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CAPITULO XVIII.

ENRIQUE II. (el Bastardo) EN CASTILLA.

De 1369 á 1379

Situacion material del reino despues de la catástrofe de Montiel.-Dificultades que halló don Enrique, y cómo las fué venciendo.-Ley sobre moneda.-Pretensiones de don Fernando de Portugal: entrada de don Enrique en aquel reino y sus triunfos.-Córtes de Toro: leyes contra malhechores.-Titulos y mercedes á los capitanes estrangeros-Rendicion de Carmona: castigos.-Entrégase Zamora.-Paz con Portugal.-Segundas Cortes de Toro: leyes importantes: ordenamiento de justicia: audiencia: ordenanzas de oficios: ley sobre judios.-Triunfo de una flota castellana en la costa de Francia: prision del almirante inglés.—R enuévase la guerra de Portugal: llega don Enrique hasta Lisboa: paz humiIlante para el portugués: casamientos de príncipes.-Tratos con Cárlos el Malo de Navarra: ciudades que de él recobró don Enrique.-Diferencias y negociaciones con don Pedro IV. de Aragon.-Don Enrique en Bayona.-Casamiento del infante don Juan de Cas tilla con doña Leonor de Aragon.-Proyectos alevosos de Cárlos el Malo de Navarra.Cond uc ta de den Enrique en el cisma que afligia á la iglesia.—Guerra entre Navarra y Castilla: paz vergonzosa para el navarro.-Enfermedad y muerte de don Enrique: cu testamento: sus hijos.

La corona de Alfonso el de las Navas, de San Fernando y de Alfonso cl Sábio, pasa á ceñir las sienes de un bastardo, de un usurpador, de un fratricida. Cada una de estas cualidades hubiera bastado por si sola para alejar del trono de Castilla á Enrique de Trastamara, aun cuando le hubieran adornado otras prendas y condiciones de rey, si las violencias y las crueldades de don Pedro no hubieran tenido tan profundamente disgustados á los castellanos. Si alguna duda nos quedára de las tiranías que habian hecho odiosa la dominacion precedente, desapareceria al ver à la nacion castellana, tan amante de la legitimidad de sus reyes, no solamente reconocer y acatar como monarca á un hijo espúreo, rebelde, y manchado con la nota de traidor, sino

alterar la ley de sucesion, legitimando en él la línea bastarda, cuando aun habia en Aragon y en Portugal vástagos de la linea legítima de nuestros reyes, cuando aun existian las hijas de don Pedro reconocidas como herederas legítimas del trono en las córtes de Sevilla. Veamos como acabó don Enrique de conquistar el reino castellano, cómo se afianzó en él, y lo que legó á sus

sucesores.

Muerto don Pedro, presos don Fernando de Castro, Men Rodriguez de Sanabria y los demas caballeros que con él estaban, y rendidos los pocos defensores del castillo de Montiel, partió don Enrique al dia siguiente para Sevilla, que estaba ya por él y habia tomado su voz. Siguieron su ejemplo los demas pueblos de Andalucia, á escepcion de Carmona, donde se mantenia don Martin Lopez de Córdoba guard ando los hijos y los tesoros del difunto monarca. Zamora y Ciudad-Rodrigo en Castilla tampoco reconocian la autoridad de don Enrique; Molina y los castillos de Requena, Cañete y otros se dieron al rey de Aragon, como antes se habian entregado al de Navarra Logroño, Vitoria, Salvatierra y Santa Cruz de Campezu. . Por el contrario, Toledo se le habia dado á merced, y allá habian ido ya desde Burgos la nueva reina doña Juana, y su hijo el infante don Juan. Tal era la situacion de Castilla inmediatamente á la catástrofe de Montiel.

Lejos de contemplarse don Enrique ni seguro ni respetado, harto conocia que no habian de faltarle ni inquietudes que sufrir, ni contrariedades que vencer. Enemigos le quedaban dentro del mismo reino, y no contaba por amigo á ningun monarca vecino. Los soberanos de Granada, de Navarra, de Aragon y de Portugal todos le eran contrarios; queríale mal el de Inglaterra, y solo, como veremos, halló un amigo y un aliado constante en el de Francia. Comenzó el emir granadino desechando una tregua que don Enrique le proponia. Intentó éste transigir con Martin Lopez de Córdoba, ofreciéndole poner en salvo su persona y las de todos los suyos, asi como los hijos y los tesoros del rey don Pedro, y el im perturbable defensor de Carmona rechazó tambien con altivez la proposicion. Con esto, y como le urgiese à don Lnrique volver á Castilla, dejando algunos ricos-hombres y caballeros que guardasen Jas fronteras de Carmona y Granada, vínose á Toledo á reunirse con su esposa y con su hijo, y desde aqui envió á buscar á Francia á su hija doña Leonor. Necesitaba pagar á Bertrand Duguesclin, y á sus auxiliares franceses y bretones; pero el tesoro estaba exhausto, y temiendo enagenarse á sus súbditos, de quienes aun no estaba muy seguro, si inauguraba su reinado cargándolos con nuevos impuestos, recurrió al espediente conocido y usado en aquella edad, al de labrar moneda de baja ley. Mandó, pues, batir tres clases de monedas nuevas, llamadas cruzados, reales y coronas. Con este re

