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jor que esperar lo que estaba por nacer seria nombrar desde luego por sucesor en los reinos á don Fadrique, hijo natural del rey de Sicilia y nieto suyo. Pero á fuerza de instancias y ruegos condescendió á casarse con doña Margarita de Prades, hija del condestable don Pedro, cuyas bodas se celebraron en setiembre del mismo año. Confirmó en la regencia de Sicilia á la viuda de su hijo, y atendió lo mejor que pudo á lo de Cerdeña, tanto que hizo el esfuerzo de empeñar su condado de Ampurias á la ciudad de Barcelona por la suma de cincuenta mil florines de oro. Con esto aparejó y envió una nueva nota, con cuyo auxilio fueron todavía escarmentados los rebeldes.

El buen rey don Martin, devorado por la pena de la muerte de su hijo, enfermo además é inmoderadamente obeso, usaba de artificios y remedios propios para acabar de destruir su salud, y que in discretamente le propinaban los que ansiaban que diese un heredero al trono, tratando de suplir por el arte aquello á que se negaba ya su naturaleza: recursos inútiles, que la moralidad repugnaba, que no aprovechaban al objeto, puesto que la reina salia siempre doncella del tálamo nupcial, y que solo producian acelerar la muerte del rey. Contando ya con que esta no podia diferirse mucho, comenzaron á presentarse pretendientes á la sucesion de un trono todavía no vacante. Fué el que mas se anticipó el rey Luis II. de Anjou, yerno de don Juan I., que apoyado por la Francia, reclamaba la corona aragonesa para el duque de Calabria su hijo. Era otro, y no el menos arrogante de los pretendientes, el conde de Urgél, biznieto de don Jaime II., á quien apoyaban los catalanes. Figuraba tambien entre los aspirantes á la sucesion el viejo infante don Alfonso de Aragon, duque de Gandía: lo era igualmente el infante de Castilla don Fernando, sobrino del rey, y hermano del difunto monarca castellano Enrique III. Permitia el buen don Martin que en su presencia se tratase y discuticse muy de veras sobre el derecho de cada uno de los concurrentes. Inclinábase él á dar la preferencia sobre todos á su nieto don Fadrique, el hijo natural de don Martin de Sicilia, al menos para sucederle en aquel reino, y esperaba que podria obtener la adhesion de los sicilianos, ya que no la de los aragoneses, decididos partidarios de la legitimidad, y cuya constitucion escluía del trono los bastardos. Pero lo mas que pudo hacer en favor de su nieto fué que le legitimase antes de morir el antipapa Benito XIII. En cuanto à la sucesion á la corona aragonesa, inclinábase el rey don Martin en favor de su sobrino, don Fernando de Castilla, ya por considerarle con mejor derecho que sus competidores, ya por creerle el mas conveniente para aquellos reinos, y el mas acreedor por su conducta y por su reputacion y fama.

Pero las afecciones personales del rey hácia su nieto don Fadrique y su sobrino don Fernando, no estaban de acuerdo con las del pueblo, que en su

mayor parte se inclinaba al conde de Urgel, jóven brioso, aluvo, de gran disposicion, y el mas propincuo por linea de varon á los reyes. Este reclamó desde luego para si la gobernacion general del reino, que el rey le concedió sin contradiccion y con mucha política, con mas el honroso cargo de condestable, esperando que aquello mismo haria que se enemistáran con el de Urgél los ricos-hombres aragoneses. Asi fué que cuando el conde vino á Zaragoza á tomar posesion de su alto empleo, todos los brazos del Estado protestaron contra la legitimidad de aquel acto, y el Justicia mismo se salió de la ciudad para no recibirle el juramento ni darle la investidura, lo cual produjo alteraciones y tumultos en la poblacion hasta venir á las armas y tener que escaparse el conde por un postigo y refugiarse en el lugar de la Almunia.

