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Aragon se reunian en Zaragoza, don Pedro de Castilla torció rápidamente hácia Valencia: nada resistia al intrépido castellano: Teruel, Segorbe, Almenara. Chiva, Buñol, Liria, Murviedro, multitud de otros lugares dieron entrada á los pendones castellanos, y el rey don Pedro fué á aposentarse en el palacio de los reyes que estaba fuera de los muros de Valencia. Allá acudieron don Pcdro de Aragon, don Enrique, el infante don Fernando, todo el ejército aragonés, que corrió el llano de Nules, el paso de la Losa y la Vega de Burriana. El de Castilla se retiró á Murviedro.

En tal estado, diseminadas las tropas de Castilla en las guarniciones de tantos pueblos conquistados, y con poca gana de pelear unos y otros, vino bien la mediacion del nuncio apostólico para hacerlos avenirse á un tratado de paz, que ciertamente fué harto afrentosa para el de Aragon y que manifiesta la situacion angustiosa de aquel reino. Los principales artículos de la paz fueron que Alicante, Elche y demas poblaciones de Murcia agregadas á Aragon en la menoria de Fernando IV. quedarian para siempre incorporadas á la corona castellana; que el rey de Castilla casaria con doña Juana, hija del de Aragon, trayendo ésta en dote las villas de Ariza, Calatayud, Tarazona, Magallon y Borja; que el infante don Juan, primogénito del de Aragon, casaria con doña Beatriz, hija del monarca castellano y de la Padilla (1), dán · dole á ésta su padre por via de arras las villas de Murviedro, Segorbe, Jérica, Chiva y Teruel recien conquistadas; que si el rey de Castilla no cumplia esta concordia, el de Navarra quedaria obligado á ayudar contra él al aragcnés, no obstante los pactos y alianzas que entre ellos habia (junio, 1363). Desgraciadamente sucedió así, que don Pedro de Castilla, requerido en Mallen por el legado pacificador para que firmára el tratado de Murviedro, negóse á ello mientras el rey de Aragon no matára al infante don Fernando y al bas

rona de Aragon, el autógrafo ó fac-simile de este tratado, por la singularidad de estar escrito de mano del rey y del conde en un mismo papel y en letra diferente la parte correspondiente á cada uno: dice asi: «El Rey de »Aragon.-Prometemos á vos don Anrich, conte de Trastamara, quens ayudaremos á «conquerir el regno de Castiella bien é ver«daderament con condicio que nos dedes é asiades tenido de dar en franco é libero alou «<con regalías de rey la seysena part de todo alo que conqueredes en el regno de Castiella cen aquella part ho partes que nos estiereamos personalment ho por otro. E assi como anos vos somos tenido dayudar á conquerir

el dito regno, assi vos siades tenido á nos

«ayudar contra todo hombre, é encara con lo «que avredes conquerido, é seer amigo de «nuestros amigos é enemigo de nuestros eneamigos. Escripta de nuestra mano en Monzon «al zaguer dia de marzo l'anyo 4363. » (Hasta «aqui de letra de don Pedro: y luego prosigue de letra del conde).—«E yo el conde don Enarique prometo à vos dito señor Rey que «compliré de bonamiente todo lo que vos e «de complir segunt dessuso y é por vos deto. «Escripto de mi mano el dia dessuso dito. «Rex Petrus. (Y mas abajo.-Yo «EL CONDE.>>

(4) Zurita dice, sin duda equivocadamente, doña Isabel, que era la última de las her

manas.

tardo don Enrique, segun decia haberlo tratado secretamente con don Bernardo de Cabrera (1). A tan ruda contestacion, que desbarataba todo lo acordado en Murviedro, debió contribuir la circunstancia de que hallándose don Pedro de Castilla en Mallen, le nació en Almazan, de la dueña misma que habia criado al infante don Alfonso, un hijo varon que se llamó Sancho, y ví→ nole al rey al pensamiento heredar en el reino á este hijo, casándose con la madre, lo cual hacia ya inútil su matrimonio con la infanta aragonesa ofrecido en el tratado. Tal era el rey don Pedro.