curso satisfizo al pronto sus deudas mas urgentes; pero resultó después lo que siempre en tales casos acontece, que los artículos subieron de precio á tal punto, que una dobla de oro que antes valia de 25 á 35 maravedis, se estimaba en 300; un caballo valia 60,000 maravedis, y á este respecto lo demas (1).

Recibió don Enrique en Toledo nuevas de que el rey don Fernando de Portugal, pretendiendo corresponderle la corona de Castilla como biznieto de don Sancho el Bravo, no solamente le movia guerra, sino que habia logrado ya que se declaráran en su favor Zamora, Ciudad-Rodrigo, Alcántara, Valencia de Alcántara, Tuy y otras ciudades de Galicia. Corsió don Enrique á ponerse sobre Zamora (junio, 1569), mas como supiese que el portugués se habia apoderado de la Coruña, tomó resueltamente el castellano con toda su hueste el camino de Galicia, decidido á pelear alli con su adversario. Pero no habiendo tenido valor el de Portugal para esperar al bastardo de Castilla, volvióse apresuradamente á su reino. Allá le siguió atrevidamente don Enrique, y entrando por la comarca de Entre Duero y Miño, cercó y rindió la ciudad de Braga, y pasó luego á poner su campo frente á la villa de Guimaraes. Tambien se hubiera hecho dueño de aquella villa, si don Fernando de Castro, á quien llevaba consigo desde Montiel mas sueltamente de lo que correspondia á un prisionero, no le hubiera hecho traicion incorporándose á los de dentro so color de ir á hablarles para que se dieran á don Enrique. Movióse entonces don Enrique hácia la provincia de Tras-os-Montes, donde se detuvo esperando al de Portugal que le habia enviado á decir que queria trabar con él batalla. En tanto que venia, cercó el castellano y tomó la ciudad de Braganza; mos como don Fernando no pareciese, que era el portugués mas jactancioso que valiente, y mas revolvedor que guerrero, volvióse don Enrique para Castilla despues de una espedicion mas gloriosa que útil, y con el sentimiento de haber sabido que durante su breve campaña de Portugal el rey moro de Granada se habia apoderado de Algeciras, mal defendida y guardada por los cristianos: hizo el musulman demoler aquella fortaleza, brillante y costosa conquista de Alfonso XI., y ceg、 su puerto de manera que no fué ya posible rehabilitarle nunca.

Desde Toro, donde se vino don Enrique, envió los refuerzos que pudo á las fronteras de Galicia y de Granada, y empleó algun tiempo en ir reuniendo fondos para pagar á las compañías estrangeras. Pero lo que señaló

(4) Ayala, Chron. de don Enrique II. Año 1369, c. 11.-Cascales, Discursos Históricos sobre la ciudad de Murcia, disc. 7. La

moneda nuevamente labrada tenia triple valor del intrinseco. Véase Cantos Benitez, Escrutinio de monedas, p. 67.

mas honrosamente su estancia en Toro, fueron las córtes que alli celebró y las ordenanzas que en ellas se hicieron (1). Decretáronse penas muy severas contra los asesinos, ladrones y malhechores. «Primeramente que qualqu'er come de cualquier condicion que sea, quier sea fijo dalgo, que matare ó feriere en la nuestra córte ó en el nuestro rastro (radio), quel maten por cello; é si sacare espada ó cochiello para pelear, quel corten la mano; é si furtare, ó robare, ó forzare en la nuestra córte ó en el nuestro rastro, quel maten por ello.» Prosigue ordenando cómo se ha de perseguir y castigar y administrar la justicia á los salteadores, aunque fuesen caballeros, de los que acostumbraban á cometer robos desde las fortalezas y castillos. Se dieron instrucciones á los alcaldes de córte, merinos y alguaciles sobre el cumplimiento de sus respectivas obligaciones; se estableció una especie de ronda continua en la corte en que residíese el rey, y en los campos y caminos de la comarca, para la proteccion y seguridad de los habitantes, de los viageros y de los frutos; y se hizo otro ordenamiento de menestrales á semejanza del que habia hecho diez y ocho años ántes en Valladolid el rey don Pedro, poniendo tasa á todos los artículos de comer y de vestir, y fijando los precios de las hechuras, salarios, jornales y alquileres en todas las artes y oficios (2).