Asi las cosas, y hallándose el rey en el monasterio de Valdoncellas, extramuros de la ciudad de Barcelona, adoleció de tan repentino accidente, que apenas sobrevivió á él dos dias, y falleció en 31 de mayo de 1410. Atribuyóse comunmente su repentino fallecimiento á las medicinas y drogas que le suministraban para rehabilitar su agotada é impotente naturaleza. En vano los conselleres de Barcelona le habian instado en los últimos momentos de su vi da en presencia de notarios públicos, á que designára sucesor en el reino, pues nada mas pudieron arrancarle sino que sucediera aquel á quien pertencciese legítimamente: conducta cuyo objeto no ha podido averiguarse bien todavía, y respuesta que abria ancha puerta á mayores discordias en el reino despues de su muerte que las que le habian agitado en los postreros instantes de su vida (1).

De esta manera acabó el rey don Martin de Aragon, que por su bondad y benignidad y por su amor á la justicia mereció el sobrenombre de Humano. Con él se estinguió la noble estirpe de los ilustres condes de Barcelona, que por cerca de tres siglos habia estado dando á la monarquía aragonesa-catalana una série de esclarecidos príncipes, de que con dificultad podrá vanagloriarse tanto otra alguna dinastía. La circunstancia de morir sin directo heredero, y su obstinacion en no declarar quién deberia sucederle en el trono, caso nuevo en España, dejaron el reino en tanta division y discordia, que para pintar su situacion no haremos sino reproducir las palabras con que

(1) Cuéntase que estando el rey adormecido y ya como sin conocimiento, se llegaron á él la madre del conde de Urgel y la infanta doña Isabel, su nuera, y asiéndole aquella por el pecho comenzó á gritarle diciendo que queria privar injustamente de la sucesion del

reino á su hijo, y que fué necesario que don Guillen de Moncada y uno de los conselleres de Barcelona fuesen á la mano á la desatentada condesa y la intimasen que tratára con mas decoro y miramiento al rey y le dejára morir en paz.

termina e grave Zurita la segunda parte de sus Anales. «Fueron verdaderamente aquellos tiempos para este reino, si bien se considerase, de gran tri«bulacion y de una penosa y miserable condicion y suerte: porque en las coesas de la religion, de donde resulta todo el bien de los reinos, se padecia tanto detrimento, que en lugar del único pastor y universal de la iglesia catódica, habia tres que contendian por el sumo pontificado, y estaba la iglesia de Dios en gran turbacion y trabajo por este cisma, habiendo durado tanto tiempo: y en el poderio temporal de él nunca se pasó tanto peligro despues «que se acabó de conquistar de los infieles: pues en lugar de suceder un legitimo rey y señor natural, quedaban cinco competidores, y trataba el que mas podia de proseguir su derecho por las armas (1).»

(1) Para la historia de este reinado hemos consultado los documentos del Archivo general de Aragon, á Pedro Tomich, Lorenzo de Valla, los Comentarios de Blancas, las historias eclesiásticas en lo relativo al cisma de

Occidente, los Condes de Barcelona de Bofarull, y muy señaladamente á Zurita, en el libro X. de sus Anales, desde el cap. 56 hasta el 91.

CAPITULO XXII.

ESTADO SOCIAL DE ESPAÑA.

CASTILLA

EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIV.

I.-Juicio critico del reinado de don Pedro de Castilla.-Sus primeros actos. Observacion sobre el ministro Alburquerque.-Sobre las córtes de Valladolid.-Sobre los amores de don Pedro con doña María de Padilla.-Paralelo entre don Alfonso XI. y don Pedro.Liga contra el rey: su carácter: sus fines: conducta de los confederados.-La guerra de Aragon: comportamiento del rey, de sus hermanos, de los magnates y caudillos.-Suplicios horribles en Castilla: si se condujo en ellos como justiciero ó como cruel: reflexiones sobre el carácter de don Pedro: sobre su época: comparaciones: ejemplos de otros principes.-Cuestion sobre el casamiento de don Pedro con la Padilla.-Carácter y conducta de don Enrique: cotejo entre los dos hermanos. II.-Reinado de don Enrique.-Juicio de este monarca antes y despues de subir al trono. -Don Enrique como legislador: como guerrero: como gobernador.-Sus costumbres morales. III.-Reinado de don Juan I.-Cómo se manejó en el asunto del cisma. Sus errores en la guerra de Portugal.-Causas del desastre de Aljubarrota.-Lo que salvó la independencia portuguesa: el maestre de Avis.— Prudencia del rey en la guerra con el de Lancaster.-Títulos del rey don Juan á la gratitud de su pueblo.-Respeto de este monarca á las córtes: llega á su apogeo el elemento popular en este reinado. IV.-Estado de la literatura en este período.-El judío Rabbi don Santob: la Doctrina cristiana: la Danza general de la muerte: Ayala: sus obras en prosa y en verso: el Rimado de Palacio.-Comercio, artes, industria de Castilla en esta época.-Ordenanzas de menestrales: oficios, trages, armaduras, coste de cada artefacto. -Gasto de la mesa real: tasa en los convites. V.-Costumbres públicas.-Inmoralidad política.-Delitos comunes: leyes de represion.-Vicios de aquella sociedad.-La incontinencia en todas las clases.-Leyes sobre la vagancia.-Influencia del dinero.