Desavenencias y rivalidades ocurridas después en Aragon entre el conde don Enrique y el infante don Fernando, y recelos que de éste concibió su hermano el monarca aragonés, ayudaron grandemente al plan de don Pedro de Castilla, si es cierto que le tuvo, ó por lo menos á sus deseos respecto del infante. Don Pedro el Ceremonioso puso el sello á la persecucion que en otros tiempos habia desplegado contra sus hermanos los hijos de la reina doña Leonor, quitando la vida al infante don Fernando por medios muy parecidos á los que solia emplear el rey de Castilla, esto es, convidándole á comer á su mesa, y haciéndole prender y asesinar por término y remate del banquete. ¡Epoca calamitosa y aciaga la de los reinados simultáncos de los tres Pedros, de Castilla, Aragon y Portugal, todos empleando el puñal contra los mas ilustres personages, siquiera fuesen de su propia sangre, que tuvieran la desgracia de escitar sus celos, sus sospechas ó su enojo! Por mas razones que espuso el monarca aragonés para justificar esta muerte, no pudo evitar que causára en el reino una impresion profunda de desaprobacion y de disgusto. Y mucho necesitaron el rey y el conde don Enrique para sosegar á don Tello y á los demas caballeros de Castilla que seguian la hueste del infante.

La negativa de don Pedro de Castilla á ratificar y cumplir la paz de Murviedro produjo la desercion de Cárlos el Malo de Navarra de las banderas castellanas que solo por compromiso y como á remolque habia seguido, y la alianza del navarro con el aragonés, conforme á la última cláusula del tratado. Los dos nuevos aliados trataron tambien de desembarazarse de don Enrique alevosamente en unas vistas que con él concertaron en el castillo de Sos. Pero el de Trastamara comprendió el lazo que se le habia armado, supo burlarle, y como acaudillaba muchos castellanos y se le allegaban multitud de franceses que querian vengar la muerte de doña Blanca, logró prc

(1) Esto dice Ayala, á lo cual añade el juicioso Zurita, que «si no pasó asi, las cosas que despues sucedieron entre el rey y el

conde de Trastamara, y la muerte del infante dieron harta causa para sospecharlo.» Libro IX. cap. 47.

valecer y sobreponerse á todos los amaños, y aun obligó al rey de Aragon á darle las mayores seguridades

Menos feliz el ilustre don Bernardo de Cabrera, antiguo y el mas intimo de los consejeros de don Pedro el Ceremonioso, á cuya política, prudencia y sagacidad debió muchas veces la conservacion del trono y del reino, el hombre por cuyo consejo se habia regido tantos años el timon del Estado, fué blanco de una conjuracion que urdieron contra él la reina, el rey de Navarra y el conde don Errique, suponiéndole autor de todos los males que afligian el reino, y de delitos de lesa magestad. El rey, dando fácil oido á sus acusaciones, le llamó para prenderle, y condenado á muerte fué degollado en la plaza del Mercado de Zaragoza. Asi acabó el gran privado de don Pedro IV. de Aragon, que después se arrepintió de su ingratitud para con el mas esclarecido y mas fiel de sus servidores, declarando habia sido provocado é inducido á ello por vanas sospechas. Ejemplo que nos recuerda el suplicio ejecutado por el rey de Castilla en don Gutierre Fernandez de Toledo, si bien el de Aragon guardó los trámites de un proceso, y tuvo el mérito de reconocer un dia la propia injusticia (1).

Continuó los dos años siguientes (1364–1365) la guerra entre Castilla y Aragon. Los hechos mas notables del primero (descargados de los incidentes diarios y comunes en todas las guerras) fueron haberse apoderado el rey de Castilla de Alicante y otras poblaciones del reino de Murcia, haber estado á punto de rendir la ciudad de Valencia, y por la parte de Calatayud y Teruel haber recobrado á Castelfabib que se habia alzado contra él. En el segundo fueron apresadas cinco galeras catalanas, cuyas compañías mandó matar don Pedro de Castilla en Cartagena, sin que escapára uno solo de la muerte, á escepcion de los remeros que salvaron las suyas para ser empleados en las galeras castellanas en Sevilla, donde habia menester de gente de este oficio. Orihuela cayó en poder del castellano, y Murviedro se rindió por capitulacion al aragonés y al conde don Enrique, tomando partido los mas de los defensores en favor del de Trastamara. En este intermedio, diferentes veces habian estado el castellano en Sevilla, el aragonés en Barcelona, y volvian á encontrarse en los campos de Valencia y Murcia, donde cmpeñaban diarios combates.

(1) Tan apesadumbrado se muestra el cronista aragonés al referir este suceso, que recuerda con este motivo un proverbio vulgar que dice habia en Aragon, reducido á espresar, que era fuero del reino darse mal galardon por buenos servicios. «Porque no sé

«yo, añade, en estos reinos de hombre tan «principal que mas señalados los hubiese he«cho á su príncipe, ni ántes ni después, y que «tan injustamente y con tan malos y perver «sos medios padeciese en pago dello tal muer«te.» Anal. de Aragon, lib. IX. c. 57.

CAPITULO XVII.

CONCLUYE EL REINADO

DE DON PEDRO DE CASTILLA.

