajo sus pendones en Aragon; ricos-hombres y caballeros aragoneses ansiosos de tomar venganza del que tantas veces los habia inquietado en sus hogares; las grandes compañias de Francia, muchedumbre allegadiza de franceses, bretones, ingleses y gascones, capitaneados por una parte de la nobleza francesa, y principalmente por el terrible Bertrand Duguesclin (1), el hombre mas famoso de su época y el guerrero mas formidable de aquel tiempo, que parecian enviados á librar á Castilla del sacrificador de una reina francesa inocente y desventurada.

¿Qué eran esas grandes compañías, y quién ese campeon Duguesclin, y cómo se habian incorporado al hijo bastardo de Alfonso XI. pretendiente á la corona castellana?

Llamábase en Francia las grandes compañias á una turba numerosa do aventureros de diferentes paises, gente desalmada, acostumbrada á vivir del pillage en los campamentos en tiempos de guerra y de revueltas, especie de guerrilleros, brigantes ó condottieri, que mal hallados con la paz que acababa de establecerse entre Francia é Inglaterra, infestaban el suelo francés y estaban siendo una calamidad para aquel reino. Deseosos el nuevo rey de Francia Cárlos V. y su gobierno de libertar el pais de tan terrible azote, intentaron enviarlos á Hungría á combatir contra los turcos, pero ellos dijeron que no querian ir á guerrear tan lejos. Presentóse en esto el caballero Duguesclin ofreciendo hacer á su patria este servicio, que el rey y todos le agradecieron, facultándole para acabar con las grandes compañías por la paz ó por la guerra, como mejor le pareciese. Fué, pues, Duguesclin acompañado de doscientos caballeros, á buscar las compañías, que en número de treinta mil hombres se hallaban en los campos de Chalons, y en un discurso lleno de ruda energía los escitó á que le siguieran á España, con pretesto de libertarla del yugo de los sarracenos. Recibieron la proposicion con entusiasmo, y aclamaron por gefe al valeroso Bertrand Duguesclin. La flor de la nobleza de Francia se alistó tambien en sus banderas. Prometióles pagarles desde luego doscientos mil florines de oro, y que no faltaria quien en el camino les diese otro tanto. Dirigióse el caballero Bertrand con sus compañías á Aviñon, residencia entonces del papa, que era con quien aquél contaba para el pago de los doscientos mil florines. Como aparecia que iban á guerrear contra infieles, alzó el pontifice una escomunion que habia lanzado sobre las grandes compañías; mas como rehusase dar dinero, alborotáronse los soldados, el papa los amenazó con retirarles la absol

(1) El que Ayala nombra Beltran de Claquin.

TOMO IV.

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cion, ellos se entregaron á saquear la comarca y á incendiar las poblaciones, y el gefe de la iglesia se vió en la necesidad de desexcomulgarlos, y de darles ademas cien mil florines, con cuya cantidad se pusieron en marcha para Cataluña y Aragon; que el objeto verdadero era hacer la guerra á don Pedro de Castilla. Resultado era este de negociaciones practicadas por don Pedro de Aragon y por el conde don Enrique para traer á su servicio y aun å su sueldo las grandes compañías, halagando ademas á la nobleza de Francia, y mas á los que pertenecian al linage de la flor de lis, como dice la crónica, con la idea de tomar venganza de quien tan inhumanamente habia sacrificado á la reina doña Blanca de Borbon (1).