I.

Angústiase el alma, y se estremece la mano, y tiembla la pluma al haber de trazar el cuadro y hacer el análisis razonado y crítico del reinado de don Pedro de Castilla y esto no solamente por la cadena casi no interrumpida de rágicas escenas, y horribles suplicios, y sangrientas ejecuciones á que se dejó

arrastrar este violento monarca, con razon y justicia unas veces, por venganza otras, otras por impetuosidad de carácter, y las mas por una especie de ferocidad orgánica: no solamente por las revueltas, las perturbaciones y las calamidades que afligieron la monarquía castellana en este periodo: sino porque entre todos los autores y per sonages de este complicado drama de cerca de veinte años, de la misma manera que en el reinado de doña Urraca, al cual no sin meditacion le comparamos, no vemos sino ambiciones, y venganzas, y rebeldías, y traiciones, y veleidades, y flaquezas, y miserias y crímenes. Al fin en aquél réposaba cada vez que se dirigia la vista á la bandera inocente y sin mancha del niño Alfonso que después fué emperador: en éste no se divisa una sola bandera legítima y pura, y para hallar descanso y alivio al espiritu atormentado con las impresiones de tanta catástrofe lamentable, hay que buscarle en la estéril virtud de la desgraciada doña Blanca, en el corazon compasivo de doña María de Padilla, reducida á la odiosa condicion de manceba mereciendo ser reina, á tal cual destello de humanidad del mismo rey don Pedro, que se vislumbra como un rayo de débil luz por entre negras sombras, y á la generosidad caballeresca de un príncipe estrangero que acaba por arrepentirse de haber tendido una mano protectora á quien no era digno de ella. En éste como en aquel reinado se ve palpable y sensiblemente la mano de la Providencia haciendo expiar á cada uno sus escesos y sus crimenes.

«Fué desgracia de Castilla, decíamos hablando de don Sancho el Bravo; desde que tuvo un rey grande y santo que la hizo nacion respetable, y un monarca sábio y organizador que le dió una legislacion uniforme y regular, los soberanos se van haciendo cada vez mas despreciadores de las leyes naturales y escritas, se progresa de padres á hijos en abuso de poder y en crueldad, hasta llegar á uno que por esceder á todos los otros en sangrientas y arbitrarias ejecuciones adquiere el sobrenombre de Cruel, con que le señaló y con que creemos seguirá conociéndole la posteridad (1). »

Sin embargo en el principio de su reinado no aparece todavia ni sanguinario, nl vicioso. Al contrario, se le ve perdonar mas de una vez á sus hermanos bastardos y á otros magnates rebeldes. Si el puñal de un verdugo se clava en las entrañas de doña María de Guzman, no es don Pedro el que ha armado el brazo del asesino de la dama de su padre; ha sido su madre la reina doña María la que ha ordenado al terrible ejecutor la muerte de su antigua rival, precisamente cuando habia dejado de serlo. En consentirlo ó no reprobarlo el hijo, creemos que hubo culpa, pero aun no descubrimos ferocidad. El fallecimiento casi simultáneo de los Laras y de don Fernando de Villena aparece harto sospechoso, pero

(4) Part. II., I. III., cap. 6.

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