De 1366 á 1360,

Entrada de don Enrique de Trastamara en Castilla.-Quiénes componian su ejército: qué eran las compañias blancas de Francia: quién era el terrible Bertrand Duguesclin.Aclaman rey á don Enrique en Calahorra.-Huye don Pedro de Burgos á Sevilla: castigos que ejecuta en esta ciudad.-Corónase don Enrique en Burgos.-Recibeule en Toledo.Don Pedro sale espulsado de Sevilla: desaire que le hace el rey de Portugal: se refugia en Galicia: se embarca para Bayona.-Entra don Enrique en Sevilla: va á Galicia: vuelve á Burgos.-Tratado de alianza en Bayona entre don Pedro de Castilla, el Principe Negro de Inglaterra y Cárlos el Malo de Navarra.-Quién era el Principe Negro.-Pacto de alianza en Soria entre don Enrique y Carlos el Malo.-Abominable conducta del rey de Navarra en estos tratos.-Entrada de don Pedro con el ejército auxiliar de Castilla.-Célebre batalla de Nájera: derrota del ejército de don Enrique, y fuga de éste á Francia.-Recobra don Pedro el reino de Castilla.-Desavenencias entre el rey y el príncipe de Gales.Don Pedro en Toledo, en Córdoba y en Sevilla: castigos terribles.-El principe Negro deja á Castilla y se vuelve á sus estados de Guiena.-Segunda entrada de don Enrique en Castilla, protegido por el rey de Francia.-Situacion en que se halló el reino.-Ataque de Córdoba por las tropas de don Pedro y del rey moro de Granada.-Cerco de Toledo por don Enrique.-Búscanse los dos hermanos.-Combaten en Montiel.-Muerte de don Pedro de Castilla.

Comenzó este largo drama á tomar vivo interés en los primeros meses de 1366. Una hueste aterradora, que parecia ser rudo instrumento de una mision providencial, invadió la Castilla por la frontera de Aragon. Componian esta especie de legion vengadora el conde don Enrique de Trasta

mara; sus hermanos don Tello y don Sancho con todos los castellanos que habian militado bajo sus pendones en Aragon; ricos-hombres y caballeros aragoneses ansiosos de tomar venganza del que tantas veces los habia inquietado en sus hogares; las grandes compañías de Francia, muchedumbre allegadiza de franceses, bretones, ingleses y gascones, capitaneados por una parte de la nobleza francesa, y principalmente por el terrible Bertrand Duguesclin (1), el hombre mas famoso de su época y el guerrero mas formidable de aquel tiempo, que parecian enviados á librar á Castilla del sacrificador de una reina francesa inocente y desventurada.

¿Qué eran esas grandes compañías, y quién ese campeon Duguesclin, y cómo se habian incorporado al hijo bastardo de Alfonso XI. pretendiente á la corona castellana?

Llamábase en Francia las grandes compañías á una turba numerosa do aventureros de diferentes paises, gente desalmada, acostumbrada á vivir del pillage en los campamentos en tiempos de guerra y de revueltas, especie de guerrilleros, brigantes ó condottieri, que mal hallados con la paz que acababa de establecerse entre Francia é Inglaterra, infestaban el suelo francés y estaban siendo una calamidad para aquel reino. Deseosos el nuevo rey de Francia Cárlos V. y su gobierno de libertar el pais de tan terrible azote, intentaron enviarlos á Hungría á combatir contra los turcos, pero ellos dijeron que no querian ir á guerrear tan lejos. Presentóse en esto el caballero Duguesclin ofreciendo hacer á su patria este servicio, que el rey y todos le agradecieron, facultándole para acabar con las grandes compañías por la paz ó por la guerra, como mejor le pareciese. Fué, pues, Duguesclin acompañado de doscientos caballeros, á buscar las compañías, que en número de treinta mil hombres se hallaban en los campos de Chalons, y en un discurso lleno de ruda energía los escitó á que le siguieran á España, con pretesto de libertarla del yugo de los sarracenos. Recibieron la proposicion con entusiasmo, y aclamaron por gefe al valeroso Bertrand Duguesclin. La flor de la nobleza de Francia se alistó tambien en sus banderas. Prometióles pagarles desde luego doscientos mil florines de oro, y que no faltaria quien en el camino les diese otro tanto. Dirigióse el caballero Bertrand con sus compañías á Aviñon, residencia entonces del papa, que era con quien aquél contaba para el pago de los doscientos mil florines. Como aparecia que iban á guerrear contra infieles, alzó el pontifice una escomunion que habia lanzado sobre las grandes compañías; mas como rehusase dar dinero, alborotáronse los soldados, el papa los amenazó con retirarles la absol

(1) El que Ayala nombra Beltran de Claquin.

TOMO IV.

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