Bertrand Duguesclin, oriundo de una de las mas ilustres familias de Bretaña, era un caballero de una fuerza estraordinaria, que habia hecho del ejercicio de las armas su única ocupacion; tanto, que menospreciando toda cultura intelectual, ni siquiera habia querido aprender á leer. Habia en su figura algo de deforme. «Yo soy muy feo, solia decir él mismo, y nunca inspiraré interés á las damas, pero en cambio me haré temer siempre de mis enemigos.» Comenzó su carrera caballeresca en un solemne torneo, de una manera que le colocó desde aquel primer ensayo en el número de los primeros campeones de la época. Su padre, que era uno de los combatientes, le habia prohibido entrar en la liza, pero él supo introducirse en el palenque, y derribó doce caballeros de otras tantas lanzadas. Admirada la concurrencia de la fuerza y valor del brioso adalid, prorumpió en aplausos estrepitosos, cuando alzando la visera descubrió su rostro de diez y siete años. Su padre le perdonó, le declaró la gloria de su familia, y el jóven vencedor fué paseado en triunfo. Desde entonces su carrera fué una série no interrumpida de empresas, hazañas y proezas caballerescas, que eclipsaron las de todos los campeones que le habian precedido. No habia armadura tan fuerte que resistiera al golpe de su lanza, y la maza que manejaba apenas la podia levantar otro hombre. Cuéntase que en el sitio de Vannes, con solos veinte hombres arrojados, y de su eleccion y confianza, se defendió una noche entera de mas de dos mil ingleses. Su vida era una cadena de aventuras heróicas, y por su valor y su natural pericia militar llegó á ser condestable de Francia (2).

Tal era el caudillo y tales las tropas auxiliares que acompañaban á Enri

(1) Sobre las grandes compañías pueden verse curiosas é interesantes noticias en Froissart y en el poema contemporáneo de Cuvelier. Se llamaban tambien la gente blanca ó compañias blancas por el color de sus

armaduras y bacinetes.

(2) Froissart, tom. I.-Mr. Billot ha compendiado en una reseña biográfica de Bertrand Duguesclin los hechos principales de su vida.

que de Trastamara cuando hizo su invasion en Castilla. La primera ciudad castellana que dió entrada á los confederados fué Calahorra. Alli fué tambien donde por primera vez se proclamó rey al mayor de los hijos bastardos de Alfonso XI. y de doña Leonor de Guzman. «Real, Real por el rey don Enrique,» gritaban en las calles de Calahorra (marzo, 1366). Y don Enrique comenzó á obrar como rey y á dispensar mercedes. De alli avanzó á Navarrete y á Briviesca, venciendo la corta resistencia que esta última villa podia oponerle. Hallábase don Pedro en Burgos; y el monarca belicoso, el hombre intrépido y el guerrero brioso y esforzado, pareció sobrecogido de una especie de asombro y estupor que le embargaba el ánimo. Presentáronsele alli el señor de Albret (1) y otros caballeros emparentados con muchos capitanes de la espedicion á proponerle que, siqueria, ellos harian que los de las compañías se viniesen al servicio del rey ó se tornasen å sus tierras, siempre que el rey les quisiese dar sueldo ó mantenimiento, ó bien alguna cuantía de su tesoro. Negóse á ello don Pedro, y los nobles franceses se retiraron. Atónitos se quedaron un dia los de Burgos al saber que su soberano, sin haberlo consultado con nadie, se disponia á abandonar la ciudad y encaminarse á Sevilla. Acudieron inmediatamente á su palacio á requerirle y suplicarle que no los desamparára ni dejára sin defensa una ciudad donde contaba tantos y tan buenos y leales servidores, dispuestos á sacrificarse por su rey y señor. Y como viesen al rey obstinado en realizar su marcha, y le preguntasen qué podian ellos hacer y cómo podrian defenderse ellos solos, mándoos, les respondió, que fagades lo mejor que pudiéredes. Entonces le rogaron como leales súbditos, que para el caso en que no se pudiesen defender de la gente de don Enrique les hiciese merced de alzarles el juramento de homenage y fidelidad que le tenian hecho. A esto accedió el monarca, y de ello se levantó escritura y testimonio signado por notarios públicos.