Alli estuvo don Enrique hasta entrado el invierno que se movió con intento de apoderarse de Ciudad Rodrigo, que estaba por el rey de Portugal. Mas la estacion era tan inoportuna, y fueron tantas las lluvias, y se presentó un invierno tan crudo, que le fué preciso regresar por Salamanca á Medina del Campo, donde congregó una asamblea de ricos-hombres y caballeros, que algunos nombran córtes, para pagar la hueste auxiliar estrangera. Aunque apenas pudo el rey satisfacer en metálico la mitad de lo que adeudaba, en cambio recompensó espléndidamente con otras mercedes á los capitanes de la espedicion. A Bertrand Duguesclin, conde de Trastamara y duque de Molina, le dió las poblaciones de Soria, Almazan, Atienza, Deza, Monteagudo, Seron y otros lugares. Al Bégue de Villaines le hizo conde de Rivadeo; dió la villa de Agreda á Olivier de Manny, la de Aguilar de

(1) En casi ninguna historia se hace mencion de estas córtes, cuyo cuaderno tenemos á la vista. Escusado es decir que Mariana ni siquiera las nombra.

(2) Este ordenamiento está firmado en Toro, el 1.o de setiembre de la era 1407 (año 1369). Nada mas útil que la lectura de estos documentos para conocer las costumbres de la época, no solo en la parte politica y moral, sino tambien en la vida civil: el es tado de la industria y de las artes, la manera TOMO IV.

de vestir y de calzar, y su coste, telas que se
usaban, etc. Estas ordenanzas nos enseñan,
por ejemplo, que las telas que estaban en
uso eran los paños, chamalotes, brunetas,
escarlatas y otras semejantes, de Bruselas,
Lobayna, Malinas, Brujas, Coutray y otras
ciudades de Bélgica. Por ellas sabemos lo que
costaba cada pieza de las armaduras asi de
hombres como de caballos, los nombres de
estas, su materia, etc., etc., de lo cual acaso
nos ocuparemos en otro lugar.
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Campos á Jofre Rechon, y la de Villalpando á Arnaldo de Solier (marzo, 4370). Despues de lo cual los mas se fueron contentos á Francia, donde cl rey los llamaba para la guerra que aun sostenia con Inglaterra.

Entre el rey de Portugal y don Fernando de Castro le tenian dominada casi toda la Galicia. Hostilizábale Mohammed por la parte de Granada; estragaban el pais los de Carmona, y don Pedro IV. de Aragon ayudaba á los enemigos de don Enrique. Atento á todo el nuevo rey de Castilla, envió algunas tropas á Galicia al mando de Pedro Manrique y de Pedro Sarmiento, y con el fin de separar al aragonés de la alianza con el de Portugal, despachó á aquél una embajada instándole á que se realizase el matrimonio, años antes concertado, de su hija doña Leonor con el infante don Juan de Castilla. Negóse á ello el de Aragon, mientras don Enrique no le entregase el reino de Murcia y las demas tierras ofrecidas en el tratado de Monzon, cuando se estipuló que don Pedro le ayudaria á conquistar el reino de Castilla: estraña pretension la del Ceremonioso, cuando lejos de ayudar á don Enrique se habia aliado con el príncipe de Gales, y habia hecho lo posible por impedir la entrada del de Trastamara en Castilla, negándole el paso por su reino. A todo esto, el de Portugal habia enviado una escuadra de veinte y tres galeras y algunas naves á la embocadura del Guadalquivir, lo cual obligó á don Enrique a apresurar su ida á Sevilla. En el camino supo con placer que sus fronteros habian pactado treguas con el rey de Granada. Luego que llegó á Sevilla, aparejó su flota, y partiendo el almirante de Castilla con veinte galeras por el rio, el rey con su gente por tierra en busca de la armada portuguesa, ésta huyó á alta mar sin querer combatir dejando en poder de los castellanos cinco naves.

Hallándose el rey de vuelta en Sevilla llegaron alli los dos obispos, en calidad de nuncios apostólicos, para tratar de paz entre los reyes de Aragon, Portugal y Castilla, y tambien trabajaron por hacer que viniese á composicion don Martin Lopez de Córdoba, mas nada consiguieron. Entonces don Enrique pasó á cercar á Carmona. Durante este sitio murió el hermano del rey, don Tello, señor de Vizcaya y de Lara, que habia quedado por frontero de Portugal (15 de octubre, 1370). La voz pública acusó al rey de haberle hecho dar yerbas por medio de su fisico, en razon á que don Tello andaba siempre en tratos con los enemigos de su hermano: el carácter de don Tello era éste en verdad: acerca del envenenamiento no sabemos si mintió la fama. Y como no dejase hijos legitimos, dió el rey el señorío de Lara y de Vizcaya al infante don Juan su primogénito.

Continuaba el sitio de Carmona. Martin Lopez se defendia valerosamente. Cuarenta hombres que escalaron el muro una noche cayeron todos

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