Con esto, y despues de dar mandamiento de muerte contra Juan Fernandez de Tovar, hermano de Fernan Sanchez el que habia entregado Calahorra á don Enrique, salió don Pedro fugitivo de Burgos, camino de Toledo. Aquel dia despachó sus órdenes á los capitanes de las fronteras de Aragon y de Valencia para que dejando las fortalezas alli ganadas y destruyéndolas si podian, vinieran á incorporársele, y así lo hicieron los más. En Toledo dispuso lo conveniente para la guarda y defensa de la ciudad, que encomendó al maestre de Santiago y á otros caballeros castellanos, y fuése para Sevilla.

Entretanto los burgaleses, abandonados por don Pedro y relevados del

(1) El señor de Lebret que dice Ayala.

juramento de fidelidad, creyeron ya no faltar á ella enviando á decir á don Enrique que le acogerian y reconocerian como á rey y señor siempre que jurára guardarles sus fueros y libertades. Gustoso vino en ello el de Trastamara, y luego que hizo su entrada en Burgos, hízose coronar solemnemente en el monasterio de las Huelgas como rey de Castilla y de Leon. Fueron tantos los caballeros y procuradores de las ciudades que alli concurrieron á prestarle homenage, que á los veinte y cinco dias de haberse coronado estaba ya bajo su obediencia y señorío casi todo el reino, á escepcion de la parte de Galicia en que se mantenia don Fernando de Castro, las villas de Astorga, Agreda, Soria, Logroño, San Sebastian y algunas otras (1). El recaudador que tenia en aquella tierra le proporcionó buenas cuantías de dinero, y los judíos le acudieron con un millon de maravedis. Mostróse don Enrique generoso, y aun pródigo con sus nuevos vasallos; á nadie negaba lo que le pedia; y entonces procedió al célebre repartimiento de mercedes entre los caballeros de su séquito, así estrangeros como aragoneses y castellanos, de las cuales diremos solo las mas señaladas. A Bertrand Duguesclin le trasfirió su condado de Trastamara con el señorío de Molina; al inglés Hugo de Calverley (2) le hizo conde de Carrion; á su hermano don Tello le confirmó en el señorío de Vizcaya y de Lara, y ademas le dió el de Castañeda; á don Sancho su hermano, el señorío y condado de Alburquerque, con el de Ledesma; el de Niebla, á don Juan Alfonso de Guzman; y asi fué repartiendo lugares, villas y castillos entre los ricos-hombres y caballeros. Desde alli envió á buscar á doña Juana su muger, y á don Juan y á doña Leonor sus hijos, con los cuales vino el arzobispo de Zaragoza don Lope Fernandez de Luna.

De Burgos partió don Enrique derechamente para Toledo. En el camino se le presentaron á rendirle homenage muchos caballeros castellanos, siendo notable que se contase entre ellos el maestre de Calatrava don Diego Garcia de Padilla, el hermano de doña María: bajeza abominable de parte de un hombre á quien tantos vinculos ligaban con el rey don Pedro, y testimonio triste de cuán facilmente vuelven los hombres la espalda á aquel á quien se la vuelve tambien la fortuna. Ilabia entre los toledanos muchos que desea

(4) A esta fuga de don Pedro de Burgos y á esta situacion del reino podia aplicarse lo que de él cuenta don Pedro el Ceremonioso de Aragon en sus Memorias. Dice que escitando en una ocasion al rey de Castilla sus capitanes á que diera una batalla, tomó en la mano un pan y les dijo: «Vosotros sois de pa«recer que yo dé la batalla; pues bien, yo os "digo, que si tuviese por vasallos las gentes

adel rey de Aragon no vacilaria en combatir «la Castilla, y aun la España entera: y para «que sepais por qué os tengo á todos en lo «que sois, os diré que con este pan que aqui «veis me atreveria yo á alimentar á todos los «vasallos leales que tengo en Castilla.»>

(2) El que Ayala nombra Caureley, Zurita Calviley, Froissart Caurelée, Mezeray y Mariana Caureley.

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